Cultura

Elegía para Roxana Campos, ave precursora del teatro

Rotundamente libre, empoderada, comprometida, apasionada, talentosa. Así describen algunos de sus amigos entrañables a Roxana Campos, quien murió el domingo 8 de noviembre con 72 años.

La actriz, directora, dramaturga y profesora Roxana Campos se casó con el teatro, con el arte, con la vida, radicalmente, como radicalmente vivió a lo largo de sus 72 años.

Así la recuerdan quienes disfrutaron de su risa y de su voz, de su humor, de su potencia escénica, de ese magnetismo que despertaba en las tablas y que provocaba que no se olvidaran sus actuaciones.

Como no se olvida Pozzo, ese personaje que interpretó (de la obra del absurdo Esperando a Godot de Samuel Beckett), junto a un elenco conformado por cinco actrices.

Mujeres actuando hombres, ella sin su pelo cortito, lacio y negro azabache que la caracterizaba, pues a solicitud del director se tuvo que rapar.

Eso de cortarse el pelo con “una cero” parece ahora -quizá- insignificante; sin embargo, en aquella época causó conmoción, al punto de salir en las noticias y que algunas personas fueran a ver la obra solamente para presenciar tal acto de “rebeldía”.

Campos fue así: rebelde. Una mujer de palabra y hechos.

No toleró que una maestra no le entregara un premio por una obra que escribió en el colegio y en protesta hizo una fogata en un aula; tampoco aguantó trabajar en la Corte Suprema de Justicia como secretaria o permanecer en el elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro (CNT).

Con ese mismo talante, pero sobre todo como una mujer libre, la recuerda el director de teatro Luis Carlos Vásquez.  “Tenía una gran libertad. Logró hacer lo que quería y para eso hay que tener libertad”, enfatizó en conversación con este semanario.

Vásquez conoció a Roxana hace 42 años cuando él migró de su natal Colombia a Costa Rica. Desde entonces prevaleció entre ellos una gran amistad, a tal punto que Valentina, hija de Campos, es su ahijada.

Luego de trabajar en la CNT, con ímpetu y seguridad empezó con las andanzas del grupo de teatro experimental y de creación colectiva Tierranegra, que dirigió Vasquez por varios años, hasta que se disolvió.

La visión de Tierranegra era política, comprometida con las realidades injustas de Costa Rica y América Latina, y los montajes reflejaban ese compromiso.

“Lo que nos interesaba era decir la verdad de las cosas y ella tenía muchas ganas de ser protagonista de esos cambios y comunicarse teatralmente de una forma diferente que no fuera la tradicional”.

Después de Tierranegra compartieron proyectos en muchas ocasiones, pues siguió destacándose con una trayectoria que consolidó como reconocida y premiada actriz, directora, dramaturga y docente.

“Yo la describo como una de las grandes actrices costarricenses”, concluye. Una ave precursora del teatro costarricense, eso es para Vásquez. “Era genial y me va a hacer muchísima falta. La voy a extrañar muchísimo”.

Para su amigo, compañero de tablas y de creación teatral, Ronal -Chumi- Villar (artista plástico y escenógrafo), Campos fue militancia con la vida.

“Si ella decía que se comprometía, lo hacía hasta las últimas consecuencias. Desde que empezó a hacer teatro lo asumió con esa pasión; no le quedaba de otra, su compromiso era esa fuerza que se expresaba en el escenario”.

Villar reconoce que Campos marcó su vida de forma indeleble. La conoció en un montaje infantil, cuando él venía saliendo de un taller de escenografía con Saulo Benavente. “Desde ahí hicimos una amistad que duró hasta que dure, porque seguirá existiendo”.

La había visto en el escenario y, para él, era una personalidad que marcaba la diferencia por su fuerza como ser humano y mujer.

La manera de enfrentar la vida y expresarse fue su herramienta de trabajo, de comunicación, de lucha social, un compromiso por el cual le donaba tiempo y talento a las comunidades.

Cuando Campos enfermó preparaban el montaje de cinco cuentos cortos escritos por Eduardo Zúñiga, que versa sobre mujeres agredidas por hombres. “Estábamos a nada de terminar la puesta en escena”, precisó Villar.

La obra hablaba sobre congéneres violentadas de diferente manera, no solo físicamente sino otros tipos de agresión: desde una anciana de la tercera edad que habían dejado abandonada en un hospital, hasta mujeres golpeadas por sus compañeros.

La integrante del grupo musical Claroscuro Ana Carter también es gran amiga de Campos. Coincidieron por primera vez en el memorable bar La Copucha, cuando después de una función “Roxa” apareció en el lugar.

“En cualquier noche de esas a la salida del teatro, ahí llegó Roxa con sus compañeros de obra, nos presentaron, y me enamoré de la mujer, de la actriz y de la amiga”, cuenta Carter. Luego la llevó a su casa, le presentó a su familia, y la acogió en su vida familiar, teatral y personal.

Fue así como Carter conoció a Danny y Valentina, hijos de Campos,  “chiquititillos” y a Ítalo lo vio nacer.

Ahí dio inicio una amistad que perduró hasta siempre, hasta estos días en que fue a despedirse de ella ya estando enferma y se rieron recordando tanto cosas positivas como lo que Roxa hacía para ir en contra del sistema.

“Ella significó para mí un todo muy especial porque incluía los cariños que puede haber en la amistad, los cariños familiares en las buenas y en las malas, pasamos momentos muy difíciles y muy felices. Tuve chance hace 15 días a despedirme de ella. El amor no se acabó, siempre estará conmigo, siempre en mi corazón”.

Para Carter, Campos es un alma buena que le ofreció su cariño, que estará siempre con ella como mujer, como artista, como ser humano, comprometido.

“Pensábamos parecido en muchas cosas en aquellas luchas de los ochentas, luchas de mujeres, luchas políticas. Éramos muy compas”.

Compartían la militancia política de izquierda, ese compromiso social con la gente menos favorecida, con los movimientos políticos centroamericanos, y cómo Campos hacía de su vida un compromiso, “entonces bien podríamos decir que ella estaba comprometida con la vida”.

Reconoce en ella su fortaleza sin claudicar para enfrentar todo tipo de situaciones, el sistema mismo, a su familia por su arte cuando lo tuvo que hacer.

Y el humor, eso cautivó a Carter. “Era un humor irónico, un humor negro del muy bueno, que no se burlaba de la gente. En un ensayo, una caminada, un café, siempre tenía un chiste para cualquier situación ya fuera mala o buena. Cuando estábamos en la gozadera era la mujer más agradable”.

“¿De dónde sacaba ese humor? Me imagino que de esa fuerza de ella, ese humor es inolvidable”.

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