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El plagio como sombra del mundo académico y literario

La caída de la rectora de la Universidad de Harvard volvió a poner en la discusión un fenómeno que se mueve de manera subrepticia y que afecta la credibilidad y la ética de políticos, escritores y académicos.

El 2 de enero de 2024 se confirmó una noticia que le dio la vuelta al mundo académico y que retumbó en los ambientes literarios: la rectora de la Universidad de Harvard, Claudine Gay, renunciaba por las acusaciones de plagio en su tesis doctoral.

La caída de Gay abría de nuevo un gran debate en torno al plagio, el cual socava al ámbito académico y también estremece los cimientos del espacio literario.

Por estar considerada como una de las mejores universidades del orbe, sustentado en un sólido principio curricular, el hecho de que a Gay le acusara de haber encontrado plagio en su tesis doctoral hizo que se desataran todas las alarmas y que convenga repasar momentos en que el plagio se ha convertido en la bestia negra de políticos, intelectuales y escritores.

En 2013, la entonces ministra de Educación del gobierno de Angela Merkel, Annette Schavan, tuvo que dimitir tras descubrirse que había plagiado parte de su tesis de doctorado. (Foto: Indiatimes)

La salida de Gay, apenas a seis meses de asumir su cargo, evidencia que el plagio, sin importar el color de quien lo practique ni la posición, es un paso en falso que rara vez se perdona una vez descubierto.

En un correo electrónico reproducido por El País, de España, la ahora exrectora sostenía: “Tras consultas con los miembros de la Corporación (el máximo órgano de gobierno al frente de Harvard) ha quedado claro que lo más conveniente para los intereses de Harvard es que yo dimita, de modo que nuestra comunidad pueda gestionar estos momentos de desafío extraordinario centrándose en la institución, y no en un individuo en particular”.

Pese a todo, como suele ocurrir en la mayoría de los casos, el plagiador niega siempre su proceder y así lo dejó entrever Gay en la citada comunicación, en la que afirmaba: “Ha sido doloroso que se haya puesto en duda mi compromiso, tanto contra el odio como para hacer valer el rigor académico, dos valores básicos fundamentales para la persona que soy”.

El plagio, más allá de la definición que pueda dar el Diccionario de la Lengua Española (DLE), es un verdadero camaleón que se reviste de sus distintos colores y que busca, siempre, una puerta de salida. Es, si se quiere, un mecanismo similar al que emplean los deportistas con el dopaje, el cual es válido siempre y cuando la verdad se mantenga oculta, porque, una vez que es descubierto, aparecen todos los fantasmas.

La primera acepción del DEL —antiguo DRAE— sobre el término plagio indica que es “acción y efecto de plagiar” y, acto seguido, entre paréntesis aclara que es “copiar obras ajenas”.

Esta primera acepción, precisa, también, que plagio es sinónimo de “copia”, “calco”, “remedo”, “reproducción” e “imitación”.

Aparte de copia, los académicos de la Real Academia Española de la Lengua y sus academias en América Latina abren un terreno incierto, porque el remedo no necesariamente puede llegar a ser plagio, o la reproducción si se consigna y la imitación tampoco tiene que convertirse necesariamente en un plagio, porque, por ejemplo, un escritor puede imitar de manera abierta a otro y su producción, si bien puede carecer de originalidad, no alcanza el grado de plagio.

Ya esta definición del DLE abre a consideración lo complicado que representa, en un primer momento, determinar el plagio y sus diferentes grados, cuando los tenga. De modo que el plagio en el ámbito académico y literario puede convertirse en una tentación, como un medio para alcanzar jerarquías o para acortar caminos.

En el libro Plagio académico, del Instituto Universitario de Innovación, Ciencia y Tecnología, de Perú, se apunta la gravedad del hecho en la introducción al referido texto y se explica lo siguiente: “El plagio académico es un tema de gran relevancia en el ámbito educativo y académico, que ha generado debates y preocupaciones en los últimos años. Se refiere a la práctica de presentar como propio el trabajo, las ideas, las palabras o cualquier forma de expresión de otro individuo sin darle el crédito adecuado o sin citar correctamente las fuentes utilizadas. Este tipo de conducta se considera una violación de los principios éticos y académicos, ya que socava los valores de la honestidad, la integridad intelectual y el esfuerzo personal en la adquisición de conocimientos”.

En la anterior afirmación, se pone en perspectiva uno de los elementos capitales que acompañan al plagio:  la falta de ética. La ética, como se sabe, es un pilar en cualquier acción humana y va más allá de cualquier hacer académico o literario.

El otro bastión que se socava cuando alguien recurre al plagio en una obra académica o literaria, o en alguna de las bellas artes, es la credibilidad.

Una vez derribada la credibilidad no queda nada. De ahí que los plagios, por lo general, terminan con la carrera de quien lo cometió, porque sin esos dos pilares —ética y credibilidad— es imposible ir a ninguna parte.

Hasta ahora, sin embargo, no se conoce a fondo o, por lo menos, no se ha podido determinar que exista un documento que explique las razones que llevan a los plagiadores a cometer tales atropellos.

Alguna vez le pregunté a un prestigioso penalista costarricense el porqué actuaban los estafadores, cuando muchas veces el valor de lo estafado les resultaba innecesario, y la respuesta fue crucial: “Porque piensan que nunca los van a descubrir”.

Quizá dicha reflexión sirva como parangón del por qué los plagiadores se juegan todo a una carta y ponen en peligro jerarquías tan determinantes como el hecho de ser la rectora de Harvard.

El escritor Manuel Vásquez Montalbán fue condenado en 1990 a una multa de 3.000 pesetas por haber plagiado una traducción de Julio César, hecha por el profesor Ángel Luis Pujante. (Foto: La República)

Un jardín lleno de hierbas

A las puntualizaciones de plagio, dadas por el DLE y por el Instituto de Innovación, Ciencia y Tecnología de Perú, pueden ensayarse una amplia serie de definiciones que se acercará o alejará del fenómeno, de acuerdo con una serie de consideraciones, por lo que fácilmente podría caerse en un terreno baldío.

Un ejemplo de ello es la brindada en el libro El plagio como una de las bellas artes, del autor español Manuel Francisco Reina.

En la página 58, de dicho texto, citando al novelista, ensayista y dramaturgo francés Jean Giraudoux (29 de octubre 1882 – 31 de enero 1944), se define de esta manera al asunto en cuestión: “El plagio es la base de todas las literaturas, excepto de la primera, que por otra parte es desconocida”.

Para efectos de un ensayo, la anterior aproximación es oro puro, pero, para los fines de precisar el plagio, lo asegurado por Giraudoux se acerca más a lo que se ha denominado intertexualidad, que no guarda ninguna relación con aquel.

Adentrarse en los senderos del plagio es como ingresar a un jardín lleno de hierbas, en el que algunas pueden confundirse con las más escogidas plantas de dicho espacio.

Lo cierto del caso es que, en la realidad, el plagio conlleva consecuencias éticas y artísticas y, desde luego, penales, porque quien se apropia del trabajo de otro pasándolo como obra suya violenta el orden jurídico, incluso más allá de los matices que puedan existir en cada país.

El planteamiento que en su momento hizo el escritor y crítico argentino Enrique Anderson Imbert define con mayor sustento que Giraudoux, lo que representa el plagio como procedimiento.

Citado por Reina en su texto, Imbert apela a que el plagio es “un deliberado delito que consiste en apoderarse de un trabajo ajeno reproduciéndolo palabra por palabra en parte o en su totalidad”.

Esta aportación clarifica más a la idea que se tiene del plagio como una forma de apropiarse de la creación ajena en el ámbito académico y literario, aunque se tienen noticias de este en otras áreas del quehacer humano.

La mejor manera de adentrarse en el complejo laberinto del plagio es una mirada por algunos de los casos más representativos.

Un baile de máscaras

El plagio, con la gravedad ética y legal que carga, también ha dejado huellas inverosímiles que parecen sacadas de una novela detectivesca. Este fue el caso de Manuel Vásquez Montalbán, creador del célebre personaje de Pepe Carvalho, que apareció por primera vez en Yo maté a Kennedy.

Con todo lo que representaba Vásquez Montalbán en la literatura española, como intelectual de izquierdas y como escritor, en 1990 resultó condenado por el plagio de una traducción.

La historia refiere que la traducción de Julio César hecha por Vásquez Montalbán coincidía en muchos puntos, incluso en sus errores, y aquí estuvo la clave de todo, con la realizada por el profesor Ángel Luis Pujante.

Como puntualizaba el sitio literario estandarte.com, el detalle que desencadenó todo fue el “descuido en borrar las pistas”. Debido a lo sucedido, el escritor tuvo que pagar en 1990 3 millones de pesetas al académico.

Si se mira con detenimiento, este plagio tan particular,  no sería extraño que Vásquez Montalbán estuviese imaginando una trama a partir del caso, para empezar así una saga con Pepe Carvalho a la cabeza.

Otro caso que llamó la atención en su momento fue el siguiente. En 1990, José Saramago y Pablo Del Barco, profesor de la Universidad de Sevilla, España, tacharon, durante una conferencia literaria, a Mario Vargas Llosa de ser un mal imitador por La guerra del fin del mundo, considerada una de las obras maestras del escritor peruano.

De acuerdo con Saramago y del Barco, lo que hizo Vargas Llosa en su novela fue una pobre y mala imitación de Los Sertones, la obra magna de Euclides da Cunha, escrita en 1902.

En ese entonces le llovieron críticas al futuro Premio Nobel de Literatura 2010.

Pero, por esas ironías de la vida, en 2005, el periodista mexicanoTeófilo Huerta acusó a José Saramago de haber escrito Intermitencias de la muerte basado en su obra El cuento triste. 

La versión de Huerta es que el texto había llegado al Nobel de Literatura  de 1998 por intermedio del agente literario Sealtiel Alatriste, de Alfagura, a quien él había enviado el escrito en 1997.

Saramago reconoció que recibió el cuento, pero que ni siquiera lo abrió. Dijo que ni siquiera tocó el sobre. En relación con la posible coincidencia de asuntos entre los textos, el escritor portugués sostuvo en la polémica que eso era posible, sin que ninguna de las partes tratase de apropiarse del trabajo del otro.

Ya muerto Saramago, su heredera y exesposa, Pilar del Río, ironizó con que el supuesto plagio del autor de Memorial del convento salía cada vez que no había un tema relevante que poner en el tapete literario.

En el ámbito costarricense hay un caso relacionado con el plagio que tuvo como protagonista a José León Sánchez, quien sostuvo que le robaron una obra.

Se trata de El crimen de Colima, un error judicial, un libro de no ficción, como se le llama ahora a estos textos, por el que Sánchez denunció al abogado y periodista Enrique Benavides, al que acusó de haberle robado la investigación y el sustrato de la historia.

Una de las ediciones del libro, con autoría de Benavides, salió al mercado el 12 de noviembre de 1966 y fue publicada por la Imprenta Vargas, según consta en un pequeño sello aclaratorio al final del texto.

No obstante, en dicha situación, la obra, que además tiene un contenido para estudiar a fondo de cómo fue posible aquel atropello judicial, hoy circula con la firma de Sánchez y con el título Tortura: el crimen de Colima, editado por la Universidad Nacional.

José Saramago y el académico Pablo Del Barco acusaron a Mario Vargas Llosa de haber hecho con la Guerra del fin del mundo, una mala copia de la novela Los Sertones de Euclides da Cunha.

Tesis plagiadas

Lo sucedido con Gay en la Universidad de Harvard no es una excepción en el mundo académico, que ha visto cómo políticos y funcionarios han caído tras cometer plagios a la hora de escribir sus tesis.

Por los cargos que ostentan, en muchos casos resulta más que contradictorio que un servidor gubernamental ostente tanto poder y haga gala de que posee, por ejemplo, un doctorado, si este fue obtenido tras recurrir a artes sospechosas e indebidas.

La lista puede ser amplia, por lo que en este reportaje solo se citarán algunos casos para ilustrar cómo la tentación del plagio también permea las altas esferas del poder y ponen en jaque los preceptos académicos, que, de entrada, se supone están totalmente apegados al método científico y a una ética blindada contra cualquier anomalía.

En marzo de 2011, el ministro de Defensa de la canciller Angela Merkel, Karl Theodor zu Guttenberg, presentó su renuncia, luego de que se descubriera que había copiado al menos el 20% de su tesis en Derecho. Ello lo obligó no solo a renunciar a su cargo, en momentos en que se perfilaba, por su juventud – con 39 años—como uno de los posibles aspirantes a la cancillería, sino también a su título de doctor.

Ese, sin embargo, no fue el único caso que afectó al gobierno de Merkel. En 2020, Franzika Giffey, ministra de Familia, Juventud y Mujer renunció a su puesto, luego de que la Universidad Libre de Berlín investigara su tesis por sospechas de plagio.

El caso más sonado que vivió Merkel fue el de su ministra de Educación y Ciencia, Annette Schavan, la cual tuvo que dimitir después de que la Universidad de Düsseldorf concluyera que en su tesis había hecho uso de forma indebida de una investigación que no le pertenecía, motivo por el cual le retiraron el título de doctora.

En una sociedad como la alemana, este tipo de situaciones son intolerables y a la entonces canciller no le quedó otro remedio que aceptar la dimisión de Schavan.

Por otra parte, en 2012, el presidente de Hungría, Pal Schmitt, debió renunciar a su cargo, tras determinarse que parte de su tesis era una copia de un esfuerzo ajeno.

En el marco de estas renuncias, queda latente una situación y es la imposibilidad del mundo académico para ejercer un mayor control sobre los trabajos de los aspirantes a títulos de licenciatura o doctorado. Con el avance de las tecnologías esta situación ha cambiado, pero todavía hay una brecha entre lo que pretende el ámbito académico y la realidad en que se desenvuelve.

El mayor estremecimiento en relación con el plagio se dio a comienzos de este 2024, cuando Gay anunció su dimisión como rectora de Harvard. Aunque se fue sin reconocer del todo sus errores en su tesis doctoral, en la que la Corporación de Harvard encontró errores de citación, que al fin llevaron a la certeza de que lo mejor para las partes era la renuncia.

El debate sobre el plagio en espacios académicos y literarios quedó de nuevo servido y se dio en las altas esferas de una de las universidades más prestigiosas del mundo. Que nadie piense, no obstante, que Costa Rica está exento de este tipo de situaciones, porque incluso en el país se han dado casos de autoplagio.

Tentación, falta de ética, trampas, exceso de confianza: el plagio ha puesto en la palestra a escritores, académicos y políticos, quienes han tenido que descender a los infiernos sin que se conozca ninguna redención.

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