El hombre bueno nos cuenta la historia de Vera y Juan, una pareja que ha llegado al final de su vida útil, o por lo menos eso parece. En un mundo donde las relaciones humanas duran un click, Vera y Juan ya arrastran mucho tiempo y asoman al ocaso. Tal vez la cosa se complica porque no solo arrastran tiempo, sino que también cargan consigo una hija adolescente.
El paso de los años, los días y las horas les ha cobrado una factura onerosa, y no están para esos lujos. Ahora van a tener que decidir si continúan juntos, con su amasijo de tiempo, con su experimento de paternidad, con sus sueños cumplidos a medias y sus esperanzas entre rotas y remendadas; o si cortan por lo sano y dividen las cosas.
El problema es que las relaciones humanas tienen más naturaleza de nudo que de línea, así que el “corte por lo sano” puede implicar sacrificar órganos vitales; el corazón, por ejemplo, que guarda todo lo que genera vida; o los recuerdos, que son parte de la mente y del cuerpo. Es decir, la tarea que tiene este matrimonio no es simple, porque querer no siempre es poder, son acciones muy diferentes, por más que el dicho las haga equivalentes
Para este juicio salomónico recurren a Alonso, antiguo colega de Juan. Él es quien va a tener que ensuciarse las manos, quien tendrá que aplicar la mediación y ejercer el antiguo arte de “hombre bueno”. Y acá es donde se tuerce la cosa –si no es que ya venía torcida, que a todas luces lo parece– y es que Alonso puede tener mucho de hombre, pero de bueno… pues se queda un poco corto.
Eso sí, Alonso tiene dotes muy paternales y entretiene a Manuela, la niña de Vera y Juan, mirando películas de Buster Keaton, hablando sobre Buster Keaton y haciendo dibujos –si, de Buster Keaton–. Extraña pasión por Buster Keaton, pero para gustos, colores –o blanco y negro, en este caso–.
Pero, también, Alonso genera a su alrededor un espacio que no es del todo seguro, una peligrosa gravitación como de agujero negro. Es guapo y entrado en años, “muy majo” dice Vera, y tiene un pasado que lo ha marcado de tristeza y misterio. Es el perfecto hombre maduro y atractivo, un silver fox, y se nota que Vera no ha pasado eso por alto. Tampoco Alonso, que tiene una llamativa insistencia en meterse al mar completamente desnudo frente a ella –¡y a su hija adolescente!–.
Pero, bueno, así las cosas, es fácil darse una idea de lo que puede pasar. O tal vez no, tal vez Alonso sí es un hombre bueno, y busca que otros tengan la felicidad que él no pudo alcanzar. Puede que él sea desinteresado, como Buster Keaton, que nunca se ríe, porque lo que quiere es hacer reír a los demás.
Así es El hombre bueno, película suave y sencilla, de poco más de una hora, ambientación agradable y diálogos con aire muy cotidiano. Todo aderezado con envidiables escenas de mar y la música de Ramón Pelegero que se repite a todo lo largo de la cinta a modo de leitmotiv (Veles e Vents, una pieza musical de 1970 con letra en lengua valenciana).
Jorge Sanz (Alonso), Macarena Sanz (Vera), Vito Sanz (Juan) y Aida Pérez (Manuela), bajo la dirección de David Trueba en una cinta grabada completamente en Islas Baleares. Fue una de las sorpresas del Festival de Cine de Málaga en marzo y, en la rueda de prensa del festival, el director Trueba dijo que la cinta existía por el mero deseo de volver a trabajar con el actor Jorge Sanz. Tal vez para algunos esa no es una razón de peso para crear un filme, pero Trueba, que tiene más de 30 años en ese gremio y es ya muy conocido en su entorno, puede darse ciertos lujos. Este es uno.
