José Francisco Correa presentó El Lago de la Memoria, su primera novela y la que logró volverlo a conectar con su natal Nicaragua. La obra cuenta la historia de Victoria, una mujer nicaragüense, excombatiente de la revolución, que después de 30 años de autoexilio vuelve a su país para reencontrarse con su hija y su nieta. En la novela, Victoria revisita el pasado con su familia desde un mundo de objetos perdidos impregnado de recuerdos.
Correa es escritor y publicista nicaragüense, sacó su bachillerato y licenciatura en publicidad en la Universidad de Costa Rica (UCR), institución en la que también es profesor. Además, es egresado de la Maestría en Administración de Medios de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y ha hecho múltiples publicaciones académicas sobre publicidad y el libro de cuentos Alguien Singular.
El escritor, que empezó a trabajar en este proyecto hace ocho años, explicó que escribir esta obra le ha permitido conectarse con su patria, que es Nicaragua: “En algún sentido, ha significado para mí una revisión de la historia, del papel que pude haber tenido o en el que pude haber participado en forma personal o alguien de mi familia”.
Para Correa, esta obra significa una reflexión sobre “la recuperación de la memoria y de las cosas importantes que has perdido a lo largo de tu vida”.
Esta obra es muy personal para usted y su historia también, ¿Qué lo impulsó a escribir sobre ello?
—Yo tuve un chispazo en el 2011 y escribí un post: “Se me perdieron cinco cucharitas de 12. Debe haber un cielo o un infierno de las cucharitas”.
Pero ahí no hay una historia, no hay nada. Yo sabía que dentro contenía una historia que podría haber sido audiovisual. Finalmente terminó dándose en forma de novela.
Pude haber escrito muchas historias a partir de esa idea. Sin embargo, en el proceso de depuración de todas las posibles opciones, el camino que fue señalando era el que yo tomé.
Con su trayectoria en publicidad y comunicación, ¿siente que esos conocimientos tuvieron un papel en la investigación y la construcción de la historia?
—Son fundamentales. Yo soy publicista, de tal manera que en el lenguaje hay un nivel de síntesis descriptivo sin llegar a ser tacaño con lo literario, que resultó ser un gran aporte. Esto permite al lector entregar lo significativo para completarla.
Por otro lado, está contenida en un mundo de cosas perdidas, que así como el Aleph, tiene todo aquello que se ha perdido, no solamente en la cotidianidad, sino a lo largo de la historia de la humanidad. Desde una obra de arte hasta un libro del cual se perdieron los originales, esculturas, edificios, tesoros perdidos, leyendas incluso… Este mundo está lleno de objetos y los personajes adoptan un nombre y tienen un pasado. Este nombre a veces está relacionado con una marca. En algún sentido uno lo puede conectar con lo publicista que soy, pero también tiene un hombre normal, de acuerdo con su contexto histórico.
Y los objetos, como tienen un pasado y pueden provenir de cualquier momento de la historia, entonces están conectados a momentos históricos, desde la caída del muro hasta la perestroika.
¿Tiene alguna historia en donde usted también, como los personajes, haya reconectado con la memoria al encontrar cosas inesperadas?
—Una vez estaba con mi hermano en la orilla del lago Cocibolca en Nicaragua, en Granada, escarbando en la arena y nos encontramos con una moneda de 1856, una cosa así. Era un un dime, una moneda 10, norteamericana. La pregunta es ¿qué hace esa moneda ahí?, ¿qué hace esa moneda de 1850 enterrada en la arena del lago de Nicaragua?
Sería mucha casualidad, digamos que se le hubiera caído a alguien de esa época que la perdiera de su colección porque la estaba viendo a la orilla del lago.
Entonces, yo atribuí que había sido extraviada por alguno de los integrantes de la tropa de William Walker. Esa historia no está contenida tal cual dentro de la novela, pero hay algo semejante, hay una persona que escarba en arena y encuentra algo.
Entonces, sí hay algunas referencias, no todas. Gran parte del trabajo que significó preparar la novela está relacionado con la investigación y con haber leído muchos libros relacionados con las cosas perdidas de la historia de la humanidad (…) Hay mucha lectura que realicé con el ánimo de poder meter muchas ideas y poder tener capacidad de contar. Uno no puede hablar de lo que no conoce.
¿Cómo fue la transición de escribir cuento a escribir novela?
—(…) Saltar a una novela es un trabajo bastante diferente, a pesar de las dificultades enormes que representa escribir un buen cuento (…) representa retos que yo desconocía.
Al principio traté de escribirla y no tuve resultados positivos. Decidí conversar con mi amigo Rodrigo Soto, que es un reconocido escritor nacional. En sesiones socráticas, casi que por dos años, nos juntamos todos los meses a ir conversando. Él haciéndome preguntas y yo tratando de encontrar respuestas para construirla. Yéndome a la casa a escribir y que él observara el proceso, el avance que iba teniendo y poder el propiciar las mejoras que eran necesarias de desarrollar. No fue sino gracias a su participación que la obra tomó su forma. Su aporte fue invaluable para mí.