Los transeúntes despistados se detienen un momento frente al ventanal de la Librería Lehmann, en Avenida Central, para confirmar que lo que están leyendo es real: “Nueva entrada a la vuelta, sobre calle 3, 150 m Norte del Teatro Nacional”.
El aviso no llama a engaño. Algunos, estupefactos, se detienen y leen el resto de las informaciones pegadas en las ventanas. Otros aprovechan para hacerse una última foto o para ingresar a la librería que pronto dejará de operar en ese edificio y se mudará “a la vuelta”, como reza la advertencia.
El 30 de setiembre de 2019, tras 103 años de atender a los clientes que ingresaban por la Avenida Central, Lehmann dejó esa vitrina y entrada para trasladarse al edificio que la empresa posee frente al Omni. El motivo del traslado es que no pudo lograr un acuerdo con el Hogar de Ancianos Carlos María Ulloa, actual propietario del inmueble, el cual le fue conferido mediante una donación.
Las diferencias entre Lehmann, cuyo actual gerente es Antonio Lehmann Gutiérrez, y las dos más recientes juntas directivas del auspicio Carlos María Ulloa, dueño del inmueble en que operaba la librería, acabaron con una tradición de más de un siglo. Desde el tiempo de las carretas hasta de los carros eléctricos, los costarricenses que iban en busca de útiles escolares y de libros cruzaban esa puerta para ingresar a un negocio que responde al menos a tres generaciones.
En el último mes en que operó la librería en su habitual espacio, las miradas de asombro por los avisos pegados en las ventanas que daban a la Avenida Central, así como la nostalgia que se percibía en el ambiente, con algunas fotos de los primeros años como telón de fondo, predominaron en el entorno. Hasta los propios empleados de Lehmann dejaban traslucir su tristeza por el cambio que se les venía encima.
Uno de los empleados, que pidió no ser identificado, dijo que llevaba 37 años de laborar en ese edificio y que no podía dejar de sentir que “algo” se quedaba atrás, no solo como parte del negocio para el que trabajaba, sino también un “algo” personal vinculado completamente a su historia de vida.
Mientras las numerosas palomas que tienen copada la Plaza de la Cultura y que dejan sus excrementos en el Teatro Nacional, el propio edificio en que estaba Lehmann e incluso el inmueble en el que se ubica el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, hacían estragos, los transeúntes a mediados de setiembre se quedaban asombrados por los avisos del adiós de la librería, dado que desconocían el sustrato histórico que daba pie a la historia.
EL ORIGEN DE TODO
Después de la declaratoria de guerra de Costa Rica a Japón, el 8 de diciembre de 1941, y a Alemania e Italia, el 11 de diciembre de ese mismo año, se empezó a dar una persecución a algunos ciudadanos alemanes e italianos radicados en el país.
Es en ese contexto cuando Antonio Lehmann Ringwald traslada la propiedad donde se ubicaba la Librería Lehmann a Enrique Kern Diringer, con el fin de que ante las posibilidades de expropiación la familia y el negocio no se vieran afectados.
Kern es de la entera confianza de los Lehmann y es por esa razón que recibe tamaño encargo, como quedó contado por Lehmann Ringwald en el Juzgado Civil de Menor Cuantía del Segundo Circuito Judicial de San José cuando el propietario acudió por segunda vez a la justicia costarricense con el fin de que se le estableciera un alquiler del inmueble —que, antes de que se precipitara la Segunda Guerra Mundial, le pertenecía— en condiciones que le permitieran seguir operando en el corazón de San José.
“Es cierto que el canónigo Enrique Kern Diringer, mayor, soltero, sacerdote católico donó mediante la Fundación Monseñor Kern al asilo mencionado la propiedad donde está establecida hoy en día la Librería Lehmann, fundada por Antonio Lehmann Merz, abuelo del suscrito, en 1896, a consecuencia de una invitación que le hiciera el arzobispo de Costa Rica en ese entonces, Dr. Bernardo Augusto Thiel, para que en conjunto con la Editorial Católica Herder, de Friburgo, Alemania, establecieran una en este país, como soporte cultural a su desarrollo”.
El relato anterior es parte del alegato que hiciera Lehmann Ringwald mediante una carta presentada en el citado juzgado de San José, en el 2000, cuando trataba de lograr un alquiler acorde con la operación de su representada, dado que a partir de 1979 las diferencias con las distintas juntas directivas del hogar de ancianos comenzaron a exacerbarse.
Ante el clima de incertidumbre por la situación que se vivía en esos momentos en el país, con la Primera Guerra Mundial ya consumada y con los vientos que anunciaban la Segunda, el 23 de febrero de 1939 monseñor Kern transfiere la propiedad de Lehman a su ama de llaves: María Ramírez Sáenz. A partir de este momento Ramírez será un personaje clave para entender cómo y por qué los Lehmann pierden la propiedad que hoy legal y legítimamente le pertenece al Hogar de Ancianos Carlos María Ulloa, que lo alquilará a la empresa de capital ecuatoriano Eta Fashion, que ya opera otras tiendas en el país, como en el caso del Lincoln Plaza, en Moravia.
Tanto Kern como Lehmann Ringwald fueron deportados del país y sufrieron prisión en el campo de Crystal City, en Texas, Estados Unidos, entre 1942 y 1946.
Al regreso de Kern al país, en 1948, Ramírez le devuelve la propiedad para que este a su vez la pueda reintegrar a la familia Lehmann. Pero al final no lo hace porque Lehmann Ringwald había perdido las acciones de la librería que de buena fe había entregado al doctor Peña Chavarría, quien una vez dueño de ellas optó por no devolverlas a su legítimo dueño hasta tanto este no lo indemnizara.
En este tiempo ocurre una situación que sería trágica para el desenlace de la historia para los Lehmann: la muerte del padre Kern. Ante esta situación, la propiedad vuelve a pasar a manos de Ramírez Sáenz y esta, finalmente, convencida por uno de los sacerdotes del Carlos María Ulloa, decide hacer la donación a este asilo para adultos mayores. Así lo explica en su oficina Antonio Lehmann Gutiérrez, actual gerente de la librería y quien tomó la decisión de romper relaciones con las dos últimas juntas directivas del citado auspicio.
Hace 15 años, Lehmann Ringwald ya sospechaba que la permanencia de la librería donde había estado casi por un siglo estaba en peligro, y así lo advertía en el documento en cuestión y presentado en el Juzgado de menor cuantía del Segundo Circuito Judicial de San José: “Frente a estas situaciones le he propuesto a las diversas juntas directivas del Asilo Carlos María Ulloa canjear esa propiedad por un terreno suficientemente grande en el cálido ambiente del cantón de Belén, en la provincia de Heredia, para poner término a nuestra disputa inquilinaria. Sin embargo, la poca visión empresarial de estas ha ignorado esta propuesta por simple comodidad de no hacerle frente a la realidad urbana de este siglo XXI”.
Los problemas con el Carlos María Ulloa comenzaron, explica Lehmann Gutiérrez, a partir de 1979 y en lo sucesivo se fueron complicando. Esa situación llegó a un punto de quiebre en 2017, cuando la librería, cuyo edificio fue declarado patrimonio histórico en 2016, sufrió una inundación porque el sistema de canoas colapsó.
“Tuve que esperarme dos años para que la Junta Directiva del Carlos María Ulloa me atendiera, y cuando les dije que debían indemnizarme con cuatro mil dólares por las pérdidas me dijeron que jamás, que eso era imposible y más bien argumentaron que iban a aumentarme el alquiler”, puntualizó.
COMUNICACIÓN ROTA
Lisbeth Quesada, actual presidenta de la Junta Directiva del Carlos María Ulloa, sostuvo que “ellos no echaron a la Lehman”, sino que fue Lehmann Gutiérrez quien pidió un finiquito, el cual en un principio llegaría hasta el último día de agosto, pero que luego solicitaron un mes más para realizar los cambios de la librería al edificio ubicado en calle 3.
“Ellos no plantearon ninguna negociación. No nos dijeron nos queremos quedar y podemos pagarles un poco más. Nada. Inclusive, ellos lo que pagan son quinientos y un poquito más, y desde 2015 a la fecha no hemos subido el alquiler”.
Al respecto, Lehmann Gutiérrez aclaró que la librería pagaba mensualmente la suma de ¢5 millones, por lo que el dato suministrado por Quesada responde a un error involuntario.
En este sentido, Lehmman Gutiérrez detalló que existía la pretensión de la Junta Directiva del Carlos María Ulloa de que esa cifra debería de aumentar de forma ostensiva, por lo que ellos optaron por poner fin a la relación que durante toda la vida habían mantenido con el asilo, una vez que había muerto Ramírez Sáenz.
En relación con la deuda de la Lehmann, que llegó a ser de ¢30 millones, Quesada puntualizó que les pusieron un desahucio para obligarlos a cancelar seis meses.
Ante ello, Lehman Gutiérrez reconoció que esa situación se dio, pero que fue porque la operación de traslado demandaba dinero, así como porque en un principio la directiva no tuvo ni siquiera la cortesía de atenderlo para explicarle las pérdidas que la lluvia había ocasionado y que para tal fin tuvo que esperarse dos años.
“Les pagamos todo, porque el honor de la familia Lehmann está por encima de cualquier situación”, manifestó Lehmann Gutiérrez, quien no oculta el dolor que le causa a él y a los empleados el tener que haber dejado el inmueble que los acogió durante un siglo.
ANTES QUE UNA TIENDA
Quesada aseguró a UNIVERSIDAD que si por ella fuera convertiría a la Lehmann en un centro histórico y de conferencias, antes que tener que alquilarlo como finalmente sucederá.
“Le voy a decir lo que a mí me gustaría hacer, que en este momento no es posible. Me gustaría tomar ese inmueble y darle la belleza y el esplendor que tienen esos edificios neoclásicos de San José y convertir el local en un centro de cultura, de exposición, de conferencias, y en un centro histórico. Que tenga la historia del propio edificio. Que tenga la historia del benemérito hogar Carlos María Ulloa, que empezó como un hogar de mendigos, luego se transformó en un auspicio y después en una asociación.
Me gustaría que se pudiera dar todo lo histórico del lugar y lo histórico de la atención del adulto mayor en Costa Rica. Que se pudiera educar con respecto al adulto mayor. Que se convirtiera en una especie de centro de enseñanza. La asociación de alzheimer tiene que pagar cada vez que da un curso y explicaciones a la familia. ¿Por qué no convertir el edificio en un centro educativo?
Me gustaría devolverle gloria y esplendor y convertirlo en un centro de conferencias. Porque los costarricenses somos muy dados a botar los edificios como la Biblioteca Nacional, que fue un gravísimo error y hoy su lugar lo ocupa un parqueo.
Yo soy historiadora. Estudié historia y geografía. Cómo es que botamos la plaza de artillería para construir el Banco Central. Bueno, se necesitaba, pero se toman las fotos y se hacen los estudios necesarios del lugar y dentro del Banco se crea un piso para la historia de la plaza de artillería, lo que estaba adentro, el palacio nacional, los muebles maravillosos en madera que tenía. Todo eso se preserva para la historia; pero no, nosotros los costarricenses derrumbamos todo.
Eso es lo que a mí me gustaría hacer con el edificio de la Lehmann, pero sabe cuál es el problema: que el Estado costarricense para patrimonio nacional y esas cosas tiene un presupuesto reducido. Son muchos los edificios que son declarados patrimonio nacional que hacen lista de espera y, lo más importante, el Carlos María Ulloa no tiene el dinero para hacer algo así.
El benemérito hogar depende del alquiler de los poquitos inmuebles que tiene para la atención de los adultos mayores. Nosotros contamos con 200 adultos mayores y el costo de su atención solo es sufragado por el Estado en un 25 por ciento, el restante 75 por ciento se lo tiene que agenciar el hogar con sus propios medios”.
LA INTERNACIONAL AL ACECHO
Lehmann Gutiérrez sostuvo en una amplia entrevista con UNIVERSIDAD que uno de los interesados en ocupar el espacio que dejaba Lehmann era la Librería Internacional.
“Lo tengo registrado en las cámaras de video de que personeros de la Librería Internacional vinieron al menos en dos ocasiones a ver el edificio y en una de ellas les dije cómo estaba la situación. Ese es un edificio que no tiene ni agua ni luz propias, porque se abastecía del otro edificio que nos pertenece. Les dije, también, que debían saber de las condiciones del inmueble, de la situación que se vivía con las canoas que se llenaban producto del excremento de las palomas. Y les dije que era un edificio construido en bahareque que había sufrido daños durante el terremoto de Limón y de Cinchona.
También les expliqué que si la Librería Internacional quería operar ahí, tenía que hacer frente al derecho de llave que iba a exigir Lehmann”.
Ante esta situación, Gutiérrez Lehman expresó que “es una tienda de capital ecuatoriano” la que finalmente estaba interesa en ocupar lo que por un siglo estuvo lleno de libros.
Todo apunta a que es Eta Fashion, la firma que tendrá que solicitar los permisos respectivos para que le permitan adecuar el edificio patrimonial para vender ropa.
ADIÓS REITERADO
Rodeado de fotos, documentos sobre la propiedad y muchos recuerdos vividos por él y que provienen de tres generaciones, Lehmann Gutiérrez no oculta la nostalgia que lo invade por dejar la entrada de oro que daba a la Avenida Central.
“No hay duda de que es un gran punto, por el que por tantos y tantos años entraron entre 3.000 y 5.000 personas a diario; pero nosotros con las nuevas condiciones que nos pedían no podíamos exponer el patrimonio de la empresa. Tuvimos que hacer lo que se hace con el cáncer: cortarlo de raíz”.
Terminada la entrevista de más de tres horas, Lehmann Gutiérrez todavía tiene energía y paciencia para darle un recorrido al periodista por lo que fue la Lehmann, que ya desmantelada y entre sombras tiene un aspecto extraño. Afuera, por la Avenida Central, los transeúntes y los curiosos no dejan de parar para mirar los ventanales y constatar que una tradición de más de un siglo está a punto de extinguirse para abrir “a la vuelta”, en la calle 3, por donde la Librería Lehmann quiere ampliar el hito de seguir perteneciendo a una sola familia durante 123 años.
“Somos la librería más antigua de América Latina en manos de una sola familia. Hay una que tiene más años en Argentina, pero ha pasado por 17 familias. Y está la Librería Porrúa en México, pero también ha tenido varios propietarios”, dice Lehmann Gutiérrez, mientras en sus palabras se mezcla el orgullo por el hecho de que su familia ha sacado a flote la empresa y la melancolía por saber que después del 30 de setiembre empieza una nueva era de la Lehmann, tras perder la batalla por una propiedad que una vez les perteneció.
La guerra, los nazis, los aliados y el azar se confabulan en esta historia convulsa y cinematográfica, humana y frágil que explica el traslado de una librería que, como tal, es ya un patrimonio intangible de la cultura nacional.