Cultura Galardonado es profesor de la UNA y graduado de la UCR

Aquiles Jiménez, premio nacional de artes visuales categoría tridimensional: “El arte siempre tiene que ser poesía”

El artista, ganador del reconocimiento por tercera vez, afirma que en tiempos convulsos, el arte es esperanza, pues siempre ha sido la salvación de la humanidad.

Para el maestro escultor Aquiles Jiménez el arte, todo el arte, siempre debe ser poesía, pues considera que sólo a través de la poesía se puede llegar a la parte más profunda del ser humano y provocar cambios.

Esto dice el artista, reconocido por su amplia trayectoria, su exquisita manipulación de diversos materiales y, ahora, por sumar a su carrera tres premios nacionales. Jiménez recibió el Premio Nacional de Escultura Aquileo J. Echeverría de Artes Plásticas en Escultura en 1981 y nuevamente en 2014, y este año se le otorgó el Premio Nacional Francisco Amighetti de Artes Visuales 2024 en la categoría tridimensional por la exposición La Travesía Chälchihuitl Rax Abáj.

Aquiles Jiménez creció en El Roble, a unos 15 kilómetros de Barva, en Heredia. Recuerda haberse criado junto a un río, cerca de un bosque, siempre rodeado de lo que más ha inspirado su carrera: la naturaleza. Allí se enamoró de la escultura en su expresión más pura, la representación armónica de la belleza que lo rodeaba.

Estando en edad colegial y sin educación formal en artes, se destacó en el Concurso Intercolegial de Artes, lo que le mereció recibir una beca en el Conservatorio de Castella. De allí se graduó en pintura y escultura, y pasó a estudiar en la Universidad de Costa Rica.

Luego recibió una beca de ocho meses en Carrara, Italia, donde se quedó cuatro años y trabajó su primer gran tema: la maternidad.

Tras regresar al país, se ha desempeñado como profesor en el Castella, en la Universidad Nacional (UNA) y no ha dejado de tallar.

Con motivo del premio anunciado por el Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica en febrero, el artista conversó con UNIVERSIDAD. A continuación compartimos un extracto de esa entrevista.

Hablemos de La Travesía Chälchihuitl Rax Abáj, ¿cuál fue su inspiración?

—La muestra estuvo en el Museo de Jade por un periodo de seis meses y yo la trabajé durante cinco años, allá en Guatemala en un taller de jade. Estuve viajando una o dos veces por año, produciendo las obras y trayéndomelas poco a poco.

En ella hay tres conceptos. Primero, la travesía del jade que se formó en las profundidades de la tierra y en algún momento por la acción de los elementos geológicos salió. Es una especie de viaje del material a la superficie. Además, está la travesía que hicieron los indígenas de Guatemala cuando trajeron el material aquí para que los indígenas trabajaran las obras que actualmente están en el Museo de Jade y luego la travesía mía, los viajes míos a Guatemala, ya no para transportar material, sino como escultor para trabajar allá y traerme las piezas para acá.

Yo normalmente he trabajado mármol y ahora que se me presentó la oportunidad de trabajar jade fue un cambio bastante fuerte, pues el origen del jade es realmente diferente del mármol y eso implica que no sólo se trabaja diferente, sino que el jade además tiene un contenido simbólico, pues es una piedra de poder, como un poco una piedra de energía, una piedra de un simbolismo profundo. Entonces, yo tenía que empezar a trabajar pensando en que esa piedra era especial.

También, el taller en que trabajé está el lago Atitlán y entonces el trabajo está inspirado en el escenario, los espacios, los volcanes y todo eso, fue muy inspirador poder sentir un poco la parte geológica, el espacio y compartir con quienes trabajan allá este material que son indígenas kaqchikeles, fue muy una experiencia muy interesante. Yo fui a aprender con ellos.

¿Sus motivaciones son siempre la naturaleza, el entorno?

—Pues sí, yo tuve la suerte de nacer campesino, entonces, las primeras vivencias mías fueron en el bosque y en el río y de niño sentí esa naturaleza que era como una unidad, así la viví, me la pasaba ahí todo el tiempo entre los animales, el bosque, el agua, la arena, el viento. Eso inculcó mucho en mí el concepto de escultura que debe ser armónico y quise después en la escultura introducir ese tipo de unidad, una escultura que no representa, que no es abstracta, que no es necesariamente de denuncia social, sino que es una escultura que se basa en la naturaleza, en la profundidad de los fenómenos naturales. No me he dejado influenciar por las modas o eso, sino que he trabajado para crear una especie de sentimiento especial, no le llamo concepto de escultura, si no le llamo sentimiento especial de escultura.

Siendo que su arte no es abstracto o de denuncia, sino más inspirado en lo natural, ¿considera aun así que puede ser transformador?

—Sí, yo siempre pensé que el arte tiene que ser poesía y que a través de la poesía, del arte, uno puede llegar a la parte más profunda del ser humano y provocar cambios, existenciales, espirituales o como se quiera. Toda buena obra debería de provocar un cambio cualitativo y de percepción, en primera instancia.

Yo no necesariamente trabajo una temática social directa, pero mi obra a veces es denuncia, de la tala de árboles, del desgaste de las tierras por erosión, por la construcción desordenada. Eso sí, mis obras hacen énfasis en que todavía existe y ha asistido siempre un misterio detrás de todos los fenómenos naturales y que esa que ahí la fuente, la naturaleza es la fuente de de todos los los secretos y todos los misterios del hombre y también del arte.

En el mundo convulso y dividido en qué vivimos, ¿por qué seguir apostando al arte?

—El arte es la esperanza de la humanidad y fue siempre un lenguaje que salvó y representó la parte más profunda de la humanidad. El arte va más allá de la reflexión, más allá de la política. El arte es la esencia de la vida y la esencia de la transformación.

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