Cultura Entrevista a Juan Villoro, escritor y periodista

“El cronista debe convertir los datos fríos en sustancia viva”

UNIVERSIDAD conversó con el escritor Juan Villoro, invitado de la Feria del Libro 2017.

Iniciando la adolescencia, el escritor y periodista mexicano Juan Villoro no sabía que la crónica sería una de sus formas de pensar y comunicar el mundo de los hechos y la emoción; un ornitorrinco símbolo del ejercicio de la escritura que amalgama el universo del dato frío de la noticia con el calor de la sustancia viva.

“La crónica narra la vida privada de los sucesos públicos”, reflexionó Villoro en entrevista con UNIVERSIDAD.

Ese “suceso público” que acercó a Villoro con la crónica ocurrió a sus 13 o 14 años, cuando en la secundaria participaba en un periódico llamado “La tropa loca” en el que escribía la sección de chismes.

El aprendiz de periodismo tomaba clases de guitarra en el edificio Aristos -en avenida Insurgentes de Ciudad de México- y un día, mientras se encontraba en esos menesteres musicales, un incendio empezó a devorar varios pisos del inmueble.

La jornada lo conmovió y, al regresar a su casa, escribió un reportaje sobre el fuego del que había sido testigo ocular. “Esa fue mi primera crónica sin saber que estaba escribiendo crónica, sin saber que años después me dedicaría a la escritura y al periodismo”, declaró Villoro.

Con la fisga y el humor que lo caracterizan, Villoro agrega que “el fuego ha encandilado a muchos escritores”, como fue el caso del gran cronista radiofónico de fútbol, Martín Fernández, a quien le preguntó cómo había nacido su fascinación por la narración ante los micrófonos.

El locutor le contó que una vez en el estadio Asturias –construido en madera–, fracturaron al futbolista Horacio Casarín, muy querido por la afición. La falta no fue sancionada por el árbitro ni fue expulsado el perpetrador, y la gente indignada empezó a encender antorchas que terminaron por incendiar el estadio.

“Entonces él desvió su atención de la cancha al público y se dio cuenta de lo que podía hacer el público enardecido: quemar un estadio; imantado por el fuego decidió ser partícipe de eso como cronista”, recuerda Villoro.

Durante media hora, en una bulliciosa cafetería sampedreña y frente a una taza de té, el interminable (por su obra y por su altura física) escritor y cronista mexicano invitado a la edición número 18 de la Feria Internacional de Libro 2017, charló sobre los rasgos de ese animal híbrido y hoy un poco exótico, que es la crónica.

 En un pequeño ensayo que escribiste sobre la crónica, la llamás ornitorrinco.

 -Sí, porque Alfonso Reyes había dicho que el ensayo era el centauro de la prosa porque le parecía que era un animal híbrido. Me pareció que la crónica podía tener como mascota un animal mucho más híbrido que el centauro que es el ornitorrinco, porque parece la suma de unos cinco animales diferentes. La crónica incorpora muchos géneros, pero es otro género. Tu puedes tener elementos de la memoria porque estás recordando; de la autobiografía porque a veces se trata de una vivencia personal; del reportaje porque estás cubriendo una noticia; del relato porque estructuras la narración con un nudo argumental y un desenlace; del teatro porque utilizas voces dispersas; puedes tener una especie de coro griego que es la opinión pública; la dramaturgia de quienes hablan de los sucesos; de la novela  porque puedes entrar al mundo subjetivo de los testigos y tratar de reproducirlo; del artículo de opinión porque de pronto deslizas alguna interpretación de los sucesos y del ensayo porque reflexionas sobre esto. Tienes todo eso, pero en realidad la crónica es otra cosa.

 También decís que la crónica se debe a un dios pero no decís a cuál, ¿sabés a cuál?

 -La crónica tiene un contrato inalienable con la verdad. A diferencia de la novela, trata de reproducir los sucesos que ocurrieron en el mundo de los hechos y que por lo tanto son verdaderos. El gran problema es que no hay verdades absolutas. Nadie te puede garantizar que las cosas ocurrieron de esa manera y solo de esa manera. Todas las verdades son provisionales y de ahí que el cronista deba tratar de acercarse lo más posible al mundo de los hechos, poniendo en juego su subjetividad, y eso es muy arriesgado porque todo cronista tiene simpatías y diferencias. Tienes que sacar un promedio entre tu subjetividad y lo que verdaderamente ocurrió.

Esta frontera entre la subjetividad y la objetividad se dilucida a través de un pacto con el lector, según afirmás.

-El género que mejor combina la información con la emoción es la crónica. Porque tiene datos objetivos que provienen de una noticia, pero al recrear los sucesos haces que puedan pactar con la emoción, que el lector se identifique con ellos. Muchas veces leemos las noticias de una catástrofe y a pesar de que se trata de estadísticas graves, nos dejan fríos porque no sabemos lo que verdaderamente que pasó. La crónica te lleva a un mundo subjetivo de algunas de las personas que estuvieron ahí, y eso no te puede dejar indiferente, entonces logra que se dé una empatía muy especial con el lector, y que la información se transforme en una forma de la emoción, cuando sabes quiénes son esas personas, qué fue lo que se perdió ahí, cómo vivieron, qué ilusiones tenían. El cronista debe convertir los datos fríos en sustancia viva.

Eso es contar historias…

 -Exactamente, pero cuando cuentas historias entras en la subjetividad de la gente; ya no estás hablando de un dato, de una estadística. Lo importante es que la crónica narra la vida privada de los sucesos públicos. Lo que pasa como acontecimiento histórico, misteriosamente tiene vida íntima y eso no te lo da la historia oficial, ni la noticia que se dedica exclusivamente a los elementos informativos más importantes. Te lo da la crónica.

¿Dónde se ubica el cronista en esas historias? Leila Guerriero dice que la historia del periodista nunca se debe anteponer a la historia que está narrando…

 -Eso es relativo.  A mí me parece que eso es muy válido para cierto tipo de crónicas y varía según el grado de aproximación que quieras lograr. En lo que creo que tiene toda la razón Leila, es en que el cronista no puede postular que él es su propia noticia y no puede pensar que es más importante que lo que está cubriendo. Yo creo que, solo por excepción, cuando el cronista verdaderamente estuvo en un suceso debe narrarlo.  Yo estuve en el terremoto del 2010 en Chile, que fue en ese momento el quinto más fuerte que se había padecido en la tierra. Cuando escribí una crónica de este terremoto que es un librito que se llama 8.8: El miedo en el espejo, no pude dejarme fuera en todas las situaciones; narro mi propio miedo, mi propia circunstancia porque estaba ahí. Hubiera sido una deslealtad para con el lector, porque creo que una de las obligaciones éticas es explicitar el grado de acercamiento a los sucesos, porque eso te da como lector la oportunidad de que pensar qué tan conocedor es del asunto que está tratando.

En el mismo ensayo sobre el ornitorrinco, decís que en la crónica hay que usar un solo fósforo, ¿a qué te referís?

-Quiero decir que la emoción es uno de los efectos que podés causar en el lector pero que no hay que explicitar en la crónica. Si dices en la crónica “esto es tremendo, esto es terrible, esto es horroroso, esto es tristísimo, esto es devastador”, es mucho menos eficaz que producir un efecto para que el lector piense eso por su cuenta, o sea, la emoción es algo que debe vivir en el lector, no ser obvio en una crónica.

¿El uso de la retórica es importante?

-Claro. Cuando eres eficaz con el lenguaje, logras que la gente se emocione, no le digieres la emoción diciendo esto es emocionante. Eso es muy importante para quien cubre zonas de guerra, como el libro maravilloso La caída de Bagdad de John Lee Anderson, que pasa casi seis meses en la zona de guerra y ve atrocidades y las describe con una objetividad impresionante. Tú estás estrujado, al borde del llanto y de pronto hay una frase, de una sola palabra que dice: lloré. Hay un momento en que él se pone como testigo presencial y es una sola palabra de un libro de 400 páginas y esa palabra tiene una potencia brutal, que es cuando él ya no puede más ante la emoción, y lo dosifica, de tal manera que cuando llegas a ese momento de confesión, lloras con él.

La crónica en medio de las redes sociales e Internet, ¿hay tiempo para leerlas?

-Una crónica requiere de tiempo para ser hecha y leída. Uno no se tiene que preocupar en lo más mínimo, porque las redes sociales como tantos otros estímulos no van a acabar con la literatura, con la crónica. Eso no quiere decir que todo el mundo lea crónica, pero tampoco hay que preocuparse de que todo el mundo lea crónica porque lo mejor no es necesariamente lo más abultado estadísticamente. Muchas veces tenemos esta superstición de que si 10,000 personas leen una crónica es más importante que una crónica que fue leída por 100 personas.

¿Vos te sentís de alguna manera heredero de Carlos Monsiváis?

 -Bueno, eso es mucho decir. Fue un escritor que admiré mucho. Él autorizó a mi generación para hablar de muchos temas de la cultura popular pues fue precursor mundial de esto, porque diez años antes de que Umberto Eco escribiera su libro Apocalípticos e Integrados -publicado en el año 64- ya Carlos escribía simultáneamente de la televisión en una columna que se llamaba La caja idiota. Tomaba temas de alta cultura y de cultura popular con una enorme flexibilidad, en una época en que eso no era común, en ese sentido se convirtió para nosotros en alguien que abrió muchas avenidas. Tuvo también una participación política muy interesante, era un hombre de izquierda, progresista, abanderado de muchas causas, derechos de los animales, a la alteridad sexual, avance de logros comunitarios, y luego se convirtió en un gran amigo mío. Lo quise mucho.

Y sobre el fútbol…

-Eso era un desastre en Monsiváis. Esa fue una de las cosas que me facultó a mí para decir esto no lo ha cubierto, porque él había llegado antes que nosotros casi que a cualquier tema.

Al inicio de la entrevista mencionaste a un cronista de radio; en Costa Rica la gente enciende el televisor para ver el partido y la radio para escucharlo…

-Nosotros incluso íbamos con el radio a transistores al estadio porque el partido suele ser muy aburrido; el fútbol mexicano no es muy bueno y sobre todo ahora que lo podemos comparar con las grandes ligas del mundo con la televisión satelital. La ventaja de los narradores es que podían convertir los partidos más aburridos en la caída de las Termópilas o la guerra de Troya, una cosa totalmente épica.

¿En qué consiste ese don de la oralidad, la narración en el momento, casi como una traducción simultánea?

-Las cosas son mucho más intensas cuando se narran. Las palabras son más fuertes que la realidad a la que aluden. Cuando puedes decir algo convincente con palabras, eso es más fuerte que cualquier vivencia. El famoso gol de Maradona contra Inglaterra narrado por Víctor Hugo Morales es una narración de uno de los mejores cronistas, que tenía que contar en tiempo real algo inaudito y que estaba dejando sin palabras al planeta. Él narra eso y lo llama “barrilete cósmico”, y en la misma narración rompe a llorar y se da cuenta que está vencido por su propia emoción y dice: Gracias Dios por el fútbol, gracias Dios por estas lágrimas. Yo lo entrevisté sobre esta narración y le pregunté: ¿cómo te sientes cuando lo escuchas?, y me dijo: es como si me vieran correr desnudo por la calle, porque di rienda suelta a una emoción desaforada que no estaba controlada, pero que entraba en sintonía con lo que estaban sintiendo millones de argentinos.


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“Lo que pasa como acontecimiento histórico, misteriosamente tiene vida íntima y eso no te lo da la historia oficial ni la noticia. Te lo da la crónica”.

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“Una crónica requiere de tiempo para ser hecha y leída. Las redes sociales como tantos otros estímulos no van a acabar con la literatura, con la crónica”.

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Juan Villoro

Juan Villoro nació en México DF en 1956.  Premiado en sus múltiples facetas de narrador, ensayista, autor de libros infantiles y traductor de importantes obras en alemán y en inglés, Juan Villoro es cada vez más reconocido como uno de los principales escritores latinoamericanos contemporáneos. (Fuente: Editorial Anagrama).


 

 

 

 

 

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