Cultura Diego Mora, Premio Nacional de Poesía 2021

Brea, sustancia viscosa de la poesía

El escritor Diego Mora fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría en la categoría de Poesía 2021 por su poemario Brea. Este Semanario conversó con el poeta sobre su trayectoria e independencia editorial, entre otros temas.

Una sustancia viscosa, negra, que proviene del petróleo, denso. “Un hoyo negro donde cabe todo”, dice Diego Mora, escritor costarricense que se hizo merecedor del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría 2021 en la rama de poesía.

Ese agujero negro donde entra todo y nada se escapa es nada menos que su libro Brea, publicado en 2021 por la Editorial Black Brick Books, un emprendimiento personal con el cual se autoeditó.

El libro es una antología de 267 páginas que reúne poemas en las secciones Parque, Savant Garden, Al otro lado de la colina de Hollywood, Píter Prank, La ciudad entre nosotros, Combustión fósil, Garaje, Ánima, Cinema Insight, y Fábulas de inodoro.

Como abrebocas incluye tres prólogos generosos de Alfonso Chase y Dennis Ávila, escritor costarricense y hondureño, respectivamente; y otro del chileno Enrique Giordano, profesor universitario y poeta, entre otras cualidades.

“Las obras literarias se están viendo sacrificadas en este mundo de lecturas relativamente superficiales. La literatura tiene ese elemento que va más a largo plazo; no es el meme que pasó de moda en una semana. El libro tiene una fecha de caducidad muchísimo más extensa, pero a la vez requiere cierta concentración que estamos perdiendo, precisamente por el mundo de las redes sociales”. Diego Mora, escritor.

Además, un prefacio ficcionado de Robert Bolaño, un guiño cómplice, un atrevimiento, una osadía, un “chiste” agotado, como lo califica el mismo Mora, ante el cual el autor de Los detectives salvajes y 2666, nacido en Chile y ya muerto, probablemente se hubiera reído con indulgencia.

Mora no quiere adentrarse en la maraña de la interpretación condescendiente y se niega a explicar por qué su libro se llama Brea; sin embargo, da algunas pistas de por dónde caminó para llegar a parir una edición voluminosa con páginas negras y letras vaciadas en blanco.

El libro es conceptual, alega.

Desde textos casi adolescentes “algo cursis”—según Mora—, urbanos, pasando por algunos ejemplos de poesía visual, el activismo político, los sacerdotes pederastas, hasta poemas sobre automóviles antropomorfizados, Mora nos sumerge en sus múltiples mundos, obsesiones, historias y experiencias, en su parnaso, en sus distintos abordajes estilísticos, cuyos juego y goce y plena libertad creadora son clave para él.

Brea es un lego, afirma Mora. De este modo, el lector dialoga con un libro que es un modelo para armar, en que la palabra, el verso, las estrofas, en fin, el poema, se reivindica en su condición lúdica de escritura sin censura.

 La brea es una sustancia viscosa color rojo oscuro, casi negro (según el diccionario).  Vos titulaste tu antología poética Brea (Editorial Black Brick Books, 2021), y las páginas son negras ¿por qué? Me dijiste en nuestro primer intercambio que tenía que ver con el concepto del libro.

 

—El fondo del libro es negro y la brea es roja oscura casi negra, como derivado del petróleo y, efectivamente, pues tiene esa connotación de viscosidad…sinceramente no me gustaría explicarlo porque me gusta que los lectores tengan esa posibilidad de recrear lo que pueden percibir en la obra y en el concepto. Lo que sí puedo decir es que es conceptual, que todo tiene sentido, que las palabras estén vaciadas en negro tiene un sentido. Creo que la pista estaría en el poema Brea; en el hoyo negro en que me hundo.

Vos te formaste de la mano del escritor Adriano Corrales, ¿cómo fue salir de esa costilla, del taller literario Libertad bajo palabra?

—Con el tiempo me estoy dando cuenta de que había que matar al padre, por supuesto, pero, además, había que matar a este padre que era patriarcal, era el perro normativo, etcétera, y fue muy saludable. Admiro mucho lo que hizo con nosotros en ese momento porque estábamos en el colegio y gracias a él conocí muchísimo de mis escritores favoritos de todos los tiempos. Esas sesiones del taller en el Museo de los Niños fueron pagadas.  Después de que terminó, él nos invitó a seguir reuniéndonos en su casa, donde asistimos por varios años. El impulso de Adriano no se limitó solamente a este taller, sino que muchos y muchas continuamos después con él en diferentes espacios. Este padre entre comillas, este camino, es muy importante para mí.

¿Qué edad tenías?

—17 años…

¿Fue en ese momento en que arrancaste con la poesía?

—Yo estoy escribiendo conscientemente desde los 15 años. Los talleres literarios tienen una cuestión más social que educativa en términos literarios y creo que son muy útiles para cuando uno está todavía en el cole. Te sirven para sentir compañía o una pertenencia, sobre todo en esas edades en que uno como adolescente necesita pertenecer a

algún grupo. Yo era un ser sumamente alienado en el colegio, que solo me expresaba a través de la escritura y descubrir a estas otras personas que también hacían lo mismo, entre ellas Alejando Cordero, fue una experiencia reveladora, pues para mí ahí empieza mi vida. Se conjugan así esas dos cosas: por un lado, mi primera posibilidad de encontrarme con personas con las que podía realmente compartir y, al mismo tiempo, desarrollarme en términos literarios.

Respondiste mi tercera pregunta de una vez: ¿para qué sirven los talleres literarios? Creo que eso que apuntás sobre la socialización es acertado.

— A mí me parece que el taller literario requiere de una parte entre comillas formal, pero también requiere de otra informal, que casi siempre se da en los bares. Mucha gente podría no estar de acuerdo, pero a mí me parece que ese ambiente de distensión que se logra en esos espacios permite que también se aprenda; es decir, se aprende tanto cuando se está tallereando, trabajando los textos, como cuando las personas deciden después irse a tomar un trago para conversar; ahí se da una conexión sumamente importante para un grupo literario, es la clave porque es donde realmente se empieza a armar ese tipo de relaciones que muchas veces superan el taller literario. Ese es el caso mío con las personas que formamos parte de Libertad bajo palabra que seguimos en contacto porque nos marcó profundamente. El taller fue, entonces, un espacio de desahogo, de llorar cuando nos dejaba alguna chica o cuando las dejaba un chico. Era una cuestión integral.

¿Qué es ganar un premio nacional, para qué y por qué?

 —No lo sé; creo que no lo voy a saber y tampoco me interesa.

Entonces, ¿por qué participaste?, ¿pusiste tu libro a concursar o alguien con tu venia lo envió?

—Alguien compró el libro, apareció un post sobre él en Facebook y esta persona me dijo “cómo no has mandado ese libro a concursar” (para los premios nacionales); eso fue lo que me motivó. Agradezco mucho al Ministerio de Cultura, pues, lo digo objetivamente, es un libro que sí se lo merece, incluso en el ámbito editorial, pues no tiene una editorial porque lo hice todo yo: no tengo editor, no tengo impresor, no tengo corrector de estilo, o sea, todo el trabajo fue 100% realizado por mí, todas las gestiones para que el libro se imprimiera. De mis libros, el único que se publicó en Costa Rica fue por parte de una editorial que no existe desde hace muchísimos años. Los otros se publicaron por editoriales menores y underground en países latinoamericanos, en donde ni siquiera ellos deben tener ejemplares. Yo estuve viviendo en diferentes países y, cuando venía al país y la gente hacía una actividad de lectura, yo no tenía absolutamente nada; de ahí surge la idea de crear Brea como un antología en la que pusiera textos de estos diferentes libros.

Roberto Bolaño tiene un cuento (Sensini) sobre esta necesidad, algo patética, que tienen los escritores de participar en concursos literarios. A propósito: vos incluiste en tu libro Brea un prefacio —a manera de guiño, me imagino— que supuestamente escribió Roberto Bolaño. También hay prólogos de Alfonso Chase, Dennis Ávila y  Enrique Giordano, ¿por qué?

—Específicamente sobre el primer libro de poemas, el texto de Chase se publicó en el periódico La Prensa Libre; fue la única persona que hizo una reseña; el de Giordano fue el último prólogo para el libro Monóxido de carbono. Me pareció que era como abrir y cerrar lo que había escrito. El prefacio de Bolaño en una nueva versión de Brea no está porque el chiste está agotado.

¿Ese prefacio obviamente es un juego?

 —Fue muy chiva porque agarré un prólogo que Bolaño le había hecho a un libro de Vargas Llosa —lo cual es muy irónico—, y coloqué frases y letras que me llamaron la atención, e imaginé qué podría decir Bolaño sin modificar las palabras originales. Jugué con el lenguaje para que pareciera un prólogo que hubiera escrito sobre el libro en un mundo ficticio. Fue algo completamente lúdico. Si algo tiene Brea es el juego, la posibilidad de no tener que ser serio, de ver la literatura como un lego. Yo logré esa libertad absoluta de no tener que rendir cuentas, ni siquiera a mis propios estilos de antes. Hay muchos muchos tiempos, muchas ideas: cosas desde políticas —como contra del TLC (Tratado de Libre Comercio)—, hasta de denuncia hacia los sacerdotes pederastas; te encontrás cosas sobre las San José, sobre las ciudades a principios de este siglo. Es como un agujero negro en donde al final todo va a entrar, en donde trato de expresarme con toda franqueza. Por eso, no hay censura de ningún tipo en ninguna parte, es el goce por la escritura.

¿Cuál es tu parnaso, el monte donde habitan tus poetas?

—Lo que tengo así como inspiración es un documento al que le llamo hits; son como los poemas que a mí me marcan. Más que poetas, son escritores y escritoras. Hay diferentes maneras de ver el Parnaso ¿no? y más que los nombres pongo las obras, porque los escritores pasan por momentos de picos de escritura y por momentos incluso ideológicos que son contradictorios y hay muchísimas razones.

Hay gente a la que no le gusta hablar de influencias, pero en realidad no importa reconocerlas, porque están y nos conforman. Como decía Mark Twain en defensa del “plagio”, de alguna forma todos plagiamos y no debería haber una sentencia moral al respecto. En tu libro vos mencionás a Whitman, a Bukowski, a Rimbaud, etc., es decir, que hay ciertos autores que seguís, incluso en un texto me pareció estar oyendo a Silvio Rodríguez…esa canción que dice “adónde van las palabras que no se quedaron”. Yo creo que hay un diálogo continuo con los fantasmas, con las obsesiones y eso va apareciendo, se va desgranando a lo largo de tu libro.  Pasando a otro elemento de tu antología están los poemas gráficos, ¿qué te llevó escribir en esa clave?

—La mayoría de esos textos son del primer libro. En esa época yo estaba mucho en contacto con la gente del taller de Eunice Odio donde estaban Mauricio Molina, Alexander Obando y Meritxell Serrano, quienes traían mucha influencia vanguardista, y eso me fascinó. Desde que estudié las vanguardias europeas y latinoamericanas siempre me encantaron, y era algo que no veía mucho acá. Todos los textos que se podrían llamar poesía visual son de Tótem suburbano.

Después no seguiste incursionando en esa línea.

—Para mí, las técnicas se van agotando. Hacer un libro es como hacer una tesis, porque requiere el impulso de lo que querés decir y la investigación, eso es muy importante. De verdad es un esfuerzo muy grande que te tomás en serio, como un oficio, con sentido ético. Si uno maneja una ética y ha leído a otras personas de diferentes momentos de la historia, uno tiene que rendirle homenaje a todas influencias maravillosas que has ido descubriendo, y tener una decencia respetuosa hacia ellos, y tratar de hacer algo mejor o diferente, porque a lo mejor no podemos repetir una obra maestra, pero reinterpretarla, traerla al trópico, al siglo XXI.

 Cada vez hay más gente que se siente libre de escribir poesía, y a pesar de que estamos pasando por un momento en que la imagen visual predomina, las personas siguen escribiendo; pero ¿dónde están los lectores? ¿A vos te preocupa quién te va a leer? ¿Cómo promover la lectura de la poesía, de la narrativa?

—Como profe de la Universidad de Costa Rica doy el curso de escritura académica y es sumamente preocupante el nivel que las personas tienen de lectura, de comprensión lectora y de pensamiento crítico. Creo que como nunca antes estamos leyendo. Hay varias  investigaciones que dicen que nunca hemos leído tanto; pero el tema no es la cantidad, sino la calidad de lo que leemos. Pasamos leyendo mensajes de WhatsApp, leyendo en redes sociales, leyendo correos electrónicos, incluso leyendo los titulares de las noticias, ¿pero ahondamos realmente en las lecturas? El mundo de los memes me parece fascinante. Mi libro facebookatura (del 2012) fue creado con memes, pues ya desde hace tiempo yo veía que los memes iban a hacer algo súper fuerte en esta cultura. Me parece maravilloso que existan los memes, pues son una forma genial de expresar un montón de cosas y que mezclan también un montón de elementos culturales maravillosos. Pero hay algo más allá de eso: las obras literarias y esa parte es la que se está viendo sacrificada en este mundo de lecturas relativamente superficiales. La literatura tiene ese elemento que va más a largo plazo; no es el meme que pasó de moda en una semana. El libro tiene una fecha de caducidad muchísimo más extensa, pero a la vez requiere cierta concentración que estamos perdiendo, precisamente por el mundo de las redes sociales.

No queda de otra que sacar el ratito para alejarse de las redes sociales, alejarse de todos los medios streaming que son maravillosos también; sacar un rato para desarrollar esta otra parte de nuestro cerebro que se ha visto afectada ante tanto estímulo de primera entrada. Lo único que queda es alfabetizar en torno a la literatura, entre otros productos culturales.

Hacer despertar la pasión por la escritura y la lectura; que las personas conscientes  puedan pasar ese fuego prometeico a las otras personas de todas las edades y en todos los lugares.

 

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