Cultura Robert Schenkkan, dramaturgo de EE.UU.

El teatro como una bengala en la noche de los migrantes

Producida por Teatro Espressivo, La construcción del muro de Roberto Schenkkan está de temporada en el Teatro Escalante bajo la dirección de Natalia Mariño.

“¿Cómo es que gente ordinaria y decente, que ama a su familia, a su esposa, que es patriota, termina haciendo cosas terribles? Esa es la verdadera amenaza; eso es lo que me mantiene despierto en la noche”.

El premiado dramaturgo y guionista estadounidense Robert Schenkkan (1953) hace esta reflexión ante el fenómeno individual y social de las personas que, en un silencio cómplice, callan aún siendo testigos de atrocidades sucedidas a lo largo del siglo pasado y del presente.

Teatro Espressivo pone en escena La construcción del muro, traducida por Gerardo Bolaños y bajo la dirección de Natalia Mariño, las actuaciones de la guatemalteca Magdalena Morales y el costarricense Antonio Rojas, y la música del nicaragüense Perrozompopo.

Con una delgadez austera y de verbo potente y compasivo, Schenkkan visitó el país para asistir al estreno de su obra La construcción del muro, que Teatro Espressivo pone en escena bajo la dirección de Natalia Mariño; la traducción de Gerardo Bolaños; las actuaciones de la guatemalteca Magdalena Morales, el costarricense Antonio Rojas y el intérprete de cámara Mauricio Esquivel; y la música del nicaragüense Perrozompopo.

El montaje, que habla “no sobre un hombre con poder, sino con cierto poder en una circunstancia muy limitada, y cómo ese poder y sus circunstancias lo corrompieron”, según resume Schenkkan, está de temporada en el Teatro Escalante hasta el 2 de diciembre, los viernes y sábados a las 8 p.m. y los domingos a las 6 p.m.

El drama íntimo y trepidante gira alrededor de los personajes Gloria y Rick: ella, una profesora de historia, guatemalteca, de origen indígena e hija de migrantes radicados en Estados Unidos; y él, un hombre blanco y policía militar acusado de cometer un crimen por el cual espera una sentencia mientras está en prisión.

La noche del viernes 9 de noviembre, unas horas antes de la primera función de la obra en versión costarricense, Schenkkan conversó con UNIVERSIDAD en el Hotel Jade, ubicado en Barrio Dent.

Ganador del premio Pulitzer por la saga histórica The Kentucky Cycle y del Tony por All the Way, así como nominado a los Emmy por su colaboración como guionista en la miniserie The Pacific de HBO, responde con gran cuidado y detalle a las preguntas de la entrevista.

“Me tomo todo esto muy personal”, dijo categóricamente sobre su preocupación frente a la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU. Para el dramaturgo, tantos las palabras del político como, sobre todo, sus acciones son un peligro real y profundo para la sociedad estadounidense, en grave perjuicio de las poblaciones señaladas como aquellas amenazantes: los migrantes.

¿Por qué escribió la obra?

–Escribí el primer borrador en una semana, dos semanas antes de la elección presidencial de los EE.UU. Aunque creí que la elección iba a tener un resultado distinto, en ese momento sentí que un daño real ya había ocurrido, que habíamos cruzado la línea y estaba preocupado. La línea era esta: no era simplemente la deliberada, cruel, racista e incendiaria retórica del candidato republicano -aunque eso era perturbador-; lo que era realmente problemático, lo que puso a sonar mis alarmas, era como muchas personas, de otro modo inteligentes, como políticos, periodistas, pensadores y líderes, estaban dispuestos a aceptarlo, excusarlo, racionalizarlo o explicarlo: “No lo dice en serio, es solo la campaña”, y mi favorita: “Son solo palabras”. La razón por la cual es tan peligroso es esta: Trump es solo la punta de la lanza. Las democracias fallan porque en un momento de desorientación económica en una transición que es amenazante, que crea ansiedad, la figura protofascista y popular se levanta para tomar ventaja. Y la guía es siempre la misma: satanización de la prensa, te obsesionas con el “otro”, usualmente por su raza y clase, y los inmigrantes son casi siempre los escogidos.

¿Escribió la obra con un sentido de urgencia?

–Así es, urgencia es la palabra exacta. La obra fue una luz de bengala, una bandera que decía dos cosas. Una, a la población que comparte mis sentimientos, que no está sola; que eso que siente en este momento, ese miedo, ansiedad, rabia y repulsión, otras personas lo sienten por igual. Lo segundo es “Pon atención a esto: Trump está ahí cantando y bailando, diciendo cosas estúpidas e indignantes, y la prensa lo sigue. No te quedes atrapado ahí, pon atención porque ahí es donde está ocurriendo el daño real”.

En la versión costarricense de La construcción del muro el personaje de Gloria cambia de ser una mujer afroamericana a una indígena guatemalteca hija de inmigrantes de segunda generación que vive en los Estados Unidos (EE.UU.). ¿Esto le confiere otro sentido a la obra?

–No del todo. Fue una solicitud de la producción costarricense, pues sintieron que tendría más sentido para la audiencia y me pareció una preocupación muy legítima. Repasamos el libreto y señalamos las partes para cambiar. Pienso que es importante que la producción hable directamente a la comunidad donde está siendo representada la obra. No violaría lo intrínseco y crucial de la obra. Los cambios son atinentes, ya que carga la comunicación entre los dos personajes. Además, estoy a favor de mayor conflicto y drama.

Gloria es una mujer latina con un perfil distinto a los migrantes vulnerabilizados y empobrecidos que intentan vivir en los EE.UU.; es una profesora de historia empoderada. Rick es un privado de libertad, que, a pesar de que votó por Trump, en su obra usted lo humaniza. Esto le imprime una tensión dramática inusual a la obra.

–Eso traté, muchas gracias. Es interesante. Así es, Gloria no es como esos migrantes indocumentados que han sido arrestados, pero es una latina en los EE.UU. que, sin lugar a dudas, ha experimentado agresiones y prejuicio en su vida cotidiana. Ella no escapa completamente al racismo institucionalizado o latente. Pienso que el balance del poder cambia en la habitación de un lado a otro porque Gloria entra en una posición de mayor poder que Rick, pero ella necesita de Rick puesto que está ahí para conseguir su historia y, si Rick decide que no quiere contarla, hasta ahí llegó. Desde la perspectiva de Rick, aun cuando niega el horror que ha cometido, una parte de él sabe que cruzó la línea; una línea que es humanamente potente, pues él depende del modo en que su esposa no lo mirará más si sabe lo que él hizo. Es como si Rick hubiera puesto toda su humanidad en ella; pero ¿cómo un hombre que ama tanto a su esposa y a su niña como Rick puede ser una mala persona? Rick está buscando la manera de contar su historia no para convencer al gran público americano; solo quiere convencer a su esposa de que no es un monstruo.

En una entrevista usted dijo que la obra podría pertenecer al género de ficción especulativa. Sin embargo, ya no parece tan especulativa ni una ficción, pues somos testigos de una enorme caravana de migrantes hondureños que caminan hacia EE.UU., así como de la separación de familias inmigrantes en la frontera con el fin de deportarlas.

–Lo que estaba tratando de decir en la entrevista es que esta obra es parte de una larga y honorable tradición de artistas que han respondido a una crisis política creando un acto de ficción como The Handmaid’s Tale o 1984, donde escritores crearon una obra de ficción que hablaba directamente sobre lo que estaban experimentando en ese momento, que, de hecho, comienza a sentirse bastante profético.

En relación con la moral y la ética, ¿cómo no juzgar a las personas “malas” aunque también sean contradictorias? A veces deben ser juzgadas.

–Una estructura ética, un sentido de moralidad, es la llave para mantenernos como humanos. Es la forma de que valga la pena estar vivos. El peligro es que somos frágiles y es muy fácil para nosotros ver hacia otro lado y no comprometernos, de decir que alguien más va a resolver eso; entonces, no es necesario que seas un monstruo. Pero ¿de qué maneras lo facilitas, lo permites? En cada atrocidad cometida en el siglo XX o XXI, había tanta gente que sabía, que tenía conocimiento, pero no hizo nada; ellos no dispararon, no cerraron el portón, pero sabían y permitieron que pasara.

Es el silencio cómplice.

–Es un problema humano; no solo ocurre en EEUU. Por eso, pienso que la obra les habla a muchos países, a gente tan diferente, porque este es un problema con el cual las democracias están luchando, como ocurrió aquí en Costa Rica, en donde tuvieron una reñida campaña que pudieron manejar mucho mejor que nosotros, a quienes nos ocurrió lo opuesto: un partido político dijo sí, un terrible pero seguro sí. La tragedia que estamos experimentando ahora, el dolor, va a durar por mucho tiempo. El daño es real y profundo.

Usted también dijo que es importante no olvidar, pero sí comprender.

–Sí, lo dije. Es algo con lo que lucho, hablando personalmente. El perdón es un reto; no es algo de lo que me siento orgulloso, es una debilidad mía. Pero pienso que si el perdón es posible, es solo posible después de que realmente hemos reconocido lo que ha pasado. No es un cheque en blanco que se firma automáticamente; requiere que los individuos y las sociedades realmente lidien con lo que pasó, reconozcan el daño, el dolor, para aceptar las responsabilidades. Después, el perdón es posible, necesario y útil, pero debes pasar por esas otras etapas primero. Sin ello, no aprendes nada e, inevitablemente, repetirás la misma situación o peor.

La obra se plantea como una entrevista entre Gloria y Rick, imprimiéndole un ritmo progresivo muy potente hasta el final, en que se revela la verdad.

–Es una observación muy iluminadora, honestamente. Hablando técnicamente sobre el arte de la puesta en escena y en esta clase de obra en que hay dos personajes en el escenario, es muy retador cómo mantienes el sentido de anticipación y suspenso no solo vivo, sino que se construya a lo largo de la pieza. Hay un tipo de juego que juegas con quién revela qué, cuánto revela y cuánto es verdad o no, y cuánto de eso es demostrado después que es falso. Lo que he encontrado en el proceso de escritura de la obra -porque como dije escribí el primer borrador muy rápido-, es que cada borrador fue menos sobre lo político y más sobre las cualidades humanas.

¿Es una visión compasiva?

–Sí, es importante traer eso a la obra. Mis abuelos fueron inmigrantes y llegaron inmediatamente después de la I Guerra Mundial. Eran judíos holandeses y refugiados, estaban dejando una patria que era hostil a ellos y vinieron a un país donde no fueron bienvenidos, pues el Gobierno aprobó una serie de leyes y restricciones sobre el número de judíos que podían arribar. De las muchas personas que dejaron atrás, 16,000 murieron en el Holocausto. Entonces me tomo todo esto muy personal. Es mi abuelo y los hermanos de mi abuelo y sus hermanas e hijos. Siento una compasión absoluta por el problema de los refugiados, y quiero realmente entender a las personas que están en contra de ellos, que no los aceptan y son hostiles. Hay más refugiados en este momento de los que nunca hubo, más que en la II Guerra Mundial, más personas dejando sus países y buscando un lugar seguro; es muy estresante, no es un problema menor, nadie debería de menospreciarlo. Por supuesto que hay espacio para todo el mundo, lo hay, pero todo el mundo tendría que hacer sacrificios, comprometerse.

¿Por qué escogió escribir a partir de estructuras dramáticas, ser un contador de historias (storytelling)?

–No lo puedo evitar. Es compulsivo, es quién soy: un contador de historias. Puedes decir que soy un guionista y un dramaturgo, pero, en realidad, solo soy un contador de historias. Amo las historias, con su inicio, desarrollo y final, un viaje que te lleva a algún lugar que te sorprende. Es una de las cosas que nos hace humanos y nos distingue, según lo que sabemos, de otras especies: la habilidad de contarnos historias. Y lo encuentro profundamente placentero. Lo haría aunque no me pagaran, y gracias a Dios me pagan, pero lo haría de todos modos porque se siente bien tomar los sentimientos, lo que pasa, y ponerlo en un papel de manera estructurada y aún así sorpresiva, y que puede transportar a las personas; como me va a pasar hoy en la noche, en la que caminaré a este teatro que nunca he visto, con esta audiencia que nunca será la misma, que es absolutamente única cada vez. Todos nos vamos a sentar ahí y se va a oscurecer y vamos a compartir una historia. Ver cómo esa obra está aquí con este público, con esta cultura; no puedo esperar, estoy muy emocionado de verla.


Entrevista a Gerardo Bolaños, traductor de La construcción del muro

“El traductor es colaborador del autor y a veces más que eso”

¿Cómo fue el proceso de traducción de la obra?

-Traducir teatro es muy estimulante porque se aprende mucho sobre infinidad de cosas. No solamente lo que la obra original te dice, sino también su contexto, quién es su autor, cómo ha sido recibida en otras partes. Te exige desplegar tu capacidad no tanto en el idioma original sino, en este caso, en español. También te hace meditar sobre tu propia existencia, tus valores (o la falta de ellos). Es como entrar en un gimnasio mental con toda suerte de máquinas de ejercicios. En el caso de La construcción del muro, me atrajo de entrada el sentido de inmediatez y la fluidez de su escritura. Fue escrita en el 2016 pero la acción se ubica en el 2019, que está ya a la vuelta de la esquina. Primero la leí de un tirón, sin tomar notas ni nada. Siempre me ha gustado leer teatro. Ya con las premisas claras me concentré en los personajes, dos presentes y uno ausente gravitando sobre los hechos. Las noticias diarias sobre los problemas relacionados con el rechazo progresivo a los inmigrantes llamados “ilegales” y a los refugiados, por parte del gobierno estadounidense, me mantuvieron motivado para moldear mi traducción de esta obra de un dramaturgo valiente y comprometido.

¿Cuáles son los elementos contextuales, dramatúrgicos y de lenguaje a considerar para ser fiel al drama sin ser necesariamente literal?

-En materia de contexto es imposible saberlo todo pero hay que saber bastante, de modo que no se te escapen ciertas sutilezas y referencias del texto. Por ejemplo, para el caso de La construcción del muro es útil saber y entender que las cárceles privadas en Estados Unidos, donde se interna a muchos inmigrantes, son un negocio multimillonario. Rick, el carcelero encarcelado de la obra de Schenkkan, es un “especialista” en el manejo de ese tipo de prisiones, que deben tener réditos económios. En cuanto a los elementos dramatúrgicos siento que, como cualquier otra manifestación artística, una obra de teatro tiene que ser buena antes de presumir que es brillante; debe “funcionar” bien antes de pensar que es profunda. Si no cuenta con los valores teatrales básicos, las demás cualidades (imágenes, subtexto, filosofía de la vida) pueden ser simples adornos. La obra de Schenkkan “funciona” muy bien y creo que sacude la conciencia de los espectadores. Finalmente, el lenguaje. Yo no soy un teórico de la traducción aunque traduzco desde 1973. En la revista The New Yorker, en noviembre del 2007, salió un artículo sobre Tolstoi que hablaba del valor de la traducción, y que me ayuda a contestar esa parte de tu pregunta: “Los traductores literarios se dividen en originalistas y activistas. Los primeros honran las sutilezas del texto original, y se esfuerzan en ser lo más precisos posibles en el idioma al que traducen. Los segundos optan menos por la traducción literal que por el atractivo musical que tendrá la nueva obra”. O sea, no se trata de simplemente destilar el significado de un idioma a otro, sino de establecer un diálogo entre dos idiomas, buscando efectos similares. Sin olvidar que todo idioma es impuro…

¿Has traducido varias obras de teatro, en términos comparativos, ¿qué sentiste y pensaste sobre el libreto?

-La construcción del muro se caracteriza por ser menos verbosa que otras obras que he traducido, como por ejemplo, Drácula, en su versión de hace casi un siglo. El estilo de Schenkkan es quirúrgico, eficiente, digamos contemporáneo, natural. La obra nos va metiendo poco a poco en el drama de un hombre que ha vivido una existencia al borde de la violencia y quien, sin plantearse muchas dudas, se adentra en el mundo de la exterminación. La historiadora (Gloria) que lo interroga en la cárcel ha estudiado bien su expediente y va sacándole los trapos sucios. Algo huele a podrido en las justificaciones que él hace de ellos, como suelen justificarse muchos responsables de crímenes masivos. ¿Cómo es que no renuncia a ser un látigo de Trump? ¿Cuál motivación lo mantiene buscando una solución al “problema” que tiene entre manos? Estas y otras preguntas de orden moral o ético surgen a medida que la acción avanza hasta el coup de théâtre final. Es una suerte de 1984 de George Orwell. Y es muy buen teatro.

De alguna forma, ¿el traductor se convierte en una especie de colaborador del autor?

-¡Claro que sí! El traductor debe tener un buen oído para escuchar los ritmos del autor y hacer de segundo violín, pero si es necesario se puede prescindir de la obediencia estricta al texto fuente para que la versión en español mantenga el compás. Hay gente que sostiene que la traducción es el pariente pobre de la literatura pero yo quisiera creer que es un gran aporte al entendimiento entre personas y culturas. El traductor es colaborador del autor y a veces más que eso. En mi caso particular, aún sin conocerlo, compartí las angustias, la desesperación, la depresión y hasta la ansiedad que según Schenkkan lo golpearon cuando vio “escritas en el muro” las implicaciones de que Donald Trump fuera electo presidente de Estados Unidos. He seguido de cerca las presidencias de ese admirado país desde que John F. Kennedy visitó Costa Rica en 1963 y yo hacía mis pininos como periodista en Radio Monumental. Y nunca, pero nunca, -a pesar del estilo vaquero de Johnson, la maldad de Nixon, la pobreza intelectual de Ford, la tibieza de Carter, la liviandad de Clinton, la intrascendencia de los Bush-, he sentido que Estados Unidos estaba en manos tan chiquitas y equivocadas como las de Trump, sobre todo después de la elegancia física y mental de Obama. Quizás peque de ingenuo pero gobernar un país a base de vulgaridad, insultos y mentiras es un verdadero drama no solo para Estados Unidos sino para el mundo entero. Lo peor de todo es que están saliendo imitadores hasta debajo de nuestras narices. Por cierto, traducir los caprichosos e insensatos tuits de Trump debe ser un verdadero reto, por la sintaxis que usa y su palabrería inapropiada.

El personaje de la historiadora en la versión original de la obra es una académica afroamericana pero en la versión al español es latinoamericana (guatemalteca por más señas). ¿Cambió esto la forma de traducir sus parlamentos y el sentido general de la obra?

El cambio se dio para acercar la obra a nuestra región y cuando yo ya había terminado un primer borrador, pero las víctimas del muro siguen siendo las mismas. Los negros norteamericanos sufren las consecuencias del racismo pero no por ser inmigrantes o descendientes de inmigrantes, que sí es el caso de Gloria. De niña, un policía la trató de “pequeña espalda mojada” y eso no se le ha olvidado. Así, ella resiente más lo hecho por Rick y se nota en el tono inquisitorio tan fuerte con que a veces lo trata.


 

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