Cultura

El poder de imaginación y excelencia en la Escuela Los Guido

A pesar de que Los Guido es un distrito marginal del cantón de Desamparados, su escuela, en el sector 2, constituye un ejemplo de esperanza y superación, y dos de sus alumnos resultaron ganadores en el concurso Mi cuento fantástico_2019.

Mientras Emily Franciny Loría Martínez, una niña de diez años, lograba en su cuento que Don Quijote y Dulcinea tuvieran una hija llamada Mildred para asombro y sorpresa de la humanidad, Joel Daniel Jiménez Oviedo, de cuarto grado, hacía que en su narración los hombres entendieran la necesidad de cuidar la naturaleza y salvar el bosque. Y entre tanto, siete años y seis meses, el director Evelio Barrantes también apelaba a su imaginación para convertir una vieja y abandonada escuela en un lugar digno y limpio, donde la excelencia y la esperanza fueran guía del presente y de los tiempos venideros.

La descripción anterior no corresponde a una escuela privada precedida de alta alcurnia y en la que los padres pagan astronómicas cifras para que sus hijos estudien: representa la realidad cotidiana de la Escuela Los Guido, en Desamparados, donde la palabra marginación fue trastocada por la de imaginación, y donde el éxito asombra a los de afuera, pero no a sus protagonistas, porque día a día se preparan para ser mejores y para atrapar los sueños que les traerá el futuro.

El director Evelio Barrantes se propuso en 2012 cambiar radicalmente la Escuela Los Guido, tanto en su estructura física como mental y tras siete años y seis meses antes, deja una institución totalmente renovada. (Kattya Alvarado).

Así fue como Emily ganó el tercer lugar de quinto grado en el concurso Mi cuento fantástico 2019 con la historia “Volando entre líneas” y Joel el tercer puesto de cuarto año con “Ayudemos al bosque”.

Ambos estaban pletóricos por descubrir que con disciplina y amor a la lectura se pueden convertir en escritores a partir de lo que leen y ven en su entorno, y al comprobar con la orientación de sus docentes que la imaginación es quizá el recurso más poderoso para abrirse paso en la selva de la vida, en la que muchas veces se impone la teoría darwiniana que reza que solo sobrevive el más fuerte.

Para que en 2019 Emily y Joel tuvieran la oportunidad de estudiar en una escuela con aulas limpias y en buen estado, fue necesario que designaran a Barrantes como director en 2012, quien, al toparse con una escuela llena de latas y en tan mal estado, se propuso la titánica tarea de cambiarla por completo.

En ese nuevo ambiente es que Joel y Emily salieron triunfadores en Mi cuento fantástico, concurso organizado por la Asociación Amigos del Aprendizaje (ADA) junto con el Ministerio de Educación Pública (MEP),  la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y otras entidades.

UNA MIRADA

Con los intertextos que hizo en su cuento “Volando entre líneas”, Emily  evidencia que ya es una buena lectora, práctica que lleva a su casa, porque recordó que cada noche le lee cuentos a sus hermanos y cuando por alguna razón las historias impresas se agotan, ella tira de su propia imaginación y empieza a elucubrar las suyas para así compartir la maravilla que descubrió en la lectura cuando era aún muy pequeña.

Esta niña de ojos vivaces y hablar rápido transmite entusiasmo por doquier, fruto de que su maestra Ileana Ulate le ha inculcado el exquisito gusto por la aventura de leer como algo fascinante y sin límites. Por eso no extraña que ella quiera ser actriz y cuentista.

Este reportaje se desarrolla, en parte, en el salón de actos de la escuela, un lugar en el que Emily ya ha demostrado sus dotes de futura actriz de teatro.

—¿Ya ha participado en este escenario?

—Desde materno estaba en el escenario. Una vez hice una poesía sobre la guaria morada y también bailes.

Esa fascinación por los escenarios alcanzó un punto dramático el 18 de noviembre, en la entrega de los premios de Mi cuento fantástico: “Cuando abrieron el telón sentí algo que se me subía por el cuerpo. Sentí emoción, felicidad, nervios”.

Ulate, su maestra, se declara una lectora voraz desde que tenía cuatro años, cuando aprendió a leer y desde entonces confirmó que en los libros están las grandes aventuras de la vida.

Ese sentimiento, ese mundo, ha querido trasladarlo a sus alumnos y Emily es una confirmación de que cuando hay mística, compromiso, entrega y anhelo para que los educandos aprendan para la vida y no para una nota, es posible trazar los caminos de la superación y el entusiasmo.

“Desde niña me llamaba mucho la atención los libros. Recuerdo que mi abuelo –Raúl– tenía un armario lleno de libros; entonces, yo buscaba el momento en que se ausentaba de la casa para ir a buscar las llaves y sacar todos los libros que tenía para empezar a leer y leer. Y es que él era muy estricto, nadie se podía meter con sus libros, por eso la única forma era lanzarse a la conquista del armario de los libros”, dice emocionada.

Gracias a su prematuro encuentro con la lectura, ella siempre ha incentivado a sus alumnos a que lean y escriban.

“La lectura es una puerta al conocimiento, como decía Emily, es alegría, es disfrutar, transportarse a lugares mágicos; es dejar de ser lo que uno es en realidad, para llegar a lo que uno quisiera ser. Algo lleno de magia, de fantasía; ese tipo de emociones que yo siento, quería que los alumnos las pudiesen sentir también”, señaló Ulate.

El fomento de la lectura, las artes y la excelencia son parte de los grandes desafíos que se propusieron en la Escuela Los Guido, en Desamparados. (Foto: Kattya Alvarado).

Entre su acervo de lecturas, Ulate recuerda que la marcaron los Cuentos de mi Tía Panchita, de María Isabel Carvajal, conocida como Carmen Lyra; Cuentos viejos, de María Leal de Noguera, Los Peor, de Fernando Contreras, y más recientemente El Tatuador de Auschwitz, de Heather Morris, una novela sobre el holocausto basada en una historia real.

“Lloré montones cuando terminé de leer El Tatuador de Auschwitz, porque no quería que terminara. La historia me cautivó, me emocionó y me transportó. Créame que todavía lo recuerdo y me da nostalgia”.

“Me gustó mucho otro que se llamaba La catadora de Hitler (de V.S. Alexander) y La bailadora de Auschwitz (de Edith Eger). Y un montón que vienen en esa misma secuencia del holocausto, que siempre me ha llamado mucho la atención”, dijo Ulate, quien considera que el proceder del docente es clave para despertar el interés por la lectura.

“Ellos tienen que comprobar que al docente le gusta leer, porque se predica con el ejemplo. No les puedo decir que amen leer, si no constatan que yo lo hago. Podría decirles que lean porque es importante, pero si no lo hago con emoción, con el ejemplo de que realmente lo estoy disfrutando, pues los niños no van a absorber la lectura. Por eso es importante leerles a diario en el aula”.

Una maestra que habla así, a diferencia de lo que apuntaba el Estado de la Educación de 2019, que el 74 por ciento de los educadores de primaria no leen ni fomentan dicho hábito en sus alumnos, sí es capaz de hacer que sus niños salgan a “desfacer” entuertos, por eso no extraña que Emily se haya aventurado a invocar historias de la edad media, las inspiradas en Pantalones cortos y Pantalones largos, de Lara Ríos; en Drácula, de Bram Stoker,  y en Don Quijote, de Miguel de Cervantes, para escribir “Volando entre líneas”.

De ahí que cuando llegó la noticia de que su alumna Emily había ganado el tercer lugar de la categoría de quinto grado, la invadió un gran regocijo.

“Me emocionó mucho que Emily haya ganado en Mi cuento fantástico, porque es una niña realmente aplicada. A ella le encanta participar en todo lo habido y por haber. Me la imagino en unos años triunfando aún más y eso me hace sentir muy contenta”.

EL LIBRO VIAJERO

Para Carol Fallas, maestra de Joel, resultó grandiosa la noticia de que su alumno era uno de los ganadores de Mi cuento fantástico, porque destaca que él quiere ser escritor, además de que le atrae la computación y la mecánica.

“En años anteriores intenté que mis alumnos participaran en Mi cuento fantástico, pero por diferentes motivos no había logrado enviar a tiempo los cuentos. En el aula siempre hacemos un proceso para escribir. Tengo una ruleta en la que los niños encuentran personajes. Esa es una de las metodologías que uso en clase”.

Al igual que su compañera Ileana, Carol es una lectora desde niña, gracias a que contó con una maestra en la escuela de Tejarcillos, Alajuelita, que la incentivó a que se adentrara en el mundo de las historias.

“Xenia Álvarez Ruiz se llamaba mi maestra. Ella fue la primera que nos instó a leer un libro. El primero que nos puso a leer fue Pantalones Cortos –de Lara Ríos—Leíamos y lo íbamos comentando en las clases. Uno quería llegar sabiendo qué iba a preguntar sobre la lectura. Eso fue muy importante”.

Para mejorar la lectura entre sus alumnos, Fallas cuenta que han tratado, siempre, de hacer partícipes a las familias, las que habitualmente han respondido a la altura. “Para nosotros no solo es importante incentivar la lectura en los niños directamente, sino también en el hogar del que proceden. La comunicación con los padres es determinante”.

La premiación de Mi cuento fantástico constituye un día más que especial para los ganadores, como los que obtuvieron el tercer lugar en las distintas categorías en 2019. (Cortesía de Asociación Amigos del Aprendizaje (ADA).

Fallas lleva ya tres años en la Escuela Los Guido y el vivir el día a día le ha permitido sobreponerse a los prejuicios con que los de “afuera” juzgan a una comunidad marginal.

“He aprendido que una necesidad económica no significa ser mal estudiante. A veces la gente cree que porque el barrio es socioeconómicamente bajo, entonces hay malos estudiantes, y se equivocan. Aquí hemos encontrado muchos estudiantes de calidad. En muchas áreas, no solo en la escritura, sino también en el dibujo, en el baile, etc.. Uno se da cuenta de que solo son estereotipos”.

Y para redondear el impulso de la lectura y la escritura, Fallas se ideó “El libro viajero”, al mejor estilo de Escritores de la Libertad, la historia que cuenta cómo en 1994 la profesora Erin Gruwell le cambió la vida a muchos de sus alumnos de la escuela Woodrow Wilson, en Long Beach, California, a partir de un cuaderno en el que ellos contaban sus vivencias cotidianas.

A diferencia de la historia de Escritores de la Libertad, convertida en una exitosa película protagonizada por Hilary Swank, el cuaderno de Fallas es solo uno, y por eso los alumnos se turnan la semana que se lo llevan para su casa.

“El libro viajero insta al estudiante a crear. El requisito es que la historia sea propia y al final tiene que firmarla con su nombre, para saber quién es el autor. Tienen una semana de tiempo para escribir la historia. Solo se revisa que el texto no haya sido copiado y no me meto con la ortografía, para no exponer al estudiante ante sus compañeros. Mi idea es que si yo sigo con ellos hasta sexto grado, pienso digitalizar todos los cuentos y entregárselos para que vean el progreso que han tenido. Empecé el año pasado con otro grupo. La idea la tomé de Internet. No era específica para un libro, sino de otro proceso educativo, pero me gustó y la adapté”.

EL MILAGRO DE LA EXCELENCIA

El jueves 12 de julio de 2012 comenzaría para la Escuela Los Guido, fundada en 1987, una nueva etapa, que se iba a caracterizar por experimentar un cambio profundo a partir de la visión de su nuevo director, quien se topó con un plantel físico en pésimas condiciones.

“La infraestructura estaba bastante deteriorada y la institución tampoco estaba bien organizada. Hubo que empezar a ordenarla desde cero”.

Barrantes, cuya infancia transcurrió en el sur del país, había trabajado anteriormente en la escuela La Lía, en Curridabat, un centro educativo pequeño, con 90 estudiantes, nada parecido a lo que se encontró en el sector 2 de Los Guido, con una población estudiantil de 1.300 alumnos.

—¿Cómo hizo para impulsar el cambio en la escuela para que hoy parezca un auténtico milagro?

—Primero que nada hay que tener sentido de pertenencia. A partir de ahí se inicia el trabajo. Hay que tener una relación muy cordial con la Junta de Educación y el Patronato Escolar. Hay que trabajar en equipos paralelos para trabajar con el mismo propósito: la mejora de la infraestructura para que los estudiantes se sientan muy cómodos en la escuela. Y es lo que hemos hecho. Hemos tenido una excelente relación, aunque, como en toda actividad humana, ha habido algunos desacuerdos, pero también hemos llegado a entendernos por la misión encomendada: el bienestar de los estudiantes.

Mientras Barrantes va contando cómo en esta comunidad marginal —que con cierta frecuencia es noticia en las páginas de sucesos de los medios nacionales—, logró la espectacular transformación en la escuela, le brillan los ojos y deja traslucir el orgullo por haberle mostrado a los 1.300 alumnos el camino de que es posible soñar en grande incluso en la adversidad.

“Fuimos por partes. Hoy tenemos una excelente infraestructura y, lo más importante, los niños se sienten felices, gracias al esfuerzo realizado por el personal administrativo y docente”.

Para volar alto primero hay que caminar firme: es el mensaje que se desprende de las palabras del director.

“Para el personal docente es una motivación ver las aulas pintadas, ver canoas, comprobar que no hay goteras y ver pisos limpios. A partir de aquí ellos llegan motivados al aula y empiezan a hacer bien el trabajo y lo importante es que esa motivación nos permita obtener los excelentes resultados que hemos logrado hasta el momento”.

En las palabras de Barrantes se materializan los anhelos que tenía el gran reformador de la educación costarricense: Mauro Fernández, quien al impulsar en 1887 la Ley General de Educación Común, aspiraba a que la enseñanza no solo fuera gratuita, sino de calidad y cimentada en los valores.

“Para don Mauro Fernández lo que contaba, sobre todo, era el desarrollo equilibrado del cuerpo, la instrucción de la mente y la formación del carácter, en síntesis, el desenvolvimiento de las actitudes intelectuales, físicas y morales del hombre”, puntualiza León Pacheco en la página 83 del libro Mauro Fernández, edición del Ministerio de Cultura  de 1972, en su colección ¿Quién fue y qué hizo?

El liderazgo ejercido por Barrantes, quien el pasado miércoles 27 de noviembre firmaba su pensión, lo han seguido con entereza los docentes y administrativos, a quienes el director les reconoce su gran aporte. “Yo me he entregado en cuerpo y alma al trabajo de esta escuela. Y mis compañeros lo ven, porque las obras lo demuestran. Ellos han sido motivados e inducidos por ese ahínco que yo le he puesto a la escuela, porque me he sentido como en mi propia casa. Aquí tenemos un excelente equipo de trabajo, no es solo el director”, aseguró.

Barrantes no teme aceptar que a él lo asiste un gran liderazgo, que no solo ha tratado de transmitir a sus docentes, sino también a los alumnos que conforman la institución.

“El liderazgo es algo que hay que tener. A mí nadie me lo ha enseñado. Es muy natural. Vengo de una familia que es muy dinámica, muy trabajadora. Seguro muy mandona, también. Como le digo a mis compañeros, fui criado por una familia muy humilde, pero de muchos valores. Eso lo aplica uno en el trabajo y se ve. Lo que es transparencia, honestidad y responsabilidad son unos valores importantísimos que uno los tiene que tener muy presentes y que hoy en día, lamentablemente, se han perdido mucho. Soy muy de campo, mis papás, Evelio Barrantes Hernández, ya fallecido, y María Estelia Castillo Sandí, eran casi analfabetos, pero eran unos catedráticos en enseñar valores”.

Barrantes llegó por seis meses a la Escuela Los Guido y antes de ser enviado a ese centro, como muchos costarricenses, temía incluso visitar dicha comunidad.

“Sin conocer Los Guido, yo decía que por aquí nunca iba a pasar, porque por aquí me iban a robar hasta las llantas sin bajarme del carro. Era una percepción y un estigma que tenía.

Venía solo por seis meses para trasladarme a otra institución. De hecho, ya tenía el traslado listo para una escuela en San Pedro de Montes de Oca, pero Dios me iluminó y mi corazón me dijo: ‘usted no se tiene que ir de esta escuela. Usted tiene mucho que hacer en esta escuela’ y entonces, renuncié al traslado, porque cuando tenía el traslado en mis manos, sentía un vacío y algo que me decía, ‘usted tiene que quedarse. Entonces me dije: ‘este es un reto para mí, aquí me voy a medir quién soy en la parte administrativa’. Trabajar en esta comunidad y en esta escuela, a como estaba, era un reto completo”.

Aunque para Emily y Joel, el ganar el tercer lugar de su respectiva categoría en Mi cuento fantástico, así como para las profesoras Ileana y Carol, representó una enorme alegría y una grata sorpresa, para Barrantes no, y en su respuesta resume el afán, la filosofía y la visión que le ha impregnado a la Escuela Los Guido.

“Para mí el que ganaran fue un gran orgullo, pero te digo honestamente, estamos acostumbrados al triunfo, gracias a Dios. Por el personal que hay, porque hemos triunfado en el Festival de las Artes, en la Feria Científica, en deportes y en muchas otras disciplinas, y ahora los niños en el concurso de escritura, pero modestia aparte: estamos acostumbrados al triunfo. Esta escuela es de calidad”.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido