Cultura

Hacia la Talamanca profunda por los ríos de la crónica  

Libro se adentra por las riberas del Telire para contar misterios y hallazgos de ese mítico río.

Un viaje por el río Telire, por el Sixaola, por el Yorkin en busca de esa Talamanca siempre huidiza y según la historia nunca conquistada, pero sí derrotada.

Ese fue el viaje que el escritor Álvaro Rojas asumió durante dos semanas, con el fin de ir al encuentro de esa cultura enigmática, impenetrable, amigable y que para el hombre del Valle Central es como agua entre las manos: siempre escurridiza.

En Telire, crónica de viaje, Rojas asume ese reto desde la mirada del cronista con sus libros a cuestas, sus vivencias y sus indagaciones históricas sobre esa Talamanca en la que la tradición, la religión y la historia confluyen en un presente lleno de desafíos como la pobreza, las invasiones que no cesan y las pérdidas como las cada vez menos frecuentes casas icónicas que reflejan y recogen toda una cosmogonía.

Para ahondar en la experiencia de haber escrito sobre el Telire, voz mosquita que significa “el río de las bananas”, y Talamanca, se conversó con el autor.

¿Por qué eligió el género de la crónica para contar este acercamiento con el Telire y con Talamanca?

-Navegar un río por kilómetros y kilómetros hasta verlo morir en el mar es una experiencia muy estimulante para la imaginación y para los sentidos; es mucho lo que se percibe, lo que se piensa acerca de aquel territorio por el que se transita y también lo que se piensa sobre uno mismo, sobre nuestras propias transformaciones durante el viaje. El punto de vista del cronista, siempre en el vértice entre el reporte objetivo y la narración subjetiva, resulta perfecto para acercarse a un lugar como Talamanca, tan lleno de historia, de violencia, de pobreza, de riqueza cultural y natural. De tal forma que un género que da tantas posibilidades narrativas como lo es la crónica, me pareció el indicado para contar este viaje por el río Telire, desde donde es navegable en verano, hasta la boca del río Sixaola en el mar Caribe.

¿Con base en esta experiencia, qué diferencia marca en viajar como turista y viajar como cronista?

-La diferencia está en la profundidad de la mirada del cronista. En el final de El viejo y el mar, Hemingway muestra cómo una pareja de turistas se acerca a un bote encallado en la arena. Amarrado a él está el esqueleto de un pescado enorme. Los turistas no entienden nada de aquello que nosotros, los lectores, sí sabemos: la batalla a muerte que libró contra el animal un viejo pescador.

Tras acercarse a esta realidad de esa Talamanca impenetrable, ¿le parece que el lenguaje de los Cronistas de Indias fue el que debió ser, es decir, desmesurado e hiperbólico para poder contar ese mundo nuevo e indomable?

-A mí me resultó impenetrable la cosmogonía bribri, que no se aprende en un día, que es compleja e interesantísima, pero para contar este viaje traté de usar un lenguaje sencillo, realista y cercano a la oralidad, alternándolo, eso sí, con referencias históricas, antropológicas, testimonios de personas del lugar y diálogos con otros libros de viajes. Los Cronistas de Indias hicieron lo que su universo de referencias y de representación les permitió hacer, ellos no tenían otra forma de acercarse a ese mundo que los deslumbró, asustó y maravilló. Probablemente sus narraciones, que a mí me parecen extraordinarias, nos hablan más de ellos mismos que de aquello que se encontraron, eso no les quita valor, todo lo contrario. Esas crónicas de Indias, como por ejemplo La conquista verdadera de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, el soldado-escritor, son documentos valiosísimos, tanto desde el punto de vista historiográfico como desde el literario.

Greytown, su novela, tiene la influencia del río San Juan. Ahora la lucha por la palabra partía del Telire: ¿Por qué esa relevancia de los ríos en su literatura?

-Se dice con facilidad que en la historia de Costa Rica no hay material suficiente para escribir literatura, que somos endogámicos y que vivimos entre montañas. A mí me parece que la historia de Costa Rica da múltiples posibilidades para la creación literaria, que tanto en el Valle Central como en sus afueras hay muchas experiencias históricas susceptibles de ser abordadas desde la literatura. Tanto el río San Juan como el Telire, que llega a ser el Sixaola, son territorios fronterizos y desde sus aguas resulta interesantísimo pensar este país. Además, esos ríos arrastran múltiples historias, de guerras, de fugas, de injusticias, de encuentros y desencuentros culturales, de amores, de investigaciones científicas, en fin, su maravillosa naturaleza y su historia los convierten en fuentes riquísimas para la literatura. También, desde un punto de vista formal, un río le puede dar una estructura extraordinaria a una narración, el movimiento constante, la sorpresa de lo novedoso, lo incierto, los personajes abiertos y expuestos a lo que pueda aparecer, son posibilidades literarias que da un río. Mark Twain en Las aventuras de Huckleberry Finn ya nos lo había enseñado.

¿Cuáles son los principales hallazgos que le dejó el recorrido por el Telire, el Sixaola, Talamanca, Puerto Viejo, etc. a un escritor que mira el mundo con los ojos de alguien afincado en el Valle Central?

-Principalmente, la importancia de no perder nunca la capacidad de asombrarse, la humildad de reconocer todo lo que uno puede desconocer de sí mismo y de su propio país, de las culturas que lo habitan; una ignorancia que a su vez da luces acerca de nuestra propia percepción, ese punto de vista, esa primera persona desde la que decidí narrar esta crónica de viaje.

La historia del Telire, lo que ocurrió en Talamanca con la conquista, la resistencia, la guerra de guerrillas de los bribris y los cabécares contra los españoles y contra la compañía bananera, la historia de esa rebeldía que nadie ha escrito, me despertó una curiosidad enorme, unas ganas terribles de leer una novela escrita por ellos, lo cual es imposible, por la cultura ágrafa de la que forman parte.

¿A diferencia de la Historia, la crónica vivifica tanto el ayer como el hoy, como pasa en su libro Telire, crónica de viaje?

-Y esa posibilidad la da el narrador. En la crónica literaria el punto de vista subjetivo, tan restringido en la historiografía como en el reportaje, abre múltiples posibilidades para realizar saltos temporales, reflexiones filosóficas, descripciones geográficas, narraciones introspectivas. En un lugar como Talamanca, mucho se perdería si en la narración no se toma en cuenta el pasado, pero también, quien está contando la crónica habla de su viaje en el presente, y es en ese presente y desde esa subjetividad, que poco a poco va apareciendo un pasado riquísimo para la literatura y para la historiografía, un pasado violento que irrumpe en la mente de un narrador que va percibiendo el constante fluir de las aguas del Telire.

¿Qué sentimientos le quedan de esa Talamanca ‘no conquistada’, pero sí derrotada?

-Por todas partes me encontré con esa idea: “Talamanca nunca ha sido conquistada”. Es una idea que se repite para dar fuerza y tiene fundamento en una resistencia histórica ante los distintos procesos de penetración, ya sea el de los españoles, el de la bananera, el de las compañías madereras o el de Recope. Es una idea que me genera mucho conflicto, porque por otro lado uno ve antenas de televisión por cable en algunas casas de los territorios, se reportan altos índices de suicidio entre los jóvenes, violencia contra las mujeres, alcoholismo, drogadicción, falta de oportunidades, vergüenza de reconocerse como indígena frente a la gente de San José o de Limón, en fin, muchos elementos que cuestionan esa idea de la Talamanca que es inclaudicable como el gavilán. Esa idea es cierta para algunas cosas y falsa para otras, lo cual nos habla entonces de un proceso. Creo que la profesora María Eugenia Bozzoli lo dice bien, la conquista de Talamanca no ha terminado.

Las casas cónicas en extinción, la pobreza, los mundos que el hombre blanco no entiende, las cosmogonías de los aborígenes: ¿Hay muchas Talamancas por contar?

-Yo lo que escribí fue una crónica de viaje, el recorrido de quince días de un viajero que se alimentó de textos de historiadores costarricenses, de antropólogos, de cronistas; pero desde luego que la riqueza cultural, política y natural de Talamanca no se agota en una crónica. Es mucho lo que tenemos que aprender de ese lugar, de su gente y de su historia. Solo su cosmogonía, la visión que tienen ellos de la vida, eso que nosotros llamamos naturaleza, da material de sobra para muchas investigaciones futuras.

El viaje, como motor de la literatura, es una fuente inagotable.  ¿Sucede lo mismo con la crónica en estos tiempos digitales? 

-Dice el periodista Alberto Salcedo que lo importante es el ojo y no la cámara. No importan los instrumentos, la inteligencia está en el ojo que sabe o que no sabe ver, es al ojo al que hay que educar.

En ese sentido, tanto en esta época, como hace cien años, lo importante para un cronista es salir a recorrer el mundo y entrenar su mirada.

 

 

 

 

 

 

 

 

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