Cultura

Cineasta Ingo Niehaus: La verdad que los jóvenes sí quieren ver

Pionero del documentalismo en Costa Rica desde los primeros años del Centro de Cine, periodista crítico, autor de una obra reflexiva que busca apuntar hacia el riesgo que acecha a los mejores valores costarricenses, Ingo Niehaus habla aquí sobre su trayectoria desde La saca de guaro hasta Senda Ignorada 1820-1821 y sus esfuerzos por volver a llevar el cine como formador a las comunidades, en especial a las personas más jóvenes.

Ingo Niehaus, periodista, cineasta, productor, director y pionero del documental en Costa Rica. Su carrera se remonta medio siglo atrás, cuando siendo estudiante de la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva, de la Universidad de Costa Rica, hizo su primer documental La saca de guaro, recreación de una ficticia productora clandestina de alcohol. También es de su cosecha la obra emblemática del Bicentenario, una recreación histórica del momento de la independencia nacional titulada La senda ignorada 1820-1821, de 1983 y la polémica Costa Rica Banana Republic de 1975.

“Me hizo gracia que una peliculita de 15 minutos provocara tanto alboroto”. (Foto: Katya Alvarado).

En esta entrevista habla sobre su fructífera trayectoria de diez años por el Centro de Cine e insiste en lo estratégico que sería utilizar las escuelas y colegios para hacer llegar a jóvenes y niños materiales de producción nacional que exponen la realidad costarricense desde una visión crítica y que así contribuyan a comprender mejor la realidad y el imaginario costarricense.

¿Cómo se inicia usted en el trabajo de documentalista?

—Cuando era estudiante en la universidad (UCR). En la escuela de Periodismo, que dirigía Alberto Cañas, estaba también el periodista Joaquín Vargas Gené. Ellos dos eran de partidos opuestos, el primero de Liberación Nacional, que estaba en el gobierno y el otro de la oposición. En ese tiempo en la escuela no teníamos ni máquinas de escribir, así que don Joaquín Vargas, quien trabajaba para la campaña del partido de oposición, se ofreció a prestar el equipo de esa campaña para que pudiéramos hacer una práctica. Entonces hice, con otro compañero y una compañera, un primer corto, que era ficcionalizando una saca de guaro.

Luego, cuando se creó el Departamento de Cine, su directora Kitico Moreno, a quien conocía porque habíamos trabajado juntos en teatro, sabiendo que yo era periodista y de mi interés y breve antecedente en lo audiovisual, me llamó a unirme al grupo.

Los únicos que tenían alguna experiencia eran Antonio Iglesias, que había estado en Roma con Cinecittá, que era el editor, y Carlos Matías Sáenz, hijo de Carlos Luis Sáenz, que había estudiado cine en México, y hacía cámara. Carlos Freer había trabajado con Escuela para Todos, por lo que tenía una perspectiva social y de educación. Tuvimos, por breve tiempo, apoyo de la Unesco para el establecimiento y el primer equipo de cine que tuvimos; también enviaron un canadiense que ayudó a dirigir los primeros meses.

“Parece mentira, pero en el país no existía ninguna película sobre ese momento de la independencia, que ahora celebra el bicentenario.”

Tuve la suerte de que me tocó la proyección de la primera película que se hizo: dos cortos, titulados Agonía de la montaña y Recuperación de la montaña. Tuve la suerte de que me tocara ese tema porque siempre he sido amante de la naturaleza. Estos documentales que hacíamos en el Departamento de Cine tenían dos destinos. Se proyectaban por televisión, mediante una cadena nacional que le daba derecho al Ministerio de Educación a una hora por semana con todos los canales a la misma hora. Los documentales duraban 20 minutos y los otros 40 eran para que un panel de especialistas analizara y discutiera la película. Creo que esas dos primeras películas tuvieron repercusión importante en la población. Eso es de alguna forma un antecedente de la defensa de la naturaleza que hoy es tan importante.

Luego hice Para qué tractores sin violines, que se refería a esa transformación que se dio en la Orquesta Sinfónica Nacional y todo el programa de divulgación y educación de ese tipo de música a la población.

Después el Departamento de Cine continuó con documentales muy interesantes que trataban problemas importantes de la sociedad costarricense, como la salud, la alimentación, las cárceles, los grupos marginados, educación, muchas cosas.

El trabajo era con absoluta autonomía, los temas los escogían y discutían entre ustedes, doña Kitico tenía una función coordinadora.

—Con completa autonomía. Teníamos inquietudes muy distintas que se complementaban, muchas veces coincidíamos. Carlos Freer hizo La cultura del guaro, que aborda el tema del alcoholismo desde una visión social, Víctor Vega hizo Puerto Limón 1974, que mostró para muchos esa parte importante de la cultura costarricense. Carlos Matías Sáenz tenía mucho interés por temas de la producción artística autóctona.

Yo mismo llevé mi película a más de 50 colegios, entre privados y rurales. (Foto: Katya Alvarado).

Doña Kitico también hizo una película, A propósito de la mujer, sobre una situación que hoy está en boga.

Entonces, en 1975, yo hice el primer corto documental con ficción, que era una sátira: Costa Rica Banana Republic. Ahí se denunciaban las condiciones de explotación y abuso de las transnacionales bananeras contra los países productores, la lucha que impulsó José Figueres para crear la Organización de Países Exportadores de Banano (OPEB) con el Acuerdo de Panamá y la llamada “guerra del banano”, que fue la forma en que esas poderosas empresas castigaron a estos países que los desafiaban.

Ese es el trabajo suyo que genera el conflicto que desemboca con la renuncia de la ministra Carmen Naranjo.

—Ese es.

¿Qué fue lo que pasó? Porque era un gobierno también liberacionista, el de Daniel Oduber.

—Sí, lo que pasó es que en ese momento ya se estaban realizando conversaciones para llegar a un acuerdo con las compañías y mejorar las condiciones económicas. Creo que fue una medida política del gobierno.

¿Cómo sintió y vivió usted personalmente esa reacción?

—Por un lado, me hizo gracia que una peliculita de 15 minutos provocara tanto alboroto. El documental se hizo para la Conferencia Internacional sobre Asentamientos Humanos (Habitat) que se celebró en Vancouver, Canadá, donde efectivamente se presentó representando a Costa Rica. Pero aquí no se pudo pasar por la cadena nacional, como se hacía con las otras, ni se pudo ver en las escuelas.

“…No queríamos que fueran a cerrar el Departamento de Cine y perder del todo la posibilidad de hacer cosas.”

¿Qué fue lo que reclamaron ustedes en el Departamento de Cine?

—Bueno, la censura. Dos ministros fueron los que tomaron la decisión. El Presidente ni siquiera llegó a verla, aunque los avaló.

Yo hablé después personalmente con don Daniel Oduber, porque como periodista me tocó hacerle una entrevista y aproveché para preguntarle. Él me dijo que sí iría a la Conferencia en Canadá.

Ya algunos temas de los documentales empezaban a incomodar a alguna gente. La imagen de Costa Rica que se ve en ellos no es la idílica que querían.

—Ciertamante no.  Pero también se hacían muchas otras cosas como Salud al campo, sobre la asistencia en salud pública de la Caja Costarricense de Seguro Social, A Sebastián, sobre la destrucción de los bosques, o sobre las artes, como el Festival Internacional de Teatro, Quico Quirós, que aún estaba vivo, La Yegüita, Semana Santa en San Joaquín que son de Carlos Matías Sáenz, cosas de la vida costarricense.

O sea, sí hay un cambio un poco en la temática.

También se hace una recreación histórica, Santa Rosa la batalla de la libertad, donde como actor hago el papel de José Joaquín Mora, quien explica lo que pasó en ese importante hecho.

Ya en 1978, Edgar Trigueros hace Melico Salazar, sobre esa destacada figura de la ópera costarricense, Carlos Matías Sáenz hace La casa de adobe, yo hice uno sobre los parques nacionales que recogía la crítica de algunos campesinos a ese programa. Luego, en 1980 hice Francisco Amighetti, grabador. Ese año lamentablemente cerraron las cadenas nacionales de televisión, y tampoco se volvieron a prestar las películas para que se proyectaran en comunidades, cosa que se hacía hasta ese momento. Ese cine rural dejó de funcionar. Otro factor fue que, con la popularización del video, la empresa que hacía revelado en el país, a lo que nosotros también íbamos, cerró porque se redujo el mercado, entonces en adelante tenía que enviarse a revelar a Estados Unidos o México, que era más caro y complicado.

También volví a hacer otra parodia crítica que fue Nuestro maravilloso mundo de la televisión, que señala cómo los intereses de las televisoras desvirtúan el valor formador de la televisión. Curiosamente del gobierno invitaron a directores de medios a una función privada para que dieran su consentimiento. Que por dicha lo dieron.

Hay que acerca a la juventud a las películas y promover la discusión. (Foto: Katya Alvarado).

Desde lo que ocurrió con Costa Rica Banana Republic hubo un cambio, en los temas y los enfoques que se puede constatar en las películas que se hicieron desde entonces. ¿Eso fue impuesto o un acuerdo tácito entre los mismos realizadores?

—Sí fue de alguna forma un acuerdo tácito entre nosotros porque no queríamos que fueran a cerrar el Departamento de Cine y perder del todo la posibilidad de hacer cosas. Entonces buscamos no fregar demasiado, pero continuar con la seriedad de lo que estábamos haciendo.

Aunque Kitico Moreno hizo un par de cortos, durante esos años no hubo más mujeres realizadoras.

—Sí, hasta que entra Patricia Howell con Dos veces mujer. Kitico se fue y quedó Carlos Freer en la dirección y Víctor Ramírez también. Luego Juan Bautista Castro hizo Sin fronteras, que era sobre la lucha de insurrección en Nicaragua y la solidaridad del pueblo y el gobierno de Costa Rica.

La última película mía fue Senda Ignorada, en 1983. Ya entonces, por los altos costos de producir en película y gracias a una donación de Japón, se empiezan a hacer trabajos en video con ese equipo donado; y en 1987 ese equipo se le pasa al Sinart.

Senda ignorada es un proyecto de recuperación histórica mediante la recreación.

—Parece mentira, pero en el país no existía ninguna película sobre ese momento de la independencia, que ahora celebra el bicentenario. Entonces me pareció que era bueno hacer un largometraje que recreara ese momento. Carlos Freer, que dirigía el Centro de Cine en ese momento, apoyó la idea. Era un proyecto de mayor envergadura. El guión y la dirección son míos, trabajamos con actores.

Esa película es toda una referencia para esta celebración de bicentenario, supongo que la volverán a difundir.

—Bueno, yo no lo sé. No he sabido que lo vayan a hacer, pero sí creo que sería muy bueno que pudieran pasarla y hacer algún debate. Pero esa iniciativa tiene que salir de ellos.

Siendo un pionero de la producción documental en Costa Rica, ¿cómo ve la producción actual?

—Bueno, he visto algunas cosas, no muchas, gracias al canal UCR y al Sinart que han pasado algunos. Creo que sería bueno que la Universidad de Costa Rica, la escuela de Comunicación, con la universidad Veritas, que tiene escuela de cine, promuevan hacer documentales sobre temas importantes de la sociedad actual y que se retome la idea del cine rural, de llevarlo a las comunidades.

La producción documental creo que es abundante y buena, se han retomado temas de gran interés. Pero siempre el problema de la difusión es el mayor.

—Yo volví a hacer cine hasta 2001, hace ya 20 años, con el largometraje de ficción Password, que dirigió Andres Heidenreich. Es una película que trata un tema importante sobre la vulnerabilidad y el peligro de los jóvenes ante las formas de comunicación que facilita la tecnología y los depredadores sexuales. Yo mismo me di a la tarea de pedir permiso al Ministerio de Educación para ir a colegios y a las 11 de la mañana pasaba la película y me hacía acompañar de una psicóloga para tener después una conversación con estudiantes. Visité más de 50 colegios, entre privados y públicos, en zonas rurales. Al final del gobierno, porque no sabía qué podría decir un nuevo gobierno, mandé a hacer copias de las películas y las envié a colegios para que las pudieran ver y hacer foros con psicólogos y estudiantes.

Creo que hay películas buenas, documentales que pueden llegar a más jóvenes en vez de todas esas estupideces o peligrosos ejemplos de criminalidad que reciben por todos lados. Creo que sería bueno aprovechar las escuelas y los colegios.

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