Cultura Entrevista al cineasta mexicano Julio Hernández Cordón

“De manera inconsciente Cómprame un revólver era una carta a mis hijas”

Con el tema de la paternidad, el femicidio y el narcotráfico, el Costa Rica Festival Internacional de Cine inauguró la séptima edición con la película Cómprame un revólver de Julio Hernández Cordón. UNIVERSIDAD conversó con el cineasta.

Con fotografía del costarricense Nicolás Wong, la película Cómprame un revólver (2018), del mexicano-guatemalteco Julio Hernández Cordón, retrata la sociedad brutalmente violenta y misógina de un México “distópico”, atrapada entre carteles del narco. Nada más cercano al presente.

Eso en la epidermis del largometraje, porque en conversación con UNIVERSIDAD, la mañana del domingo 31 de marzo en el Hotel Jade (ubicado en Barrio Dent), Hernández aseguró que en el proceso de escritura y realización el tema de la paternidad y sus hijas cobró para él un primerísimo primer plano.

La sinopsis oficial de la película, que inauguró el jueves 28 de marzo la séptima edición del Costa Rica Festival Internacional de Cine (7CRFIC), describe a un México atemporal donde las mujeres están desapareciendo, y en el que una niña llamada Huck utiliza una máscara para esconder su género.

Ella ayuda a su padre, un adicto atormentado, a cuidar un campo de béisbol abandonado donde los narcos se reúnen a jugar, y su padre intenta protegerla como puede. Mientras, Huck, con la ayuda de sus amigos—un grupo de niños perdidos que tienen el poder de camuflarse en el desierto—debe luchar para sobrepasar su realidad y combatir al capo de la zona.

A partir de este universo y desde las primeras escenas, el espectador vive la angustia constante de que algo perverso le suceda a la niña si es descubierta y, en consecuencia, a su padre por esconderla de los narcotraficantes.

Poco se sabe de ese lugar perdido en una geografía indeterminada del México gobernado por los carteles, más que hay un campo de béisbol, una casa de camping donde conviven padre e hija, un desierto transitado por camiones al estilo Mad Max –en el que los narcos siembran el terror-, y un río en el cual la niña navega en una balsa.

Y no hay que saber más. En ese espacio al descampado y a la vez claustrofóbico, la niña y su padre intentan sobrevivir, alimentando su relación con el amor y el cuido que se prodigan mutuamente.

De acuerdo con Hernández, la intención de la película fue problematizar “cómo la paternidad, aunque no sea perfecta, no quiere decir que no sea amorosa, que no esté presente. Quise hablar sobre eso y lo fui descubriendo poco a poco”.

Para el director, la imagen grabada en su infancia de la balsa en el Mississippi de la novela Huckleberry Finn de Mark Twain, fue el punto de partida para escribir el guión de Cómprame un revólver. Luego le adicionó otras referencias que lo marcaron al crecer: escenas de la película Mad Max, el espíritu de Peter Pan y los niños perdidos y el béisbol.

Ahora, en su adultez, el tema del narcotráfico le preocupa, al afectar tanto a Guatemala como a México. “Parte de la violencia que existe es debido a eso, así como a la corrupción y la impunidad, y creo que uno tiene que ser sincero y hablar del tiempo en el que le tocó vivir”, dijo Hernández.

Si bien, el cine criminal también lo seduce y tenía ganas de hacer una película de acción -entre comillas, dice él-, durante el proceso se dio cuenta de que estaba escribiendo sobre la paternidad. “Quise que quedara patente que el papá metía las manos al fuego por su hija y que eso la hija lo sabía.También de manera inconsciente era una carta a mis hijas”.

Cómprame un revólver se ambienta en un México atemporal donde las mujeres están desapareciendo, y en el que una niña llamada Huck utiliza una máscara para esconder su género ante los narcotraficantes. (Foto: CRFIC).

Leyendo y escuchando entrevistas tuyas, en una de ellas decís que por haber nacido en Estados Unidos y luego haber vivido en Guatemala, México e incluso Costa Rica, sentís un desarraigo. ¿Cómo ha influido esto en tu mirada como director de cine?  

-El desarraigo ha sido una constante de mi vida. Nací en Estados Unidos de pura casualidad, pero salí a los cuatro años de una ciudad a la que no volví. Mi padre es hijo de un guatemalteco con una mexicana, porque mi abuelo fue exiliado guatemalteco en México y allá se enamoró, y luego mi madre es guatemalteca y vivíamos donde él tenía trabajo: México, Costa Rica y después Guatemala. De hecho, siempre supe que mi filmografía se iba a dividir en dos partes, la guatemalteca y la mexicana. No fue tan planificado, pero tenía esa idea de que tarde o temprano iba a regresar a México e iba a hacer cine en otras condiciones.

Esto lo que hizo fue hacerme sentir ajeno y a la vez cercano. En Guatemala me pasaba lo mismo que en Costa Rica, que me veían extraño, porque hablaba como mexicano. Además en Centroamérica hay una cosa muy fuerte con México de amor y odio. En México, cuando fui a estudiar cine, yo llegué como mexicano pero me miraban como guatemalteco, como centroamericano. La gente no entiende del todo de dónde soy. Yo me quejaba mucho de eso de pequeño, les preguntaba a mis padres que de dónde era, y ellos siempre me decían que eso era una ventaja, ser de varios lugares, tener amigos y familia de varios lugares, que tarde o temprano me iba a dar cuenta de eso, que no me afligiera.

¿Y fue así como lo empezaste a elaborar?

-Fue cuando me empezaron a comentar sobre la forma en que retrataba a Guatemala, y después cuando hice Te prometo anarquía, la gente estaba sorprendida por la manera en que retraté la ciudad de México. Yo sé que llevo viviendo poco tiempo en México (desde el 2013), pero la asumo como mi ciudad. Previamente viví tres años en mi época de estudios, y crecí en Texcoco, que está como a 50 kilómetros de Ciudad de México. Lo que siento es que tengo una mirada como neutral, de cariño y odio.

¿Más bien una mirada crítica con afecto?

-Sí. Siento que pertenezco pero que tengo distancia, que no exagero con mi cariño. Esa crítica tiene que ver con lo que estudié: comunicación participativa, y está este asunto de mediar, problematizar, de crear diálogo, que no sea panfletario, que la gente asimile la información y saque sus propias conclusiones, partiendo de lo que se expuso, de sus vivencias, de su contexto.

Con mis películas soy subjetivo, tienen mi mirada y punto de vista, pero sí trato de crear momentos e imágenes para que la gente se le cuele a la cabeza y las procese. Eso hace que mis películas parezca que carecen de cierta información, que no hay ciertas cosas, que hay cabos sueltos, que hay preguntas, y con eso, según yo, puedo conseguir o aspirar a que la película se vuelve interactiva, y que la gente discuta. Eso le extiende la vida a la película, no se acaba cuando se enciende la luz en la sala sino que la gente la sigue procesando. Uno de los comentarios del cual me siento más orgulloso es cuando me dicen que pasan los días y siguen pensando en la película y en el personaje.

¿Asumís los proyectos y sus guiones desprovistos de cierta estructura?

-De lo que más me critican es por mi falta de estructura.

En este caso es una pregunta, no un juicio de valor…

-Para mí es una decisión de vida. La gente se sorprende cuando se entera que estudié cine y ven mis películas, y eso se debe a que cuando estaba estudiando cine me di cuenta de que todas las películas eran iguales, un molde de manufactura del mismo tipo de historias. Es difícil decir presente si voy a hacer algo similar a otros y empecé a cuestionarme y analizar qué tipo de cineasta quería ser. Me cuestioné quiénes son los directores de cine que me gustan, los pintores, los músicos, qué tienen de peculiar, por qué me gustan, y entendí que eran personas que generan diálogo, son directores que se siente que están detrás de las películas, que hay alguien detrás de la cámara, que las “pelis” tienen nombre y apellido, que rompieron esquemas, que contradijeron, que rompieron estructuras, que hicieron una apuesta de vida o muerte sobre lo que quieren hacer. Eso hace que la gente esté cerca de su público  y su entorno, y decidí ir por ese lado, ser como la gente que admiro. Hay colegas que tienen un poster de Tarkovsky y Bergman y las películas que hacen no tienen que ver nada con eso, como si fueran bipolares. Por un lado vendo la imagen tal y por el otro lo que produzco es totalmente opuesto a mis héroes.

En una entrevista dijiste algo así como que para hablar de los héroes hay que crear con tu propio estilo…

-Es una frase que escuché de un músico que dijo: “si quieres rendirles un tributo a tus héroes tienes que crear un estilo propio”. Me fascinó esa frase y la escribí en el escritorio donde trabajaba mis guiones. Cada vez que bajaba la vista tenía eso en grande, y dije: “si quiero hacer eso tengo que cambiar de dirección”, y a lo mejor es más viable que me tomen en cuenta si es con una especie de cine de bajo de presupuesto que solo pudo haber surgido en Guatemala. Se que es una pretensión super grande y que no se va a poder cumplir, pero es como un manifiesto del cineasta que quería ser. No me metí a hacer cine para hacer dinero, me metí porque me gusta la narración, porque me siento narrador, porque no me veo haciendo otra cosa, porque soy feliz. Lo único que utilizo de la estructura de un guion es el conflicto, y si se resuelven o no es decisión mía; es de lo único que me amarro. Los guionistas dicen que mis películas no tienen estructura pero lo que jamás pueden decir es que no tienen personalidad (risas).

Cómprame un revólver habla sobre la familia, el narcotráfico, la relación entre padre e hija, el femicidio, la violencia. ¿Qué te movió a hacer una película como esta?

-Porque soy papá. Porque he sido papá la mitad de mi vida, a los 22 años y ahora tengo 44,  y me tocó una paternidad muy compleja y complicada. También porque he tomado decisiones personales como que tengo tres separaciones, he tenido hijos con estas parejas, y he sido egoísta pensando en mi trabajo. Lo que quise hacer con esta película es decir cómo, a pesar de todo eso, la paternidad, aunque no sea perfecta, no quiere decir que no sea amorosa, que no esté presente, y lo fui descubriendo poco a poco. El tema del narco me preocupa, porque afecta tanto a Guatemala como a México. Parte de la violencia que existe es debido a eso, así como la corrupción, la impunidad, y creo que uno tiene que ser sincero y hablar del tiempo en el que tocó vivir.

¿Cómo la financiaste?

-Con fondos nacionales. La hice un año y medio después de haberla escrito y la película costó un millón de dólares. Es la película de mayor presupuesto que he hecho; con mayor soporte de producción, donde más protegido he estado.

¿Cómo fue el proceso creativo?

-Mi manera de trabajar es con imágenes, pienso en las atmósferas, que son lo más importante para mí. Pienso en el título y luego empiezo a escribir. Con Cómprame un revólver, como pertenecía al Sistema Nacional de Creadores de México -que es una beca que te da el Ministerio de Cultura para cerrar tus proyectos a cambio de que una vez al año tienes que hacer servicio social en el interior del país-, cada vez que me tocaba hacer servicio social y viajar a  diferentes ciudades del Norte iba a buscar diamantes de béisbol, iba a ver los partidos, a los jardineros que cuidaban de la grama y hablaba con ellos, los examinaba a la distancia. Utilizo mucho la observación para escribir, mezclada con mis temores y miedos, mis fragilidades.

¿Cómo trabajás los diálogos, son improvisados?

-No me siento un buen dialoguista; es lo más difícil de escribir guiones, que no se sienta el peso del papel, que no se sientan diálogos escritos. Los diálogos son improvisados y los actores no leen los guiones, más bien les doy las ideas de lo que quiero que digan, y si ellos se traban, se tardan, hacen pausas, eso me gusta porque le da una dosis de realidad. Jamás pido que hagan los diálogos de manera limpia o gramaticalmente correcta.

Sobre el tratamiento de las imágenes, hay ciertos momentos en que hacés digresiones o acentos en otros códigos, distintos al de la película en general.

-La película es dura, pero es una violencia sugerida, y entendí en el proceso de escritura que necesitaba momentos de descanso, o si no iba a ser muy avasalladora la violencia y la gente no iba a poder procesar. Me gusta ver vídeo arte, imágenes que son hermosas y me conmueven, o me generan ansiedad. Me gusta intercalar eso con mi narrativa porque eso le da un espíritu especial a la película. Es como leer poesía y que no necesariamente la tienes que entender, sino sentirla. Quise que la película tuviera momentos de poesía, poner al espectador como voyerista, solo observando algo que no tiene sentido pero lo vemos.

¿Cómo fue trabajar con tus hijas?

-Yo no vivo con ellas porque viven en Guatemala. Para mi era importante poder tener una excusa para poder estar con ellas dos meses las 24 horas, y que ellas entendieran mi trabajo, por qué tengo que estar en México. En el proceso de escritura del guión uno de los productores me dijo que el problema era conseguir una actriz con la que nos pudiéramos llevarnos bien con los papás y nos autorizara. Mi respuesta a los productores fue: no voy a hacer nada que no le haría a mis hijas. Cuando dije eso me di cuenta que tenía que trabajar con mis hijas: yo autorizo, yo puedo saber hasta dónde llegar, puedo preguntarles cómo se sienten. Y fue muy lindo porque a partir de eso escribí pensando en mis hijas, cómo caminan, cómo hablan, en lo maternales que son conmigo, y dije: tienen que ser ellas. Fue pesado porque fui papá y director las 24 horas. Darles a entender que ellas habían firmado un contrato y estaban obligadas a terminar la película, que del trabajo de ellas dependía el trabajo del resto del rodaje, explicarse qué es un compromiso, que se les iba a pagar, que íbamos a viajar con la película, y por qué era importante para mí hacer esta película, por qué para mí era importante hacerla con ellas y no con otras niñas. Las niñas se comprometieron con el trabajo, con la película. Matilde tenía pavor de saltar en el río y lo hizo porque era importante para la historia, porque era un retrato de una niña que sí era frágil pero empoderada, y que ese acto la empoderaba; que las niñas pueden hacer las mismas cosas que los niños, que no había ninguna razón para que una niña no pudiera saltar al río con el agua fría, que no había ninguna razón para que una niña no pudiera estar en una balsa. Fue un montaje que terminé mentalmente y emocionalmente agotado porque también yo sabía que cuando se acababa la película, mis hijas iban a regresar a Guatemala.

¿Qué pasó al final del rodaje con esto de que la película es sobre tus hijas y tu paternidad?

-Es complejo. Son decisiones que se tomaron y es importante que estén en Guatemala, arropadas por sus abuelas y que la mamá se sienta cómoda y que estén satisfechas con lo que hacen en el lugar que quieren. Yo decidí estar en México. Y, por supuesto, son niñas de celular y me comunico con ellas a toda hora.

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