Cultura Entrevista Adriana Sánchez González, escritora y cocinera

“(El fútbol) es un territorio que puede ser muy liberador y una gran condena”

Fútbol y feminismo no riñen en el territorio seguro que Adriana Sánchez ha construido para tratar de concretar la posibilidad de un mundo mejor.

En el 2016, la escritora y cocinera-panadera Adriana Sánchez González publicó el libro La pasión, una serie de relatos cortos en los que narra historias “muy vivenciales”, vinculadas con el fútbol.

Además de filóloga y feminista, Sánchez se define como hincha. Feminista y futbolera, aparentemente algo no cuaja en la ecuación. Sin embargo, quien lee su libro se dará cuenta, en la primera página, de que del llamado deporte rey cualquiera se puede enamorar y sentir una pasión “desenfrenada”.

No hay tal contradicción, dice Sánchez sentada en su cafetería “Manos en la Masa”, territorio seguro y liberado en donde ejerce otra pasión: cocinar y hacer pan.

Sánchez cuenta que quería darle de comer a la gente, ser cocinera porque le da la gana y no por necesidad.

“Fue una especie de iluminación. La gente no necesita que la salven, la gente lo que quiere es comer. Lo que uno recuerda y atesora es ese momento, ese acto de comunión tal y como lo plantea el catolicismo, de sentarse a compartir el pan con la gente que es importante para uno. Yo quiero brindar esa experiencia”, expresó en entrevista con UNIVERSIDAD, la mañana en que se jugaba el partido mundialista entre Brasil y Bélgica.

Los proyectos de vida de Sánchez se amasan y crecen como el pan hecho con amorosa paciencia y cuidado: despacio, poniendo atención al proceso y en su tiempo justo.

Así lo respiró ella desde la infancia cuando se sentaba junto a su padre a ver partidos de fútbol en la sala de la casa, mientras su madre freía la cebolla para los frijoles.

Ambos la alentaron a estudiar y a hacer lo que ella quisiera: cantar, escribir, leer, boxear, hacer pan, jugar fútbol y reflexionar en torno a la fenomenología del deporte “más hermoso del planeta”, para aprender sobre el ser humano.

En ese territorio aprendió a amar el milagroso deporte de las improbabilidades, democrático y maravilloso, que para ella es el fútbol.

La portada del libro La pasión, de Adriana Sánchez, es una foto de una instalación de Roberto Guerrero, que asocia lo queer al deporte heterosexual por excelencia.

En tu libro La pasión reflexionás en torno al fútbol como un lugar seguro, en relación con tu papá y tu mamá, desde niña.
–Es que eso ha sido para mí siempre. Hay gente que dice que es un lugar común un poco machista: tu papá en el fut y tu mamá en la cocina, diay, yo me crié así. Es el lenguaje que yo aprendí a hablar con mi papá y le ha dado contenido a mi historia con él. Éramos una familia tradicional, heteronormativa, mamá, papá, hija e hijo. Siempre me he forzado por ocupar espacios que están tomados por la masculinidad tradicional, y me gusta tomarlos porque son lugares a los que no vamos, de los que nos privamos. Ha sido muy interesante llegar hasta donde el poder está, pararse en frente y decirle: ¿qué?

¿Eso hacés con el fútbol?
–Esa es la relación con el fútbol: es cuestionar, es querer conocerlo mejor, más a profundidad. Las mujeres tenemos este proceso tan aborrecible de control y violencia sobre el ejercicio de nuestra autonomía, que ha sido prácticamente imposible durante siglos. Las mujeres hemos encontrado mucho consuelo y liberación en la epistemología; el feminismo nace de ahí, de problematizar, de generar teoría, contenido, preguntas que no tienen respuesta, pero las preguntas son muy importantes. Me gusta meterme en esos espacios para conocer qué hay detrás de la máscara de la hombría, porque los hombres son personas que sienten. He aprendido mucho de la relación con heterosexuales machistas y tengo muchos amigos que alguna gente me cuestiona que cómo puedo tener compas que oyen reguetón y se pelean en los bares. Me gusta acercarme desde un lugar más empático.

¿Cómo desarrollás esta pasión por el fut y cómo entendés el fenómeno desde el feminismo?
–No me gusta privarme. Hay un ejercicio del feminismo que yo llamo el feminismo de la prohibición, que es de vieja guardia, impositivo, enemigo de la sexualización, de los disfrutes, viene de un espacio de la intelectualidad aporofóbica, clasista, que tiene un desprecio por las manifestaciones culturales de las clases menos privilegiadas. Voy al estadio en vez de ir al museo porque me encanta y no me da vergüenza. Esa es mi práctica de ocio y soy feliz y problematizo sobre eso. Me encanta el Mundial, el ejercicio de la narración del comentario, porque ahí se esconden estas visiones de mundo, todo el estereotipo, todo lo que está mal en el mundo, está ahí, amasado, recopilado en el comentario.

Vos decís en tu libro que es la metáfora de la vida…
–Totalmente. Todo lo que está mal con el mundo: el racismo, la homofobia, la misoginia, la transfobia. Si vos como intelectual te querés perder esa olla de presión fenomenológica allá vos, perdételo; pero si uno quiere entender los comportamientos, la interacciones y las visiones de mundo de una comunidad, uno de los lugares a los cuales es más importante asistir es el estadio, a ver cómo se relaciona la gente entre sí, a ver cómo se relacionan los hombres entre ellos, a entender esas relaciones de poder. Ese desprecio por la diferencia, esa contradicción de estar en un país sumamente racista como Francia, en donde el 85% del plantel del seleccionado nacional son negros, hijos de inmigrantes, segunda generación de migrantes africanos, es espectacular. Negarlo o ver para otro lado con desprecio, o sentirse moralmente superior porque no me gusta el fut a estas alturas de la historia es una soberbia caballada.

¿Qué cosas positivas y negativas le ves al fútbol?
–El fut es un deporte muy democrático. Hay deportes muy elitistas como el golf, el tenis, la equitación. El fútbol no, no importa de dónde vengás vos, es de los pocos lugares en donde sí hay esta posibilidad de emergencia, en donde si tenés talento podés llegar lejos y hasta ganar bien y vivir de eso. Para jugar fútbol lo que necesitás es una bola, algo que ruede, y por eso es que podés jugar en todas partes, en las plazas, en las calles, en la playa. Una de las principales cosas que tiene es la democratización de los espacios. Cualquiera lo puede jugar, ver, practicar, experimentar. Las cosas malas que tiene van más allá del fut.

Por ejemplo la FIFA, a la que te referís en tu libro como una insoportable decadencia. ¿Qué pasa con la corrupción, la violencia?
–La mercantilización del ejercicio futbolístico ha generado cosas muy nocivas para el espectáculo mismo. El fut es más que ese espectáculo, que ese montón de plata que se mueve y las corruptelas. Son espacios que, igual que los gobiernos, están tomados por gente corrupta para hacer plata. Ese mundo paralelo mueve muchísimo más dinero y al igual que todas las estructuras de poder que se amparan en el capitalismo tiene impunidad en las acciones y los hilos que se mueven son políticos: un Mundial en Rusia, en Catar. Es gacho. Cuando la gente habla del fut como el semillero de ciertos fenómenos culturales violentos se nos está escapando que hay muchos espacios en donde hemos desarrollado dinámicas de sociedad que son violentas, que marginalizan a ciertos grupos, que desprecian a los grupos que están en las periferias, que son violentos con las mujeres, con la comunidad diversa, con los niños y las niñas, porque hemos consolidado estructuras de poder en contra, que no es un poder compartido ni horizontal.

¿El abordaje que hace el Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu) con las campañas contra el machismo es asertivo?
–Creo que sí, porque es innegable que las estadísticas no mienten, ni los hechos, los datos: hay un aumento de las denuncias por la violencia intrafamiliar durante los partidos de fútbol. ¿Qué acompaña al partido de fútbol? El consumo de bebidas alcohólicas, el feriado, pero no perdamos de vista que ese hombre machista y agresor ya vive en esa casa sin fútbol o con fútbol y ejerce esa violencia con fútbol o sin fútbol. El hecho de que haya más mujeres denunciando tiene mucho que ver con esas campañas. El Estado está cumpliendo con su deber de enseñarle a la ciudadanía cómo utilizar una herramienta que está disponible: el 911. Son estrategias que van a funcionar a mediano y largo plazo. Es programación neurolingüística.

El énfasis en la competencia no es lo que te hace más feliz del fútbol, incluso afirmás en tu libro que al ser herediana te resignaste a perder, ¿en qué lugar te ponés para disfrutar del fenómeno?
–Hay una cosa muy bonita que dice (Juan) Villoro sobre el hincha: nosotros los hinchas somos gente resignada. El fútbol es un terreno de improbabilidades. Eso se ve mucho en los mundiales, por ejemplo en este: Italia no fue al Mundial ni Holanda ni Chile. Alemania se fue para la casa, y España, en primera ronda. Costa Rica en 2014 en el grupo de la muerte pichasea a Uruguay y le gana a Italia, campeón del mundo, pasa a la siguiente ronda y a la siguiente, además con una selección de jugadores semiprofesionales. Esa es la democracia de la que te hablo. Es un territorio de milagros y Villoro lo que dice es que precisamente está relacionado con que estamos resignados y uno está esperanzado a ese momento magnífico en el que aparece eso que hace que se le llame el deporte más hermoso del planeta. Ese gol de Medford en Italia 90 narrado por Pilo Obando, que yo lo escucho y se me paran los pelos: Medford, Medford, Medford. La narración, el grito, vale la pena solo ese momento. Es un ajedrez humano. Hay técnica detrás del fútbol, las jugadas son estudiadas, se practican.

Es técnica pero también es creatividad y algo de azar…
–Es que también están las individualidades. El Chiqui Brenes que de repente se hace gigante y va corriendo solo, y hace un golazo. Yo me he preguntado mucho que pasaría con la selección de Argentina si no jugara (Leonel) Messi y creo que sería bastante más creativa, porque tener una figura de la que vos dependés implica amarrarte al milagro. Y ese milagro ve que interesante cuando se hace con bastante gente que es el caso de Costa Rica en el Mundial de Brasil: no son jugadores con un perfil muy alto, una selección bastante horizontal. Eso mezclado con lo que se le critica a Jorge Luis Pinto: el control absoluto, el bullying y esta “vara” militar, y esa selección llegó hasta donde llegó. Esta no llegó a ninguna parte y son los mismos jugadores prácticamente con una dirección técnica muy limitada.

En La pasión escribís “cuenta la leyenda que, antes del primer partido, Bora (Milutinović) les dijo en el camerino “ustedes ya ganaron”. ¿Vos te repetís esa especie de mantra en tu vida cotidiana? ¿Por eso llevás una postalita de la selección de Italia 90? Ese equipo es tu “santo de las causas imposibles”, según decís. Le rezás “porque nada es imposible. Porque ganar es una actitud ante la vida y no una medalla”.
–En el 90 yo tenía diez años. Costa Rica nunca había ido a un Mundial, y entró al primer partido a ganar y ganó. Una selección conformada por muchachos que cortaban caña, trabajaban en gasolineras, taxeaban, nunca habían salido del país, un aterro de polos, que no tenía uniformes, tacos, plata, no hablaban ningún otro idioma, que se los habían sonado en todos los amistosos. Y la canción: lo daremos todo. La actitud ante la vida debe ser esa, sin miedo, no tener nada que perder y mirá adónde llegaron. ¿Qué hacés cuando no tenés nada que perder? Te igualás y estos “maes” se igualaron a la selección de Brasil. Perdimos uno a cero, y Brasil es el mejor equipo del mundo. No nos golearon. Efectivamente tengo una fotito de la Sele y son como un santo y yo pienso mucho en estos “maes” cuando tengo momentos difíciles. Yo sí creo que es una actitud muy ejemplar, se la vi a la selección de Pinto en Brasil, creyéndosela jugando contra los mejores del mundo y ganándoles, y qué pasó en este Mundial, nadie se la creyó. Llegaron a jugar con el mito a cuestas: ahí viene la selección de Costa Rica que hizo un súper Mundial en Brasil.

También escribís que “no existe un lugar en el que un hombre pueda ser más ‘playo’ que la cancha de fútbol”. Pero esas manifestaciones de afecto, como un beso en la boca las reprimen los comentaristas diciendo: “ese beso estuvo mal mal mal” y “qué feo eso”.
–Everardo (Herrera) y Mario (Segura) deberían hacernos un favor y pensionarse. (El fútbol) es un territorio que puede ser muy liberador y una gran condena, porque las masculinidades tradicionales han tenido una prohibición expresa de manifestar afecto, si este afecto no está teñido de sexualidad. Por eso está este tabú de que si sos sexualmente afectivo con un “mae” sos “playo”, gay. No tenés licencia de nalguear, de hacerle piojito, de darle beso en el cachete, abrazar a tu amigo, y en la cancha de fútbol eso se puede hacer cuando celebramos el gol. Yo creo que es tal la prohibición que la manifestación de ese cariño es gigantesca ahí: los “maes” se nalguean, se tocan las bolas, se besuquean, se alzan, del otro lado de la malla en la gradería. Es un espacio que ha sido un territorio seguro, hasta que dos “maes” se besan en la boca y aparece un estúpido como Everardo Herrera diciendo que eso está mal porque los chiquitos van a ver eso en la casa, pero no lo dicen cuando está el acercamiento a las tetas de la muchacha que convertimos en un objeto que adorna la gradería. Eso es doble moral. Hay mucho avance, hay muchas mujeres jugando al fut y hay menos miedo a la represalia y a la consecuencia si rebelás tu identidad sexual a tus compañeros de equipo. Por qué no sacamos eso (el afecto) de ahí y lo llevamos a otros lugares. Aprendamos a abrazar, a decirle a la gente que la queremos sin que medie una intencionalidad sexual, entre “maes”. La expresión del afecto nos mantiene con vida, somos animales sociales.

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