Cultura

El humor ácido y corrosivo de Hugo Díaz

Un nuevo libro recoge parte de la grandeza del caricaturista nacional, que en esta vertiente deja traslucir su humor ácido y corrosivo, en una coyuntura centroamericana compleja, con tambores de guerra, amenazas e infiltraciones, un escenario idóneo para que el humor hiciera de las suyas.

El problema del genial caricaturista Hugo Díaz fue que no siempre se rodeó de buenas compañías y eso lo llevó a meterse en enredos en los que su personalidad y su bonhomía jamás se lo hubieran permitido.

Es así como se puede explicar que lo hayan “embarcado” en El Zapallo de Lata, una sección en el Semanario UNIVERSIDAD que desde el principio iba a chocar contra los muros conservadores e intelectuales de una Costa Rica que se debatía entre su paz y neutralidad, a prueba de fuego, en medio de la Guerra Fría.

Fue el escritor Joaquín Gutiérrez quien se trajo de Chile a Costa Rica esa idea de que el humor ha de estar siempre presente en la prensa pensante, y su cómplice y discípulo, Carlos Morales, armaron la faena de entregar un premio semanal a aquel, o aquellos, que metieran la pata en el ámbito público, en especial el político, con una salida sin ton ni son.

El libro recoge 224 caricaturas publicadas en el Semanario UNIVERSIDAD.

“En una de esas tertulias en su casa, una tarde de 1978, mientras platicábamos de todo, me reclamó que por cuál razón no había en la prensa costarricense secciones fijas de crítica humorística. Me contó la historia del diario Puro Chile, de Santiago, que tenía una fuerte carga de sarcasmo, una sección denominada El Huevo de Oro, que consistía en una viñeta diaria o semanal dedicada a escarnecer a los personajes de la política que metían la pata”.

Cuatro décadas después de la existencia de la sección, se publica ahora el

libro Díaz, de turbulencia. El Zapallo de Lata, por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (Euned),

Ya desde el título de la sección: El Zapallo de Lata, se nota que hay un afán de sacar al lector de la zona de confort para ubicarlo en una posición en la que, una vez frente a la caricatura, era necesario tomar partida. No había forma humana de retrotraerse a esa situación, con toda la carga irónica, burla y descalificación que acompañaba a los ganadores. Los zapallos a los galardonados, como podrán apreciar, son espectaculares por la sensación de ridiculez que evocan.

Si el premio Zapallo de Lata se entregara en la actualidad, el Semanario UNIVERSIDAD tendría que dedicar el 90 por ciento de sus páginas a la enorme lista que sería fácil de armar, con el solo hecho de salir de sus instalaciones, ubicadas frente a la Facultad de Arquitectura, y dirigir la mirada hacia la vecina Zapote.

Como bien lo cuenta Morales en el volumen, Díaz tenía la particularidad de que no sabía decirle que no a nadie. De ahí que en el ámbito nacional proliferen sus caricaturas, dibujos y óleos por doquier, no solo por su inmensa capacidad de trabajo, sino también porque era un artista solidario y comprometido con todas las causas de bien, excepto en esta última de El Zapallo de Lata, en la que tuvo que andar por la cuerda floja, porque los “instigadores” lo querían llevar por caminos sin salida, como cuando le propusieron que le hiciera un zapallo a la ministra de Cultura Marina Volio (qddg), a lo cual Díaz se negó por el gran aprecio que le tenía y por el agradecimiento de toda la ayuda que ella le había ofrecido con el severo padecimiento que tenía en uno de sus ojos. Al final, por tanta insistencia, refieren los miembros del honorable tribunalzapallil”, Volio fue condecorada, pero Díaz no hizo la caricatura.

Díaz era un hombre cabal, pero se había juntado con Gutiérrez y Morales, y estos lo convencieron de que entrara en una empresa un tanto oscura, porque solo aparecería su firma. La sección empezó su andadura un 27 de julio de 1979 en las páginas del Semanario UNIVERSIDAD y cesó su convulso recorrido un 4 de julio de 1985. Los autores eran anónimos. Incluso el rector de la Universidad de Costa Rica (UCR), Fernando Durán Ayanegui, en una oportunidad, como narra Morales, les deslizó por fax (entonces no existía correo electrónico) una colaboración rimada.

El primer galardonado con el premio Zapallo de Lata fue el ministro de la presidencia, José Rafael Cordero Croceri.

¿Se imaginan hoy a un rector involucrado en semejante empresa de entregar un premio semanal, por una metedura de pata, al político de turno de pocas luces o algún personaje con alguna responsabilidad en la cosa pública? El Zapallo disparaba, eso sí, contra todos aquellos que eran acreedores de semejante reconocimiento, fuera por torpeza circunstancial o genética.

Del libro se desprende, una vez más, la calidad de artista que fue Díaz, con una capacidad sin igual para captar a los personajes con pocos trazos, como recuerdan el autor y el prologuista, Vladimir de la Cruz.

La aparición en forma de libro de El zapallo de lata es, además, una llamada de atención a la prensa costarricense del momento, en la que el humor ha perdido presencia. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, existía, por ejemplo, mucho más humor que en la actualidad.

En el período citado, se pueden enumerar periódicos como Sancho Pancha; Don Quijote; La Linterna Rigoleto; Quijote; Fray Serafín; El Cachiflín; El Saltón; El Látigo; El latiguillo; El Grillo; El Huracán; El huevo; El Gato; El Diablo; El Chapulín; El Choteo; El Bombo; La Zemana; Bocaccio; Don Lunes y El Cadejos.

Por su parte, entre las revistas figuraban títulos que remiten a El Cometa, Bohemia, El Relincho, Caricatura y La Mueca.

Como el asunto iba de anónimo, para que la broma funcionara, excepto lo ya dicho del caricaturista, la firma que aparecía en El Zapallo de Lata era “Ni. Z.P.”, que significaba, según Morales, “ni-ze-tape”.

Los dardos envenenados de humor corrosivo y ácido salían disparados en todas direcciones: la Cámara Nacional de Radio, que hostigaba a Radio-noticias del Continente, porque era una emisora que denunciaba las atrocidades de los dictadores en América Latina. También figuraron en el recibimiento del Zapallo de Lata, que, por cierto, tenía un estilo fino de humor negro, una aspirante a Miss Universo; Luis Alberto Monge, Carlos Manuel Castillo y Santa Claus, entre otros muchos, y este último por considerarlo el ‘tribunal’, como se autodefinían, “invasor de nuestras costumbres navideñas”.

Los “zapallistas” no estaban dispuestos a dejar títere con cabeza. Ni siquiera Hugh Hefner y compañía se salvaron, porque cuando inauguraron un hotel Playboy en La Sabana, Díaz hizo una caricatura estupenda, con toda la malicia de su humor, azuzado por sus asesores, que bien pudieron meterlo en callejones sin salida, porque el humor, como se sabe, si no se interpreta de manera adecuada, puede despertar sentimientos en el otro que lleven a la confrontación e incluso a los tribunales de justicia.

En ese hilar por todos los campos, la sección no tenía contemplaciones, como hicieron con Guillermo Fernández, un periodista que había hecho su primer recorrido en el Semanario UNIVERSIDAD, como fue usual durante al menos tres décadas, que los mejores reporteros se iban recomendados a los medios comerciales, y le entregaron su zapallo, por considerar que se había convertido en un “enemigo” del medio que le brindó las primeras herramientas para su posterior consolidación.

Y como ningún periódico, aunque mucho que lo pregone la academia, puede abstraerse de su ideología, estaba claro que entre la mirada del Semanario y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) no había muchas migas, este conglomerado se adjudicó un Zapallo de Lata por pretender cambiar una decisión del Gobierno venezolano, en 1980.

Una mujer desnuda, con las iniciales de la SIP en su pecho derecho y el zapallo colgado del otro, fue la imagen que se publicó en ese entonces.

Para la época, esa caricatura era fuerte, y máxime en un país conservador como Costa Rica.

Ni San Nicolás se escapó al humor ácido de los zapallistas.

Un trazo sencillo y limpio

La fineza de Díaz en el trazo le permitía captar a las mil maravillas rasgos de los personajes que iban desfilando por la sección humorística. Este es un aspecto que de la Cruz resalta del trabajo del caricaturista, en una coyuntura política compleja para la región.

“Eran, como sugiere el título de esta obra, días de turbulencia en la región centroamericana y también costarricense, que no escapaban a los vaivenes que sacudían el continente. Movimientos de ida y de vuelta, de líneas políticas que se escribían, describían y reescribían, en la medida que la política es inconstante, imprevista y sorpresiva”.

Al valorar a dos de los integrantes comprometidos con entregar, semana a semana, esa orden de El Zapallo de Lata, de la Cruz recoge parte de la esencia de cómo eran aquellos días convulsos, cuando la guerra se había instalado en Centroamérica, tanto en El Salvador y Guatemala como en Nicaragua, donde en el 79 iba a caer el régimen de Anastasio Somoza.

“A Hugo Díaz lo traté por muchos años de luchas y militancias compartidas, de preocupaciones comunes. Carlos Morales ha sido entrañable amigo de aventuras periodísticas, de lecturas compartidas, de sueños colectivos, desde nuestros días de estudiantes y de las grandes luchas estudiantiles de finales de la década del 60 y de inicios de la década del 70, así como de las luchas políticas de aquellos años de combates, de solidaridad, de búsqueda de la paz, en contra de las dictaduras y por destellos de nuevas sociedades y procesos políticos que emergían con vigor, con drama y tragedia y, muchos de ellos, con esperanzas truncadas”.

El apoyo que un sector de la sociedad le dio a la revolución sandinista fue total desde Costa Rica, para que luego aquel ideal por el que muchos dieron, incluso, la vida, se fuera al despeñadero.

De la Cruz, en su prólogo a El Zapallo de Lata, destaca el compromiso siempre presente de Díaz y materializado, entre otros campos, por medio de la prensa. En efecto, el caricaturista fue pródigo en diversos periódicos, siempre con su capacidad innata para, con unos cuantos trazos, delinear la realidad con la que interactuaba.

“[…] Está presente en la memoria política nacional, especialmente de quienes con regularidad leemos periódicos y leíamos el Semanario UNIVERSIDAD, el periódico Pueblo y otras publicaciones donde aparecía su inconfundible firma, talento y capacidad para expresar, con rasgos simples, situaciones muchas veces complejas, con humor, con fisga, con capacidad para sacar sonrisas y provocar pensamientos profundos, conformes y disconformes”.

Para el historiador y catedrático, con el paso de los años, el costarricense se irá dando cuenta de la grandeza de Díaz y cómo en una carrera tan fructífera supo captar esencias de lo nacional.

“En esta obra, Hugo Díaz nos compenetra, con humor y con poesía surgida de su mano, en la esencia de lo costarricense, con esa enorme capacidad de hacer trascender con el dibujo las cosas complejas en formas sencillas, con estilo directo, llano y profundo a la vez. Hugo Díaz supo divulgar y promocionar los valores destacados de nuestra cultura histórica, nacional y política”.

De acuerdo con lo escrito por de la Cruz, no hay que quedarse con el mero trazo en una sección como la apuntada, sino que hay que situarla en el contexto en que se desarrolló, en una región, en ese momento, convulsa, con guerras de por medio, con las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), tratando de sacar la mejor partida de los países que consideraban sus satélites.

Lo que trasciende, lo que dejaban esas caricaturas semanales, mediante las cuales el ingenio de Díaz proyectaba cómo se iba desarrollando su época, es lo que adquiere un valor en tiempo, porque los medios de prensa, al fin y al cabo, cumplen con un papel trascendental no solo al informar sino, sobre todo, al jerarquizar los hechos y efectuar un ejercicio del criterio, como aspiraban en cada zapallo.

“En la vida de los pueblos el periodismo ha sido importante, incluso, como medio de guerra. Bolívar llevó la imprenta a la guerra. Juan Rafael Mora Porras también lo hizo. De esa forma, se procuraba marcar terrenos, orientar a los lectores y combatientes, desorientar e infundir desconfianza y hasta miedo en los enemigos, al revelarles sus debilidades”.

En un contexto así, el ejercicio en el que “embarcaron” a Díaz, recobra, con el pasar del tiempo, una dimensión mayor, porque era una forma de dejar una memoria gráfica para las futuras generaciones, en un país en el que el humor ha venido a menos en el último medio siglo.

“Para mí, Hugo Díaz fue en este sentido un gran estratega de las situaciones y un táctico, no en pocas ocasiones, de las salidas de esas situaciones. No se trataba con su trabajo de confundir a sus lectores, si no de aclararles el panorama para su mejor ubicación en el escenario político en el que vivían. Su trabajo era sin censura, pero a la vez censuraba, criticaba lo que no le parecía, o lo que se le proponía como tema para ilustrar y tratar con su mensaje pictórico, corrosivo, ácido, sarcástico y frontal, especialmente cuando hacía el reconocimiento al mérito de los que se ganaban un Zapallo de Lata”.

Y en esa línea, de dejar una memoria gráfica de los personajes que caían en su momento en sus propias contradicciones, fue cultivando un legado que, si se le suma su amplia trayectoria en el ámbito del humor, termina por consagrarle como el gran caricaturista de Costa Rica.

El Zapallo de Lata también fue una gran provocación para los personajes a los que, entrañablemente, con amor humorístico, se le prendía en su pecho, para deleite de los lectores. Las caricaturas que se condensan en esta publicación tienen vida propia. Siguen viviendo más allá de la memoria histórica que las hizo surgir. Son un espejo para la situación política que vivimos. Tienen su lenguaje particular y universal a la vez. Son espacios materiales y espirituales ya conquistados en la conciencia nacional y ciudadana. Muchas caricaturas se enfrentan así mismas. Son el resultado de la construcción social que vivimos”.

La Nación era uno “de los personajes” recurrentes en la sección.

Versos malogrados

Para tratar de confundir a los lectores, los miembros del comité de El Zapallo de Lata optaron por escribir los textos en versos rimados. En el libro se nota que lograban poco su cometido en este campo estrictamente formal, pero la sección destilaba ironía, tono burlón, doble sentido y un aguijón siempre punzante para con los personajes elegidos.

Uno de ellos fue Rodolfo Cerdas, que después de aceptar, en una entrevista con el Semanario UNIVERSIDAD, que él era marxista-leninista, a la vuelta de dos años se desdijo de todo lo afirmado, lo cual hizo que los zapallistas le cayeran sin contemplaciones.

Esto le endilgaron en el texto a Cerdas: “Finalmente, enfatizó que él hace dos años le dijo a Universidad que era marxista leninista, pero que ahora ya no porque se ha convertido en ‘costarricense democrático'”.

Y agrega El Zapallo de Lata: “O sea, que no quedan nada ni del Frente ni de su diputado ni de la izquierda ni del sello ni del marxismo ni del leninismo ni de nada. Lo cual casi equivale a aquella frase de otro diputado —también célebre— que en 1971 dijo: “Yo no soy yo”.

Y si el tono sarcástico predominaba en muchos de los zapallos, con Cerdas, es más que evidente: “Como don Rodolfo asegura que ya no es marxista, con la misma convicción que hace apenas 31 meses dijo lo contrario, y como ha pasado tan poco tiempo entre una postura y otra, nos apresuramos a ofrendarle un Zapallo de Lata a la congruencia, la consistencia, la solidez, la coherencia, la estabilidad y la firmeza, antes de que —por cualquier cambio inesperado— ya no se lo merezca”.

En esa vorágine que a ratos era el zapallo, Díaz tenía que autoprotegerse, o de lo contrario sus socios ideológicos lo llevarían al matadero. Esto hizo que, incluso, una caricatura dedicada a varios políticos, en 1981, la firmara con una firma falsa.

Díaz, de turbulencia. El Zapato de Lata, es un libro cuidado por la Euned y por su autor Morales. Es para una lectura lenta, sopesada, sin prisas, para apreciar cada gota de humor que se destila en las numerosas caricaturas que incluye, acompañadas de una historia que las contextualiza.

Es, también, un homenaje al Semanario UNIVERSIDAD como medio independiente que durante 54 años se ha convertido en un bastión del periodismo nacional. Y es, desde luego, una confirmación más del genio silencioso que era Hugo Díaz, con su coherencia política, su ética de artista grande y su solidaridad siempre a prueba de fuego. Si Díaz fue capaz de sobrevivir y resistir a ese “tribunal” de El Zapallo de Lata, ya solo ese hecho dice mucho de su capacidad para reírse de sí mismo, para luego plasmar en la hoja en blanco esos trazos que, con el paso del tiempo, han adquirido un mayor valor.

El libro sale del acervo de más de 2500 caricaturas que Díaz le donó a Morales, quien las salvó muchas veces de que terminaran en el basurero, porque el genial artista no tenía conciencia, en ese entonces, de lo que realmente representaba su pluma privilegiada y comprometida.

El Zapallo de Lata es una lectura deliciosa para el diciembre que se avecina, porque hay que ser claros: esos zapallos colgando de los homenajeados, son, por sí solos, una obra de arte y un trazo de humor que deleita e invita a pensar a reflexionar en la Costa Rica de entonces y en la Costa Rica de hoy.

 

 

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