En lo que constituyó un hito de disciplina y entrega en la primera mitad del siglo XX, una exposición recuerda la crítica literaria que entre 1949 y 1950 hiciera el ingeniero, arquitecto y dramaturgo José Fabio Garnier Ugalde, respecto de 100 novelas costarricenses.
En tiempos de pandemia por el COVID-19, dicha exhibición se puede apreciar en línea en la Biblioteca Nacional y permite un repaso por esa importante producción, de la cual más de la mitad permanece casi olvidada, por lo que es una ocasión propicia para que los lectores interesados hagan un recorrido.
Un trabajo de la Biblioteca Nacional titulado Cien novelas costarricenses se puede apreciar enteramente en línea, con solo visitar la página principal http://www.sinabi.go.cr/ y acceder al enlace “exhibiciones”.
La tarea, vista en retrospectiva, fue un esfuerzo titánico y descomunal por parte de Garnier, quien, con el singular espíritu de Esparta, Puntarenas, se entregó a comentar durante un año y medio, sin interrupciones, la novelística nacional, en una crítica que originalmente apareció en el diario La Nación y que años después recogería en un libro Mario Oliva, del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad Nacional.
En la lista se incluye El Problema, de Máximo Soto Hall, guatemalteco radicado en Costa Rica, y fue en su oportunidad considerada como una de las novelas pioneras en la temática del antiimperialismo en América Latina.
De esta novela dijo el crítico y profesor Álvaro Quesada: “La novela El Problema de Máximo Soto Hall (1871-1944), publicada en San José en 1899, debería ser considerada cronológicamente la primera novela nacional, de no haber sido escrita por un guatemalteco. Este hecho, junto con el espinoso problema que el autor se atrevió a evocar en el texto, son los únicos factores que podrían justificar la casi total ignorancia de que fue objeto esta novela por parte de la historiografía y la crítica literarias costarricenses”.
Como se aprecia, de los pocos que abordaron el texto de Soto Hall se encontraba Garnier, quien tenía ese olfato para incluso pedirle a algunos autores textos inéditos para comentarlos.
La larga lista de las 100 novelas incluye, entre otras, A París de Carlos Gagini, Abnegación de Joaquín García Monge, El clavel de Ricardo Fernández Guardia, El domador de Pulgas de Max Jiménez, El infierno verde de José Marín Cañas, El médico del pueblo de Arturo Castro Esquivel, El resplandor del ocaso de Francisco Soler y La Rosalía de Moisés Vicenzi.
De las 100 novelas que se reseñan, un total de 37 se pueden descargar para que el interesado pueda leerlas completamente y luego las compare con lo expresado en su oportunidad por Garnier.
El espíritu del río de Juana Fernández, En una silla de ruedas de Carmen Lyra; La trinchera, La bella herediana, Elisa Delmar y El amor a un leproso de Manuel Argüello Mora; Amor sublime de Luis Barrantes, La esfinge de Jenaro Cardona Peña, La sirena de Carlos Gagini, El hijo de un gamonal de Claudio González y La cruz de Caravaca de Caridad Salazar de Robles son algunos de los títulos que están disponibles con su texto íntegro.
En un país en el que la crítica literaria históricamente ha sido difícil, lo que ha hecho que muchas veces la cultura costarricense haya prescindido de ella en el sentido exacto del término, el legado que deja Garnier ha cobrado relevancia por sí mismo con el paso de los años.
En el término de 18 meses, el crítico se lanzó a recuperar gran parte de la novelística costarricense de esa primera mitad de siglo. La investigación de Oliva, incluso, determinó que Garnier comentó novelas que ni siquiera habían sido publicadas por los autores, lo que evidencia a la vez su compromiso y su acuciosidad.
Mención aparte merece el hecho de que Garnier comentara El valle nublado, la única novela de Abelardo Bonilla, que vio la luz en 1944. Ello por cuanto, en 1957, Bonilla iba a publicar Historia de la Literatura costarricense, un texto que marcaría un canon dentro de la literatura nacional y que incluso hoy es referencia obligada para los especialistas y para todo aquel que desee adentrarse en lo que representa la literatura en este país.
“Abelardo Bonilla es uno de nuestros más profundos ensayistas. De cuando en cuando, ese aspecto característico suyo se asoma en el desenvolvimiento de la novela El valle nublado”, apuntaba en su comentario Garnier.
La historia, que narra el regreso de Fernando González, en 1914, tras su estadía en Europa, es una mirada al ser costarricense y cómo muchas veces lo retrata con su lenguaje barroco y también hiperbólico.
Al final, concluye, Garnier: “Como se ve, una novela de pensamiento robusto y admirablemente documentada, valerosamente escrita”.
Con el desafío que en su momento se planteó Garnier, se convirtió en uno de los pioneros de la crítica literaria en el país, según destaca la propia exposición.
“Las reseñas de Garnier son consideradas la primera obra de crítica literaria de Costa Rica”, reza uno de los encabezados de la exhibición, que en su momento estuvo abierta al público y que ahora se puede apreciar por Internet.
De la lectura de un grupo de reseñas, se desprende que Garnier empleaba un estilo descriptivo y evitaba la confrontación, al apegarse a aspectos formales del texto, sin que buscase la crítica ácida, que años después, practicada por sucesivos colegas suyos, tampoco encontraría eco en la Costa Rica eternamente mojigata y conservadora.
En su faceta como crítico literario dejó los títulos Perfume de belleza (1909), La vida inútil (1912) y Literatura patria (1913). En este ámbito de la crítica fue un pionero, puesto que antes de sus trabajos solo se conocían Escritores costarricenses (1942) de Rogelio Sotela e Itinerario de la novela costarricense (1947) de Francisco María Núñez.
Como complemento a los comentarios de Garnier, la exposición cuenta con una breve reseña de cada uno de los 100 autores incluidos, lo que sirve como un punto de referencia.
POLIFACÉTICO
Una mirada a la vida de Garnier como creador deja entrever que se destacó como ingeniero, arquitecto, dramaturgo, periodista y crítico literario.
Garnier, quien nació en Esparza, Puntarenas, el 9 de agosto de 1884 y falleció el 18 de agosto de 1856, mostró su talento en varias facetas, muchas de ellas vinculadas con su visión humanista.
Su formación como ingeniero y arquitecto la realizó en Italia, en la Real Escuela de Arquitectura de la Universidad de Bolonia, por la que muchos años después iba a pasar un célebre profesor llamado Umberto Eco, autor, entre otras obras, de El nombre de la rosa, un bestseller mundial.
Una vez graduado en Italia, a donde llegó en 1904, Garnier se trasladó a Costa Rica en 1914, como cuenta la revista literaria La Prosa Modernista, donde ejerció una serie de oficios, no solo relacionados con sus profesiones directamente, sino también con ocupaciones ligadas a la educación.
De esta manera, fue profesor en el Liceo de Costa Rica, en el San Luis Gonzaga, en la Escuela Normal, de la que fuera su director, en el Instituto Clodomiro Picado y en el Instituto de Alajuela. En la Universidad de Costa Rica (UCR) dio clases de Filosofía de las Ciencias y de Psicología.
Como lo muestra su recorrido profesional, siempre fue un hombre de amplios intereses e inquietudes y se movió en diversos campos, incluido el hecho de que en su momento dirigió la revista Cordelia, con un enfoque femenino.
Como arquitecto será recordado por haber sido el que diseñó el Teatro Raventós, nombre que llevaba el inmueble en honor al hombre que financió dicha construcción: José Raventós Gual. La fachada de la iglesia de la Basílica de Los Ángeles, en Cartago, es de su autoría.
También fue un asiduo colaborador de periódicos como El diario de Costa Rica, El Imparcial, La República y El hombre libre, entre otros.
Y aunque pareciera que hasta aquí llega su acción, ello no es más que el comienzo, porque como dramaturgo efectuó un tesonero trabajo, al cabo del cual dejó un legado de al menos 40 obras, aunque solamente se decidió a publicar 12 de ellas.
Entre esas piezas se encontraban Día de fiesta (1907), Teatro (1912), Boccaccesca (1918), ¡Pasa el Ideal…! (1918), Agua Santa (1921), A la sombra del amor y Segundo coloquio qué pasó entre Escipión y Berganza (1921), Las siete hermanas (1924), El dulce secreto (1924) ¡Con toda el alma…! (1929) y El talismán de Afrodita (1929).
UN HITO
De igual forma, Garnier incursionó en la novela corta, con las narraciones
La primera sonrisa (1904), La esclava (1905) y ¡Nada!: novela dialogada (1906).
La esclava y La primera sonrisa fueron incluidas por Garnier en su ciclo de reseñas literarias, lo que para entonces y en la actualidad constituye un hito atípico, porque es extraño que un autor se autoevalúe en público y de manera formal, cuando arrastra el peso de tener que juzgar las creaciones ajenas.
“El autor escribió su segunda novela, La Esclava, en mil novecientos cinco. Era, entonces, estudiante en la Real Universidad de Bolonia, en donde escuchó las lecciones admirables del poeta civil Giosué Cardurci y del bardo eclógico Giovanni Pascoli”, escribió Garnier respecto a su segunda creación literaria.
“Al visitar la sala de los pintores españoles en Exposición que Venecia realizaba cada dos años, el autor tuvo oportunidad de detenerse en la contemplación de un cuadro en medio del cual realizaba su belleza melancólica, una interesante figura de mujer: la esclava de las propias y de las ajenas pasiones. Los colores admirables escogidos, el dibujo vigoroso, los detalles de aquella mártir del desenfreno, le inspiraron la idea generadora de su segunda salida por las llanuras poco gratas de la literatura”.
Y así prosigue su argumentación sobre La esclava: “Una modistilla hábil que, con su juventud y su belleza, vive riéndose del mundo y de sus incitaciones, es la protagonista.
“Su alegría constante, su desenfado ante las congojas de la vida, su desconocimiento de las rígidas fórmulas que la sociedad escrupulosa establece para muchachas como Limba, hacen que la murmuración hunda sus poderosos dientes en aquella pureza absoluta.
“La calumnia la obliga a dejar sus labores en una casa de modas. La realidad le hace conocer cuánta tristeza vive oculta en los corazones humanos. Cuando cree haber perdido todas las esperanzas encuentra empleo en una cantina de segunda orden en la que el servicio de café y de licores es hecho por mujeres jóvenes deliciosamente formadas”.
El abordaje de la mujer como epicentro de la vida no le fue ajeno a Garnier y lo refleja en esta novela de 1905: “Los clientes desean tomar por asalto la nueva fortaleza que se les presenta. Ella, que se siente protegida por su misma virginidad, sabe defenderse con toda energía de aquellos desalmados libertinos.
“Tiene que abandonar aquellas labores. Es en extremo honrada para servir en una cantina de valor secundario. De nuevo, a luchar con la miseria, con el hambre. En una palabra con todas las injusticias que el hombre se complace en tejer alrededor de los demás hombres”.
En su autoreseña, Garnier hace un interesante ejercicio y es que se limita a describir los principales rasgos de la novela, rehuyendo el adentrarse en adjetivos laudatorios.
En el comentario, además, se nota la vocación social de su producción, al caer la protagonista en las garras de la prostitución.
“Una celestina, llamada por ironía Inocencia, sabe orientarla por los senderos del vicio, hacia los cuales, los demás, sin pertenecer al gremio despreciable de la trotaconventos, había querido lIevarla, desde mucho antes”.
“Se convierte en una esclava de la ambición de la señora Inocencia. Allí, puede conocer muchas intrigas, muchas traiciones. Allí, satisface la lujuria de unos y de otros sin
encontrar goce alguno en tanta depravación. Una luz brilla en medio de aquellas tinieblas. Limba va a ser madre. La dicha se impone en su alma hecha de inquietudes hondas. Nace una niña. Con ella, y por ella, viene la redención de una mujer joven que no es, que no puede ser mala”.
Es hasta el final de la “autocrítica” que Garnier cede a la tentación de dejar caer en el texto un adjetivo. Y lo hace, como no podría ser de otra manera, desde la ironía, casi como pidiendo disculpas al lector por haber reseñado su propia creación.
“Tal es el argumento de la novelita: las almas se redimen del amor que mancha por medio de ese otro amor que enaltece: el sentimiento materno”, indica.
Como se puede apreciar, también, las reseñas del autor eran breves y lo que pretendían era despertar el interés en ir a buscar la obra completa, para que de esa manera el lector pudiera adentrarse en los meandros lingüísticos y semióticos, en un género inigualable como lo es la novela cuando se pretende retratar una sociedad como la costarricense.
El empeño titánico de Garnier tendría pocas réplicas en la segunda mitad del siglo XX en Costa Rica, pese a la facilidad que ofrecían para entonces los avances tecnológicos.
Dado que para caminar por la selva literaria costarricense se necesitaba del ejercicio del criterio, como bien definió el escritor Mario Benedetti a dicho oficio, para hacerlo en esta pequeña suiza centroamericana, muchas veces los críticos, literarios y de dramaturgia, llegaron al extremo, casi inverosímil, de que fueron amenazados y señalados en público por aquellos a quienes no les gustaban las apreciaciones de sus obras.
De modo tal que la exposición “100 años de novelas costarricenses” es un valioso aporte para adentrarse en este género que hace tiempo fue olvidado o en el mejor de los casos quedó rezagado. Incluso es una ocasión de oro para recuperar a un personaje con excesivos tintes literarios como es el propio José Fabio Garnier, que por las luces que se desprenden de sus reseñas y las empresas educativas y culturales emprendidas a lo largo de su vida, se nota a las mil leguas que no solo bebió en el “itsmo” de su época, sino que además cargaba con esas pesadas cadenas que el romanticismo había desperdigado, de una vez y para siempre, en su mundo eternamente utópico.