Cultura Entrevista:

Duelo con olor a madera: Néstor Zeledón y su amigo y alumno Randall Chaves

El arquitecto y artista Randall Chaves fue discípulo y amigo cercanísimo de Néstor Zeledón Guzmán, escultor costarricense insigne recién fallecido. En conversación con este Semanario, Chaves revisita su trayectoria y rinde homenaje al legado del maestro.

“Néstor tenía una virtud como artista y es que podía expresar de forma tridimensional lo que estaba sintiendo. Si se sentía deprimido, él lograba expresar esa depresión, si se sentía alegre, lograba transmitir esa alegría, y muchas veces no estaba en busca del objeto con un valor estético excepcional, sino que estaba buscando la sensación, lo que él estaba viviendo en ese momento”.

De este modo resume el arquitecto y artista Randall Chaves la propia percepción sobre su maestro y amigo entrañable Néstor Zeledón Guzmán, afamado escultor costarricense quien falleciera el miércoles 18 de junio pasado con 92 años.

Nacido en Guadalupe, Goicochea, el 7 de enero de 1933, hijo del también escultor Néstor Zeledón Varela y de Hortensia Guzmán, vivió con su esposa Caridad Coto Céspedes en Barva de Heredia desde 1993.

Zeledón fue reconocido con el Premio Nacional de Cultura Magón en 1992 por destacada trayectoria y obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la categoría de Escultura en 1967 y 1971. A la vez fue laureado con el mismo premio en la categoría de dibujo, en 1976.

Néstor Zeledón Guzmán y su amigo y alumno, el arquitecto y artista Randall Chaves, emprendieron el proyecto Museo Casa Néstor Zeledón, ubicado en Heredia, que está en proceso de depuración (Foto: Caridad Coto Céspedes)

En conversación con este Semanario, Chaves menciona que Zeledón creaba a partir de un concepto “complicado”, pues en términos estéticos muchas de sus esculturas podrían catalogarse dentro del “feísmo”.

“Tal vez a la gente no le agrada lo que está viendo, pero tiene una interpretación fuerte: el fondo del objeto es lo que está dando valor a la obra y no el objeto como tal”, aclaró.

De acuerdo con Chaves, quien sostuvo una fuerte amistad de 18 años con Zeledón, “él lo tenía claro y decía: «Yo no estoy haciendo adornos. Si lo que andan buscando es algo para poner en la sala, pues este no es el lugar”.

“A mí, en lo personal, todas esas ideas me calaron muy hondo y son parte de la práctica que aprendí con él”, afirmó.

Para Chaves, ese aprendizaje junto al maestro se tradujo en ser buen artista, que no pretende ser un Néstor chiquitito ni hacer lo que él hacía porque su visión sobre la vida era particular. “Pero sí hago propia esa actitud de hacer lo que quiero, de expresarlo en los términos en que yo creo que deben ser los correctos y no buscando el aplauso ni la aprobación de la gente”, dijo rotundo.

A Chaves personalmente le encantaba cuando alguien le preguntaba por una obra y su precio o que validara la autenticidad de algún trabajo, y simplemente decía: “no, aquí no se vende nada, no se certifica nada, la obra es lo que es”.

Lo que sí fue acogido con beneplácito es el proyecto Museo-casa Néstor Zeledón, una idea de Zeledón que fue emprendida por ambos amigos a partir de 2018. En la actualidad se encuentra en la etapa de depuración. Así, el espacio físico tendrá una sección de acopio, una de almacenamiento gráfico y otra de restauración, y se dejará el museo para exposición.

“Algo que nos pidió Néstor personalmente, tanto a mí como a Sebastián Salazar, que es el hijo de Cari Coto, su esposa, fue que usáramos el taller”.

Zeledón pidió que Sebastián trabajara en el mezanine, en la parte gráfica, y a Randall le pidió manejar sus herramientas y demás cosas para “mantener el taller vivo, como decía él”, contó Chaves.

Chaves no sabe si llegará a ese nivel de atrevimiento, pero para él es muy conmovedor que prácticamente les legara el espacio para trabajar y que se desarrollaran como artistas. “Es parte del altruismo que manejaba Néstor”, concluyó.

Molesto por los resultados del TLC, Néstor Zeledón plantea sus inquietudes en una escultura de carácter monumental: “Yo protesto”, una pieza de madera de jenízaro de dos metros y medio de alto, extraída de su propia tierra en Guanacaste. (Foto: Marco Monge)

A continuación un extracto de la conversación con Chaves, llevada a cabo el sábado 21 de junio.

 ¿Por qué se crea esta relación tan cercana entre usted y don Néstor?

―Estudié arquitectura en la Universidad de Costa Rica, pero siempre quise estudiar artes. Cuando terminé arquitectura volví a hacer el examen y entré a escultura en Bellas Artes, pero como ya estaba casado, tenía familia y estaba trabajando, se complicó. Yo trabajo en la Caja Costarricense de Seguro Social y en ese entonces había mucha demanda de trabajo. Un día un amigo me llevó al taller de Néstor a conocerlo, y estuvimos una tarde conversando. Le pedí que si me podía recibir como alumno, y me dijo que no. Luego en mi casa recordé lo que habíamos conversado, hice un trabajo y se lo llevé el sábado siguiente, le toqué otra vez la puerta y le dije: no me diga que sí, pero tampoco me diga que no, piénselo. Al final me dijo que sí.

A partir de entonces fuí su alumno muchos años, iba prácticamente todos los días de 3 a 4 horas pues era muy agradable. Era una relación profesor-alumno, pero también había amistad. Como arquitecto empecé a ver que en su espacio había cosas que se podían mejorar y con un poco más de confianza le fui “vendiendo” algunas ideas. Iniciamos con algo muy pequeño para ajustar el espacio donde él vivía, el espacio inmediato. Él vivía como en una bodega ―aquello era un taller― donde estaba la cocina. Cuando había que comer se corrián unas esculturas y se limpiaba la mesa. Era una cuestión muy informal. De repente empezamos a hacer mejoras en el espacio con ayuda de su esposa Carito, con quien siempre he tenido una relación muy cordial, muy cercana también.

Posteriormente, empezamos a ver cuestiones legales, por ejemplo, cómo ordenar el trabajo, inscribirlo, ya que el trabajo no podía estar sin ningún tipo de protección legal. Ahí fuimos caminando.

En algún momento vimos la necesidad de hacer el Museo-casa. Él había comprado el terreno aledaño, que era una casa vieja. Se hizo un anteproyecto, saqué un permiso sin goce de salario y me dediqué solamente a lo que nosotros llamamos el museo.

¿Esa parte está completamente dedicada a la obra de él?

―Exactamente. Luego ajustamos el nombre a Casa Museo Néstor Zeledón, porque la idea de él siempre fue tener un museo personal. Él no vendía obras, sin embargo, tenía su pensión de catedrático y por el Premio Nacional de Cultura “Magón”. También ahorraba mucho y gastaba poco, y fue logrando una cantidad suficiente para poder hacer la construcción.

¿Por qué don Néstor no vendía obra?

―Él pensaba que la obra de él no era del agrado de mucha gente como para tenerlo en la sala de la casa, pues era muy social. Para mí, claramente, estaba equivocado, sin embargo, él era muy reservado en eso. Yo fui aprendiendo con el tiempo que él exploraba la obra, el tema, se metía a profundidad con lo que estaba haciendo y la parte cumbre era firmar.  Una vez que la firmaba, cuando estábamos todos, nos tomábamos unos vinos… se convertía en un acto solemne. La obra se ponía en alguna esquina del taller, de la casa, del museo, y ahí quedaba: nunca venderla, nunca negociarla.

Hay mucha obra falsa en la calle, algunas que le robaron en una época de su vida y que andan en el mercado negro, pero en términos legales no es posible conseguir una obra de de Néstor que provenga del taller. Inclusive antes de morir, se tomó la precaución de hacer un catálogo detallado que se inscribió en el registro público a nombre de la sociedad Casa Museo Néstor Zeledón, dedicada a la protección de la obra patrimonial de Néstor, porque otra cosa que tampoco quería era donarla a una institución para que la fueran a guardar.

En una entrevista que Juan Carlos Flores le hace a don Néstor, le pregunta cuál es su obra más emblemática y responde que “El Cristo”, propiedad del Museo de Arte Costarricense. Don Néstor cuenta, asombrado, que la escultura está embodegada… ¿sigue estándolo?

―Así es. La obra es propiedad del MAC (Museo de Arte Costarricense). La última gran exposición que hizo Néstor fue en el 2012 en el MAC. Hay un libro a propósito que publicó María Enriqueta Guardia y otros autores que se llama Pasión escultórica de la Editorial Costa Rica. Después de la exposición se negocia con el museo que la obra quede permanente. El MAC acepta y se mandan a hacer unos soportes especiales a un taller industrial para no dañar la pared porque es patrimonial y que tampoco se dañara “El Cristo”. Se hizo un trabajo de diseño específico para que la obra quedara expuesta, pero para sorpresa nuestra a los meses la quitan y desaparecen los soportes.

Entiendo que es una condición de espacio tal vez no la más apropiada y ellos tienen mucha obra y probablemente no tengan un lugar adecuado para hacer un almacenaje de ese tipo. El asunto que indignó a Néstor en el momento fue que primero estuviera almacenada en esas condiciones, y luego de haberla dejado colocada simplemente la quitaran y no la volvieran a poner. Yo sé que ellos la tienen bien conservada, pero no está a la vista del público.

Yo no quiero que se interprete que estoy hablando mal de la gente del MAC, porque les tengo un aprecio muy grande, pero sí, en lo que respecta a “El Cristo” de Néstor, era su obra más significativa y lo seguirá haciendo, junto con “El árbol del triunfo”, obra que no está a la vista del todo.

¿Y por qué estas dos obras fueron tan importantes para él?

―Eran importantes para él tres obras: “El Cristo”, “El árbol del triunfo” y “Yo protesto”.

“El árbol del triunfo” tenía una dimensión monumental de 4,80 (metros) de alto, que es en realidad un tamaño completamente anormal para alguien que trabaja escultura de forma personal. Esos tamaños son frecuentes cuando van dirigidas a un sitio público, cuando hay cierto concepto de monumentalidad. Más allá de eso, la obra tuvo una complejidad técnica muy grande, porque el tamaño obligó a trabajarla acostada. Él descubrió el valor de esa obra cuando la tuvo terminada y la levantó, entonces el impacto para él fue increíble. O sea, él la fue tallando y tallando y tallando, y hasta que la terminó se dio cuenta que era una monumental. Por su parte, “Yo Protesto” significó para Néstor un claro mensaje de lucha, de no dejar que la injusticia se convierta en norma, un símbolo que nos recuerda que darse por vencido no es una opción, que las luchas y los logros sociales no se negocian. Es la mano del trabajador, del intelectual y de todo aquel lucha con vehemencia y convicción contra el poder abusivo y del beneficio de unos pocos a costas del pueblo.

De acuerdo con Randall Chaves, quien sostuvo una fuerte amistad de 18 años con Zeledón, el maestro decía: «Yo no estoy haciendo adornos. Si lo que andan buscando es algo para poner en la sala, este no es el lugar”. (Foto: Marco Monge)

¿Cuántas obras hay en el Museo Casa?

―Cuando hicimos el inventario final hace algunos meses, solo en el taller contamos casi 200 esculturas.

¿Todas están expuestas?

―Todas están al alcance. Hay unas que tienen un carácter más expositivo que otras.

Don Néstor trabajaba básicamente la madera…

―Sí, él trabajaba principalmente en madera. Recuerde que él hizo el monumento a Cleto González y en condiciones completamente adversas. Paralelo a eso hizo algunas otras piezas como “La maternidad” que está en la Caja Costarricense de Seguro Social. Precisamente, cuando termina el monumento a don Cleto se fractura la muñeca, lo que resulta en una lesión importante. Eso lo obliga a buscar otras formas, otras soluciones y dentro de las más nobles que encuentra para poder continuar con el trabajo escultórico es el trabajo de soldadura y laminado con obras estupendas. Tenemos, por ejemplo, “El Cristo”, “Los amantes” en el edificio Numar. Luego, poco a poco, retoma la madera y al final se queda con la madera, que antes la había trabajado. Hay un dato muy curioso: resulta que mucha de la madera, sino toda, salió de una finca de Néstor en Guanacaste; él sembraba la madera que utilizaba para las esculturas. Esa finca la tuvo durante al menos de 55 años y desde el principio sembró pochotes, jenízaros, guanacastes, melina, teca, el material base de sus esculturas. Era un elemento artístico que partía desde la semilla. Era riquísimo ver esos procesos, porque de vez en cuando lo acompañábamos a tumbar un árbol y a sacarlo de la montaña. ¡Era una cosa maravillosa!

En la entrevista que le menciono, don Néstor decía que para esculpir en madera él abordaba todo el proceso con sus propias manos.

―Sí, nosotros siempre tratábamos de hacerle ver que tal vez habían partes de la elaboración en las que él no se hubiera tenido que meter, que estaba corriendo un alto riesgo de una lesión seria, que le podía afectar eventualmente en el trabajo del desarrollo artístico. Sin embargo, él asumió la total responsabilidad de lo que estaba haciendo. A como hacía un detalle, unos labios maravillosos en una escultura, igual con esas manos tumbaba un árbol y lo descascaraba en la finca. Era increíble verlo trabajar de 0 a 100 en todos los procesos. A mí, personalmente, no me dejó meter mano en trabajos de él hasta muchos años después en algunas partes específicas del proceso y con estricta vigilancia.

¿Qué tipo de ayuda le daba?

―Por ejemplo, le ayudaba a desbastar piezas. En acabados lo más que hacía era ayudarle a encerar. La última pieza que se llama “Hacia el futuro”, la terminó, la pulió, pero no la enceró y tampoco la firmó porque estaba enfermo. Entonces, le ofrecí encerarla y la dejamos encerada, pero no dio tiempo de que la firmara, no tenía fuerza ni siquiera para eso.

Randall, cuénteme del Museo. ¿Cómo es la casa, por qué es especial?

―La parte del museo se construye sobre un lote de 10 metros de frente por 30 de fondo que cuenta con una área de casi 600 metros cuadrados, resultado de unir el taller existente con el nuevo. Son lotes regulares donde están el taller viejo que se hizo en 1992 y una parte industrial muy elemental. La parte nueva se buscó que fuera muy iluminada, pero que la luz no afectara directamente las piezas y sus acabados. Se le dio una doble altura. Es un taller con casi 6 metros y medio de alto, pensando en la obra “El árbol del triunfo”, que fue lo que marcó la altura general.

Se le dio una iluminación artificial bastante reforzada por si hubiera que ver las obras en la noche. Se le puso sistema de alarma y detección de incendios. Conociendo la dinámica de Néstor después de muchos años, no fue difícil esa área expositiva, porque la idea era que él trabajara rodeado de su obra. Tiene un marco de acero donde se sostienen piezas de alto peso y un sistema diseñado para descarga de piezas de madera desde la entrada hasta el fondo del taller. Tiene un sistema eléctrico diseñado para un taller de escultura donde las cargas eléctricas de las diferentes máquinas son distintas entre sí. Además, le hicimos un mezanine que tiene dos propósitos: el primero es generar un espacio para la gráfica ―su oficio formal no era pintor, pero era un excelente dibujante y muy a menudo pintaba y hacía intervenciones―; el segundo propósito de ese mezanine es poder ver las piezas desde arriba, porque él tenía la clara concepción de que la escultura debe estar rodeada de espacio vacío. Como espectador, la escultura tiene que poder rodearse, tiene que poder verse y muchas de las esculturas de él tienen, por así decirlo, un arriba, tienen algo que es observable desde una altura apreciable y eso no siempre es posible. La idea era cambiarle esa perspectiva a la gente.

¿Por qué es importante apreciar la obra de don Néstor en un espacio como este?

―La importancia de la obra es altísima y la sensación inicial de la gente cuando entra al taller cuando no ha ido, cuando no conoce la obra de Néstor, ese primer impacto visual, sensorial y hasta olfativo ―la madera huele, los cedros y algunas otras maderas preciosas emanan olor― es muy emotivo. Se buscó que la entrada no quedara directa y hay un pequeño desvío para que la gente entre y hasta que da la vuelta se encuentre con el golpe visual y sensorial de las esculturas.

Las esculturas de Néstor tienen un valor social importante. Tal vez no fue el más famoso porque a veces la fama va muy de la mano con asuntos comerciales y Néstor lo evitó al máximo. Pero todas las obras de Néstor, todas absolutamente todas tienen un fondo, tienen un porqué, ninguna carece de sentido. Si una cosa tenía Néstor era que hacía una exploración profunda del tema y, por sencillo que fuera el resultado, siempre había un argumento de fondo que justificaba el porqué lo estaba haciendo. Eso es una cosa que a mí personalmente me encanta porque es una obra que transmite un sentido. Yo he visto a gente llorar viendo esculturas de Néstor y no por quedar bien con él, sino porque le está transmitiendo sentimientos importantes a la gente.

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