La artista plástica costarricense Grace Herrera Amighetti tiene 83 años. Con la suavidad y voz pausada que la caracterizan, hace una retrospectiva de su vida como niña, mujer, madre, creadora y maestra en una Costa Rica que ha evolucionado de las restricciones machistas a un país que, aún faltándole mucho por recorrer, abre espacios a la igualdad de género.
Herrera fue una de estas mujeres que, a mediados del siglo pasado, no permitió que el sistema la anulara. Al contrario, luego de criar a sus cinco hijos, volvió a la Universidad de Costa Rica (UCR) con 35 años, para dedicarse a la profesión que no solo la liberaría y la haría crecer plenamente, sino con la cual daría un aporte fundamental a nuestra cultura.
Esa trayectoria prolífica hoy es reconocida en el libro Grace Herrera Amighetti y la polifonía de lo artístico: un viaje por su mundo visual, escrito por los curadores, historiadores e investigadores del arte Efraín Hernández Villalobos, Eugenia Zavaleta Ochoa, Flora Marín Guzmán e Ileana Alvarado Venegas.
Con 125 páginas e impreso en papel couché, el libro fue publicado bajo el auspicio de la Vicerrectoría de Acción Social de la UCR y contiene textos de los curadores mencionados, así como un despliegue a color de obras de Herrera que ilustran sus distintas facetas.
La imagen del quehacer polifónico de Herrera alude a que, según la artista, “yo hago un rato esto y un rato lo otro, y todo me gusta”. Es precisamente ese interés en diversas técnicas y temáticas lo que ha permitido que aborde la carrera desde los ámbitos de la creación, la investigación y la docencia, y como gestora.
Influencias
Si bien admite que su tío Paco (Francisco “Paco” Amighetti) tuvo gran influencia en su amor por las artes, Herrera reivindica ante todo la huella de su madre Virginia, quien, además de pintar bellamente, fue una modista fructífera, creativa e inteligente.
“Mi mamá también era una artista. Yo vi dibujos de caballos muy lindos que ella hizo jovencita y, cuando era ya mayor, se metió a la Casa del Artista. Adaptaba las modas a los cuerpos, los estudiaba, y hacía reflexiones ergonómicas de las hechuras, iba más allá de ser modista; se sentía feliz, además de que era un aporte para la economía de la casa”, recordó.
Para Herrera, su progenitora fue como un ángel que percibía cuando algo no andaba bien y les sacaba “rápido el secreto sin ser metiche. Gracias a ella todos estudiamos, porque fue muy solidaria para que termináramos nuestras carreras”.
Sobre el tío Paco, que era hermano del tío Juan, la sobrina destacó divertida que “se decían Juan el malo y Paco el peor. Eran muy pícaros, los dos se habían casado varias veces y eran muy amigos de mamá”, por lo que se veían con frecuencia.
Según recuerda, apenas llegaba el tío Paco a la casa, los sobrinos se guindaban de él para que les dibujara perros y loros. “Él se sentaba con paciencia y nos hacía los dibujos; yo le tenía una gran admiración”, afirmó.
Pasión
Desde niña Herrera tenía gran facilidad para el dibujo y su pasión era pintar. “Mi mamá, con toda la alcahuetería del caso, me permitía dibujar en una pared de cemento de un zaguán de la casa en Barrio Luján”, contó. En esa época febril, su madre Virginia le daba gusto para luego borrar y limpiar.
Con seis años de edad, en la escuela se destacaba por el arte y hacía dibujos del comedor de la casa con sombras proyectadas que las profesoras no entendían. “Oscurecía ciertas zonas para destacar otras”, explicó Herrera.
Cuando ingresó a la UCR, intentó estudiar en Bellas Artes. Sin embargo, hizo solo el primer año y continuó con Trabajo Social, carrera en la que obtuvo el bachillerato y en la que luego se desempeñó por muchos años sin sentirse gratificada, ya que no había apoyo político para resolver las penurias de la población atendida. “Hacía informes e informes y no llegaba la ayuda; me sentía frustradísima”, expresó.
Luego de 15 años de ser madre y ama de casa casi a tiempo completo, Herrera tomó la decisión de volver a Bellas Artes y se sintió liberada. “Me fascinaba el campus y, cuando entraba a la escuela, me sentía en el paraíso, porque tenía años de estar metida en la casa y hablando con niños casi todo el tiempo”, reconoció.
En aquella época, mientras lavaba trastes en la casa, se decía que no había venido al mundo para eso y, aunque para ella era vital ser madre y se sentía realizada, era muy duro ese rol porque tenía que esclavizarse.
Por esta razón, empezó a enfermarse de colitis y gastritis. “Todos mis males eran psicosomáticos, estaba deprimida de esa rutina tan dura –con la alegría de los niños porque son bellísimos–. El trabajo era pesadísimo”, confesó.
Entonces, el médico le recomendó “que huyera”, que hiciera algo por ella y la liberación fue el arte.
Dedicación
Para Herrera la universidad se convirtió en un hogar donde se pudo realizar como persona. Al graduarse en pintura al óleo, fue profesora de la técnica, así como de diseño y acuarela, y a la vez trabajó en la investigación del papel hecho a mano, vertiente de la cual es considerada pionera.
También dio Seminario de Realidad Nacional, dirigió el trabajo comunal universitario, se encargó de las actividades culturales de la Escuela y fungió como asesora del Centro Cultural para las Artes Plásticas, donde cocreó la Bienal Fausto Pacheco e impulsó la Bienal Francisco Amighetti.
Aunque su especialidad académica fue el óleo, se dedicó a la acuarela durante diez o 15 años hasta lograr exposiciones muy logradas en la técnica.
Las temáticas abordadas por Herrera han estado relacionadas con el paisaje (montañas, mar y volcanes), la idiosincrasia costarricense y la mujer. “Por mi experiencia vital, me preocupa la función de la mujer en la sociedad y cómo evolucionó. En ese tiempo éramos una minoría (de mujeres) la que entraba a la universidad. Todavía a veces me siento sola en las comisiones, pero ahora hay más mujeres que hombres (estudiando) y se destacan”, explicó.
Herrera está consciente de que antes se creía que las mujeres eran menos inteligentes y que por tanto no servían para ser agrónomas ni ingenieras, profesiones que les eran vedadas.
El interés por las mujeres campesinas también ha sido una constante, pues, para Herrera, tienen otra vida y otro destino, pero son muy valientes. “Yo les digo a las mujeres que tienen que trabajar, que esa es su liberación”, puntualizó.
Papel y tridimensionalidad
El papel hecho a mano tiene cualidades que enamoraron a Herrera. Fue en 1986 cuando, por primera vez, entró en contacto con sus posibilidades expresivas, debido a que la sede del Centro Regional para las Artes Plásticas (Creagraf) estaba en Bellas Artes de la UCR.
La Organización de Estados Americanos (OEA) y el Estado costarricense patrocinaban con escasos recursos los cursos que ofrecía el organismo en litografía, metal, grabado en madera y fotografía, entre otras técnicas.
Herrera tenía conocimiento de una especialidad en Búfalo, Estados Unidos, por lo que, en acuerdo con Luis Paulino Delgado, director de la Escuela en esa época, invitó a un experto en papel hecho a mano y la artista “quedó fascinada”, al encontrarle muchas posibilidades.
De forma paralela, mientras era asesora del Centro Cultural Costarricense Norteamericano (CCCN), se estableció una relación con FLORICA, en la Florida, Estados Unidos, que estaba gestando un proyecto en torno al papel hecho a mano y se estableció una alianza.
De esta forma, recibieron a dos profesoras especializadas en la técnica, que en principio habían sido invitadas por la Universidad Nacional, pero que al final llegaron a trabajar a la UCR, para así dar inicio a una relación que impulsó el interés en Herrera, quien terminó haciendo una investigación de 10 años al respecto.
Herrera quería partir de la fibra misma para crear el papel antes que comprar la pulpa procesada en los Estados Unidos. De este modo, desarrolló un proyecto interdisciplinario que involucró a las carreras de Ingeniería Mecánica –con la construcción de máquinas–, Biología y Agronomía para apoyar las distintas etapas del proceso de confección del papel.
“Quería saber cómo se comportaba la fibra y qué efectos resultaban de su manipulación”, comentó Herrera, quien detalló que es una técnica legendaria, que a mitad del siglo pasado se redescubrió y se puso al servicio de los artistas plásticos.
A Herrera le complace que en el proceso de la elaboración del papel pueda intervenir estéticamente con relieves y ensambles, así como crear collages y otra gran cantidad de técnicas modernas, pues pasó de ser un soporte a un medio de expresión.
Posteriormente, la artista incursionó en la tridimensionalidad plástica con objetos del mar encontrados en la playa, como troncos que después interviene. “La madera del mar está curada, es casi piedra. Esas maderas yo las trabajo, les pongo una base y las pinto, a veces de forma libre, en otras la madera me sugiere una idea”, indicó.
Asimismo, desarrolló una investigación del triángulo equilátero en formato tridimensional. “Me di cuenta que los patrones de la naturaleza se repiten en las montañas, en las flores, en los troncos”, afirmó, y a partir de esa conclusión trabajó muchas versiones del arte triangular, hasta llegar a fundir, por ejemplo, la confección del papel con la forma geométrica.
Uno de estos trabajos es un libro arte que realizó basada en la técnica de los indígenas de golpear con una piedra las fibras con el fin de machacarlas en hilos, que luego usó para tejer el papel coloreado con los pigmentos del mismo material.
Hace 20 años, Grace Herrera se pensionó de la docencia al cabo de cuatro décadas de enseñanza, impartidos con paciencia sensible y entrega minuciosa. Su polifónica vida artística la canta plácidamente con la libertad de quien materializó su vocación irrumpiendo con fuerza un supuesto destino, que las mujeres continúan cuestionando para lograr la equidad y la realización personal.