Cultura

Cuando San José quería ser París

Exposición en Archivo Nacional recoge hitos de la ciudad capital que a finales de 1890 miraba a Europa como su referente cultural

En la última década del Siglo XIX, la oligarquía cafetalera costarricense y los liberales estaban embriagados de un sentimiento “europeizante” y soñaban con convertir a San José en una pequeña París, que destilara cultura al lado de los emblemas de su poderío económico, social y político.

C-65-SJO-03Era una época en la que a la capital de Costa Rica llegaban los alisios del progreso y que entre sus corrientes traían las innovaciones del momento.

Fueron los tiempos de la llegada del tranvía, del telégrafo, del correo, del agua potable y de la construcción de nuevos edificios, que venían a romper con el paradigma que entonces había predominado en la Boca del Monte: lo pequeño y lo limitado.

Tras el triunfo de los liberales en el país, con una identidad forjada a la sombra del héroe necesario y para algunos inventado: Juan Santamaría, Costa Rica se apremiaba a integrarse a las naciones del mundo, con las cuales se había conectado desde 1820, cuando habían comenzado las exportaciones de café a la vieja Europa.

En ese marco del San José de final de la década de ese siglo, que vería el despuntar de la economía industrial, se inscribe la exposición “La ciudad habitada, San José y el Teatro Nacional de ayer y de hoy”, que se encuentra disponible al público en la sala León Fernández del Archivo Nacional.

La propuesta es fruto del trabajo comunal universitario de estudiantes de Historia de la Universidad de Costa Rica, el Archivo y el propio Teatro Nacional.

Mediante fotografías, objetos, documentos y un periódico imaginario, entre otros elementos, se reconstruye una época que marcaría para siempre la fisonomía de la ciudad, y que respondía a ecos de lo político-social de las clases en el poder.

Quien se tome un tiempo para disfrutar del recorrido histórico que ofrece la muestra, se dará cuenta de que había, entonces, dos edificios emblemáticos en San José: el Teatro Nacional y la Catedral, y que ambos eran referencias de las gentes que vivían en el casco urbano, y, sobre todo, de aquellos que llegaban a la urbe a buscarse una vida.

Hay, en ese sentido, una fotografía que destaca en el conjunto de la muestra, puesto que presenta a unas campesinas, con sus hijos pequeños y descalzos, vendiendo gallinas.

Es decir, alrededor de la majestuosidad a la que apuntaba el Teatro Nacional, por las arterias de la vida diaria seguía circulando la esencia y la realidad del ser nacional, que se topaba con la imagen bien designada y plasmada en el Himno Nacional con su labriego sencillo, al tiempo que el poder de la oligarquía quería hacer de su ciudad un canto a la Europa culta, liberal y progresista.

C-65-SJO-04En la propuesta de la exhibición se recogen imágenes de sitios relevantes de la ciudad, además de los ya citados. Están así, por ejemplo, fotos del Parque Central, así como referencias a la Universidad de Santo Tomás (1844), que sería el germen de lo que medio siglo más tarde se concretaría en la Universidad de Costa Rica (UCR).

También, dentro de ese entorno arquitectónico que le va dando un rostro y es a la vez un eco de las ideas predominantes de las clases gobernantes, se encuentran los edificios del Colegio de Señoritas (1888) y el de la Escuela Buena Ventura Corrales (1886).

Y es, justamente, en esa ciudad que miraba a Europa en que va a irrumpir, cincuenta años más tarde, la otra modernidad que llenará de edificios modernos y mucho cemento a la capital, en la que se derribarán construcciones de un gran valor arquitectónico, para dar paso a parqueos: “Se construyó una Miami, pero fea”, solía decir el profesor e investigador Guillermo Barzuna.

La exposición recoge con gran puntualidad esta situación. Al frente del Teatro Nacional todavía se conserva una parte de Las Arcadas construidas en este fructífero período, pero en la mayoría de los casos pasan desapercibidas por el caminante josefino, debido a que la nueva arquitectura absorbe a las viejas y cuidadas estructuras.

En ese sentido, la muestra apunta a que se tenga una visión del ayer, que remite por nostalgia, belleza arquitectónica y descubrimiento de nuevas formas, a la nostalgia, y el presente agobiado por la vida que se desborda por la velocidad a que se vive.

MIRADAS

Para apreciar la exposición, cuya entrada es gratuita de lunes a viernes, y adentrarse en los meandros de esa ciudad de la que todavía se perciben sus ecos en el presente, la primera medida es ir con suficiente tiempo para detenerse en los detalles.

Así el visitante disfrutará de una copia del primer programa de ópera con que se inauguró el Teatro Nacional el 21 de octubre de 1897 con El Fausto de Goethe.

El Teatro nacía en una época en la que, una vez más, afloraban las contradicciones, puesto que si se observa la alfabetización solo alcanzaba al 39 por ciento de la población.

Ya los liberales, no obstante, en esa idea de construir la Nación, habían impulsado la reforma educativa (1886) con Mauro Fernández, como bien lo destacaba en la edición 2163 del Semanario UNIVERSIDAD, Arnoldo Mora.

Para entonces, el país tenía en la capital una población escasa, dado que información de la época la sitúan entre 19.000 y 20.000 habitantes, de la cual, la mayoría era menor de 30 años, como se aprecia en este último dato que aporta la muestra.

LA FUENTE CUPIDO Y EL CISNE

C-65-SJO-05La exposición presenta una extraordinaria fotografía de un grupo de ciudadanos y de niños posando en la fuente de “Cupido y el Cisne” en la Plaza Principal, hoy Parque Central.
Esta fuente era una réplica de la original construida por John Bell y hecha por la compañía inglesa Coalbrookdale.

Se conocen, además de la que fuente que está en Costa Rica, solo cinco réplicas en el mundo. La original permanece en el Museo Ironbridge, en Shrospshire, Inglaterra, donde se exhibe, tras haber sido construida en 1851 y restaurada en 1954.

La fuente, que aparece en la exposición, ha tenido una historia particular, porque pasó del Parque Central, donde estuvo desde 1868 hasta 1944, a la Universidad de Costa Rica en el Barrio González Lahman. Luego fue movida a la Facultad de Agronomía, y de ahí al costado oeste de la biblioteca Carlos Monge.

En 2013 la fuente fue restaurada por la experta española Ana María Moraleda y hoy se muestra en un muy buen estado en el sitio apuntado. Su restauración requirió de una inversión de ¢24 millones.

La fuente que trajo el ingeniero mexicano Miguel Velásquez, entonces director de obras públicas, sirvió para la inauguración de la construcción del acueducto de San José.

Fue declarada de interés patrimonial e histórico en 1987, con el fin de asegurar su conservación y de resaltar su valor simbólico para la construcción de parte de la ciudad capital, que en la exposición “La ciudad habitada” invita a un recorrido por ese pasado cuyos ecos aún se perciben en la San José actual.

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