En Aracataca Gabriel García Márquez es dios. En cada esquina los pobladores quieren rendirle pleitesía. Aracataca-Macondo se convirtió así en un espejo de esa imaginación desbordada que quedó plasmada para siempre en Cien años de soledad.
Ese pueblo enclavado en el caribe colombiano, de exuberancia plena y tardes de sopor, como les llamaba el escritor, es tierra para que el realismo mágico se vuelva cotidiano, porque brota por doquier como si fuera una puesta de sol en verano.
Hoy ese realismo mágico surge de la forma menos pensada: lo que debió ser un homenaje grande a su creador favorito se ha convertido en una controversia sin fin. Es como si Jorge Luis Borges hubiera urdido una de sus punzantes ironías y ahora le tocase el golpe a Gabriel García Márquez (GGM).
Esta historia bien podría titularse: Los dos Gabos. Todo empezó cuando el artista cartagenero Óscar Noriega llevó a Santa Marta, para exhibir durante unos días, una escultura de dos metros de García Márquez. La noticia corrió como la pólvora y rápido llegó a oídos del entonces alcalde de Aracataca Pedro Javier Sánchez, quien se mostró interesado en conocer los planes del escultor con esa obra que evocaba al hijo predilecto del pueblo que él presidía.
Noriega le contó a UNIVERSIDAD, desde Cartagena de Indias, donde reside, que ante el interés manifiesto de Sánchez, él decidió llevarse la escultura para Aracataca en su propia camioneta y luego de que el alcalde la vio, se quedó prendado de ella, porque las fisonomías respondían al perfil del Gabo de la realidad.
“Me preguntó que cuánto valía la escultura, porque me dijo que estaba muy interesado en ubicarla en la Plaza Bolívar que iban a remodelar. Don Pedro me confesó que otros artistas le habían cobrado precios que el municipio no podía pagar. Lo primero que le dije es que debía de gustarle la escultura. En eso no hubo ningún problema. Yo le dije, también, que tenía interés en que esa escultura se quedara en Aracataca, porque en realidad es la tercera que hago. Una de ellas está en el periódico El Universal de Cartagena, donde García Márquez trabajó como periodista. Nos pusimos de acuerdo en el precio: 300 millones de pesos ($80.362,60, que equivale a ¢46,9 millones), aunque en principio yo pretendía 4.000 millones, pero no tuve problema en entender el presupuesto del que disponían. Ese era el valor, más la comisión que se dejaría el contratista, que andaba por el orden de los 60 millones ($16.072 que representa ¢9,3 millones). Hasta ahí todo bien”.
Noriega habla con total soltura, sin esconderse nada, pero asegura que luego todo cambió como por arte de magia oscura. “Utilizaron mi escultura para buscar la financiación no para comprarme la obra a mí, sino para vender toda la idea de la remodelación de la Plaza Bolívar, donde también iría una escultura del libertador. El asunto tuvo un vuelco de realismo mágico cuando la contratista, Indira Fernández, decidió encargarle la escultura a una persona que se dedica a hacer mosaicos, y por eso hizo lo que hizo: un Gabo que no se parece a nuestro Nobel y que la gente rechaza”.
Noriega asegura, que no está defendiendo su escultura, sino el hecho de que García Márquez no merece una obra que no está a su altura y que la del otro artista se acerca al ridículo.
Noriega, que tiene una amplia obra en Colombia, quiere dejar claro que no se opone necesariamente a que los contratistas hubiesen escogido otra obra, de las cuatro que mencionan, aunque solo se ha visto la de él y la de Otto Arteta Bonivento, quien realizó un García Márquez que no se parece al escritor de la vida real (ver fotografía de la escultura), y en el que aparece un Nobel triste y con rasgos ajenos a los que lo distinguieron a lo largo de sus 87 años, tras morir un 17 de abril de 2014, en México.
Para desafiar a la realidad, Noriega decidió dejar, a pocos metros del Municipio de Aracataca su escultura de GGM y ha resultado una verdadera atracción, como lo muestran las fotos de pobladores, frente a ese Gabo con las manos extendidas y como invitando a sus paisanos a unirse a la fiesta de la vida.
La escultura mide dos metros de altura y está construida con resinas de carbón y fibras naturales, un material que se está utilizando en todo el mundo, resume el artista.
La figura creada por Noriega presenta a un García Márquez sonriente y con su inconfundible guayabera, que ha hecho que los “cataqueros” se hayan identificado con la obra.
Noriega confiesa que espera que sea el pueblo el que juzgue con cuál de las esculturas quiere quedarse, más allá de si las autoridades de Aracataca deciden recibir a ese García Márquez que nadie reconoce y nadie quiere.
“La escultura está ahí puesta a un costado del municipio. Cualquiera, si así lo dispone, podría hacerle daño, pero yo tengo la intuición de que ha sucedido lo contrario: más bien la gente la cuida, y la ha hecho suya. Por eso se sacan fotos con ella”.
A tan solo 30 metros está la otra escultura: la de Arteta Bonivento, en la que aparece un GGM escribiendo a máquina, pero que no logra conectar con los cataqueros, quienes han expresado a medios locales que ese García Márquez no corresponde al que ellos conocieron.
Al GGM que vieron por última vez en 2007, quien luego de una ausencia de 24 años volvía a su tierra, en la que conoció la fantasía de sus abuelos, donde hoy está ubicada la Casa Museo, que dirige el poeta Rafael Darío Jiménez y que cuenta con el respaldo de la Universidad de Magdalena.
Un Gabo vestido de guayabera blanca, acompañado por su esposa Mercedes Barcha y el rey vallenato Rafael Escalona, recordó ese 30 de mayo de 2007 el cariño infinito que le profesaban sus coterráneos, quienes vieron cómo aquel tren amarillo de la realidad llegaba hasta esa Aracataca en la que, como en La hojarasca, la soledad y el olvido habían arrasado con tantos sueños y aspiraciones.
REALIDAD INVERTIDA
Sánchez, hoy exalcalde de Aracataca, manifestó a UNIVERSIDAD desde la cuna del Nobel que la escultura de Arteta Bonivento no tiene ningún asidero con la realidad y que es un “adefesio” y que, por lo tanto, las actuales autoridades del municipio no pueden recibirla, porque no tiene ninguna semejanza con Gabriel García Márquez al que se pretendía realizar un homenaje con dicha obra.
“La escultura que piensan poner en la Plaza Bolívar de Gabriel García Márquez es un adefesio. Aracataca se merece lo mejor. Y esa obra debió hacerla un escultor reconocido. Y no alguien que nunca ha realizado una escultura. Esa es la primera que hace ese señor”.
Sánchez se refiere a la escultura de Arteta Bonivento, que fue la escogida por los contratistas, como lo reconoció a medios locales Indira Fernández, quien forma parte de la empresa encargada de la remodelación del citado espacio público.
“Fuimos muy cuidadosos al momento de decidirnos. Tuvimos en cuenta la calidad de los materiales, seguridad, durabilidad y sentido de la escultura. Todos esos aspectos los ofrecía la figura planteada por el maestro Otto Arrieta, siendo esta la que a nuestro parecer le dará vida al realismo mágico de nuestro Nobel de literatura”, le dijo Fernández al periódico El Tiempo. El medio cita a Arrieta, pero el nombre correcto es Arteta Bonivento.
Lo que Fernández veía y declaraba no coincidía con lo que observaban los pobladores y tampoco con lo que apreciaba Sánchez, bajo cuyo gobierno se impulsó el proyecto de renovación de la Plaza Bolívar, la principal de Aracataca.
“Esa escultura no se parece en nada a Gabo. Sería importante que haya una campaña internacional en contra de ese adefesio. Aracataca se los va a agradecer”.
Las palabras de Sánchez, como se aprecia, son duras, contundentes, y dichas sin temor, porque en esa disputa que ha surgido en torno a los dos García Márquez hay uno que guarda pocas afinidades con el escritor de carne y hueso que fue capaz de convertir la realidad de “Cataca”, como le conocen al municipio en Colombia, en una realidad literaria.
FAMILIA EN SILENCIO
Gabriel Eligio Torres García, hijo de Rita García Márquez, y quien comenzó una tardía vocación como escritor, explicó a UNIVERSIDAD, desde Cartagena de Indias, que la familia está a la expectativa de lo que ocurra, pero que de entrada hay una gran sorpresa porque el Gabo de la escultura del artista guajiro no se corresponde mucho con el que ellos conocieron.
“A mí me pasaron la foto de la escultura que quieren poner en la Plaza Bolívar y, para ser honesto, no se parece a mi tío”.
Torres, quien acaba de publicar La casa de los García Márquez, una versión desde adentro de cómo era y es su familia, recordó que algo similar ocurrió cuando en Buenos Aires, Argentina, pusieron un busto de GGM en el Jardín de los Poetas.
“A mí, Rodrigo, el hijo de Gabo, me dijo en ese entonces: ese no se parece a mi padre. Al menos no se parece al que yo conocí”, le dijo el cineasta.
Gabriel Eligio expresó que en el caso de Noriega, ya conocen dos buenos trabajos sobre García Márquez y, en efecto, en la escultura que está en El Universal de Cartagena de Indias aparece Aída García Márquez en una actitud que denota orgullo al lado del busto de su hermano.
“Nosotros en la familia tenemos un chat en WhatsApp y yo pasé la fotografía de la escultura y la verdad es que nadie la encuentra parecida a Gabo. Si la gente no supiera que es mi tío, no lo asociaría con él”.
Gabriel Eligio manifestó que la familia será respetuosa de lo que elijan las autoridades municipales y regionales, pero que lo que realmente interesa es que la gente se identifique con el García Márquez que guarda más similitudes con el de la vida real.
Este tipo de situaciones, reconoció, hace aflorar todo el humor que por décadas ha prevalecido en esa numerosa familia de la que GGM sacó sus mejores historias.
“Mucho de lo escrito por Gabo es la historia de sus hermanos y de sus abuelos, solo que él las transformaba en esas historias que todo el mundo conoce”.
Sobre su relación con su tío, Gabriel Eligio recordó: “Nos unía el amor por el vallenato. Yo vivo en Cartagena y cuando venía acá me preguntaba cuáles eran las últimas novedades y nos gustaba ir juntos a comprar música”.
FALTABAN LOS CARACOLES
Como si ya los dos Gabriel García Márquez no fueran un rasgo de esa cotidianidad que se desdobla así misma en ese mundo de realismo mágico que con tanta fineza y sabiduría contó GGM, cuando instalaron el nuevo jardín que forma parte de la restauración de la Plaza Bolívar, sucedió lo que ningún novelista se hubiese atrevido a incluir en una de sus narraciones.
Los gestores comprobaron, hace aproximadamente mes y medio, que la obra no solo no se podía abrir al público por la emergencia del COVID-19, sino sobre todo porque en la nueva instalación apareció una plaga de “caracoles africanos”.
Sí, en la nueva plaza, llena de controversias por esos García Márquez antagónicos, surgió una plaga de caracoles africanos, como si algún conjuro macondiano se hubiese invertido y en el momento de la gloria hiciera que todo explotara contra los pronósticos más irracionales.
Es como si fuera, también, una muestra inequívoca de que por azar o superstición, mucho de lo que pasa en Aracataca busca imitar la realidad que fuera narrada en ese vallenato de más de 300 páginas que es Cien años de soledad, como definió a su novela el propio escritor.
John Santoya, Secretario de Cultura de Aracataca, confirmó que los caracoles africanos aparecieron sin que en un principio tuvieran claro cómo fue que brotaron justo en lo que será la nueva Plaza Bolívar.
Dichos moluscos pueden causar, entre otras afecciones, en los humanos la meningoencefalitis y se reproducen a gran velocidad. En Colombia fue detectado por primera vez de manera oficial en 2008 por el Ministerio del Ambiente, que emitió la resolución 0848 del 23 de mayo de ese año.
Pasada la conmoción, en Aracataca sospechan que el caracol gigante africano iba en las plantas que conformarán el nuevo jardín de la Plaza Bolívar.
Por esa razón, la obra total de la Plaza Bolívar todavía no ha sido recibida por el municipio que hoy lidera el alcalde Luis Emilio Correa. A Correa se le contactó para conocer directamente sobre su parecer en torno a lo sucedido con la controversia generada por las esculturas; no obstante, al cierre de edición todavía no había contestado.
El asunto de las esculturas ha estado en el centro de las afirmaciones y contrainformaciones que han surgido en los últimos meses en “Cataca”, donde existe la figura de la “veeduría”, que es una especie de comisión que representa al pueblo cuando se erige una obra pública.
La “veeduría” en relación con la Plaza Bolívar está conformada en esta oportunidad por Marcos Daza, Blas Cantillo y Santoya. Al respecto, Santoya aclaró a este medio, que dicha “veeduría” en ningún momento conoció ningún tipo de selección de las esculturas, por lo que la escogencia de la obra le correspondió de manera estricta a la empresa contratada.
“No es cierto, y por eso emitimos un documento por escrito, que nosotros como veeduría tuvimos a cargo la selección de alguna de las esculturas. Esa no es función nuestra. Son las autoridades competentes las que recibirán de forma completa la reforma de la Plaza Bolívar”.
En ese pueblo, que se precia de tener al único Nobel de Literatura que ha dado Colombia, hoy la disputa saltó por donde nadie lo esperaba: los dos García Márquez separados entre sí por unos 30 metros, en espera de que no solo los representantes municipales den su veredicto, sino también los cataqueros que a diario recorren las calles de su comarca.
Aunque en un referéndum de 2006, los pobladores rechazaron que su municipio pasase a llamarse de manera oficial Aracataca-Macondo, todavía no han podido apaciguar a esos dioses huidizos que desde algún lugar mueven los Melquiades y los Buendía. A tal punto que actualmente la polémica se encendió porque apareció en su plaza principal un Gabriel García Márquez que nadie quiere y que nadie reconoce, algo impensable en un poblado en el que al Nobel se le trata con una admiración desbordante. Tanto que la realidad segundo a segundo, minuto a minuto, y hora a hora, parece estar supeditada a los conjuros de la ficción que él imaginó en su entonces casa en San Ángel Inn, en México, a 3.333 kilómetros de su natal Aracataca.