Cultura

El fraude del arte contemporáneo según la crítica mexicana Avelina Lésper

La destrucción de la pintura Niña con globo en Sotheby’s en plena subasta en Londres, el 5 de octubre pasado, reabrió la polémica mundial de qué es arte.

Sucedió el viernes 5 de octubre de 2018 en la sala de subastas de Sotheby’s, en Londres, y representa el más reciente capítulo de excentricidad relacionado con el arte contemporáneo: un cuadro del artista británico Bansky se autodestruyó segundos después de que fue adjudicado a una compradora anónima.

Ante la mirada atónita de los presentes, Niña con globo empezó a autodestruirse, saltaron todas la alarmas y miembros de seguridad de la galería tuvieron que acudir a intentar salvar lo que quedaba del cuadro, que había sido vendido por 1.18 millones de euros.

De esa forma, la pintura, que inicialmente había sido un mural en una de las paredes de la calle londinense de Shoreditch, quedó reducido a la mitad de la pintura, tras ser triturado.

Minutos después de que sucediera la destrucción, el misterioso grafitero –cuya identidad se desconoce–, colgó en su red social de Instagram un vídeo en el que explicaba cómo había introducido en el marco de la obra una trituradora por si algún día el cuadro se vendía.

Es probable que a 8.297 kilómetros, en el Distrito Federal, en México, Avelina Lésper, se haya revuelto una vez más por el espectáculo montando por el enigmático Bansky.

La crítica de arte mexicana ha sostenido en la última década una “cruzada” contra el fraude del arte contemporáneo y lo ha hecho por medio de artículos, entrevistas y libros.

Lésper trabaja para la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y tiene un posgrado en Historia del Arte de la Universidad Politécnia de Łódź, Polonia.

Uno de esos libros es, precisamente, El fraude del arte contemporáneo, en el que desglosa punto por punto por qué las instalaciones, los perfomances y el videoarte carecen de un verdadero valor artístico y se inscriben en una “ideología” en la que los curadores desempeñan una función capital para legitimar este arte que tanta controversia despierta en el mundo.

Uno de los movimientos que más resonancia ha tenido en las últimas tres décadas en el arte contemporáneo  es el de los Young british artist, con el polémico Damien Hirst a la cabeza, cuyas obras se han vendido por millones de dólares.

La pieza que más le dio la vuelta al mundo de Hirst fue The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo), que incluye a un tiburón en formaldehído, por el que en su oportunidad el comprador pagó 10 millones de euros. Detrás de los Young british artist estaba Charles Sacchi, un publicista que financiaba esas y otras muchas excentricidades.

Avelina Lésper no tiene reparos en tildar el arte contemporáneo como una farsa.

RETÓRICA DE LOS DOGMAS

Según Lésper, el fraude del arte contemporáneo se impulsa y se sostiene por una serie de dogmas con que se justifican obras de arte que en realidad no lo son, y que requieren de operaciones retóricas y de contextos para poder pasar por arte.

En ese sentido, el primer dogma denunciado por Lésper es el “dogma de la transubstanción”. “Este dogma afirma que un objeto cambia de substancia por una influencia mágica, por un acto de prestidigitación o por un milagro. Eso que vemos ya no es lo que vemos, es algo más, no evidente en su presencia física o material, pues su substancia cambió. Esta substancia, que no es comprobable, resulta invisible a los ojos. Para que exista tenemos que creer en su transformación”.

De acuerdo con Lésper, este dogma se materializa por medio del “concepto” y “la ‘infabilidad’ del significado”.

De esta forma, se puede justificar cómo un orinal, en una exposición de R. Mutt, podía transformarse en una fuente y a la vez en una obra de arte, puntualiza la experta.

La palabra, en toda esta operación de transformación del significado, juega un papel determinante: “Ya no hablamos de un orinal sino de arte; nombrar ese cambio es indispensable para que se cumpla. El dogma funciona porque esta idea es obedecida sin cuestionarla, porque los ideólogos del arte afirman: ‘Eso es arte”.

Aquí aparece aquel concepto del ready made o arte encontrado, que justamente busca potenciar que los objetos cotidianos podrían transformarse en arte, y Marcel Duchamp fue uno de sus más fuertes divulgadores.

“Que se nos pida alienar nuestra percepción para aceptar como arte algo que no demuestra valores estéticos es pedirnos que mutilemos nuestra inteligencia, nuestra sensibilidad y por supuesto nuestro espíritu crítico”.

Para Lésper, que hace tan solo dos semanas tuvo un encuentro en el Museo de México con grafiteros, en la que como protesta estos le lanzaron un pastel a la cara y tuvieron que intervenir las autoridades de esa institución para protegerla, “en nombre de la creencia de que todo es arte, se está demoliendo al arte mismo”.

El tiburón en formaldehído de Damien Hirst intitulado La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo se vendió en su momento por más de $10 millones.

EL SIGNIFICADO

Explica Lésper que si se parte de que todo es arte, ello da pie al “dogma de la bondad del significado”. El arte, por ende, tiene una intencionalidad que redime a la sociedad desde su intención.

“El arte se ha convertido en una ONG que lucra con la ignorancia del Estado. Las obras, así físicamente se demuestren infrainteligentes y carentes de valores estéticos, tienen grandes intenciones morales. El artista es un predicador mesiánico, un Savonarola que desde el cubo blanco de la galería nos dice qué es bueno y qué es malo”.

La crítica mexicana, que por un lado es aclamada y por otro despierta todas las antipatías imaginables, no se anda con contemplaciones: “Resulta curioso que las obras empecinadas en asesinar el arte también estén obsesionadas con salvar al mundo y a la humanidad. Estética vacía pero envuelta en grandes intenciones, estas obras defienden la ecología, hacen denuncias de género, acusan al consumismo, al capitalismo, a la contaminación. Todo lo que un noticiero de televisión programe es tema para una obra de antiarte. Sin embargo, su nivel no supera el de un periódico mural de secundaria”.

Otro de los dogmas que sostienen este arte de las instalaciones, los perfomances, los videoartes es el del “contexto” y en este sentido Lésper denuncia que son los museos y las galerías los cómplices ideales de estos “artistas”.

“Los objetos dejan de ser lo que son en el instante en que cruzan el umbral del museo.

Las obras que están a su lado, el área de exhibición, la cédula, la curaduría, todo se coordina para que un objeto sin belleza o sin inteligencia sea arte. En el gran arte, la obra es la que crea el contexto. Una colección de pinturas hace un museo, una estatua define una plaza”.

Aunque no utiliza redes sociales, Lésper es activa en medios mediante entrevistas y columnas. Una de las tareas que se ha autoimpuesto es llevar sus denuncias hasta las últimas consecuencias. Por eso su libro se puede descargar gratis en Internet, con el fin de llegar al público más amplio posible.

“El contexto tiene capacidad para transformar los objetos: si un comerciante pone un anuncio espectacular en la calle, es publicidad; pero si Jeff Koons o Richard Prince se apropian del mismo anuncio y lo exponen en un museo, es arte. La invención del contexto tiene como fin darles a estas piezas y objetos una posición artificial de arte que fuera del recinto o del área de exhibición no tienen”.

Desde su punto de vista, al apropiarse del lenguaje, tienen el medio para justificar lo injustificable, y se explica cómo es que funciona el “dogma del contexto”. “En el Museo Reina Sofía de Madrid la colección permanente incluye grabados de Goya. Esto crea contexto y le dice al público que una instalación de basura es arte como lo son los grabados de Goya, que un video de un performance de Esther Ferrer es arte como lo son los grabados de Goya. A eso lo llaman “crear diálogos”.

Al ser tan contundente, sorprende que a Lésper no la hayan liquidado, al menos, intelectualmente, en un país  como México en el que la violencia en general es pan de cada día, y que además está sumido en el flagelo del narcotráfico y permeado por la corrupción política.

“Ahora bien: si el arte contemporáneo nació como un rechazo a las academias, si el gran arte es para sus abanderados símbolo del atraso y no motiva a la interacción del público, ¿cuál es la necesidad de relacionarse con obras de Goya o de Velázquez? Que el contexto les facilita consagrarse en los museos y en el mercado. Crear este tipo de contextos solo sirve para conferirle a una instalación de bolsas de plástico de B. Wurtz la calidad de obra maestra”.

Todo El fraude del arte contemporáneo mantiene un tono desafiante, basado en criterios estéticos y reforzado con sólidos ejemplos sobre obras de arte contemporáneo que por sí solas, probablemente, terminarían, en el mejor de los casos, en el rincón de los objetos cotidianos.

“En el Museo Guggenheim, el artista Tino Sehgal pidió que vaciaran las salas para montar un performance que básicamente consistía en que dos personas contratadas se besaban en el piso cuando entraba un espectador. En este caso, la obra no es la obra sino el contexto: el museo, sus espectaculares salas vacías, el espacio arquitectónico, el Guggenheim como escaparate al servicio del artista. Si estos actores se besan en una estación del metro o en Central Park, la obra sencillamente no existe”.

De la mano de “dogma del contexto” se erige como uno de los pilares de este arte, del que Bansky es una muestra inequívoca, el “dogma del curador”. Según Lésper, la obra de arte del perfomance, de la instalación y del videoarte no existirían sin la figura imprescindible del curador. Este es tan relevante en estos casos, que la autora va más allá y asegura que se puede prescindir del artista, pero no del curador.

Tales afirmaciones, como puede apreciarse, han convertido a Lésper en una rara avis en el mundo del arte, y por eso es que ciertos para sectores está proscrita y la tildan de estar atada al arte realista e hiperrealista.

“Para que la figura del curador tenga autoridad, debe tratarse de obras de este falso arte llamado contemporáneo. El otro arte, el verdadero, no lo requiere porque el trabajo del artista no es el discurso teórico de la obra; la obra se demuestra a sí misma, no necesita que un teórico le dé un sustento intelectual porque ya está implícito. En otras palabras: las ideas están resueltas por el creador en la obra”.

El otro dogma que va muy ligado al anterior es el de la “omnipotencia del curador”, que en palabras de Lésper consiste en que, en realidad, es el texto del curador el que termina por darle vida a la obra de arte contemporánea. Sin ese discurso retórico, lleno de superficialidades, de recovecos lingüísticos y de afirmaciones oscuras, dicha obra sería solo un trozo pobre de la realidad cotidiana.

Este pasaje, y en realidad todo el libro, recuerda a Imposturas intelectuales, publicado en 1998 por los científicos Alan Sokal y Jean Bricmont, en el que desnudaban de forma demoledora los discursos de Julia Kristeva, Jacques Lacan, Luce Irigaray, Gilles Deleuze y Félix Guattari, los cuales estaban plagados de citas tomadas de teorías matemáticas y de la física cuántica, extrapoladas de las ciencias exactas a las humanas. El resultado fue una polémica cuyos alisios alcanzan la actualidad y un desenmascaramiento de ese discurso posmodernista oscuro y vacío.

Un tanto, guardado las distancias, porque el estudio de Sokal y Bricmont es más sistemático y profundo, es lo que hace Lésper en su puntual libro.

“Él es dueño de las obras. Es un fenómeno que sucede tanto en las bienales como en los museos y galerías. Los artistas obedientes, sumisos y sin disentir se apegan a lo que el curador ordene. Esta obediencia significa poco; la obra siempre es irrelevante, la obra puede ser lo que sea, es al final una excusa, un trámite para que el curador ejerza su poder de demiurgo y con retórica convierta esos objetos en algo que no son”.

El libro de Lésper se puede descargar gratis de Internet y es una crítica sin contemplaciones contra el arte contemporáneo.

TODOS SOMOS ARTISTAS

Lésper no le huye a nada y plantea una de las grandes interrogantes de la modernidad: ¿todos somos artistas? Si la pregunta la respondiera la editora Kate McKean, agente literaria y vicepresidenta de la agencia Howard Morhaim, sería un no rotundo.

En  “¿Todo el mundo lleva un libro adentro?”, artículo ampliamente divulgado y publicado en castellano por El País, de España, sostiene que no toda persona está en condiciones de publicar un libro que cumpla con las expectativas de llegar y seducir a los lectores ávidos de buenas historias.

“Siento mucho darles esta noticia: no, no todo el mundo tiene un libro dentro”.

Lésper sostiene, de igual manera, que no, que no todos son artistas, y que ese es un truco de prestidigitación del arte contemporáneo.

“El arte no es infuso, el arte es el resultado de trabajar y dedicarse, de emplear miles de horas en aprender y formar el propio talento. Somos sensibles al arte, pero de ahí a ser artistas y crear arte media un abismo”.

El último dogma citado por Lésper es del de la “educación artística” con la que muchos, por haber cursado una carrera en artes, se consideran creadores. Incluso la autora va más lejos y caricaturiza la situación al citar un ejemplo en el que después de dos meses de llevar un curso gradúan a estudiantes como artistas en una escuela denominada La Esmeralda, en México.

Desde su visión, no es el diploma el que hace al artista. Quizá por eso Gabriel García Márquez prescindió de los certificados en la Fundación Para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, en la que los talleristas van, escuchan y comparten con los expertos y regresan a sus redacciones a seguir labrándose un nombre a prueba de trabajo y esfuerzo continuos.

“Asúmanlo, los artistas hacen cosas extraordinarias y demuestran en cada trabajo su condición de creadores. Ni Damien Hirst, ni Gabriel Orozco, ni Teresa Margolles, ni la inmensa lista de gente que crece cada día, son artistas. Y esto no lo digo yo, lo dicen sus obras. Dejen que su trabajo hable por ustedes, no un curador, no un sistema, no un dogma. Su obra dirá si son o no artistas, y si hacen este falso arte, les repito, no son artistas”, sostiene Lésper.

MAZAZO FINAL

Si el lector ha dudado a lo largo de este artículo de las demoledoras valoraciones del arte contemporáneo hechas por Lésper, tiene que leer algunas líneas publicadas en una nota del 12 de octubre, tras haberse perpetuado la destrucción de Niña con globo, que luego de su autodestrucción pasó a llamarse Amor en la papelera, y cuya venta se verificó en  1.18 millones de euros.

“La casa de subastas informa además que la obra de Banksy rebautizada se mostrará al público el próximo fin de semana en su sede de la calle New Bond Street de Londres. La ‘inesperada performance’ de Banksy ‘se convirtió al instante en historia del arte mundial’, subraya Sotheby’s, que considera que es ‘la primera vez en la que un nuevo trabajo artístico se crea durante una subasta”.

Y agrega el texto de la nota, publicada en El País,  en una cita de la compradora del cuadro:  “Cuando el martillo dio el último golpe, la semana pasada, y el trabajo quedó destruido, al principio estaba conmocionada, pero gradualmente empecé a darme cuenta de que acabaría teniendo mi propio pedazo de la historia del arte”.

Si André Breton estuviera vivo, quizá debería salir corriendo a redefinir al surrealismo.

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