Exactamente un año antes de que naciera Arundatti Bhattacharya, el 30 de mayo de 1967, se imprimía en Buenos Aires, Argentina, por la editorial Porrúa, la edición príncipe de Cien años de soledad, que agotaría 10.000 ejemplares en tan solo dos semanas.
El 30 de mayo, de 1968, Bhattacharya nacía en Ranaghat, un pequeño pueblo de Bengala, un Estado de la India, sin que nadie sospechara que la niña muchos años después dejaría casa, hijo y esposo para irse a una distancia de 2.000 kilómetros, a la Universidad de Inglés y Lenguas Extranjeras, en Hayderabad, para estudiar español y poder leer en la lengua original la mayor obra del escritor colombiano.
Cuando Bathacharya, residente actualmente en Calcuta, capital de Bengala, entró en contacto con la magia de Cien años de soledad tuvo claro que a ella no le bastaría con leer la historia en inglés, sino que quería desentrañar sus significados en la lengua original. Lejos, estaba, eso sí, de alcanzar el objetivo, porque en el camino se toparía con numerosos obstáculos.
En la actualidad, Bhattacharya se ha convertido en una de las principales traductoras de García Márquez al bengalí, al optar por aprender el español para leer directamente las piezas en el idioma original.
El primer intento para superar las barreras del castellano lo hizo en 1999 y fracasó por la inexistencia de recursos. Eso no la desanimó; por el contrario, le dejó una espinita en el corazón. Volvió a intentarlo en 2004, para lo que ya en esta oportunidad hizo ese largo desplazamiento de 2.000 kilómetros y la carga emocional de tener que dejar a su hijo pequeño al cuidado del padre, para ella ir en pos de su sueño humano y académico. No le fue posible alcanzar matricularse. Tuvo que postergar aquel caro anhelo. Como mujer luchadora que es, en 2013, haría el tercer y último intento, y en esta ocasión los dioses de las letras le sonreirían y de esta manera pudo obtener el conocimiento y el anhelado título.
Cuando decidió en 2004 hacer ese largo recorrido, luego de convencer a su familia de que el reto valía la pena, no le fue posible matricular la maestría en castellano en la Universidad de Inglés y Lenguas Extranjeras. En ese entonces, ya ella tenía 45 años, pero nada la apartó de acercarse a la obra de su autor favorito para leerlo en su lengua original.
Y después vendrían las traducciones de Memoria de mis putas tristes, Gabo y Mercedes: una despedida y En agosto nos vemos. Actualmente, trabaja desde hace un año en Vivir para contarla, el volumen de las memorias de García Márquez, quien, en un principio, tenía previsto publicar tres tomos, de los cuales solo el primero llegó a publicar.
A las traducciones apuntadas, hay que añadir varios artículos, ensayos y cuentos de otros autores latinoamericanos como: Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Manuel González Zeledón (Magón), Miguel Ángel Asturias, Isabel Allende, Roberto Bolaños, Horacio Quiroga, Mario Benedetti, Augusto Roa Bastos, Mario Vargas Llosa, José María Arguedas y Rómulo Gallegos.
La vinculación con el idioma español le amplió los horizontes a Bhattacharya, quien mantiene contacto con algunas universidades colombianas y prepara, junto con el profesor colombiano Juan Moreno, una antología para conmemorar el centenario del nacimiento de García Márquez, que se dará el 6 de marzo de 2027.
Cabe destacar que el autor de El coronel no tiene quien le escriba era dado a jugar al gato y al ratón con la fecha de su nacimiento y en diversos documentos dejó entrever que había nacido en 1928, situación que no ocurrió, dado que había nacido un año antes en Aracataca, donde vivió con los abuelos hasta los ocho años, semillero de casi todas sus historias, como queda constancia en Vivir para contarla.
La historia de cómo Bhattacharya logró vencer los retos de una mujer india, las posibilidades de aprender castellano para leer y traducir a García Márquez, la visita que en 2018 hizo a la Casa Museo, en Aracataca, y lo que para ella significó sentir la presencia viva de su autor favorito son elementos abordados en esta entrevista, que, como advertirá el lector atento, tiene tintes propios del realismo mágico que ha rodeado a la traductora en su afán de llevar a sus paisanos la magna obra del premio nobel de literatura 1982.
Dos historias que se entrecruzan: un 30 de mayo de 1967 comenzó a cambiar para siempre el statu quo de García Márquez como escritor, con la salida al mercado de Cien años de soledad y un 30 de mayo de 1968 nacería aquella niña en un humilde pueblo —Ranaghat— de Bengala, para muchos años después hacer un viaje a la semilla de su autor preferido a través del castellano y llevar su magia al imaginario de los lectores en bengalí.
Hasta tal punto se ha dado la fusión en este amor secreto entre García Márquez, su traductora y los silenciosos y cómplices lectores, que en Bengala, Calcuta, hay una frase que recorre todo el imaginario de este Estado de la India: Gabo es un escritor bengalí de América Latina.
A continuación la entrevista realizada por medio de preguntas por escrito, un encuentro por Zoom y ampliaciones de las respuestas y aclaración de detalles por correo electrónico y WhatsApp, solo para confirmar que hoy las distancias no existen, siempre y cuando se hable un mismo idioma, en este caso el castellano de García Márquez y de Miguel de Cervantes.

A partir del conocimiento que tiene de la obra de García Márquez, ¿cómo cataloga su novela póstuma En agosto nos vemos?
—Después de publicar En agosto nos vemos me di cuenta de que lo que había empezado García Márquez en Memoria de mis putas tristes terminó en esta pequeña novela. En los últimos años de su vida, García Márquez eligió el amor entre sus dos temas principales: el amor y el poder.
El mundo novedoso del amor que inició con el personaje masculino, de 90 años, adquirió su completitud en la protagonista femenina Ana Magdalena Bach de En agosto nos vemos. Las protagonistas mujeres de sus obras tan emblemáticas como Úrsula Iguarán (Cien años de soledad), Fermina Daza (El amor en los tiempos del cólera), Sierva María de Todos los Ángeles (Del amor y otros demonios), etc., aparecen siempre con tal dominio absoluto que exigía una creación entera centrada en una mujer y así esta novela póstuma ha puesto el fin con éxito a su narración extraordinaria.

Si tuviera que contarle a un lector, paso a paso, ¿cómo es traducir a García Márquez?, ¿de qué manera lo haría?
—Traducir García Márquez es una tarea muy divertida y, al mismo tiempo, complicada y difícil. Divertida porque escribir su lenguaje en mi lengua materna me transfiere una parte de la magia de su narración. Y a su vez esa magia requiere un gran esfuerzo para trasladarse a otro idioma totalmente diferente. Primero, leo el texto entero para tener la idea del tema y el lenguaje. Luego, lo traduzco palabra por palabra hasta el punto que sea posible, porque la sintaxis de la frase de castellano es distinta a la del bengalí.
Estos dos idiomas pertenecen a dos sistemas lingüísticos distintos. Por eso, el estilo que Gabo utiliza conlleva frases muy largas que producen el problema principal. No hay ninguna manera de traducir esas frases, tal como están, al bengalí. Hay que dividir una frase en varias frases cortas, para acomodarlas al ambiente bengalí. Durante este proceso tengo que modificar el lenguaje fenomenal de García Márquez, que es el mayor reto, situación que no ocurre en la traducción inglesa, francesa o italiana.
El otro gran reto es traducir sus adjetivos muy únicos. Buscar la palabra adecuada para esos adjetivos en el idioma bengalí necesita esfuerzos y recursos. Después, reviso la traducción con el texto original a mi lado, para que sea leal a la obra original, y que a la vez sea aceptable a los lectores de la lengua meta, en este caso la bengalí.
Luego y al fin, cuando la traducción ya esté casi lista, la corrijo toda, sin la obra original en mano, con el objetivo de agregar la fluidez para que los lectores bengalíes se puedan sumergir en el océano garciamarqueano sin ningún obstáculo del proceso mecánico de la traducción. Sin duda, a lo largo de esta ardua tarea, tengo que preocuparme siempre para no desviarme del texto original.
En general, ¿qué grados de dificultad encuentra al traducir del castellano al bengalí?
—Desde tiempos inmemoriales, el hecho de traducción seguía ocurriendo entre distintos grupos lingüísticos debido a la guerra, el comercio y la migración humana, pero es un proceso lento y natural, mezclándose no solo entre diferentes idiomas, sino también entre culturales disímiles.
El idioma y la cultura continúan influenciándose uno al otro, y así las diferencias se asimilan sin ningún esfuerzo mecánico. Al contrario, la traducción moderna de la literatura de la que hablamos, obliga a producir el mismo tipo de mensaje y efecto de la lengua original en el lector de la lengua meta.
En este caso, el primer obstáculo es la diferencia entre las culturas. Si consideramos la traducción del castellano al bengalí y viceversa, es la gran diferencia entre el Occidente y el Oriente. Debido a la relación inseparable entre la lengua y la cultura, no siempre se puede solucionar este problema, ni con el conocimiento léxico ni por escribir las notas a pie de página.
El localismo es la parte más delicada de la cultura a tratar, por lo que supone un gran reto. De aquí surgen las teorías de la traducción que preguntan ¿hasta qué grado un traductor debe ser fiel al texto de partida o gozar de una cierta libertad para adaptar y reestructurar el texto? Los especialistas también discuten sobre la domesticación y la extranjerización de la traducción y desarrollan nuevas teorías con el objetivo de analizar y estructurar este proceso tan importante en el tiempo de la globalización. Si hablo de las obras de García Márquez, aparte de sus léxicos únicos, que están impregnados con los elementos históricos, sociales, religiosos y políticos muy latinoamericanos, tengo que esforzarme mucho en transmitir las imágenes representadas por sus palabras a los lectores que pertenecen exactamente al lado opuesto del globo. Lo que digo de García Márquez es verdad para cualquier otro autor, ya que la literatura es el espejo de la sociedad y el traductor carga el inmenso trabajo que hace posible a los lectores de la lengua meta buscar una forma, de su propia sombra, en el espejo de la sociedad extranjera.

¿Cómo se mantiene al día con el español, en vista de que en Calcuta, donde vive, no tiene posibilidades de mantenerse en conversación con sus paisanos?
—Es un problema que hay que salvar con cualquier idioma extranjero. Se puede leer o escribir solo, pero para hablar tienen que haber al menos dos personas dialogando, sino es muy posible que se olvide conversar con fluidez. Pero ahora, con la oportunidad del mundo digital, se puede acceder a las películas, las series y al mundo audiovisual, que facilitan mucho el estar en contacto con el idioma. Otra oportunidad es hablar con los nativos hispanohablantes a través de redes sociales. Yo también utilizo estos recursos para estar viva en el mundo español.
De las obras, hasta ahora, traducidas de García Márquez, ¿cuál es su favorita y por qué?
—Hasta ahora he traducido sus dos novelas Memoria de mis putas tristes y En agosto nos vemos, y continúo traduciendo, desde hace un año, Vivir para contarla. Estas dos novelas mencionadas contienen el mismo tema: la búsqueda del amor. Ya he mencionado antes que estas dos novelas se complementan una a otra, así que me parece difícil escoger una entre ellas. Me encantan ambas novelas, porque solamente García Márquez es capaz de tratar un tema tan común en una forma totalmente sorprendente y nos hace también capaces de mirar con ojos nuevos hacia este viejo asunto humano.
En general, más allá de la parte técnica de la traducción, ¿qué otros esfuerzos ha tenido que hacer para llevar a García Márquez al lector bengalí?
—Al leer la narración de García Márquez se recuerda la frase atribuida al escritor francés Gustave Flaubert: “Dios está en los detalles”. Dicho realismo mágico fue enriquecido por minúsculos detalles que están relacionados directamente con la historia y la cultura de América Latina y obviamente distintos de nuestra cultura. Saber la lengua no es suficiente para traducir esas partes, sino que se necesita tener conocimiento de la raíz histórica y cultural. Hablo de un ejemplo, en una frase de Vivir para contarla, escribió: “azotando el sombrero”. Si lo tradujera tal como está, no significaría nada para los lectores de esta parte del mundo. Además, la expresión está entre paréntesis, por lo que exige más atención y no se puede evitar. De hecho, aparte del significado de palabra por palabra, yo tampoco lo comprendí. Empecé a investigar, entonces, con mis conocidos en Colombia y al fin llegué a conocer que en ese tiempo como las calles estaban llenas de polvo, por no estar hechas de cemento, cuando las gentes caminaban hora tras hora, sus sombreros, que solían ser de paja en aquella época, acumulaban mucho polvo, por lo que necesitaban azotar el sombrero para limpiarlo.
Después de traducir, escribí todo esto claramente en la nota al pie de página. En general, transmitir la cultura extranjera de lengua original a los lectores de la lengua meta es siempre un gran reto para los traductores, y en el caso de García Márquez es aún más, por el abismo de su sobresaliente estilo.
Usted primero hizo una carrera y después realizó la maestría en el aprendizaje del castellano, ¿nos puede recordar cómo fue la cronología?
—Lo primero fue hacer la maestría en lengua bengalí en 1991. Más tarde, en 1999, intenté aprender español, algo que no me fue posible por la escasez de recursos disponibles en Calcuta para poder avanzar. Por esta razón, en 2004, a la edad de 35 años, me fui a Hyderabad, un Estado de la India que está a 2.000 kilómetros de Calcuta, para hacer el nivel avanzado en español en la Universidad de Inglés y Lenguas Extranjeras. En aquel momento, no pude inscribirme en la maestría y más tarde, en 2013, pude hacerlo en la misma universidad, a los 45 años. Ahora mi deseo es hacer el doctorado, si las circunstancias me lo permiten.
¿Qué representó el dejar su casa para irse a estudiar a 2.000 kilómetros?
—Cuando terminé el nivel avanzado en la Universidad de Inglés y Lenguas Extranjeras en Hyderabad, no pude acceder a la maestría en español, porque en esa época mi hijo era un niño de diez años. Por eso, tuve que regresar a casa después de estar un año estudiando fuera. Entonces, comprendí que sin hacer esta maestría no sería posible entrar en el riquísimo mundo de la literatura latinoamericana, especialmente la de García Márquez. Por eso, en 2010, cuando conseguí la oportunidad de matricularme en el curso de maestría en esa misma universidad, lo logré porque mi hijo ya había crecido y no tenía ningún otro obstáculo. Bueno sí, tenía uno, mi estado de salud. En esa época sufría mucho de la enfermedad de Crohn. Es una enfermedad del estómago y el médico me recomendó la dieta blanda, algo que me resultó muy difícil de conseguir en la residencia universitaria. Aun así, nunca se me ocurrió dejar de estudiar. Al fin, en 2013, conseguí terminar la maestría. Todavía sigo aprendiendo y creo que una vida entera no es suficiente para aprender una lengua extranjera, ni tampoco la lengua materna.

La recepción de Gabo
¿Cómo ha sido la recepción de las novelas de García Márquez por parte de los lectores bengalíes?
—Es una historia muy larga. Justo después de que se publicara la traducción inglesa de Cien años de soledad, esta novela fue incluida en el programa del departamento de literatura comparativa en la Universidad de Jadavpur, en Calcuta, en los años 70.
En aquella época, García Márquez todavía no era muy famoso. Pero cuando ganó el premio Nobel, en 1982, Cien años de soledad se convirtió en el tema central entre los círculos literarios de Calcuta. El uso del realismo mágico llamó la atención de la mayor parte de los lectores bengalíes y con gran curiosidad, ellos descubrieron esta forma novedosa para expresar la realidad.
Es verdad que nuestra herencia de las épicas y otras escrituras religiosas está llena de hechos sobrenaturales, pero nadie había pensado antes utilizarlos en la literatura moderna. Poco a poco, todas las obras de García Márquez se hicieron muy populares en ambas tierras, en Bengala y Bangladesh. Se publicaron las traducciones de sus obras al bengalí, una tras otra.
Cien años de soledad ha sido traducida por cinco diferentes traductores en Bengala y Bangladesh, así como Memoria de mis putas tristes cuenta con cuatro traducciones. El coronel no tiene quien le escriba, tres traducciones; la última obra, En agosto nos vemos, ya tiene más de una.
Todas las novelas de García Márquez, incluso sus cuentos, ensayos, textos periodísticos y entrevistas ya se han traducido a mi idioma. De hecho, se ha traducido y publicado Cien años de soledad en otras lenguas principales de la India. Desde las escuelas de secundaria, hasta las universidades, los programas de estudio contienen ahora diferentes obras suyas. Además, el realismo mágico de García Márquez ha trascendido en la escritura de algunos escritores bengalíes. En Bengala, Gabo tiene muchos seguidores leales.
En la medianoche de ese desgraciado día, cuando nos llegó la noticia de su muerte —17 de abril de 2014— Calcuta se sumergió en una gran tristeza. Al día siguiente, la portada de todos los periódicos de la India llevaban esa noticia. Algunos de ellos, especialmente los de Calcuta, continuaron publicando artículos sobre Gabo durante cinco días consecutivos. Las librerías agotaron sus stocks y una larga lista de espera se formó en cada una de ellas. Yo sentí un gran vacío por esa pérdida personal, que nunca nadie más podrá llenar. En realidad, es difícil encontrar a un lector bengalí que no haya leído algo de su obra. Por esta razón, decimos que Gabo es un escritor bengalí de América Latina.

En general, ¿cómo le ha cambiado la vida vincularse con el proyecto de traducción de García Márquez?
—Sin duda, traducir a García Márquez me ha proporcionado las oportunidades de explorar la vida que acaso no hubiera sido posible con la maestría en bengalí, únicamente. De hecho, aprender español me ha despejado un cielo más amplio que el ambiente regional de la literatura bengalí. Desde que inicié a traducir las obras de Gabo, gracias al profesor colombiano Fabio Rodríguez Amaya, tuve acceso al mundo hispanohablante, principalmente de Colombia. Junto con él, editamos una antología de diez ensayos escritos por los autores colombianos para conmemorar los 50 años de la publicación de Cien años de soledad y la traduje al bengalí en 2017. Gracias al profesor Juan Moreno Blanco tuve la oportunidad de escribir artículos sobre García Márquez que fueron incluidos en varias antologías editadas por ese profesor y publicadas por la Universidad del Valle, Colombia.
El primero fue “La recepción de García Márquez en el mundo literario bengalí”, publicado en la antología titulada Gabriel García Márquez: Literatura y memoria, el segundo “Dos continentes, dos épicas y tres mujeres” en el que elaboré la comparación entre Cien años de soledad y Mahabharata, la antigua épica sánscrita de nuestro país.
También traduje el libro Cien años de soledad 50 años después y el cuento «Solo vine a hablar por teléfono’’, incluido en el volumen El ejercicio del más alto talento Gabriel García Márquez, cuentista.
Conseguí, también, la invitación de la Universidad de Santander, la Universidad del Valle y la Universidad del Norte para realizar un discurso acerca de García Márquez en 2018 y debido a esto tuve la suerte de visitar la Casa Museo de Gabriel García Márquez en Aracataca y La Cueva, en Barranquilla.
Para conmemorar el centenario de su muerte, en 2027, el profesor Juan Moreno y yo vamos a editar una antología de 12 ensayos escritos por autores hispanohablantes e indios, en colaboración con la Universidad de Magdalena, que serán publicados en dos idiomas: español e inglés. En mi tierra también me reconocen como la traductora de García Márquez. Sobre todo, el estilo de mi escritura en bengalí ya ha llegado a cambiar tanto por ser influenciado por la magia de la narración garciamarquiana, que los lectores de aquí lo perciben y me comentan, por lo cual considero a Gabo mi gurú.
¿Qué otros autores ha traducido del castellano?
—Aparte de García Márquez, he traducido los cuentos de varios autores latinoamericanos. Por ejemplo, si menciono primero a Costa Rica, me encantan los cuentos de Manuel González Zeledón (Magón) y hasta ahora he traducido solo uno que se titula “El clis de sol”. Además, he traducido algunos cuentos de Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Miguel Ángel Asturias, Isabel Allende, Roberto Bolaño, Horacio Quiroga, Mario Benedetti, Augusto Roa Bastos, Mario Vargas Llosa, José María Arguedas y Rómulo Gallegos, entre otros.
¿Cuéntenos, con los mayores detalles posibles, lo que representó la visita a Aracataca y a la casa donde nació García Márquez?
—Fue uno de los días más memorables en mi vida sencilla. Nunca antes pude imaginar que conseguiría llegar hasta allí. La verdad es que tuve ese sueño dormida y despierta. Una noche, mientras dormía soñé que estaba en la casa de García Márquez y charlaba con él y su esposa Mercedes. La casa y los alrededores, que yo veía, coincidían exactamente con la descripción de Vivir para contarla, incluso las plantas de begoña en el jardín, aunque no sabía en realidad cómo eran esas flores.
En la vida real, ya no en el sueño, tomé un autobús desde Bucaramanga a Santa Marta, en un viaje de 11 horas. Durante el trayecto, y al aproximarme a Santa Marta, buscaba algo relacionado con Gabo. Desafortunadamente, no apareció nada. Pero me encantó el paisaje que vi desde la ventana del autobús y descubrí, con asombro, la similitud con el paisaje de Bengala.
Las mismas bananeras y los mismos árboles de mango. No sentí ningún cansancio; al contrario, estaba muy emocionada con la idea de que cada vez estaba más cerca de la Casa Museo. Para mí, era muy fácil ver previamente las imágenes de esa casa y las informaciones relacionadas en Internet. Pero decidí no hacerlo para darme el gusto de descubrir todo con mis ojos. Gracias al sociólogo y profesor colombiano Edgar Rey Sinning, se me arregló la estancia y visita a la Casa Museo y no tenía que preocuparme de nada, más que de disfrutar esos momentos inolvidables.
Por la mañana, cuando llegué a la puerta de la Casa Museo, me encontré a un grupo de gente esperándome con curiosidad por conocer a una persona de la otra parte del mundo. Cuando estaba a punto de entrar por la puerta, de pronto me quedé parada. Miré al suelo y en ese momento se me ocurrió que en ese polvo que yo iba a pisar, antes lo había hecho García Márquez, dejando un rastro que seguro que todavía permanecía allí. De inmediato, tomé ese polvo con mis dedos y lo puse en mi cabeza. En el hinduismo se cree que aun en el polvo del suelo del templo queda la esencia de Dios, y, por eso, los creyentes se untan ese polvo en la cabeza. Incluso después, no tenía capacidad de entrar y, de repente, me puse a llorar, pensando que ya no podía decirle a mi madre muerta lo que el destino me estaba ofreciendo.
A continuación, vi todo el Museo, su cuna original y di un discurso ante mucha gente especialista y aficionada de García Márquez. Pero ahora, rememorando aquel momento, me parece que no pude ver todo con claridad, por tener el velo de la emoción envolviéndolo todo.
¿Le gustaría volver?
—Claro que me gustaría volver: una vez más, al menos.