La cultura costarricense lleva tres décadas en un oscuro túnel, sin que exista certeza de que en un mañana cercano pueda, de nuevo, encontrar la ansiada y necesaria luz, cuya ausencia hoy le impide ver más allá de un presente incierto.
Es un deterioro paulatino, que va de la mano con la descomposición y el desmantelamiento del Estado de bienestar. A comienzos de los 70, existía un proyecto que visualizaba en la cultura una posibilidad de enriquecer a los ciudadanos, para que no fuera necesaria la frase “para qué tractores sin violines”.
Esos violines, no obstante, se han ido apagando paulatinamente y el gran proyecto cultural ha sido arrastrado a un punto en el que las instituciones encargadas de marcar las pautas apenas si sobreviven, con la amenaza constante de que, cada vez que hay un nuevo presupuesto, se podría dar una disminución tal que roce e invoque la inacción.

En ese proyecto cultural, gestado desde una visión de la socialdemocracia con el Partido Liberación Nacional (PLN), también había complicidad de otros grupos políticos como el mismo Partido Unidad Socialcristiana (PUSC) y los sectores de izquierda que han venido cambiado de nombre de forma reiterada.
Desde esa perspectiva, de un proyecto cultural del país, eran importantes los libros, la música, las manifestaciones populares, la identidad de lo que significaba ser costarricense. Hoy, esa visión se ha trocado por una carga. Para los gobiernos, en especial de 2002 en adelante, la cultura se convirtió en un estorbo y, en el mejor de los casos, en un mal necesario.
Aquella aspiración de que la nación se recreara en la cultura, que iba estrechamente ligada a la educación en sus distintos grados, desapareció y empezó a medirse lo cultural, como si fuera un producto más del mercado. Si esa cultura es rentable, tiene valor, dice la narrativa imperante, como si una sinfonía, un poema, una gran novela, o un trazo épico en un lienzo, solo pudieran contabilizarse en dólares o colones.
De ahí que el discurso haya cambiado de manera radical en las últimas tres décadas: hoy se habla más de presupuestos y de gastos, que de obras e inversiones.
La cultura, como ese elemento esencial de una colectividad, ha dado paso a la idea de que lo individual tiene que estar por encima de todo. Eso ha hecho, también, que la cultura en las comunidades carezca de respaldos gubernamentales y en los pueblos en las que prevalece es gracias a esfuerzos independientes, que muchas veces terminan por agotar a sus gestores ante la falta de recursos económicos y humanos.
Y en medio de ese abandono que se ha venido gestando, sin que todos lo hayan advertido, también se ha dado un giro de 180 grados en la concepción de la cultura: hoy se impone el espectáculo y lo circense, en detrimento del pensamiento y las bellas artes clásicas.
Hoy, es más importante en un Festival Internacional de las Artes (FIA) un concierto con Aterciopelados que una conferencia sobre filosofía, una retrospectiva de la obra de Rafa Fernández o Rafael Felo García.
Hoy, es más relevante un pasacalles que una conferencia que ahonde en el aporte de María Isabel Carvajal —Carmen Lyra— a la narrativa nacional.
En este recorrido, de medio siglo de existencia del Ministerio de Cultura —creado un 3 de diciembre de 1970—, la institución ha venido sufriendo las visiones neoliberales que, en general, han prevalecido y que incluso encuentran sus primeras manifestaciones a partir de 1982.
En este contexto, ya el Ministerio de Cultura, en realidad, no tiene clara cuál es su misión. Mientras tanto, las adscritas se aferran a la sobrevivencia y se mueven como satélites sin la posibilidad de avanzar, dado que el centro siempre condiciona y, entonces, surge así un círculo vicioso.
De ahí que es probable que algunos gobiernos, a los que esa cultura se les convierte en una carga financiera, se hayan preguntado: ¿Para qué sirve hoy el Ministerio de Cultura?
Mientras tanto, decenas de artistas en pintura, escultura, cine, danza, teatro, música y literatura tienen que recurrir a malabarismos para sobrevivir.
El desmantelamiento es público y notorio, y en medio de este panorama no existe la fuerza de los diferentes actores para exigir mejores condiciones a los gobiernos de turno, en una espiral que se amplía cada vez más, al punto que llegará el día en el que la inercia se termine por imponer.
En enero de 2024 fue enviada a la Comisión de Asuntos Sociales de la Asamblea Legislativa la Ley para el fortalecimiento y modernización del Ministerio de Cultura (Reforma integral a la ley 4788, Ley para crear el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes y sus reformas), amparada en el expediente 24.144. Fue rechazada, pero su pretensión es necesario considerarla, porque busca una concentración en la persona del ministro de turno, como se aprecia a continuación: “El presente proyecto de ley pretende un proceso de transformación del Ministerio de Cultura y Juventud, orientado a modernizar una institución con 51 (sic) años de existencia y fortalecer la jerarquía en la figura de la persona ministra, de manera que pueda liderar de forma efectiva la rectoría del Sector Cultura y la implementación de la política pública en las áreas de cultura y juventud, en estrecha coordinación con los órganos desconcentrados de la Institución; lo que facilitaría la gestión administrativa y sustantiva de la institución y la claridad en las competencias de la persona jerarca y de las personas directoras de cada órgano desconcentrado”.
Para garantizar esa concentración de poder, aspiraba a despojar de personería jurídica a varias dependencias. En el artículo 10 de la fallida ley se indicaba: “Suprímase la desconcentración y la personalidad jurídica instrumental de las siguientes instituciones: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, Centro Cultural e Histórico José Figueres Ferrer, Museo Rafael Ángel Calderón Guardia, Museo de Arte Costarricense y Museo de Arte y Diseño Contemporáneos. El Ministerio de Cultura y Juventud velará por la organización, administración y funcionamiento de estos museos y garantizará su permanencia y financiamiento como programas institucionales, respetando a cada instancia la competencia y fin público que esta ley otorga”.

Por sus hechos…
Los hechos acaecidos durante el 2024, que arrastran ecos de años anteriores en las concepciones generales, hablan por sí solos. El 29 de junio de este año, el presidente de la República, Rodrigo Chaves, destituyó a la entonces ministra de Cultura, Nayuribe Guadamuz, argumentando que había autorizado, sin su consentimiento, una marcha LGTB en San José. Eso supuso un alto en el camino, en una gestión que, de todas maneras, no parecía tener claros los objetivos culturales a conseguir durante el período.
El 22 de agosto de 2024 renunció la directora del Teatro Nacional, Karina Salguero, por las discrepancias de cambiar el logo histórico de aquel, por un mapa que buscaba unificar la imagen del Ministerio de Cultura y la de sus dependencias.
Casi de inmediato, el nuevo ministro de Cultura, Jorge Rodríguez, procedió a realizar seis sustituciones: Guillermo Madriz (Teatro Nacional), Sally Molina (Centro de Producción Artística y Cultural, CPAC), Ramiro Ramírez (Centro Nacional de la Música), Sandra Herrera (Sistema Nacional de Educación Musical, Sinem), Pablo Piedra (Teatro Melico Salazar) y Alexis Morales (Dirección Nacional de Bandas).
La llegada de Rodríguez conllevó, también, la asunción de un nuevo lema para la cartera que dirige en la actualidad: “Somos un solo ministerio”. Contrario a lo que se creía cuando el Ministerio de Cultura dio sus primeros pasos, que en la diversidad estaba la clave de las diferentes facetas que se buscaban impulsar, el nuevo jerarca apuesta por suprimir esas diferencias entre las distintas áreas. Eso lo explica la asunción de una imagen única y el propio lema, que evoca más a la fábrica de vehículos de la Ford en sus años gloriosos en la primera mitad del siglo XX, que a una institución que ha de entregarse a la forja de una multiculturalidad.
Con este panorama, es que se ha venido gestando la cultura oficial que impacta el país y que por la forma en que se ha organizado, sobre todo en el último medio siglo, tiene una alta incidencia en organizaciones y comunidades, aunque a estas últimas, por lo general, les llega poco, dado que hay una concentración de la vida cultural en el Gran Área Metropolitana (GAM).
En ese afán unificador con que arribó Rodríguez, no hay una noción de hacia dónde debe apuntar un ministerio, que en palabras del escritor e historiador Óscar Aguilar Bulgarelli, en estas páginas, en agosto de 2024, debe modernizarse si quiere asumir el reto de fomentar una inteligencia colectiva.
Si por la víspera se saca el día, como reza el adagio popular, no se pueden esperar mejores cambios en lo que resta de gestión del actual gobierno, frente a lo cual, la cultura seguirá ocupando un tercer o cuarto plano.
Ello no solo se aprecia en el presupuesto destinado a esta cartera, que en 2024 representó un 0,09 del Producto Interno Bruto (PIB), sino, sobre todo, porque no se vislumbran políticas que le den un real y verdadero impulso al ámbito cultural, lo que se aprecia en las diferentes manifestaciones artísticas, las cuales salen adelante gracias a los esfuerzos individuales, mientras el apoyo de la política pública es cada vez menor en cuanto a recursos y menos claro en relación con las estrategias a seguir para que el pueblo asuma la cultura como un elemento esencial asociado con la educación y sirva así, incluso, para paliar la espiral de violencia que recorre al país de punta a punta.
La cultura como un elemento, desde lo diverso, para afianzar un modelo de vida en el que el pensamiento y el arte debían predominar: esa fue la aspiración, hoy fracasada, a la que apostaba José Figueres Ferrer, quien pugnaba por una Costa Rica con una mejor distribución de la riqueza y una vez alcanzado ese estado, la cultura tendría que ser el factor esencial de la nación. La hojarasca que se fue acumulando con los años posteriores a los 70, desbarató por completo aquel anhelo, al punto que hoy el país no tiene esa ansiada igualdad y mucho menos un proyecto cultural sólido.
Un alto en el camino
En ese mar de contradicciones en que navega la cultura oficial, habría que preguntarse si un alto en el camino permitiría despejar el horizonte, para determinar hacia dónde va dicho proyecto cultural, si es que a esta altura soporta tal denominación.
Siguen prevaleciendo muchos vacíos para articular distintos frentes culturales. Así, por ejemplo, el libro continúa sin una política que defina sus derroteros. La ley 10025, sancionada por el entonces presidente Carlos Alvarado, un 14 de septiembre de 2021, e impulsada por el diputado Mario Castillo, prácticamente, como se dice en el argot popular, nació muerta.
Esta contemplaba la creación del Consejo Nacional de la Lectura, el Libro y las Bibliotecas, el cual en el 2024 se llegó a conformar, sin que hasta la fecha haya habido mayores avances. Uno de los problemas es que este consejo debía financiarse por medio de un transitorio que indicaba que, durante cinco años, el Instituto Nacional de Seguros (INS) debía realizar un aporte de ₡250 millones cada año, para conformar un fondo que permitiera financiar una serie de iniciativas. Como en el artículo ello queda a discreción de la junta directiva de turno, la probabilidad de que tal situación se cumpla es nula.
Las políticas del libro, por ende, son un anhelo hoy, como ya lo eran desde 2010. En este campo, el país no ha avanzado un palmo.
En el ámbito de la conservación patrimonial, se continúa con una ley que hace ratos está obsoleta, como lo es la 7555, de 1995 y su reglamento, gracias a la cual hay numerosos portillos para que edificios histórico-patrimoniales no se conserven, dado que ni las sanciones son de peso, ni los incentivos para quienes hacen esfuerzos de mantener en pie inmuebles que representan una época o una tendencia arquitectónica son significativos.
Existe el afán de presentar un nuevo texto a la Asamblea Legislativa, como ya se hizo en otra oportunidad, pero esa siempre será una carta al aire, porque ya se sabe cómo opera el Congreso.
En otro orden de situaciones, la cultura institucional, fuera de lo que maneja el Ministerio y las adscritas, es limitada, dado que para las municipalidades la palabra cultura todavía parece ajena. La mayoría de ayuntamientos dedica menos de un 3% a dicho rubro.
El mañana
El mañana de la cultura costarricense, vista desde la lente de la acción estatal, es un verdadero enigma. Sin políticas claras para ninguno de los sectores. Con la amenaza presupuestaria a la baja y con un ministro, como Jorge Rodríguez, que a su llegada a mitad de año a dicha cartera, dijo que lo que se necesita es una mejor ejecución y no más recursos, esa salida del túnel en el que entró la cultura nacional de forma paulatina se vislumbra difícil y, más bien, todo indica que las pocas luces que quedan pueden apagarse en cualquier momento.
Al Estado, dada la visión político-ideológica que prevalece, le viene bien reducir estamentos y, si lograse, en una faena sin muchos anuncios, quitarse de encima el Ministerio de Cultura, le parecería una jugada maestra, toda vez que, incluso, durante la campaña presidencial rumbo a las elecciones de 2022, se escucharon algunas voces del partido hoy en el poder, que decían que, perfectamente, el país se podía pasar sin inversión en cultura durante un período de dos años.
Esto es posible porque aquella visión que depositaba las esperanzas de un pueblo más culto, de un apoyo más decidido a artes de tanta arraigo en el imaginario popular como el teatro, se fue por el despeñadero y solo quedan los burócratas que, con calculadora en mano, contabilizan y miden a la cultura, a la que visualizan como un producto y a la que despojan de su condición innata de ser una honda expresión humana.
En este escenario, no sería extraño e impensable lo que en julio de 2024 reflexionaba el catedrático Rafael Cuevas en un reportaje, en este periódico, y que apuntaba a que un cierre del ministerio no debería tomar a nadie por sorpresa.
“Todavía en los años 80 y 90 hablar de un cierre del Ministerio de Cultura era visto como un sacrilegio. Hoy es una posibilidad si se observa la poca atención presupuestaria que tiene dicha cartera. El nombramiento del nuevo ministro es una muestra de esa improvisación. El Ministro de Cultura le daba prestigio al gobierno y al propio ministerio, por ejemplo. […] Hoy eso ya no es así”.
En el presente, el rol que juega el Ministerio de Cultura, como el mismo Ministerio de Educación, que debería de ser clave en la concepción del Estado nacional, es secundario y con una tendencia cada vez más a aparecer en una posición marginal en la escala de las representaciones.
Para calmar los ánimos y darle a los distintos sectores unas pocas mieles, se le pide al Centro de Producción Artística y Cultural (CPAC), que organice, ya sea el Festival Nacional de las Artes o el FIA. Dos festivales que deberían ser sometidos a rigurosos análisis, con el fin de que se determine qué tipo de cultura se pretende incentivar en el país, dado que en la actualidad el espectáculo y lo circense se imponen al pensamiento y a las bellas artes como se les ha concebido desde siempre.
De modo que en el mañana del ministerio, visto el desarrollo de los acontecimientos en el 2024, ligado a los antecedentes de las últimas tres décadas y asociado en especial al gobierno anterior y al actual, la cultura estará pegada con alfileres que, en cualquier momento, se caerán, porque las bases de que hoy se sostiene son más que en endebles.
Y si encima de todo, se la ha de agregar al coctel el hecho de que el ministro Rodríguez quiere todo unificado, en atención a las políticas que se emanan desde Zapote, como los logos, los quehaceres y las iniciativas, queda el terreno plenamente abonado para que en un corto o mediano plazo no resulte extraño que le pongan un candado al emblemático edificio de la antigua Fábrica Nacional de Licores.
El Estado reniega de la cultura. Al Estado le estorba la cultura. La prueba más fehaciente de ello es que no hay un proyecto y la ausencia de un proyecto cultural es la mejor manera de destruir a aquella, para que se muestre dispersa, sin asideros, sin caminos y sumida en un túnel en el que no se avizora ninguna luz de esperanza.