Cultura

El mal romance entre Trump y las redes sociales

Encontró en esas plataformas una efectiva herramienta de propaganda, pero su empecinamiento en promover mentiras y teorías conspirativas, así como polémicas decisiones políticas, lo distanciaron del sector hasta que llegó el rompimiento.

Fue en el contexto posterior a la invasión del Capitolio que poderosas redes sociales como Twitter o Facebook tomaron la decisión de suspender de forma definitiva a Donald Trump como usuario.

La decisión costosamente fue una sorpresa para alguien, pues ya hacía semanas que durante la campaña electoral ambas redes sociales y otras, como YouTube, empezaron a señalar los mensajes del cuestionado magnate como falsos y se le había advertido de la posibilidad de mayores consecuencias.

La suspensión definitiva de Trump puede considerarse un verdadero maremoto si se toma en cuenta la magnitud de su actividad. En términos de personas seguidoras, el ya expresidente tenía, según cifras de la agencia AFP, más de 124 millones de personas seguidoras solo en Twitter y Facebook (ver infografía).

Cortejo

Desde antes de ser candidato, el magnate neoyorquino y figurón de la tele, Donald Trump, era un asiduo usuario de redes sociales, en especial de Twitter.

Cuando entró como protagonista segundón en la contienda electoral del Partido Republicano, entendía los alcances y ventajas que le ofrecía esa plataforma para tener comunicación directa con el público, enviar mensajes sin ningún tipo de filtro ni revisión siquiera por parte de sus asesores y prescindir de los medios de comunicación tradicionales.

Su modus operandi: publicar tuits deliberadamente escandalosos, llamativos o sensacionalistas para enfocar la atención del público en ciertos temas y distraerla de otros. Así, desde Twitter y otras redes sociales el ahora presidente del Estado de Florida trató de incidir en la opinión pública y en personas funcionarias de diferentes instancias.

Por ejemplo, criticó ampliamente la investigación que el fiscal especial Robert Mueller hizo sobre las conexiones de su campaña con la inteligencia rusa, llamándola reiteradamente una “cacería de brujas” e incluso llegó al punto de presionar al entonces fiscal general, Jeff Sessions, para que suspendiera toda la investigación. No importó si se trataba de asuntos de política exterior o de movimientos en su despacho o gabinete, Trump siempre se ocupó de propagar su versión de las cosas por esa vía.

La libertad absoluta de la que gozó en ese uso desmedido y antojadizo de las redes sociales empezó a cambiar cuando en el contexto electoral estas plataformas empezaron a destacar los mensajes de Trump como incorrectos o basados en información falsa. De hecho fue hasta mayo del año pasado cuando por primera vez Twitter señaló un texto del Presidente, por contener “información potencialmente engañosa sobre los procesos de votación”. Así que no se trata de que se le haya puesto un bozal, según datos publicados por el Daily Telegraph, Twitter tomó algún tipo de acción solamente con una octava parte (12,5%) de todos los tuits del expresidente.

Ello, sin embargo, no evitó que esa palestra pública espontánea y sin controles le sirviera al ahora expresidente para empezar a difundir sus mentiras sobre su pretendido triunfo y posterior supuesto fraude electoral, lo cual preparó el camino para la violenta toma del Capitolio que llevaron a cabo sus simpatizantes, arengados por el discurso pronunciado por el propio Trump ese inolvidable 6 de enero.

¿Cómo llegamos a esto?

Al inicio de su gestión, la relación con los llamados gigantes de la tecnología y las redes sociales pareció distendida, más bien afable, como un flirteo. Mantuvo reuniones con altos ejecutivos, como Tim Cook de Apple o Mark Zuckerberg de Facebook, y en mayo de 2017 creó un Consejo Asesor en Tecnología que incluyó tanto a funcionarios públicos como a representantes del sector privado, con el fin de modernizar la base tecnológica de los servicios de Gobierno.

Sin embargo, un mes después Trump materializó la salida de Estados Unidos del acuerdo climático de París y con ello las buenas relaciones comenzaron a deteriorarse. La respuesta de empresas como Google, Apple o Microsoft fue anunciar que respetarían los términos del acuerdo, sin importar la decisión del entonces presidente. Un paso más allá fue Elon Musk, el multimillonario propietario de Tesla, quien renunció a su puesto en ese Consejo.

Ni bien se habían calmado las aguas tras ese capítulo cuando se dieron un par de meses después los hechos violentos en Charlottesville, Virginia. Una amplia manifestación de neonazis y supremacistas blancos chocó con activistas antifascistas y uno de los ultraderechistas asesinó con su automóvil a Heather Heyer. Trump causó una amplia polémica pues, en lugar de condenar a las huestes radicales de ultraderecha, dijo que había “muy buena gente en ambos bandos” y que la responsabilidad por la violencia era igualmente compartida.

Ello provocó que varios ejecutivos de grandes empresas del sector tecnológico siguieran los pasos de Musk al abandonar otro tipo de instancias similares, como Ginni Rometty, de IBM, o Brian Krzanich, de Intel.

Para junio de 2018 el distanciamiento creció a raíz de la implementación inhumana de la política de separación de familias en la frontera sur del país, que generó amplio rechazo también en este sector.

Ya para este punto el deterioro de las relaciones entre Trump y las redes era notorio y, como cualquier mal novio posesivo y celoso, empezó su propia campaña de desprestigio y acoso contra ellas.

Al contragolpear, Trump empezó a posicionar la idea infundada de que las redes sociales supuestamente censuraban las opiniones más conservadoras, lo cual incluso llevó a que legisladores republicanos cuestionaran a Zuckerberg y a Jack Dorsey, de Twitter, durante audiencias en el Congreso en noviembre. Además, buscó eliminar la normativa que las protege legalmente ante las consecuencias de lo que sus personas usuarias publiquen, conocida como la sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones.

Esa ocurrencia llegó a tal punto que en diciembre pasado, al cumplirse un mes de las elecciones cuyo resultado insiste en no reconocer, primero amenazó y posteriormente cumplió la amenaza de vetar el presupuesto nada menos que del Pentágono, si no se derogaba esa ley.

Precisamente en Twitter dijo que “la sección 230 representa una seria amenaza a nuestra seguridad nacional y a la integridad de las elecciones”, y añadió: “por lo tanto, si la muy peligrosa e injusta sección 230 no se termina completamente como parte de la Ley de Autorización de Defensa Nacional (NDAA), me veré obligado a VETAR inequívocamente el proyecto”. De nada valió porque la Cámara de Representantes votó para repeler el veto.

En este contexto, fue notorio que poco después el gobierno federal y fiscales de 48 estados y territorios del país presentaran una demanda antimonopolio contra Facebook. De prosperar, obligaría a la empresa de Zuckerberg a deshacerse de algunas de sus aplicaciones, como WhatsApp o Instagram.

Llama la atención que, aún teniendo a su disposición vías como la sala de prensa de la Casa Blanca, Trump ha pasado sus últimos días como presidente haciendo lo que nadie jamás esperó de él: guardar silencio.

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