Cultura

El arte público del campus desafía a transeúntes y autoridades

En la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio hay una amplia oferta que desafía la sensibilidad de los transeúntes.

El campus de la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio está lleno de arte público que muchas veces pasa desapercibido para estudiantes y administrativos, e incluso para las autoridades, dado que no existe un ente que sea el encargado de velar por todo lo que implica la creación e instalación de una obra.

Ello ha hecho que las esculturas, murales, relieves y otras manifestaciones se hayan puesto en determinados lugares sin que de por medio hubiera una curaduría que estableciera razones técnicas y artísticas para saber si la obra y el espacio elegidos respondían a un criterio.

La situación anteriormente descrita se refleja en el hecho de que la mayoría de las obras en el campus no tenían ni siquiera una placa que identificara el nombre del artista, el título de la pieza, el año en que fue realizada y el material en que fue hecha.

Los amorosos, del escultor José Sancho, en el jardín externo de la Facultad de Derecho.

Frente a este vacío surgió una propuesta de Grettel Andrade, profesora de Artes Plásticas, para catalogar las distintas obras, quien contó con la colaboración de Eugenia Zabaleta, directora del Museo + UCR, Laura Raabe y Gustavo Cabezas.

De esta forma, el proyecto denominado “Placas para las obras de arte público de la Universidad de Costa Rica” (UCR) ha acometido la tarea con el fin de dotar de información clave a las piezas distribuidas por la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio. Se impulsó gracias a la participación de la Vicerrectoría de Acción Social, la Escuela de Artes Plásticas y el Museo + UCR.

Aunque al principio pudiera parecer fácil y rápida dicha labor, la realidad ha demostrado todo lo contrario: desde el 2011 trabajan intensamente en la “cedulación” de las obras, como llama Andrade al proceso.

“No es solo poner una placa, sino que hay que consultar la historia de la obra, el material en que se va a realizar y saber cuál es el lugar más adecuado para ubicar dicha información”, expresó.

De acuerdo con la gestora de la iniciativa, es muy importante porque el observador puede tener una noción de la época y la pretensión del artista, al tiempo que se le da un lugar a este, porque de esta manera se evita el anonimato, excepto que este haya sido uno de los propósitos del creador.

Si usted camina por las cercanías de la Facultad de Derecho y se detiene unos minutos en el conjunto escultórico, se dará cuenta de que las piezas corresponden a José Sancho, quien tiene varias propuestas en diferentes materiales.

De igual forma, si se traslada frente a la Biblioteca Carlos Monge Alfaro y lo mueve la curiosidad de acercarse a la fuente de Cupido y el cisne, se dará cuenta de que fue la primera fuente de la ciudad de San José, puesta en la capital en 1868.

Si indaga un poco más se topará con la sorpresa de que esta es una de las cinco réplicas que existen en el mundo de la fuente original realizada por John Bell para la compañía inglesa Coalbrookdale.

Esta fuente estuvo primero en San José centro, posteriormente en Agronomía y finalmente donde la puede observar hoy.

La iniciativa de catalogar el arte público, que comenzó en el campus, se ha extendido a todas las sedes de la UCR. En total, a la fecha, se han puesto placas a 104 piezas.

Andrade destacó la relevancia del arte público, porque no solo está al alcance de estudiantes, administrativos y visitantes, sino que es una forma de expresión que contribuye con enriquecer el espacio del campus y de las sedes regionales.

“Las obras de arte en el espacio público dotan de “carácter, significación y simbolismo a los espacios por los que transitamos, llegando a ser mucho más que puntos de referencia”, considera.

Es un arte, además, que pertenece al patrimonio artístico de Costa Rica entera, detalló.

Tierra, agua y semilla, mural en Agronomía de Ivette Guier Serrano.

TAREA PENDIENTE

Para el escultor Domingo Ramos, profesor pensionado de la UCR y en su momento director de la Escuela de Artes Plásticas, lo primero que se debería hacer es crear un ente que se encargue de regular y establecer criterios en relación con el arte público de la universidad.

“En su momento, hace ya muchos años, planteé que se creara una comisión con un arquitecto, un ingeniero y artistas, entre otros, para que se hiciera una curaduría de lo que representa escoger y ubicar una obra de arte en nuestra universidad. Se hicieron algunas reuniones y se abandonó la idea”, indicó.

Para Ramos, quien tiene al menos cuatro piezas en distintos puntos del Campus, se debería convertir la Ciudad Universitaria en un museo al aire libre.

“En Italia e Inglaterra vi mucho eso. De modo que si alguien viene a Costa Rica y le gusta el arte tenga que pasar por la universidad. Lamentablemente no ha habido disposición de las autoridades universitarias para organizar con responsabilidad el arte con que se cuenta”.

En su criterio, la situación actual permite que las escuelas y facultades planteen proyectos de arte público en el campus cada cual por la libre y con los más diversos criterios.

“Hay mucho arte que no responde a la calidad que se merece la universidad. Otro está ubicado en lugares inadecuados. No se toman en cuenta, por ejemplo, los materiales en que se van a elaborar las piezas, ni si la luz natural o artificial es la más adecuada. No hay, en definitiva, una curaduría, que en estos casos es imprescindible”.

Como los que en algunos casos determinan el tipo de obra –escultura, mural, pintura, instalación, relieve—no siempre disponen de los criterios pertinentes, el transeúnte se topará con piezas muy disímiles en cuanto a calidad técnica y artística y de materiales.

“En muchos casos no se toma en cuenta que la obra, según la materia con que esté hecha, se va a deteriorar y por lo tanto hay que darle mantenimiento, ni se considera el mensaje que ese arte va a transmitir, ni el vínculo con el representado, si es, por ejemplo, una figura destacada del pensamiento y de la historia del país”, acotó.

Lo que sucede en la UCR, considera Ramos, también es válido para lo que se hace en el resto del país.

“Acaban de poner una escultura del poeta ramonense Lisímaco Chavarría. La vi en una foto y no en directo, pero a la distancia me parece que esa obra no le hace honor al gran poeta que fue Lisímaco. ¿Quién la hizo¿ ¿Con qué criterios eligieron al escultor? Este es todo un tema que el país debe revisar y cuidar”.

A Ramos le preocupa que la UCR no cuente con un órgano directamente responsable de resguardar no solo la calidad del arte que se compra o se recibe para el campus o sedes regionales, sino que tampoco se dispone de una política para determinar en qué estado se encuentran las obras y qué tipos de necesidades exigen, de acuerdo con el paso del tiempo.

“Se desperdician muchos espacios en los que se pueden colocar esculturas, murales u otras manifestaciones, porque no hay un grupo o comisión con criterio que apunte en esa dirección, de forma que el arte nos comunique y nos haga mejores seres humanos”.

Si se lograse regular y articular el arte público de la universidad, Ramos considera que podría crearse una mayor sensibilidad.

“Hace muchos años existió la idea de que se hicieran grandes partes a la entrada del campus, con el fin de que los profesores y los estudiantes tuvieran que trasladarse dentro de la ciudad universitaria a pie. A nadie le hace malo caminar antes o después de una clase y en ese recorrido se pueden aprovechar los espacios para acercar el arte a quienes se movilizan por distintos lugares. Lamentablemente, hoy el Campus es un parqueo y queda poco espacio para ubicar más y mejor arte”.

Y si el espacio está limitado, añade, la calidad y la distribución del arte que se adquiere exige una mayor rigurosidad.

“Hay una calidad muy desigual en el arte público con que cuenta la UCR. El problema es que el arte no puede ser antojadizo. Tiene que ser libre, sí, pero requiere de una curaduría para cuidar todos los detalles que demanda una obra ubicada en un sitio público”.

En este punto coinciden Ramos, Andrade y Eugenia Zabaleta, directora del Museo + UCR.

Los tres puntualizaron que sería pertinente que haya un criterio válido para determinar por qué equis obra será incorporada al patrimonio de la universidad.

“La UCR debe darle al arte el mismo tratamiento, en cuanto a importancia, que le da a la ciencia, por eso hago un llamado a las autoridades para que tomen en consideración la situación del arte público en nuestra universidad”.

El escultor y poeta considera que el arte público puede ser un elemento de gran relevancia para darle a los jóvenes una oportunidad de desconectarse de las tecnologías y en especial del celular.

“No los culpo de ninguna manera por el hecho de que pasen enganchados al celular, porque ahí tienen todo, pero si les diéramos buenas alternativas de arte eso les ayudaría a crear una sensibilidad. Y no importa si uno estudia para ingeniero, otro matemáticas o cualquier carrera, porque lo esencial es que el arte nos conecta con la vida, con la naturaleza, con la paz. Creo que solo hay una fuente en el campus y de ser así debiera haber más, porque el agua apacigua y devuelve tranquilidad cuando una persona pasa por un momento difícil. Si esa persona se va a donde pasa agua, un río, digamos, siente esa paz que le ayudará a sanar las heridas. El arte nos mejora sin importar qué se estudie”.

UN ENTE QUE UNIFIQUE

Al haber participado con el Museo + UCR en la catalogación de las obras, Zabaleta comentó que sería de gran valor el que la universidad disponga de una comisión que se encargue de velar por el arte ya existente y que a la vez establezca políticas claras en relación con qué calidad debe exigirse para que una obra merezca estar en el campus.

“Ya me he manifestado en otras oportunidades sobre la necesidad de que se cuente con una comisión que tenga criterio para el manejo del arte público. Hoy tenemos un arte muy desigual a lo largo de la Ciudad Universitaria. El tema es que no se sabe cuáles son los criterios para incorporar una u otra obra”.

El hecho mismo de que fuera necesaria una catalogación para que el observador se diera cuenta de elementos clave y determinantes en cuanto a información de la pieza respectiva, es una evidencia de que en su momento ni siquiera esos “pequeños” detalles se cuidaron.

“Hasta ahora no hay una respuesta clara de las autoridades. Y se necesitan políticas en este sentido y tienen que venir de las altas jerarquías”.

Como no hay quién se encargue de manera sistemática del arte de la UCR, no se sabe con certeza cómo están las distintas piezas.

“Hay obras que a lo mejor necesitan una restauración y no se sabe con certeza cómo están por lo anteriormente apuntado”.

La directora del Museo adelantó que con el fin de incentivar y facilitar información a quienes se interesan por el arte público de la universidad, pronto pondrán a circular una “app” en la que los usuarios de teléfonos inteligentes podrán hallar distintos elementos de utilidad.

“Los usuarios de esa ‘app’ encontrarán información muy valiosa de las obras y de los edificios de primera generación que son patrimonio”.

Para el viernes 7 de septiembre realizarán la “Jornada Radiografía del patrimonio artístico, arquitectónico y natural de la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio Brenes”, abierta a quien esté interesado.

ARTE INVISIBLE

A la par de que el arte del campus requiere de políticas claras para una mejor articulación, está el desafío en que se encuentra la sociedad moderna, en la que las prisas en muchas ocasiones impiden la apreciación artística en todo su esplendor.

El experimento que hiciera The Washington Post con el violinista Joshua Bell el viernes 12 de agosto de 2007 ilustra a las maravillas lo que muchas veces sucede con el arte. En esa oportunidad, el músico, vestido con vaqueros y una gorra de béisbol, tocó durante 43 minutos con un Stradivarius de 1713 en la estación del Metro de Washington, y la mayoría de los transeúntes pasaron de largo.

La idea del experimento pretendía sondear qué tanto está el ciudadano preparado para apreciar la belleza en medio del caos que significa moverse en una ciudad populosa en una hora complicada.

“A los 43 minutos habían pasado ante él 1.070 personas. Solo 27 le dieron dinero, la mayoría sin pararse. En total, ganó 32 dólares. No hubo corrillos y nadie le reconoció”, contaba en su oportunidad el diario El País, de España.

En una sociedad diseñada para la sobrevivencia, el arte no siempre es visible. Cabría que cada lector se preguntase si ha sido capaz de sentirse atraído por alguna obra de arte, no ya solo en el Campus, sino también en algún lugar público del país o del mundo.

Este redactor, por ejemplo, pasó al menos unas diez veces antes de detenerse, casi por casualidad, ante una escultura de las de José Sancho frente a la Facultad de Derecho.

Sería interesante si cada lector hiciese un inventario mental de cuál ha sido su relación con el arte público, que al igual aquel que el privado, apunta a desafiar la sensibilidad humana del observador.

En la Ciudad Universitaria hay una amplia colección de arte público de la que puede apropiarse, con el sello intacto del misterio que encierra en sí cada obra, incluso por encima de su calidad.

 

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