Macarena Barahona Riera
Los 200 años de vida republicana, independiente y con soberanía proponen meditar no solo mirar atrás, en el tiempo, en el proceso, sino en los asuntos que podemos y debemos los miembros de esta ciudadanía renovar y defender. Me refiero a las libertades ciudadanas, continuamente amenazadas por grupos políticos ultraconservadores que creen en un Estado que defienda los intereses de unos en menosprecio de la mayoría. Estado para los ciudadanos donde se deben cumplir los derechos humanos, de nosotros los habitantes y de la soberanía de nuestra tierra, sus ríos, sus mares. Este gobierno desluce el bicentenario con la resistencia negativa al Acuerdo de Escazú, que garantiza los derechos de los habitantes y de la naturaleza en asuntos ambientales, una paradoja de los políticos.
Una oportunidad que no debe dejarse pasar para reflexionar y tomar acciones sobre nuestro presente y futuro.
Paradoja también es la violencia contra las mujeres, en una República que vende una paz inexistente para miles de mujeres, una desigualdad social en aumento y un segregacionista Estado en sus políticas con los pueblos originarios. A ellos este bicentenario, a sus líderes como Pablo Presbere, Comesala, o Garabito y Bireteca, que resistieron a la conquista, a sus derechos de una tierra libre, de habitantes libres. A ellos se debe la historia de una república que, alejada en su identidad, de su origen y de sus vecinos centroamericanos, se equivoca en el proceso de hacer la patria que sigue pendiente. Tenemos que defender nuestra cultura y educación pública, garante de un humanismo integral y de una conciencia cívica para el futuro.
Oscar Aguilar
La Celebración del Bicentenario es un acto fallido, frustrado, por culpa del gobierno de la república. Más allá de polémicas bizantinas sobre la fecha del 15 de setiembre o 29 de octubre, o los drones millonarios y las míseras actividades programadas por el MCJ para un solo día; se debió resaltar lo importante, que pasará inadvertido. Esto es, cómo en el devenir de aquellos días hasta el 1 de diciembre de 1821, la entonces Provincia de Costa Rica vivió un proceso único y ejemplarizante en el mundo; cambió la espada por el código y las leyes, así, de la mano de ciudadanos ejemplares, impusieron en las Juntas de Legados de los Ayuntamientos y de los Pueblos, el imperio del respeto a la voluntad del Soberano y obligaron a que el nuevo Estado se organizara bajo el irrestricto principio de legalidad, fundamento de la democracia, hasta la aprobación del Pacto de Concordia el 1 de diciembre de 1821, que se declaró desde aquella fecha como Día de Fiesta, lo que luego se olvidó también.
Pero hoy rememoramos la independencia, no la celebramos, con una larga lista de violaciones a la Constitución Política, al principio de legalidad y con ello el desconocimiento del Estado de Derecho, lo que se empeñan en ocultar todos los poderes de la república. Somos un país en el que, desde hace casi cuarenta años, los poderes públicos y los fácticos se han empeñado en que cada vez conozcamos menos de nuestra historia y de los valores cívicos del costarricense, pues así resulta más fácil venderla.
Por todo ello es una conmemoración fallida… ¡y cómo me duele!
Dos siglos de construir una institucionalidad democrática que debe preservarse de sus amenazas.
Rafael Cuevas Molina
Me parece importante conmemorar el bicentenario porque:
1) la independencia de Centroamérica, en el contexto de la independencia de las colonias americanas (no solo latinoamericanas) se inscribe en la primera etapa del proceso, muy importante, de descolonización, que, en otras partes del mundo, como en Asia y África, no sé irá concretando sino hasta mediados del siglo XX.
En ese sentido es importante resaltar la importancia que tiene este proceso para que podamos, como naciones independientes, gestionar nuestros propios intereses y necesidades.
2) Es importante resaltar no solo las posibilidades que abrieron estos procesos de independencia, sino también sus límites, que fueron signados principalmente por los sujetos sociales que lideraron esos procesos, cuyos intereses no permitieron que la independencia fuera más inclusiva.
3) En Costa Rica en particular, me parece importante aprovechar esta conmemoración para reflexionar sobre por qué este país ha tenido un desarrollo sui generis, y cuáles son, en la coyuntura contemporánea (la coyuntura más acotada, la de la pandemia, pero, también, la de la implementación acelerada de reformas neoliberales de los últimos años), las políticas que están desvirtuando o desmontando las bases que han posibilitado esa especificidad o diferencia.
Se trataría, por lo tanto, no de una reflexión erudita sobre el pasado, sino sobre cómo en ese pasado se trabajó para perfilar una forma determinada de ser, identificar los elementos básicos que lo permiten y mostrar, por un lado, cómo eso se desvirtúa hoy y, por otro, cómo debería ser un modelo de desarrollo que valorizara los aspectos positivos de ese pasado, para profundizar en el futuro en su potenciación como modelo autóctono inclusivo de desarrollo.
Vladimir de la Cruz
La efeméride del bicentenario debería haberse celebrado con la mayor pomposidad y relieve posible, al menos durante todo el año 2021. En este sentido, se pudo haber preparado y coordinado con las universidades, academias respectivas y grupos sociales y de historiadores organizados muchas actividades con la mayor publicidad que hubiera sido posible y haber desplegado, sin miseria, los espacios en la televisión nacional, en el Sinart, Canal 15 y Canal 13. Se pudo haber realizado foros en instituciones como la Asamblea Legislativa, el TSE, junto con la Biblioteca Nacional y el Archivo Nacional, sobre temáticas específicas de este acontecimiento.
De manera precisa debió haberse tenido una intensa actividad desde el 31 de agosto, día de la declaración de la república hasta el 1 de diciembre, día de la celebración de la aprobación del Pacto de Concordia, la primera constitución de Costa Rica.
Entre estas fechas estaría la Proclamación de la República por el Dr. José María Castro Madriz, que nos independiza totalmente, establecemos relaciones internacionales a partir de su gobierno, se nos empieza a reconocer como país independiente. Poco tiempo después se da la firma del Concordato, relaciones con el Vaticano, con lo cual se establece la independencia de la Iglesia católica costarricense de la de León y hace surgir la Diócesis de Costa Rica, la Iglesia católica de Costa Rica; es la independencia religiosa de León. Se podría haber metido algo relacionado con la lucha contra los filibusteros norteamericanos como afirmación y defensa de la independencia, de la soberanía nacional, de la lucha contra la esclavitud que se quiso imponer por Walker.
Está la proclamación de la independencia de Guatemala que es el detonante de las independencias del resto de la provincias: El Salvador el 21 de setiembre, Honduras y Nicaragua el 28 de septiembre y Costa Rica el 29 de octubre, y la búsqueda de la unidad centroamericana, en época independiente, que pasa por las Provincias Unidas de Centroamérica y de la República Federal Centroamericana. Con esto del desarrollo del Estado de Derecho costarricense.
La celebración del 12 de noviembre de 1821 cuando se instala la Primera Junta de Legados, primer Gobierno independiente de Costa Rica, que es la que ordena que se redacte la Primera Constitución, el 1 de diciembre, fecha con la que cerraría ese ciclo.
La celebración de la independencia no es solo un relato de los eventos que condujeron a la proclamación de la Independencia. Es sobre todas las cosas un acto de reflexión sobre el significado de los sucesos y eventos que provocaron la ruptura con la dominación española, que nos hicieron caminar por cuenta propia, y los retos y desafíos que enfrentamos, de cómo los superamos, para poder desarrollar el país y la democracia política que hemos logrado.
Debió servir la celebración para haber hecho un balance de este proceso histórico, para valorar las luces y sombras de este desarrollo hasta hoy.
Arnoldo Mora
La celebración de una efeméride patria es un recordatorio del carácter histórico de un evento acaecido en el pasado de una nación.
Cuando hablamos de “histórico” estamos refiriéndonos a un acontecimiento que marcó una época, porque es de tal importancia en la vida de una nación que constituye un antes y un después en el proceso de su configuración como nación soberana, más aún tratándose de la fecha de la independencia de esa nación. Por eso cabe preguntarse: independencia de qué o de quién. No se es independiente a partir de determinado momento si no es porque antes se era dependiente; y cabe cuestionarnos si no hay todavía cadenas que romper. Por lo que debemos asumir la conmemoración de este evento como un reto para dar un paso hacia nuestra plena libertad. En consecuencia, debemos preguntarnos sobre lo que ha seguido, esto es, si somos ahora plenamente independientes, si no hay todavía cadenas que romper, si todavía no se ha realizado la plena independencia; en cuyo caso cabe preguntarse respecto de quién o de qué debemos librarnos. Como nuestros antepasados dieron el primer y trascendente paso, a nosotros corresponde dar el siguiente para lograr su sueño de plena libertad.
Por lo que, en una celebración como esta, no podemos mirar tan solo al pasado. No es con una mirada de nostalgia que debemos asumir lo que ayer hicieron nuestros padres; debemos comprometernos en el presente para construir el porvenir; es la única manera digna de honrar hoy lo que ayer hicieron los padres de la patria.
Un evento como la celebración de los doscientos años de nuestra independencia del imperio español, debe verse como la ocasión propicia para preguntarnos si hemos hecho realidad el sueño de nuestros antepasados, si no hemos contraído otras dependencias o sido subyugados por otros amos, cuyas cadenas se nos imponen con no menor fiereza que las de entonces. Hoy disfrutamos de la libertad que se dio con la ruptura de las ataduras impuestas por el dominio español, gesta que fue lograda también y en el mismo período histórico que los otros pueblos hermanos de la región. Por eso debemos unirnos para completar la gesta de la primera independencia y lograr juntos la construcción de la patria grande con la que ellos soñaron. Ya lo dijo el maestro García Monge: “Bolívar y Martí tienen todavía mucho que hacer”. No tendremos plenamente patria mientras no logremos la segunda independencia, esta vez frente a las oligarquías criollas, aliadas al último y más poderoso imperio de occidente, situado al norte de nuestro continente americano.
El inicio de una nueva campaña electoral debe servirnos para hacer que esa actividad política sea algo más que una costosísima campaña de mercadeo de votos.
Francisco Enríquez Solano
Esta conmemoración reviste gran importancia para los historiadores, pues estamos obligados a explicar este proceso histórico desde otras ópticas y fuentes. No podemos llegar a la población con explicaciones simplistas o fundamentadas en textos antiguos que ya cumplieron su función. De tal manera, desde hace varios años, algunos colegas han venido trabajando con ahínco, escudriñando nuevas fuentes y tratando de dar otras explicaciones a las que tradicionalmente se ha transmitido sobre nuestra independencia.
En diferentes medios de comunicación, programas de todo tipo y anuncios comerciales se viene mencionando el bicentenario con frases clichés o eslóganes publicitario, oímos cosas como “200 años de independencia”, “200 años de identidad costarricense”, 200 años de paz”, “200 años de igualdad”, “200 años de libertad”, “200 años de democracia”, etc. Desde luego que nadie está obligado a hablar de lo que no conoce, pero debería de tener un conocimiento mínimo del proceso histórico que conduce a este bicentenario y la debida contextualización de los términos enunciados. Ante ello,
historiadores y otros profesionales de las Ciencias Sociales como antropólogos, politólogos o sociólogos, por medio de reflexiones críticas, deben procurar aclarar a la población sobre el significado del proceso histórico y los conceptos que se utilizan.
Así, al hablar de 200 años de independencia, se tiene claro de quién nos independizamos y por qué; al mencionar 200 años de paz, igualdad y libertad, estamos dejando por fuera el desarrollo de nuestra vida colonial, pues dichos valores se empiezan a desarrollar antes de la independencia.
También, al hablar de paz no podemos obviar que durante estos 200 años ha habido varios conflictos bélicos en lo interno o en lo externo, como el conflicto con Panamá en 1921 cuando se celebró el primer centenario de la independencia. Lo mismo podemos cuestionar los 200 años de libertad y democracia, cuando tuvimos algunas dictaduras y la democracia que disfrutamos hoy en día se ha construido en gran parte a partir del siglo XX. En cuanto a 200 años de igualdad, diversos estudios históricos demuestran que no existía en la colonia, ni en la vida independiente y que, si bien se han dado
avances para llegar a una sociedad equitativa, hoy día, agravado por la pandemia, en nuestro país priva una gran desigualdad. También es menester interrogarse de qué identidad se está hablando, cuando sabemos que siempre en nuestro territorio han existido varias identidades y por eso cada 12 de octubre se celebra el día de las culturas.
A pesar de dichos cuestionamientos, Costa Rica tiene una idiosincrasia particular que caracteriza al país y desde hace mucho tiempo ello ha sido motivo de elogio allende nuestras fronteras. Esta situación también debe estudiarse y explicarse en su debida dimensión sin caer en chauvinismos o racismos.
De ahí que estamos obligados a conmemorar esta efeméride provocando reflexiones que a través de redes sociales y diversos medios de comunicación lleguen a la mayor parte de nuestra población. Sobre todo, debemos procurar que las nuevas interpretaciones sobre el proceso de independencia y del desarrollo de nuestro país en estos 200 años lleguen al sector educativo por medio de programas y libros de texto para que docentes y estudiantes se nutran de estas explicaciones. Ese es el principal reto, sobre todo ahora con el famoso “apagón educativo” que nos ha provocado la pandemia.
Finalmente, debemos conmemorar esta fecha recalcando los valores positivos de nuestra sociedad que se expresan en el diálogo, la tolerancia, el respeto y la solidaridad. Esto es lo que realmente quedará en el alma nacional, los drones, luces, pólvora y conciertos será como lo han dicho los organizadores “una fiesta”, la que al igual que otras pronto será solo un recuerdo.
David Díaz Arias
Los historiadores respetamos el pasado, por lo que somos críticos y vigilantes frente a su manipulación por grupos o individuos que lo usan para justificar o legitimar intereses inmediatos o prejuicios arraigados. Esta doble exigencia surge frente a las conmemoraciones como la del bicentenario de la independencia.
Desde el siglo XIX, la historia tuvo a su cargo la misión estatal de ser la memoria de las naciones, pero en el siglo XX la disciplina rompió con esa tarea nacionalista, se renovó y planteó sus objetivos en términos de compromiso crítico con su objeto de estudio. Los historiadores dejaron de estar al servicio de los discursos nacionalistas y xenófobos, al insistir en probar que no era cierto que las naciones fueran eternas o que existieran grupos humanos “puros”, o que los así llamados héroes fuesen intachables, intangibles y santos.
En el marco de las celebraciones oficiales para conmemorar los 200 años de independencia de nuestro país, la historia como saber tiene la obligación de reafirmar su vocación por el análisis imparcial del pasado y por un humanismo en donde ningún ser humano sea ignorado, discriminado o excluido, tanto en el recuerdo como en el presente.
Lo anterior es muy importante en una sociedad local y global dominada por la tiranía del presentismo que la pandemia por COVID-19 ha acentuado. Costa Rica, en ese sentido, cumple con el problema anotado por el historiador francés Fraçois Hartog de que “sin futuro y sin pasado, el presentismo genera diariamente el pasado y el futuro de quienes, día tras día, tienen necesidades y valoran lo inmediato”.
Internamente, además, nos encontramos con una nación rota en sentido simbólico y en sentido social. Simbólico, porque los recursos oficiales del recuerdo que se han impuesto en los últimos años no han servido ni siquiera para ponerle parches a los conflictos que nos dividen; social, porque esos conflictos tienen raíces históricas que los vuelven imponentes y difíciles de resolver.
El 8 de mayo de 2018, Carlos Alvarado Quesada juró como presidente número 48 de Costa Rica. Su discurso durante la ceremonia del traspaso de poderes puso énfasis desde el principio en el hecho de que su gobierno estaría encargado de celebrar el bicentenario de la independencia y recurrió a la imagen de “país excepcional” para justificar la celebración. Esa imagen puede ser rastreada hasta la independencia, cuando se decantó una narrativa particular para explicar la paz con que este territorio había conseguido liberarse de la monarquía española.
Para conciliar esa paz con la gallardía (usualmente masculinizada) con que debían erigirse las naciones, desde el siglo XIX la conmemoración de la emancipación fue conjugada con el recuerdo de la guerra contra los filibusteros de 1856-1857, de forma que esta segunda sellaba con sangre a la primera. Asimismo, aunque se siguió el decreto de la República Federal de Centroamérica de 1826 de celebrar el 15 de setiembre, la fiesta de la independencia se nacionalizó en Costa Rica desde muy temprano y sirvió para consolidar la imagen de país especial en el contexto centroamericano.
Esos conceptos, a los que se agregaron la idea de progreso y de bienestar (una liberal y la otra socialdemócrata), entraron en una crisis a partir de la década de 1980. Los huecos que se han ido produciendo en el discurso de nación han hecho que el discurso nacionalista oficial de Costa Rica experimente remiendos. Uno de esos ha sido reconsiderar la relación entre la independencia y la Campaña Nacional de 1856-1857 y, dentro de ella, la exaltación cuasi divina de la figura de Juan Rafael Mora Porras, pero este nuevo intento de un tipo de nacionalismo patriarcal no le ha sido funcional al poder político para amainar las luchas sociales y la fuerte división del tejido social-nacional.
El gobierno del bicentenario, entonces, ha echado mano de una estrategia conmemorativa basada en el uso del título de benemérito. Así, en mayo de 2020 Alvarado firmó la Ley No. 9803, que ordenó la “Celebración Nacional del 1 de diciembre como Día de la Abolición del Ejército”; ese recurso se complementó a inicios de 2021, cuando la Asamblea Legislativa declaró a José Figueres como héroe de la paz. Es irónico que ese recurso mnemotécnico resucita la mítica abolición del ejército y la figura de Figueres, mientras se desecha el pacto social que dio sentido a la reforma social de 1940-1943 que el mismo Figueres y su partido profundizaron después de 1953. Parodiando a François Hartog, estamos frente a un “inventario previo a una muerte anunciada”.
¿Qué se puede conmemorar en este contexto? Pienso que la ciudadanía no debería ser rehén del tiempo presente de forma que piense que lo de ayer no tiene ningún vínculo con el hoy y que el futuro tampoco está marcado por ese pasado. Ese espejismo del presente, como ciudadanos, debemos combatirlo con preguntas sobre nuestro pasado que permitan interrogar las razones de nuestros éxitos y fracasos en el desarrollo histórico y en el presente. En Costa Rica, la abundante investigación histórica ha probado que se construyó un proyecto de estado-nación, que a pesar de sus discursos de exclusión y de sus proyectos limitados de ciudadanía logró ensancharse de tal manera en el siglo XX que una buena parte de la población cupo en sus premisas y metas. Eso es algo que le da sentido a esta conmemoración, sin duda.
Segundo, el bicentenario debería servir para pensar hacia dónde vamos como país. No es difícil advertir que el modelo de nación que produjo el siglo XIX y se ensanchó luego, gracias entre otras a acciones sociales, de género y étnicas, se encuentra agotado o exhibe claros síntomas de fatiga. Es preocupante que los principios republicanos, fundamento de nuestra democracia, sean puestos en entredicho por discursos de odio y exclusión. Los políticos, los empresarios, los trabajadores, los grupos organizados y religiosos y, en general la sociedad del bicentenario, tienen que asumir su cuota de responsabilidad. Las universidades públicas deben presentarse como críticas activas de las políticas que cercenan lo mejor del Estado costarricense y ser beligerantes en su lucha por una sociedad democrática. Creo que ese tipo de visión del pasado es lo que debería privar en esta conmemoración.