Cultura Crítica de cine: film El sonido de las cosas

Caminos hacia el llanto

El cine costarricense se hace costumbre; en esta ocasión con el estreno El sonido de las cosas,

El cine costarricense se hace costumbre; en esta ocasión con el estreno El sonido de las cosas, de Ariel Escalante, un contenido relato sobre el duelo.

El sonido de las cosas abre con una imagen bella y enigmática: el perfil de una joven, acostada sobre un lecho. Está… ¿dormida?, ¿muerta? Los espectadores debemos poner atención; sí su pecho se eleva ligeramente. Parece una doncella en su mortaja, lista para ser enterrada. El sonido de una alarma rompe el hechizo: la mujer se levanta, se lava la cara y las manos, escucha un ruido que la inquieta. Un paciente muere en otra habitación. Corre. Salva una vida.

Esta joven se llama Claudia (la actriz Liliana Biamonte). Es enfermera en la Unidad de cuidados intensivos, una buena enfermera. Además, ordenada, con un buen ojo para el diagnóstico, simpática con sus pacientes. Trabaja por las noches, intenta dormir durante el día.

La narración brinda detalles que revelan la calma, siempre engañosa, que caracteriza esta rutina de coexistir con la muerte: un cigarrillo y una conversación trivial durante una pausa en el trabajo, el tránsito por un pasillo del hospital.

La primera secuencia fuera del hospital sugiere, sin embargo, que la tensión no se queda en el lugar de trabajo: de ello dan cuenta el insomnio de la joven y la acción, en principio inexplicable, de vaciar una habitación. Los espectadores nos enteramos pronto que un familiar ha muerto, pero no porque Claudia lo mencione, sino porque acompaña a su tía a un grupo de ayuda para el duelo.

En una conversación con Santiago (Fernando Bolaños), un amigo que viene desde un pasado que ahora parece lejano, la enfermera afirma −un poco en serio, un poco en broma−, que ya no tiene tiempo para la fiesta porque “se pasa salvando gente”. Muy difícil, entonces, cuando esta gente no es “salvada”. Más difícil cuando se trata de un ser querido.

El sonido de las cosas no es, sin embargo, una película sobre salvar vidas, sino sobre dejar ir, a través de las lágrimas y el abrazo solidario, esas que debieron partir.

Contenerse…

En su primer largometraje, Ariel Escalante escoge un tono sobrio y contenido para contar este camino al llanto. La fotografía de Nicolás Wong presenta un San José vespertino o nocturno, en el que no se ve el sol, y la dirección artística de Olga Madrigal insiste en los colores fríos. El montaje de Lorenzo Mora elude la estridencia. La puesta en escena repite el terco laconismo de Claudia, quien se resiste a hablar de su dolor y miente respecto de su estado de ánimo.

Los gestos y diálogos de los personajes son precisos y significativos, pese a su carácter trivial y evasivo. La buena actuación de Biamonte, así como su rostro pálido e insomne, apuntala esta contención.

El título El sonido de las cosas viene a cuento, pues el filme se propone como una experiencia sonora en un medio, el cinematográfico, que es concebido generalmente como visual.

En la apertura del relato, es la música la que acompaña los créditos que se suceden sobre un fondo negro. A continuación, es el sonido de una alarma lo que marca el comienzo de la acción. La película cierra con otro fondo negro, el cual coexiste con el ruido de los autos y de un portón que se abre.

La sencillez del argumento, la mesura de la puesta en escena y la parquedad de los diálogos invitan a escuchar los murmullos del espacio urbano, la música del otro lado de la puerta, el ruido de las cosas al caer e incluso el silencio mentiroso de quien se evade en el fondo de una piscina. Todo este aparato sensorial se construye a partir del trabajo de Jonathan Macías (diseño sonoro) y Fernando Toro (mezcla de sonido).

La segunda parte del título es también sugerente: “de las cosas”. En efecto, en este filme las cosas suenan (automóviles, utensilios médicos o de cocina, puertas). Sin embargo, una cosa no es necesariamente algo tangible y la reflexión que subyace bajo el argumento de El sonido de las cosas es justamente cómo suena el dolor.

Claudia siente esa “cosa”, pero no quiere, o no sabe, materializarla en un gesto, un grito o un llanto. El estoicismo aprendido en la cotidianidad de los hospitales le impide hacer sonar el dolor. Al menos conscientemente, porque tiende a confundir los nombres (es decir, el sonido con que asocia a la gente), revelando así aquello que ocupa sus cavilaciones: llama Silvia (el nombre de su prima) a una paciente, o Santiago (su amigo enfermo) a su compañero de apartamento.

La apuesta por lo sonoro es interesante, aunque no extraña en la historia del cine. Es fácil pensar en el cine de Robert Bresson (Un condenado a muerte se escapa, 1956; Al azar Baltasar, 1966), también parco y colmado de sensorialidad sonora o, si se piensa en el tema del duelo, una obra poética y exuberante como Tres colores: Azul (1993), de Krzysztof Kieslowski.

André Bazin buscaba en cada nuevo filme algún elemento que le permitiera cuestionar su manera de comprender el cine. Sus críticas, que formaron a toda una generación de cineastas y cinéfilos, dan cuenta de esta búsqueda del asombro.

El sonido de las cosas no es, al menos para quien escribe estas líneas, una obra que se preste a ello. Sin embargo, el hecho de que no asombre, y que recuerde, por su forma y por su fondo, a otros filmes, no hace que su propuesta sea menos interesante y coherente.

Esta nueva película costarricense no es pretenciosa ni efectista, y esto lo agradecemos en una obra acerca del duelo. Al menos durante su primera mitad, el argumento y la puesta en escena destacan por su economía.

En la segunda mitad, en cambio, los planos de fachadas de edificios, de autos que pasan, de la protagonista recorriendo un pasillo o de San José visto desde lo alto, resultan ya repetitivos.

Uno puede imaginar las intenciones del realizador: conservar el lenguaje y el ritmo de la primera mitad, brindar un cierto espacio a la actividad del espectador e invitarlo a introducirse en la intimidad del drama.

No obstante, mientras que en la primera media hora estos planos eran parte del misterio que rodeaba el estado de ánimo de la protagonista (¿alguien murió? ¿qué es lo que siente?), a partir del meridiano del filme estos elementos no contribuyen a la marcha del relato y se convierten más bien en un lastre. La narración se recupera dichosamente en el clímax, ciertamente logrado, en el que esa cosa llamada dolor encuentra su sonido, y en el cierre del filme.



<em>El sonido de las cosas</em> se estrena el jueves 11 de mayo

Director: Ariel Escalante.

Producción: Mariana Murillo.

Guión: Enric Rufas y Ariel Escalante.

Fotografía: Nicolás Wong Díaz.

Edición: Lorenzo Mora Salazar.

Música: Kalayawa.

Con Liliana Biamonte, Fernando Bolaños, Ariel Escalante, Claudia Barrionuevo y Monserrat Montero.

Duración: 80 minutos.

Costa Rica, 2016.



 

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