Alí García no pretende ser Arthur Brand, conocido en el mundo como el Sherlock Holmes del arte, pero con el paso de los años su silenciosa labor lo ha ido acercando, sin saberlo siquiera, a las técnicas y a las acciones que desempeña el famoso holandés, cuya intermediación ha permitido recuperar piezas de un valor incalculable.
García lleva más de tres décadas siguiendo pistas sobre cuál ha sido el paradero de parte del arte bribri y cabécar que, contra lo establecido en la ley costarricense, desde 1938, ha salido de manera clandestina del país.
Uno de los objetos por los que ha vivido noches de desvelo y ha tenido que ir atando cabos con el fin de verificar las enseñanzas y las historias que le contaba su abuelo Francisco García, su padre Silverio, su madre Anastasia y su tío don Pedro, es el asiento del Sibö.

Recuerda que su abuelo, a menudo, hacía alusión al asiento del Sibö y de cómo este había desaparecido, así como de la importancia de recobrarlo, sobre todo, para las generaciones más jóvenes, para que pudieran entender la génesis de su pueblo.
Por venir de una familia que era Së́bliwak, o sea, del clan, García estaba llamado a responderle a ese pueblo, así que de forma paralela a sus obligaciones laborales en la Facultad de Letras de la Universidad de Costa Rica (UCR), donde se desempeña como asesor en clases de lengua y cultura bribri, ha desarrollado una búsqueda personal del arte y objetos que visitantes sustrajeron al pueblo bribri.
Originario de Coroma, Talamanca, García ha tenido que desplazarse por varios lugares del mundo tras las pistas de objetos que pueden tener una gran significación para su gente, porque, como explica, todo ese esfuerzo tiene sentido siempre y cuando sea por, para y del pueblo.
Así es como la pista del asiento del Sibö, que es un taburete sagrado en la cosmogonía de los bribris, lo hizo recorrer diversos caminos, hasta que en 2019 pudo confirmar con sus propios ojos que estaba en el Museo del Mundo, en Viena, Austria.
Una larga historia
En 1962 estuvo en Talamanca la etnóloga Etta Becker-Donner, quien tras convivir un corto período con las diversas comunidades, se llevó una serie de objetos, incluido el asiento del Sibö, que en la cosmogonía bribri significa Dios, de acuerdo con lo explicado por García, aunque aclara que no hay una correlación exacta con la idea de Dios que se tiene en la cultura occidental.
García, tanto en la conversación con el Semanario UNIVERSIDAD, como en una entrevista que hiciera con el etnólogo Marcos Guevara Berger (qddg) en 2020, recalca la apertura del pueblo bribri con el visitante, al que siempre busca tratar de la mejor manera como una forma de mostrarle su respeto y agradecimiento. En la línea de ser un buen anfitrión.
Por tal motivo, dentro de las indagaciones y los cabos sueltos que García ha ido atando a lo largo de tiempo, cree que para que los 42 objetos bribris salieran de su territorio, incluido el asiento de Sibö, no hubo forcejeos, ni violencia ni amenazas.
“Nuestra cultura busca tratar muy bien al visitante y por eso creo que es seguro que le hayan dado a Becker-Donner el asiento del Sibö”.
La investigadora, ni lerda ni perezosa, y saltándose eso sí la cortesía de respetar la cosmovisión y el arte de un pueblo milenario como el bribri, tomó los objetos y se los llevó para Austria, los cuales hoy están en el Museo del Mundo.
La hipótesis que maneja este Sherlock Holmes del arte bribri es que esos objetos fueron embarcados por el puerto de Limón y que ni siquiera pasaron por San José.
Con ello, se saltaban lo establecido en la ley número 7, de 1938, de la república de Costa Rica
Dicha ley establecía en el artículo uno: “Son de propiedad del Estado todos los objetos arqueológicos existentes en el suelo de Costa Rica anteriores a la conquista española, así como los monumentos del mismo género que pudieran encontrarse, no comprendidos en el patrimonio particular al ser promulgada la presente ley”.
Y en el artículo número cuatro quedaba todavía más que claro que bajo ningún precepto el asiento del Sibö y los restantes objetos que se llevó Becker-Donner debieron salir del suelo nacional.
“Las especies arqueológicas de la época precolombina, así como aquellas que pertenezcan al período colonial, no podrán ser exportadas sin licencia de la Secretaría de Educación Pública, la cual, necesariamente, habrá de oír en cada caso el parecer de la Dirección del Museo Nacional”.

Las prisas que para entonces debió tener Becker-Donner tampoco le permitieron percatarse del artículo quinto de la citada ley: “Todo aquel que pretenda enajenar objetos arqueológicos correspondientes a la era precolombina, adquiridos con anterioridad a la presente ley, está obligado a declarar el traspaso al Museo Nacional, con indicación del comprador o del donatario en su caso, y del precio de la operación para los efectos del artículo 9 de esta ley y con las salvedades establecidas por el artículo 13”.
Movido por la necesidad de comprobar en el lugar de los hechos la presencia del asiento del Sibö en el Museo del Mundo y tras más de 25 años de búsquedas, en 2019 García se trasladó desde Países Bajos, donde se encontraba por otros menesteres, a Viena para comprobar in situ la existencia de la pieza sagrada que le pertenece a su pueblo, pero que, por las circunstancias descritas, en la actualidad está en la bodega del Museo del Mundo.
En ese año, García sólo pudo estar un solo día en el museo. En ese entonces, el director era Khristian Schicklgruber, quien amablemente le dijo al costarricense que podía ver, tocar, investigar y hacer todo lo que necesitara con el asiento, pero que debía tener muy claro que dicho objeto pertenecía al Estado austríaco y que era imposible repatriarlo a Costa Rica.
Cosmogonía
En la visión bribri-cabécar, el dios Sibö construía sus propios asientos, conocidos también como taburetes, y según le relataban a García sus familiares, en especial su padre Silverio, su abuelo Francisco y su tío don Pedro, eran cuatro los asientos utilizados. Uno tenía cara de culebra, otro cara de lagarto, un tercero cara de mono y un cuarto con cara de jaguar. Sí, de jaguar. De este último era del que hablaba mucho don Francisco y así fue sembrando inquietudes en el joven García, hasta el punto de emprender la aventura de ubicarlo en un determinado momento, a pesar de las muchas peripecias por las que tuvo que pasar siguiendo los hilos de su investigación.
Entre las pesquisas que García realizó, fue el escribir una carta al Museo del Mundo, pero nunca recibió respuesta. Ahí no terminó el asunto, porque con el espíritu detectivesco que se había formado este miembro de la comunidad de Coroma, Talamanca, siempre estaba al acecho de que presentara alguna oportunidad para confirmar si lo que le contaban sus familiares tenía asidero en la vida real o era fruto de la imaginación.
Por eso, cuando en 2019 vino al país el profesor Jorge Grünberg, en ese entonces vinculado a la Universidad de Viena, García le encargó la tarea de que le verificara la existencia del taburete sagrado de los bribris. Con gran diligencia, Grünberg le envió al poco tiempo una foto del ansiado y buscado objeto.
En este punto, García es enfático en la relevancia que tiene para el pueblo bribri confirmar la existencia de dicho asiento, porque es una forma de fortalecer la identidad de un pueblo milenario, que con el paso de los años ha ido perdiendo parte de su memoria, dado que a los más jóvenes no se les ha inculcado ese amor a sus orígenes, y la educación formal lo que ha hecho es establecer nuevos estándares.
“No es una educación que respete nuestra visión de mundo. Hubo maestros que prohibieron a los niños hablar bribri”.
El asiento sagrado tiene un significado capital en la cosmovisión de los bribris, porque con él Sibö inauguró e iluminó el mundo y por eso tendría un gran valor la posibilidad de que sea repatriado tras más de medio siglo de haber sido sacado de Costa Rica de manera ilegal.
En una carta enviada al Museo Nacional en 2024, García explicaba así los alcances de la pieza: “Su valor es incalculable para nuestra comunidad, especialmente para las personas mayores, ya que representa una oportunidad de recuperar parte de nuestro conocimiento, cultura e identidad, ya perdidos. Los mayores saben que es esencial transmitir a las generaciones más jóvenes nuestros conocimientos y cultura para que perduren, aunque estas piezas no vayan físicamente a nuestra comunidad, es importante no permitir que nuestros pueblos milenarios sigan invisibilizados”.
De los mayores que tenían una conciencia clara sobre la existencia del taburete sagrado de Sibö, la mayoría ya han fallecido, solo queda en pie Anastasia García Segura, que dentro del clan ocupa un lugar destacado y quien es la madre del “detective” que lleva media vida tras los objetos de su pueblo que han terminado en museos del mundo, pese a las prohibiciones establecidas por la ley.
“Es por esta razón que acudimos a ustedes para pedirles que se materialice el deseo de nuestros mayores, realizando todas las gestiones posibles para retornar esta invaluable pieza sagrada en nombre de la señora Anastasia García Segura y de los mayores del pueblo bribri que ya no están, pero sí su deseo, como una forma de recuperar la identidad de nuestro pueblo”.
El nuevo director del Museo del Mundo de Viena, el neoyorquino Jonathan Fine, a diferencia de su predecesor, está anuente a que la pieza sagrada de los bribris se pueda repatriar, aunque no depende de él que esta situación se vaya a verificar en el futuro.
En una amplia entrevista publicada el 22 de abril de 2024 en la revista Südwind, en la que Fine habló de diversos temas, cuando le consultaron de manera específica sobre una posible devolución del taburete bribri, respondió: “Nos reunimos con los colegas costarricenses y nos entregaron los documentos que representan el caso. Ahora está a la espera de que se regule legalmente el retorno de contextos coloniales. Por supuesto, informé al Ministerio de Cultura sobre este caso”.
Aunque García no deja de ser optimista, tampoco olvida una frase que oyó cuando visitó el Smithsonian: “Hay devoluciones que han tardado un siglo”.

La pista de José León Sánchez
Como García se planteó de manera personal luchar por recobrar parte de la memoria del pueblo bribri que se guarda en los diversos objetos generados por su pueblo a lo largo de miles de años, cada vez que en el medio o en el ambiente saltaba una chispa, él estaba atento a tomar al vuelo el desafío.
Le sucedió en una conferencia que dio el escritor José León Sánchez, ya fallecido, quien en los últimos años de su vida se entusiasmó con descifrar lo que él denominó el “quipu bribri” y aseguró en esa conferencia que el original estaba en el Museo Smithsonian, en Washington D.C.
Sánchez llegó a hacer una impresión de un “banner” en el que mostraba una fotografía del “quipu” con el que iba a desentrañar muchos años de historia de los aborígenes del país.
Alguien le advirtió a García que no confiara demasiado en lo que había sostenido el autor de Tenochtitlan, la última batalla de los aztecas, porque el escritor tendía a entusiasmarse demasiado con estos asuntos.
Sin embargo, ya metido en la piel de “detective” del arte bribri en el mundo, García decidió seguir la pista facilitada por Sánchez, quien hacía gala de tener descendencia indígena directa.
Entonces, comenzó una búsqueda del “quipu bribri” en Internet, pero no tuvo mucha fortuna. No obstante, las afirmaciones de Sánchez le seguían rondando por la cabeza, dado que el autor de La isla de los hombres solos había dicho que ese quipu era el libro no escrito de los bribris y que estaba basado en números.
Para este tropicalizado Sherlock Holmes del arte bribri, aquellas afirmaciones eran demasiado, porque no calzaban del todo con lo que él, como descendiente de una familia bribri, conocía de su cultura. Pese a todo, era preciso investigar, porque el hilo desatado por el escritor era tentador desde cualquier punto de vista.
La realidad fue que a partir de 2006 en que oyó por primera vez del “quipu”, García no avanzó mucho, pero como tenía su espíritu dispuesto para cazar cualquier oportunidad que lo acerca al objeto en cuestión, aprovechó que una estudiante canadiense vino a Costa Rica a realizar una investigación para su tesis doctoral.
Al ponerlo en contacto con el Smithsonian, pudo comprobar que lo que decía Sánchez tenía asidero en la realidad, aunque con algunas variantes importantes. En efecto, existía el tsáwö, que es una especie de nudo que los bribris utilizaban para contar el tiempo de los viajeros de su comunidad que salían en busca de sal. Contabilizaban los días para darles la bienvenida a su regreso. La pista de José León era cierta, como también era verdadero que quien había sacado ese y otros objetos de Talamanca había sido el geólogo William Gabb, que había estado entre los bribris entre 1874-1875.
Entre las afirmaciones de Sánchez, hasta que García pudo ver el tsáwö y otros muchos objetos en el Smithsonian, había pasado casi una década.
Con la paciencia de orfebre, abundante curiosidad y alguna “malicia” a lo Sherlock, y el estar dispuesto a mantener la llama vida del conocimiento para que su pueblo no pierda la identidad milenaria que forjaron sus antepasados, García ha hecho de detective del arte de su pueblo de manera generosa y silenciosa.
Quizá no llegue a recuperar piezas valoradas en millones de dólares como sí lo hace Brand, quien en 2023 recuperó Jardín rectoral de Nuenen en primavera, de Vincent van Gogh y ya antes había rescatado Retrato de Dora Maar, o Busto de mujer, como también se le conoce a esta pintura de Pablo Picasso, pero García no deja pasar ninguna pista que le permita acercarse al arte de sus antepasados, sin importar si la pieza está en Suecia, Alemania o en el confín del mundo.
Tampoco trabaja estrechamente con Scotland Yard, como sí lo hace en muchas ocasiones Brand, pero lo suyo es seguir pistas que incluso lo llevaron a dar con el asiento del Sibö, taburete sagrado de los bribris, por el que cual el mismísimo Sherlock Holmes habría empeñado su vida.