Cultura

Cortar y pegar: el mundo surrealista de Ixchel Estrada

Tanto la recolección de imágenes como el trabajo con papel y tijeras han sido una constante en la vida de la ilustradora mexicana Ixchel Estrada.

La dificultad para representar la realidad por medio del dibujo no fue un impedimento para la mexicana Ixchel Estrada, quien encontró en el collage la manera para desarrollar su carrera como ilustradora y crear su sello personal.

C25-IxchelX2Con el uso de diversos materiales y texturas, ella crea mundos surrealistas, imaginarios y oníricos, que han encontrado lugar en múltiples revistas y libros infantiles.

Graduada en Diseño Gráfico por la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y con un diplomado en Ilustración de la Escuela de Diseño del Instituto Nacional de Bellas Artes, su primera influencia en la ilustración vino de una libreta roja armada por sus padres, llena de telas, papeles e incluso un escorpión disecado, donde cada elemento representaba una canción, una leyenda o una palabra.

Ixchel visitó Costa Rica como parte de la agenda del Festival Internacional de Diseño y conversó con UNIVERSIDAD sobre las posibilidades que ofrece el collage como técnica de ilustración, su importancia en los libros infantiles, su experiencia en el mundo académico y su incursión en la arteterapia.

¿Cómo llegó a definir su estilo y su técnica personal?

−Creo que por una necesidad. La manera en la cual resuelvo de manera gráfica no es dibujando en el sentido estricto del dibujo de academia. Me costaba muchísimo la unión cabeza-mano-dibujo y creo que en algún momento me di cuenta de que lo mío no era dibujar, sino cortar y pegar.

¿Qué ventajas le ofrece el collage para expresarse?

−Me permite hacer todo, o casi todo. Por un lado, estar tranquila y disfrutar mi proceso, sin tener esa premura y preocupación de qué tanto no voy a poder lograr. No lo veo como una desventaja, sino como una oportunidad para reinterpretar ideas de otra manera, a través de elementos y de piezas. También me permite armar y luego desarmar.

¿Cómo logra adaptar el collage −que se presta más para lo simbólico y la interpretación−, para llevarlo a una ilustración infantil?

−Es diferente, porque aunque sigue siendo cortar y pegar, me voy hacia principios básicos: figura a fondo, que sea una ilustración legible, tienen que haber formas que sean reconocibles, no tiene que tener esta cuestión tanto simbólica, sino comunicar el mensaje que debe ser. Si tengo que hacer un círculo debe ser un círculo y no tiene que verse de manera poética, sino ser directo, porque los niños tienen que entender.

Usted también es profesora universitaria. ¿Cuál es la importancia del uso de técnicas alternativas en el arte, en una época donde abundan las fotografías y las infografías?

−Aprendemos porque tenemos contacto con otras cosas, con lo que tocamos, vemos, respiramos y sentimos. Esta retroalimentación que hacen este tipo de técnicas es justo devolverte a lo análogo, a tener un contacto con los materiales. Es un principio básico incluso desde la niñez: tienes tierra, agua y haces una mezcla de lodo. Las sensaciones, las posibilidades que te puede dar la mezcla de materiales son riquísimas, porque “te vuelas” a todos lados.

Ahora trabaja en la arteterapia. ¿Cómo incursionó en ese campo?

−Creo que el poder que tienen los materiales es increíble. Es una terapia en la que no te sientes exhibido; la persona simplemente expone lo que quiere exponer. Utilizo muchos ejercicios de arteterapia para mis talleres y mi docencia, en la que no estoy juzgando al otro, sino que funciono a partir de las posibilidades que el otro me da.

En la arteterapia trata también con gente que no es de la academia. ¿Hay alguna experiencia o anécdota que quiera compartir?

−Mi proyecto final para obtener el diplomado lo hice con niños violentados en una unidad de atención a la violencia intrafamiliar y es el ejemplo clásico de cómo juzgamos materiales y colores. A la unidad llegó una especie de directora y yo tenía los trabajos de los chicos afuera, porque se estaban secando. Cuando ella llegó dijo: “pobres niños, porque todo lo pintan en color negro”. Todos los dibujos eran en color negro porque ese día el anaquel estaba cerrado y esa era la única lata que estaba afuera.

Siempre estamos señalando al otro por cómo hace las cosas: si dibujas en color negro, entonces significa que estás triste o deprimido. Una cosa es lo que suponemos y otra lo que las demás personas sienten. La arteterapia respeta muchísimo eso y quita muchas cosas que se tiene por sobreentendidas, como el uso del color y de las formas.

¿En este momento, en qué está trabajando y cuáles son sus proyectos a futuro?

−Sigo en la universidad, tengo propuestas para talleres en mi país y fuera. También quiero sacar mi siguiente línea de juguetes, hago piezas de autor que después se ponen a la venta y eso me llena muchísimo.

Dentro de los símbolos que usted incluye, el ojo siempre está muy presente. ¿A qué se debe?

−Esto tiene que ver con una cuestión personal. Estando en un colegio de monjas, nos pusieron un ejercicio, donde se dieron cuenta de que mis números eran completamente distintos. La monja me dijo: “tus operaciones están bien, pero vamos a llamar a tus papás. No alcanzas a ver el pizarrón. No ves”.

Para mí fue un shock, porque no me daba cuenta de que no veía. Mi primer par de anteojos tenía cuatro dioptrías y con el tiempo llegaron a ser 11 y 13 dioptrías. Hace 10 años me operaron y fue como volver a nacer. Creo que de manera inconsciente en mis piezas, lo primero que hago es buscarles a mis personajes ojos, como si tuviera la necesidad de que ellos tuvieran un buen par, para que no pasen por lo que yo pasé.

¿Tomando en cuenta otras circunstancias como la dislexia o problemas para distinguir colores, cuál sería un consejo para aquellos que están cursando carreras de arte y tienen estas dificultades que otros estudiantes no tienen?

−Creo que es un reto doble, no solo para el alumno, sino también para el docente. Deberíamos educar en función de la posibilidad que tiene cada uno. Es diferente que estés en un salón y te des cuenta de que hay un chico que aprende rápido, otro chico que tarda un poco, un chico que es visual y otro que es kinestésico. Intentando dar una generalidad, a veces no te das cuenta de que hay casos particulares. No estoy diciendo que les des una educación especial, sino que tomes en cuenta que no todo el mundo tiene las mismas habilidades que creemos.

¿Hay alguna otra anécdota que quisiera comentar?

−Sí. Cuando estuve en la universidad no entendía los procesos, ni la premura, no entendía por qué tanto trabajo. Llegué a odiar tanto a mis profesores, en especial a uno: Guillermo de Gante. Él me dijo un día que esta carrera era dura y que permanecían los valientes. El día de hoy considero que la vida es aún más dura que eso y hoy mis estudiantes también me odian.

¿La experiencia con ese profesor influyó de alguna manera en el tipo de pedagogía que usted decidió utilizar después?

−Por supuesto, es un gran maestro, una persona que llega con todo el profesionalismo a mostrarte cómo se hacen la cosas. Me tocaron profesores que parecían ocultar “sus secretos”, porque estaban formando a la competencia. Guillermo me enseñó que puedes ser tan bueno como para poder decir todo lo que sabes, con la seguridad de que el otro es una persona distinta y nunca va a hacer lo mismo que tú.

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