Freud lo dijo antes: “nuestra principal fuente de sufrimiento son las personas”, pero Sartre lo dijo más bonito: “el infierno son los demás”. En el caso de las familias, el abismo se profundiza porque están fundadas muy probablemente en una ilusión: la de que existe un amor recíproco.
Por eso, Dígame quién soy yo, madre, del escritor y editor costarricense Juan Hernández, es un explosivo que se enciende cuando se abre el libro. Una novela que nos muerde y enfrenta con aquello de la familia que no deseamos ver. Un libro honesto y desgarrador que retrata los estragos que puede ocasionar la familia a quienes debía proteger. Inicia cuando el autor tiene cuatro años, transcurre por una atmósfera insoportablemente dolorosa, para terminar con un hombre que se agarra a sí mismo y sujeta al hijo que le queda, para que su tránsito sea por otro lugar menos mortífero.
La narración recuerda “Descendencia”, del perturbador pintor japonés Tetsuya Ishida, un retrato sobre la familia, cuya humanidad resulta indistinguible entre animales, máquinas y vísceras; para Juan: perros, madre, orines, abuela, mierda, papel periódico, lavadora, zapatos, cloro y un niño que grita, testarudo ante el abandono: ¡Dígame quién soy yo, madre…!
Sobre cómo es posible escribir acerca de dichas vivencias, el juego de la ficción en la vida, la figura del padre en la trama, así como las apreciaciones que tiene el autor del mundo literario y del escribir, hablamos con el autor. He aquí un resumen.
Juan, ¿qué te hubiera ocurrido sin la escritura de esta novela?
—Esta novela me permitió explorar un registro estético que llevaba mucho tiempo trabajando, que es la narración del yo, la primera persona, sin caer en verse en el ombligo continuamente de forma gratuita. Trabajé mucho en la escritura, edición, recomendaciones de terceros y finalmente la estructura. Si bien la terminé en pocos meses, su escritura llevaba años cocinándose. Hice un tiraje corto, casi de colección en 2016. Finalmente, la dejé durante ocho años guardada y decidí retomar mi carrera como escritor partiendo de esa novela. De no haberla publicado (muy diferente a escribirla), no habría tenido el impulso de dedicarme hoy a la escritura desde otro ángulo.
Háblanos de su naturaleza biográfica ficcionada y, si cabe, de la “verdad”, desde el punto de vista ético.
—Es una novela, un objeto literario, donde las herramientas de las palabras se mezclan con el arte poético para finalmente brindar un texto que genere emociones. Creo que el arte debe brindar una experiencia, pero también conciencia, crítica y buscar elevar la lectura hasta otro ángulo, pero al mismo tiempo debe ser comprensible, amigable, sin concesiones, pero utilizando las herramientas del lenguaje y claro, la vida misma. Las experiencias personales muchas veces se convierten en objetos de estudio o material artístico, todo depende desde dónde se trabaje, pero hay una distancia entre quien vive una situación y quien decide contarla con las armas de la literatura. Son mundos aparte del que escribe y él vivió una situación, y es ahí donde la ética opera de formas impresionantes: ¿quién debe contar «mi» historia o la historia de «los otros»?
Tu novela es como una pedrada sobre el ideal de la maternidad, ¿cómo abordar algo tan visceral de esa forma creativa y vital?
—En nuestras regiones la figura materna está asociada al concepto religioso de la Virgen María y a una serie de argumentos que van desde los más populares hasta algunos conceptos psicológicos y hasta feministas, donde la idea de madre es sagrada, y cuestionarla es ir en contra de la Madre de Dios, o bien, un acto machista; sin embargo, creo que cuestionar cualquier crianza y el origen de nuestros cimientos es fundamental. Me interesaba muchísimo explorar la destrucción que puede causar la figura materna en un ser humano a través de los recuerdos de un adulto que vacila entre la autodestrucción y la deconstrucción político-social, claro, utilizando las herramientas literarias para lograrlo.
Tenemos ese tipo de madres… ¿dónde están los padres?
—Es una pregunta muy compleja, a pesar de que vivimos en un sistema patriarcal y se creería que todo lo machista o las figuras paternas son de respuesta rápida, considero que hay una trampa. La paternidad es quizá la vivencia más compleja de abordar, sobre todo para quienes crecimos sin una figura paterna y buscamos respuestas dónde realmente no las hay, sino una construcción del día a día. No podría escribir de qué siente tener un padre, pero sí logré intentar sembrar algunas preguntas sobre cómo se siente ser un padre en la novela. Volvemos al tema de una pregunta anterior, que es utilizar la vivencia y explorarlas desde las herramientas literarias. Pero esa pregunta va a seguir ahí: ¿dónde están los padres? Tal vez un día logre escribir sobre ello.
¿Cuáles son tus valoraciones del mundo literario costarricense: de las obras, los lectores, las editoriales, los reconocimientos?
—Este es un medio muy complejo donde se publica y se escribe más de lo que se lee. Las academias no tienen interés en estar actualizadas en lo que se escribe, y si el mundo de quienes escriben y el mundo de quienes analizan y hacen crítica en el marco de la historiografía literaria no tienen interés, pues esto no va a cambiar una estructura donde apenas se sabe quién publicó qué y qué dice tal texto. Es valioso que existan tantas novedades y sellos editoriales y premios, pero no puede ser posible que todo termine cuando se publica, se lee, se premia o se vende. Es un medio pequeño para olvidar algo que se publicó o premió apenas un año atrás.
Si alguien desea escribir, ¿qué podría aconsejarle?
—Antes de escribir, yo siempre aconsejo que lean, que lean bastante, que investiguen, que se junten con gente que lea (ojalá de diferentes géneros) y consuman libros de editoriales locales. Que comiencen con algunos clásicos locales y luego busquen referencias más cercanas a nivel internacional. Que se metan a un taller literario (jamás a esos que les venden que van a publicar al final) y lleven su tiempo y ritmo. Si bien cualquier persona puede escribir y publicar (como comer e ir al baño), la idea no es minimizar un trabajo artístico, es tomarlo como eso, un trabajo artístico en donde si bien no te vas a comprar una casa, al menos vas a hacer una obra sólida.
Cuéntanos sobre tus planes literarios.
—Estoy en un proceso de reciclaje y edición de algunos textos, viendo qué sirve y qué no para un par de novelas que llevo algunos años pensando. Cada quien tiene sus procesos. En los últimos años aprendí que, si algo vale la pena, lo paso pensando solamente. Si a los meses la idea sigue, comienzo a tomar notas y luego voy poco a poco dándole estructura. Por suerte, uno siempre escribe de lo mismo y el “yo joven” que buscaba publicar casi que a las horas de escribir algo, me ha dado hoy muchas páginas de ideas en crudo que puedo utilizar hoy. Mis planes son seguir explorando los límites de la literatura del yo.
