Cultura Nuevo film de David Aronofsky, ¡mother!

Cuando el exceso es el fin

En la alegórica ¡madre! (tal cual, en minúscula), Darren Aronofsky conduce al espectador por caminos poco transitados por los cineastas de Hollywood.

No hay respiro en ¡madre! (mother!, 2017), una película en la que, desde la misma escritura del título, cada elemento es alegórico, anómalo y excesivo.

Primera imagen: el rostro de una mujer (que no volveremos a ver), fatigado y oscurecido por la ceniza.

Segunda imagen: un hombre, Él (el actor Javier Bardem), quien observa un cristal y lo coloca sobre el pedestal que se erige en medio de los escom- bros que sobrevivieron un incendio.

Desde las cenizas emerge entonces una casa victoriana, y con esta otra mujer (Jennifer Lawrence). Esta segunda mujer, nos enteramos muy pronto, es la esposa de Él, un poeta quien atraviesa por un período de esterilidad creativa.

El oficio del marido es quizás el único rasgo referencial de los personajes: ningún otro posee un nombre que lo individualice y lo despoje de su condición de alegoría; siempre son Él o Ella, el hombre quien llega una noche (el actor Ed Harris, cuyo personaje dice ser doctor, pero nada lo confirma) y la mujer que le acompaña (Michelle Pfeiffer), el hijo mayor y el menor.

Ella (Lawrence, la “madre” que nombra el filme) no se atreve a preguntar por nombres o razones, y se con- vierte en testigo (y después en víctima) de las extrañas situaciones que se suceden: gente que entra al hogar sin ser invitada, paredes que vibran, funerales que devienen fiestas, pisos que sangran, cultos y sacrificios humanos. Todo ello sin que el personaje salga nunca de esa casa victoriana en la que ella ha querido, según sus propias palabras, construir “un paraíso”, y que se convierte finalmente en una suerte de infierno dantesco.

El argumento de ¡Madre! (permítannos respetar la ortografía y emplear la mayúscula) se presta para innumerables interpretaciones, principalmente en torno a lo femenino (y allí, las ansiedades asociadas a la sexualidad y la vida en pareja, la misoginia y la maternidad) y su relación con las narraciones mítico- religiosas.

Como si fuese un texto bíblico del que se hace exégesis, no hay secuencia que no se ofrezca al público para ser interpretada en clave religiosa.

La cinematografía de Aronofsky había mostrado antes ese interés por lo sagrado, en piezas como Pi (1998), La fuente (The Fountain, 2006) y Noé (Noah, 2014), así como su inclinación por la desmesura, en alguna oportunidad con buenos re- sultados, como en Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000).

Sin embargo, si este largometraje nos parece interesante no es porque repita temas o preferencias en la puesta en escena, sino por el atrevimiento de su premisa y del tono escogido para desarrollarla. Un atrevimiento que explicaría la polarizada recepción del filme: para algunos, una obra maestra profunda; para otros, una pretenciosa tontería.

Quizás no es ninguna de las dos cosas.

ORGÍAS DE LA IMAGEN Y DEL SENTIDO

Al decir la premisa de ¡Madre! no nos referimos al argumento, sino a la lógica que articula la narración. Para empezar, la historia no disimula su vocación alegórica; todo lo contrario, reclama ser leída como tal y no como el simple relato de una joven esposa al borde de la locura.

No hay realismo ni psicología en este filme de Aro- nofsky, y quienes no lo comprendan o acepten tendrán problemas para apreciar el filme.

Por supuesto, esta vocación ale- górica hace de ¡Madre! una obra pretenciosa, como lo son también otras películas del director como El cisne negro (Black Swan, 2010) y la citada Noé. Sin embargo, mientras que la del 2010 contaba una historia más bien simple “inflada” a partir de la incertidumbre que generaban los trastornos mentales de la protagonis- ta y de giros argumentales gratuitos, ¡Madre! se interna en los terrenos del absurdo y del exceso, atrevién- dose donde otros no cuando elude el realismo en la representación de los personajes y de las situaciones que estos protagonizan.

Si bien no hay nada nuevo en todo esto, la propuesta resulta atrevida en el marco de un filme de Hollywood y, nuevamente, si no lo comprendemos o aceptamos, es probable que no apreciemos el filme. La vocación alegórica se impone sobre la corrección narrativa: imáge- nes y acontecimientos se acumulan en una orgía del sentido que afecta la estructura del relato.

La alegoría, el símbolo o la más simple referencia (un tableau vivant, por ejemplo) supo- nen un quiebre en la continuidad de la narración, pues exigen del espec- tador una pausa en su seguimiento de la historia con el propósito de que desentrañe el sentido sugerido. ¡Madre! está colmada de este tipo de acontecimientos e imágenes. Tampo- co responde a un guion convencional el carácter repetitivo de numerosas situaciones, pero esto cobra sentido en el marco de la estructura cíclica que se revela en el desenlace y que confirma la alegoría del conjunto.

Hay que decir además que Aro- nofsky es mejor director que guio- nista: es consecuente con la premisa narrativa, pero abandona elementos puntuales del argumento, como los aparentes ataques de ansiedad de la protagonista, la presentación de la casa como un ser vivo y amenazador, el modo y el tiempo escogidos para introducir personajes. Resulta en cambio un acierto el empleo de la elipsis para subrayar el surrealismo del último tercio del filme. La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1927), del danés Carl Dreyer, cumbre del cine mudo y una de las más logradas pelí- culas de temática religiosa, es descri- ta frecuentemente como una “sinfo- nía de caras”, dada la preponderancia del primer plano como recurso sin- táctico y medio para expresar la espi- ritualidad de la historia.

Aronofsky se sirve también del primer plano de la protagonista (más de la mitad del metraje), convirtiendo a Jennifer Lawrence en la intermediaria de la sensación de extrañeza que marca casi todo el relato. El procedimiento es bastante simple: toda situación dramática, alguna mejor articulada que la otra, se alterna con el rostro sorprendido o temeroso de la mujer. Esto no favorece al conjunto del filme, pues la actuación de Lawrence no es siempre convincente.

El ecléctico tono escogido por el director, que pasa del suspenso al terror, y de la gravedad a la sátira, es otro elemento que hace de ¡Madre!, sino una buena, al menos una inte- resante película. Este tono, aunado al carácter excesivo e irreal del ar- gumento, resulta extraño para una parte del público, lo cual explica que, sin poseer ni una pizca del humor que imprimieron en filmes semejan- tes creadores como Buñuel, Lynch o Gilliam, la película genere risas.

El largometraje de Aronofsky su- pone un reto para nuestros hábitos perceptivos. Es probable que, si se materializara en un texto literario, el disparatado argumento de ¡Madre! no resultaría tan extraño como nos parece su encarnación audiovisual.

¿Por qué? Porque desde principios del siglo XX la literatura se ha inter- nado en riesgosos caminos como el inconsciente y el monólogo interior, y ha confiado en la imaginación del lector para evocar el absurdo y lo monstruoso, o llevar al límite la ló- gica de las premisas argumentales o narrativas.

Por el contrario, el cine, o al menos el de Hollywood, se ha servi- do del carácter altamente referencial de la imagen fílmica para seguir la senda realista, social y psicológica de la novela decimonónica.

Esto con- vierte la apuesta del último filme de Aronofsky, pretencioso y exuberante, en algo arriesgado y valioso.

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