El exfiscal general Francisco J. Dall’Anese muestra en La huella de los zopilotes el homicidio perpetrado por el entonces defensor público Luis Fernando Burgos, en un caso que conmocionó al país en 2006 y que cerró su círculo con el suicidio del protagonista el 6 de octubre de 2008.
La historia recrea el caso a través de los protagonistas Manuel Araya (Manolo), María Fernanda Zamora y el fiscal general Julián Santerra, personajes secundarios como la policía Marcela López, el fiscal coordinador Héctor Vargas, el jefe de homicidios Fernando Negro y personajes que aparecen en momentos puntuales como Max Gordillo, al que vinculan siempre con sus artículos en el periódico Nota Roja.
La novela, que responde a una estructura típica del género negro, tiene buen ritmo, sabe dar golpes de sorpresa y está cuidada en su escritura.
En La huella de los zopilotes queda patente cómo ciertos sectores del Poder Judicial se mueven por la corrupción a sus anchas. Y esa vocación, estrictamente literaria, puede encontrar con cierta facilidad asideros en el mundo real.La historia transcurre en un espacio de ocho días, en los cuales el narrador demuestra que conoce los procesos judiciales, tanto los que tienen relación directa con el proceder de una fiscalía como elementos más técnicos.
La huella de los zopilotes se publicó por primera vez en 2012 en el sello Alfaguara y ahora tiene una nueva edición en Debolsillo, de Penguin Ramdom House.
En general, es una apuesta interesante que pocas veces se aprovecha en Costa Rica, en donde los casos judiciales, como en el resto del mundo, están llenos de historias secundarias y detalles humanos que permiten hacer buena literatura.
En correlación con el guion de la novela negra, que contiene un matiz social, en este caso uno de sus subtextos es la agresión a la que se ve sometida la mujer, situación que muchas veces en el país pasa a un segundo plano.
El móvil de la muerte de María Fernanda Zamora se vincula con la idea del protagonista de que lo engaña con dos amantes, lo que provoca que se desencadene todo el torrencial que llevará a Manolo Araya a perpetuar el crimen.
Es entonces cuando aparecen los celos, que es un recurso que queda establecido pero que sale a relucir pocas veces en el texto.
Tras la lectura de la novela, se tiene la sensación de que el título no hace honor a la historia que se cuenta, pues pudo ser mejor y más representativo que La huella de los zopilotes, cuya evocación para desentrañar el meollo del crimen se queda corto.
La historia transcurre entre la trama principal que cuenta lo sucedido con la jueza María Fernanda Zamora y una historia secundaria, que por ratos se vuelve paralela, como es la muerte del periodista Fabio Alfaro.
El caso le hace un guiño al crimen perpetrado contra la periodista Ivannia Mora en 2003 y que por distintos procedimientos quedó impune, a pesar de que todos los dardos apuntaban al empresario Eugenio Millot como autor intelectual.
Este crimen, como el de Maureen Hidalgo, está bien recreado, bien documentado y contado, aunque por ratos se extraña la pericia del narrador a la hora de manejar el suspenso, el cual si se hubiese explotado mejor hubiera dado con una obra que atraparía mucho más al lector.
No obstante, si se pone en la balanza de los textos que usualmente se publican en el país, La huella de los zopilotes debería animar a su autor a continuar por esa senda, porque se nota que conoce del tema, debido a que maneja muy bien cómo son los ambientes internos en el Ministerio Público, la Corte Suprema de Justicia y el Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
En los tiempos modernos, en los que las plataformas están llenas de series relacionadas con el crimen, La huella de los zopilotes es un buen desafío para los lectores que quieran hacer un maratón y leerla en un par de días, dado que es un texto breve de 266 páginas.
La novela, eso sí, cae en un tecnicismo molesto y repetitivo, que se convierte en un ruido a lo largo del texto, el cual el autor pudo evitar y ganar con ello mayor fluidez en la narración.
Un caso muy sonado
El 25 de septiembre de 2007, un año y dos meses después de perpetrados los hechos, el 11 de julio de 2006, el defensor público Luis Fernando Burgos fue encontrado culpable de haber matado a su esposa por asfixia. La pena impuesta fue de 35 años de cárcel.
Manuel Cabezas, jefe de homicidios del OIJ, calificó en su momento a Burgos como el mejor defensor público que tuvo el país durante varios años, ello por su capacidad para armar los casos y defender con pruebas fehacientes a los acusados.
Tras la desaparición de Hidalgo, puesta la denuncia en el OIJ e inicio de las distintas pesquisas, pasaron varios días hasta que apareció el cadáver en Atenas. Tras el hallazgo, Burgos participó en la vela y en el funeral, momento en que ya las propias autoridades sospechaban que el marido de Maureen podría ser el agresor.
El hecho de que Burgos fuera un reconocido defensor público y de que su esposa también trabajara en el Poder Judicial, hicieron que el caso tuviera un gran despliegue por parte de los medios de comunicación, así como su respectiva cuota de morbo.
Hidalgo tenía solo un año de casada cuando Burgos la mató y trató de ocultar y desaparecer el cadáver con la ayuda de allegados, los cuales se negaron a colaborar en esas indignas tareas.
En ese contexto, de tejes y manejes, no obstante, fue acusada de faltar a la lealtad de sus labores la fiscal Zulay Rojas, quien luego fue despedida del Poder Judicial en marzo de 2007. Las autoridades cuestionaron el proceder de Rojas de no informar sobre la confesión que le había hecho Burgos, en la cual aceptaba que había matado a su esposa, así como el hecho de que la fiscal le insinuó cómo podía deshacerse del cuerpo sin dejar huellas.
El caso, con un amplio despliegue mediático, conmocionó a la opinión pública costarricense y se cerró de forma trágica, como si un autor de novela negra hubiese preparado el final, cuando se anunció el suicidio de Burgos en la cárcel de La Reforma el 6 de octubre de 2008.
Desde entonces, el caso estaba ahí, a disposición de un novelista que se atreviera a hacer esa traslación que sucede en casi todo libro, incluidos los de literatura fantástica o de ciencia ficción, en las que siempre hay algún indicio que conecta con la realidad.
El abordaje que hace el autor en La huella de los zopilotes es un acercamiento que busca, desde la ficción, armar pieza a pieza el rompecabezas y el móvil del crimen.
A diferencia de lo que ocurre en la vida real, la novela llega hasta un punto y cierra la narración sin agotar del todo la historia, por lo que queda abierta la opción de que otros autores puedan abordar el mismo asunto desde otros puntos de vista.
Ruidos
La precisión es imprescindible en un texto periodístico, que se ha de sostener por la comprobación de las fuentes, pues es lo que le da veracidad a la historia.
En literatura, no obstante, la precisión no siempre da fluidez y verosimilitud al texto, y puede convertirse en un búmeran.
Eso es lo que sucede en La huella de los zopilotes. El narrador, cuando se va a referir al homicidio de la jueza María Fernanda Zamora, apela al uxoricidio, con el fin de llevar la precisión a un punto incuestionable.
Al margen de que en algunos ámbitos judiciales se hable así, ello no sucede en la vida real, por ende, la novela peca con este tecnicismo, porque el término es invocado no solo cuando el narrador —omnisciente— cuenta la historia, sino también por otros personajes.
El autor, de esta forma, consigue el efecto contrario al que posiblemente pretendía: ganarse la confianza del lector.
Por eso, se produce el alejamiento, y cada vez que la palabra uxoricidio es invocada, aparece por primera vez en la página 38, el texto en lugar de ganar verosimilitud pierde credibilidad, porque hace dudar de un narrador que busca ser exquisito en el sitio equivocado.
A propósito de esto, Jorge Luis Borges solía decir que la ambigüedad en literatura era el gran sello de esta. Así que, en vez de recurrir con excesiva frecuencia al uxoricidio, el autor pudo recurrir a ciertos sinónimos para contar la misma historia con la fluidez que demanda una novela.
“Manolo —dijo al mostrarle una copia de la carta que minutos antes había dirigido al fiscal coordinador Héctor Vargas—, con mucha pena te vamos a intimidar como presunto autor de uxoricidio”, se lee en la página 45.
He ahí el detalle: precisión versus literatura. Y pierde por goleada la literatura, que es el terreno de la imaginación, de la creatividad y del lenguaje que no siempre ha de ser espejo del diccionario, donde se diseccionan las palabras al tiempo que se pierde su espíritu esencial.
En el blanco
A pesar de que en Costa Rica haya una riqueza de situaciones que podrían generar una interesante narrativa desde la novela negra, el país no cuenta con una gran tradición en este género.
De ahí que la propuesta de Dall’Anese es bienvenida, ya que recurre a una fuente de la que pueden salir numerosos casos que, una vez pasados por el tamiz literario, adquieren una nueva dimensión. Muchas veces la realidad se recuerda mejor desde esta trinchera que desde el ámbito fáctico.
La historia clásica aquí es lo que le sucedió a Tomás Eloy Martínez con Santa Evita. En la novela, Evita hace la siguiente afirmación: “Volveré y seré millones”. En la vida real, Evita nunca pronunció una frase de esa magnitud, pero cuando el escritor salió a aclarar ese detalle a la prensa argentina, ya era muy tarde, debido a que los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales y una serie de colectivos de distinta índole se habían apropiado del término y salieron a desmentirlo, por lo que Martínez no tuvo más remedio que aceptar que muchas veces la ficción se impone a la realidad.
De igual manera, está el caso de los muertos evocados por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, los cuales en la novela son cerca de tres mil, pero en la realidad fueron muchos menos. Sin embargo, cuando las autoridades de Aracataca se referían al hecho lo hacían con base en el dato de la citada novela.
De ahí que la apuesta hecha por el Dall’Anese de novelar un hecho que conmocionó a la opinión pública costarricense es un buen síntoma para una literatura que muchas veces se ha rehusado a ubicar sus novelas en escenarios nacionales, y con una temática que, si bien puede partir de un elemento local, a su vez puede ser leída fuera de las fronteras del país.
Es el caso de La huella de los zopilotes que se centra en los dos casos ya citados, podría leerse con agrado en cualquier país de habla hispana.
Fresco social
La novela negra no solo es entretenimiento, sino que con el paso de los años se ha erigido en un extraordinario sistema para la denuncia social. Así la corrupción, las componendas, las organizaciones criminales y los bajos mundos son objeto de su abordaje.
De ahí el respeto que se ha ido fraguando este género, que muchas veces fue considerado menor, pero que hoy goza de una salud inmejorable tanto en el ámbito hispánico como anglosajón.
Sobre la novela negra, Sergio Ramírez, Premio Cervantes, escribió: “[…] Entonces el género sirve, como en ninguna otra literatura, para retratar las sociedades en que vivimos, como una nueva manera de realismo literario, más eficaz que cualquier otro. O una especie de naturalismo del siglo veintiuno, lo negro, lo sucio, lo descarnado. Destapar el albañal”. Lo dijo Ramírez en el artículo Historia negra, novela negra, publicado en el año 2017.
Así, por ejemplo, En La huella de los zopilotes queda patente cómo ciertos sectores del Poder Judicial se mueven por la corrupción a sus anchas. Y esa vocación, estrictamente literaria, puede encontrar con cierta facilidad asideros en el mundo real.
Otro sustrato que salta a la vista de la novela analizada es la violencia machista contra las mujeres, la cual la sufre la propia protagonista María Fermanda Zamora.
En Costa Rica, pese al valor que ha adquirido este género en el mundo, hay pocas manifestaciones de novela negra. En ese ámbito se han adentrado autores como Óscar Núñez con En clave de luna, en la que se cuenta la historia del psicópata, tema que mantuvo en vilo a la población nacional durante muchos años, sin que se cerrara el círculo de quién era el nefasto autor de esos crímenes.
Justamente donde el periodismo encuentra límites, ahí pide paso la ficción, a través de la cual se puede retratar una época o momentos puntuales de una sociedad.
De esta forma, la corrupción actual con el caso “cochinilla” podría ser material invaluable para los novelistas costarricenses una vez que logren tomar distancia del citado proceso.
Verano Rojo de Daniel Quirós, El amanuense solitario y Herido de sombras, de Mario Zaldívar, y Herencia de sombras, de Samuel Rovinski, se inscriben dentro de este estilo de novelar, no obstante, carecen de esa tradición que les proporciona el lector que espera estas creaciones.
En Herido de sombras se visualizan los experimentos contra la vejez que realizó en Costa Rica el doctor Clorito Picado. Ambientada en San José, la historia narra, con un lenguaje oportuno, el secuestro en el que se ve envuelto el escritor Mauricio España y que luego desencadenará una serie de acontecimientos, mientras a lo largo del texto se repasan las ideas que contra la senectud tenía el sabio costarricense.
En Herencia de sombras, como es característico en el género negro, se parte de descifrar un crímen en el que se ven atrapadas dos familias de abolengo y tiene como escenario la capital costarricense.
Es evidente que, al país, en el campo de la novela negra, le falta tradición para que las distintas apariciones en esta área no se perciban como propuestas aisladas.
De forma tal que la nueva edición de La huella de los zopilotes responde a un viejo desafío de la novela costarricense, que, mediante este género, podría contar las historias que van más allá del periodismo y que contribuyen a crear un fresco en las sociedades en que se desarrollan.
Esa tradición sí existe en países como Argentina, España, México, Inglaterra, Noruega y Suecia, entre muchos otros, de donde han salido magníficas novelas que al tiempo que entretienen a los lectores en los tiempos de Internet, sirven para retratar a sociedades en las que la corrupción siempre mueve sus hilos, pese a las disímiles condiciones económicas y políticas de una y otra nación.
La novela negra se ha vuelto tan relevante en la literatura actual que ya dejó de considerársele una literatura de segundo grado para pasar a ocupar lugares de privilegio, con lo cual los cultores del género le asestaron un golpe maestro al canon.
Por eso, La huella de los zopilotes acierta cuando apela a un hecho que ya tiene sus referencias en la memoria colectiva del costarricense, y es una mirada distinta para asomarse a un sistema judicial que parece un país en sí mismo: con sus reglas, sus códigos, sus submundos y sus truculencias, a tal punto que no es de extrañar que las aves carroñeras, las reales y las metafóricas, revoloteen por sus contornos.
Tras La huella de los zopilotes
Quienes deseen leer de primera mano la novela del exfiscal general Francisco J. Dall’Anese, podrán adquirir la novela en las distintas sedes de la Librería Internacional por el precio de ¢10.800. La nueva edición estuvo a cargo de Debolsillo del grupo Ramdom House.
[caption id="attachment_223917" align="alignleft" width="361"] La huella de los zopilotes novela el caso del defensor público Luis Fernando Burgos, quien en 2006 mató a su esposa Maureen Hidalgo, en un caso que conmocionó a la opinión pública nacional. (Foto Debolsillo).[/caption]