Cultura A diez años de su muerte

Coreografías de Cristina Gigirey reviven en el Teatro Nacional

El espectáculo Antología es la reinvención de cinco coreografías emblemáticas de Cristina Gigirey, bajo la dirección de su hija y colega Gabriela Dorries.

Conversar con Gabriela Dorries es entrar en contacto en primera persona con Cristina Gigirey. El diálogo fluye, por razones obvias, entre anécdotas, opiniones y recuerdos de Gaby y Cristina –madre e hija–, como si la coréografa, bailarina y profesora uruguaya radicada en Costa Rica desde 1974 estuviera presente en cuerpo y voz.

“Vos sos vos, vos no sos yo, no sos mi extensión. Vos sos Gaby Dorries y hacés las cosas diferentes, tu forma de hacer coreografías es muy diferente”, dice la hija y colega que le decía su madre y maestra, quien falleció hace diez años.

La bailarina, coreógrafa y profesora de danza Cristina Gigirey nació en Uruguay y radicó en Costa Rica desde 1974.
La bailarina, coreógrafa y profesora de danza Cristina Gigirey nació en Uruguay y radicó en Costa Rica desde 1974.

Con una actitud libre, honesta y potente, Gabriela retoma cinco coreografías emblemáticas creadas por Cristina Gigirey y le rinde tributo en el espectáculo Antología, que se presentará en el Teatro Nacional el sábado 18 de junio, a partir de las 8 p.m.

El programa de esa noche de homenaje se compone de las obras “Grito y pulsaciones del recuerdo” (1999) con música de Astor Piazzolla, “Las madres” (1986) con partitura de Gustav Malher, “Aquel soldado” (1985) y “Aquella mujer” (1985), ambas coreografías a partir de un collage musical de Juan Clemente, y “La casa de Bernarda Alba” (1978) bailada con “Bolero”, de Maurice Ravel.

Dorries revisita parte del repertorio de las más de 35 obras creadas por Gigirey –la mayoría en el marco de Danza Abend– y las reinventa con la fuerza, el lenguaje y la expresión característicos de la fundadora del grupo hace 33 años. Son las mismas coreografías pero no son las mismas; tienen la impronta de su madre, pero también el sello de la hija.

“Yo tengo una gran ventaja: no me llamo Gigirey; todo el mundo sabe que es mi mamá, pero yo tengo otro apellido”. Aunque nominalmente la acompaña su padre, es como si Cristina fuera su alter ego, pues resulta imposible haberse formado en las virtudes dancísticas sin vincularse de manera íntima y contundente con su madre.

Aún así, “siempre era Cristina Gigirey y Gabriela Dorries”, enfatiza Gaby. “No te voy a decir que fue un lecho de rosas, yo tengo una carácter muy fuerte y hubo choques al principio terribles, pero también fue cómico porque yo siento que las dos fuimos cambiando”, explica.

Gabriela describe a su madre como una persona reservada y, aunque la gente piensa que era muy fría, en realidad resultaba muy cálida: “Ella no quería abrirse porque creía que eso significaba ser débil”.

De acuerdo con Dorries, Cristina vivía una especie de exilio –aunque no era exiliada–, al no estar en su país de origen y no tener cerca a los amigos y la familia.

“Ella sale de Uruguay cuando empieza la cosa más fea (golpe de estado y posterior dictadura) porque a mi papá le dan una beca para ir a Alemania, pero después no vuelve y lo mandan para acá. Lo envían primero a Nicaragua, pero ocurre el terremoto del 1972 y dos años después se viene para Costa Rica, y yo ya vengo con ellos”, detalla Gabriela.

En una ocasión, por haber visitado países comunistas como la Alemania Democrática, intenta renovar el pasaporte en la Embajada de Uruguay para ir a ver a su mamá con cáncer; sin embargo se lo confiscaron.

“Entonces viaja con un salvoconducto del gobierno costarricense y, aunque para mi mamá eso fue súper doloroso, dijo: a Costa Rica toda la vida la voy a representar a donde sea que vaya”.

Gabriela recuerda que incluso le prohibieron la entrada en Uruguay y tuvo que encontrarse con la abuela en Buenos Aires. “Esa fue la última vez que la ve con vida, y se despide, sabiendo que nunca más la va a volver a ver”.

Luego de la muerte de Cristina en el 2006, Dorries continua en el 2007 y 2008 con Danza Abend. “En el 2014 volvemos sin pensar que íbamos a volver, pero volvemos con toda la fuerza”, con motivo del homenaje que le rinde el Festival de Coreógrafos a Gigirey. Bajo esta nueva dirección, la agrupación cambia el logotipo al eliminar la figura de la cabeza de Cristina.

“La casa de Bernarda Alba” (1978) es una de las coreógrafías que se presentan en el espectáculo Antología en el Teatro Nacional.
“La casa de Bernarda Alba” (1978) es una de las coreógrafías que se presentan en el espectáculo Antología en el Teatro Nacional.

Con la frescura y tranquilidad de quien tuvo una intensa y sana relación con su madre, Gabriela reinventa las coreografías del repertorio, “porque la gente quiere las obras. Hay otros que han oído hablar de ellas pero no las han visto y, además, queremos darlas a conocer”.

Para vos, ¿qué significó tu mamá en esa doble identidad como maestra de danza y mamá? ¿Te influyó tanto que sos bailarina y seguís con el grupo?

–Siempre fue un ejemplo a seguir. Tuvo la visión de nunca obligarme a tomar clases de ballet. Ella siempre me dijo: “No quiero que seás bailarina”, pero también ella me conocía y sabía que si me decía “quiero que lo seás” nunca lo iba a ser.

¿Por qué no quería?

–Porque sabía que era muy difícil, muy sacrificado. Ella siempre, cuando nos entrevistaban a las dos, decía: “Es que mi vida es la danza”, y cuando me preguntaban a mí, entonces decía: “Ah, no pero la danza no es la vida de Gaby”; ella contestaba por mí. “No, es una parte muy importante de la vida de Gaby, la danza a ella la llena, le gusta, pero Gaby tiene otras cosas”. O sea, ella no quería que yo sacrificara cosas que ella tuvo que sacrificar.

¿Sacrificar cómo qué?

–Tener una relación de familia, poder viajar, por estar haciendo espectáculos porque al principio era más difícil también. Ella pensaba como madre que quería que yo tuviera una familia, que fuera estable. Ella decía que era complicado y no quería que yo sufriera, no porque pensara que no soy fuerte y no lo puedo lograr.

Yo recuerdo que ella decía recordar dos veces en que se sentó y sufrió por cosas que le pasaron, que le dolieron en el alma. El resto le resbalaba. Fuimos colegas en la universidad, fui su asistente durante 14 años en la Universidad Nacional y aprendí muchísimo. Me daba espacio para yo crecer como profesora, como bailarina, como coreógrafa y al mismo tiempo confiaba en mí. Realmente éramos un equipo y eso me ayudó a ser más segura de lo que yo ya era. En los últimos años hay cambios, hay más apertura. Ella también avanza, hace más investigación y dice: “La vieja escuela es la vieja escuela, hay que hacer clásica para bailar”, pero ya es más relajada, más feliz, disfruta más de los montajes. Los bailarines de las últimas generaciones decían: “Pero si Cristina iba a tomarse un whisky con nosotros”, y les decís eso a las primeras Abends y ellas responden que jamás.

¿Cómo ves vos el lenguaje, la poética, el estilo de tu madre?

–Fuera la obra que fuera, siempre creyó que tenían qué decir y si no decían algo tan grave como una guerra, una opresión, tenían que mover algo en el espectador.

¿Era más claro en términos de construir una historia?

–Había una historia, un hilo conductor, había un guion y además había una investigación detrás. La última obra que hace antes de fallecer en el 2005 es La triste poesía de la locura, y ella dice: “Al final quiénes somos los locos, los que estamos acá o los que están adentro del Chapuí”. Ella va al Chapuí, y venía muerta de la risa y diciendo: “No me dejaron adentro”. Ella era muy curiosa y le encantaba nutrirse de información. Consigue entrar a oír conversaciones de internas con los psiquiatras y a raíz de eso hace la coreografía. Siempre hay una investigación musical, de lenguaje. Podés decir que hay un lenguaje Gigirey pero, más que nada, es como una técnica Gigirey.

¿Cuál era la técnica que siguió?

–Era el (Agrippina) Vagánova, que es ballet clásico, que combinó un poquito con la experiencia que tuvo con la danza moderna alemana, con curvas, con flex…

Porque era danza moderna…

–Claro, creyendo siempre que la base es lo clásico para poder fortalecer el cuerpo. Era ballet clásico para bailarinas contemporáneas. Es lo mismo que yo doy: no tiene mucho amaneramiento, usa las cuartas de (Martha) Graham, curvas de la técnica del maestro alemán (Hans) Zullig, de (Grett) Palucca, todo eso con lo que entró en contacto en Alemania, lo trajo y lo combinó. En realidad, ella venía a Costa Rica a dar clases de Graham, no de ballet, pero cuando llegó dijo: “Pero este país es rarísimo, aquí la gente no empieza con ballet, empieza con moderno”; para ella era inexplicable porque venía de una formación en que los niños empezaban a los tres años con ballet y después tenías tus acercamientos con la danza contemporánea. Entonces dice: “Aquí lo que se necesita es ballet para bailarines contemporáneos”.

¿Ella tenía una estética expresionista muy alemana?

–Totalmente alemán debido a sus experiencias. Ella, cuando estuvo un año en Chile, también le toca en el Ballet Nacional de Chile llevar clases con Sigurd Leder, que venía del expresionismo alemán, y con mucha gente que tiene esta influencia. Ella quería que la gente se sentara a ver las obras y se erizara. Muchas veces se le criticó o se dijo que ella solo pensaba en la técnica, que las bailarinas fueran perfectas, y en realidad no; ella se enfocaba en que una sintiera y que hiciera sentir al público ese sentimiento que una afloraba.

¿Vos sentís que es un lenguaje no obsoleto pero sí pasado?

–Lo que pasa es que, si vos ves un video de la Bernarda de 1978 y ves uno de ahora, no es la misma obra, porque fue cambiando conforme iban pasando los años y la fue cambiando ella (Cristina). Mi mamá decía: “Ningún bailarín es igual”, entonces yo no puedo montarle un solo a Gustavo Vargas y después montárselo a Jorge Hernán Castro, porque son bailarines diferentes y tienen cualidades diferentes y tienen pluses diferentes; entonces, si este gira bien y este salta bien, voy a explotarle los giros a uno y los saltos al otro. Vas manteniendo la línea de la obra, pero la vas acoplando al elenco que tenés. Es la misma obra pero no es la misma.

¿Cómo te sentís vos en este proceso de retomar las obras de tu madre?

–A mí me encanta…

¿No te sentís atada, constreñida?

–Me siento libre.

¿Cuál es el legado de tu madre?

–Yo siento que el legado es el repertorio que está dejando: son más de 35 obras que hizo en Costa Rica, que se siguen bailando y son vigentes, y el semillero de profesores y coreógrafos. Ella fue pilar fundamental de la Escuela de Danza de la Universidad Nacional (UNA) en 1974 y luego tiene contacto con Rogelio López, a finales de los setentas y comienzos de los ochentas, como profesora de ballet en Danza Universitaria de la Universidad de Costa Rica. De ahí empieza con la chispita de hacer su propio grupo independiente y crea Danza Abend en 1983, que hasta el 2006 se mantuvo vivo con mi mamá. Meses antes de fallecer se pensiona de la UNA como catedrática y muere en diciembre del 2006.

<em>Antología</em>

El espectáculo Antología presenta una única función de gala en el Teatro Nacional.
Para adquirir sus entradas contacte la boletería del teatro:
Tel. 2010-1111, www.teatronacional.go.cr/boleteria/

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