Cultura

Andar la ciudad entre arquitecturas y decires

La ciudad habitada, espacios y decires de raigambre tradicional en Costa Rica hace un recorrido arquitectónico y cultural por San José y alude al hablar tan típico del costarricense, en un texto que se volverá imprescindible para acercarse al alma de la capital.

La ciudad se descubre andando. Más que recorrer la ciudad, hay que andarla. Andar es ir más lento: este es el primer aporte que se desprende de La ciudad habitada, espacios y decires de raigambre tradicional en Costa Rica, de Guillermo Barzuna, que realiza una lectura arquitectónica de San José y plantea una mirada al hablar nacional, en medio de evocaciones, vivencias y recuerdos que marcaron una época.

El libro constata que si bien la capital sufrió en la segunda mitad del siglo XX un verdadero ataque a muchas de sus edificaciones de valor patrimonial, si se anda, si se va despacio, se pueden descubrir elementos, formas y estilos que permanecen en pie.

La ciudad habitada, espacios y decires de raigambre tradicional en Costa Rica es un texto que recoge la herencia de su predecesor: “Caserón de teja”, de 1989. (Foto: Kattya Alvarado)

Aunque el autor no apela directamente en el texto a la nostalgia, sí hay de manera indirecta una invocación a ella, y que se refleja en los edificios que ya no están y que fueron significativos o que su uso hoy cambió por completo.

Lo trascendente, sin embargo, de La ciudad habitada es que recuerda a una ciudad que si se mira con calma, aún conserva rasgos de lo que fue en el sueño de los liberales, que construyeron una pequeña metrópoli a imagen y semejanza de las que habían visto en Europa.

No en vano se ha dicho, por diferentes investigadores, que San José aspiró durante un buen tiempo a ser una París en miniatura.

“A pesar de ser una ciudad pequeña y alejada de las grandes urbes internacionales, San José presentaba, desde finales del siglo XIX y hasta la década de 1950, por citar un período determinado, una cartografía de estilos constructivos en analogía con lo que se daría en Europa, Estados Unidos y las principales ciudades latinoamericanas”, destaca el autor en el texto.

“Encontramos la presencia de estilos como el neoclásico, algunas representaciones del art noveau, del neogótico y neomudéjar, el art déco, el neocolonial y la denominada arquitectura moderna que se construye desde 1950. Estos estilos siempre se adaptaron a los materiales del entorno costarricense, al clima local y a la creatividad de quienes los construyeron”.

Para descubrir a esa San José que aún pervive, deja entrever Barzuna, es conveniente aplicar el principio de la observación focalizada, puesto que la realidad es que a mediados del siglo pasado se creyó en la idea de que para construir una nueva ciudad debían botar la existente.

El cine Palace en 1965, en una esplendorosa instantánea que revela el espíritu de la época. (Foto: Francisco Coto)

“La traza urbana actual de San José deja ver, a primera vista, una gran pérdida: un patrimonio arquitectónico y cultural que ha desaparecido y que solo conocemos por fotografías o por los documentos del Archivo Nacional”.

La peste de la destrucción acabó con el Palacio Nacional, la Imprenta Nacional, la Universidad de Santo Tomás, el Banco de Costa Rica, la Librería Española, la Biblioteca Nacional, el Almacén Robert, la Agencia R. Smith & Compañía y la Botica nueva, entre otras de las edificaciones citadas en el libro.

Nadie que camine hoy por San José sospecharía que, a mediados de 1950, esta ciudad, con justa aspiración, quería parecerse a esas urbes europeas, aunque fuera en una escala en miniatura, pero con los ingredientes necesarios para sugerir esa visión, que entroncaba con los intereses políticos y culturales de las clases altas del país.

De esta manera, la mirada atenta a que llama el libro permite discernir que, entre la tierra arrasada que prevaleció y el surgimiento de una arquitectura moderna y más funcional, hay una coexistencia pacífica, porque la destrucción fue tal que a uno de los bandos no le quedó más remedio que resistir en silencio.

“La destrucción de la memoria histórica ha ido creciendo aunque se hayan preservado y conservado algunos inmuebles de valor histórico: entre ellos, algunas casas tradicionales en algunos barrios, formas constructivas peculiares en iglesias, edificios públicos, escuelas, colegios, teatros, junto con edificaciones contemporáneas de un gran valor arquitectónico”.

La irrupción del progreso, con lo polisémico que puede resultar el término, acabó por imponerse en esa nueva visión del Estado y de las elites gobernantes, y ello se reflejó de forma dramática en la desaparición de una ciudad para dar pie a esos edificios que parece que van a aplastar al otro, como sucede por ejemplo entre el nuevo Banco Nacional y la sede de correos en el corazón de San José.

Al ahondar el autor en esos matices entre lo nuevo y lo “viejo” se va decantando una nostalgia por aquella ciudad que alguna vez representó un conjunto de arquitecturas que se armonizaban pese a las diferencias estilísticas, lo que contrasta con un presente en el que la ciudad del ayer lucha por conservar vestigios, rasgos y elementos de un sueño que se desvaneció cuando el progreso hizo su aparición y convirtió buena parte del espacio urbano en cemento y parqueos.

El paso dado, a partir del advenimiento de la República, en 1848, se caería por la pendiente un siglo más tarde.

“En 1848, al crearse la República, el Estado costarricense adoptó un nuevo lenguaje arquitectónico para los edificios públicos. Así se reflejarían sus ideales ilustrados, y se rompería con los sistemas de construcción coloniales. Este nuevo lenguaje fue el neoclasicismo. La adopción del estilo neoclásico académico, como normal oficial, se pudo practicar fácilmente en la década de 1850, en las obras nuevas y de carácter civil de San José, capital de la República. Palacio Nacional, Teatro Mora, Universidad Santo Tomás y Seminario”.

La noche josefina

La realidad arquitectónica va de la mano de los espacios que se mantienen o desaparecen. Y la noche josefina también se ha transformado en las últimas décadas, como lo constata con precisión La ciudad habitada.

De espacios como La Perla, El Diamante y La Esmeralda solo quedan los recuerdos. Y también de un lugar que con el paso del tiempo se había vuelto mítico, por las vivencias y por las leyendas que se desprendían de él: la soda Palace.

Hoy convertida en una tienda de las muchas que hay en la capital, y con polémica incluida, por los tratos que reciben algunas de sus clientas, el espacio que ocupó la soda Palace se perdió para siempre, aunque parte del edificio permanezca en pie.

“La reina de estos sitios, sin duda y en medio de El Diamante y La Perla, era la soda Palace, un lugar emblemático y consuetudinario para muchas generaciones de costarricenses y de extranjeros que lo visitaron y se adueñaron de él durante décadas. El edificio, junto con el cine del mismo nombre, data de 1935, obra constructiva del arquitecto Paul Ehremberg, con evidentes signos de estilo art déco. En 1950 lo adquirió el ciudadano de origen asturiano José Calvo y desde sus inicios fue un sitio preferido por escritores, políticos, artistas y todo tipo de público”.

La referencia anterior, con su pormenorizada descripción, revela que detrás de esa ciudad que ya no existe, pero que todavía está habitada, ahora con sus nuevos usos, subyace una ciudad para la literatura, para que en ella se recreen escenarios y vengan personajes a contar las historias que le dieron sustento a una capital en la que, a diferencia de lo que muchos creen, sí pasaban tramas, engaños, acuerdos, complots y maquinaciones de carácter social y político.

“El inmueble tiene una ubicación de privilegio, pues se sitúa en la esquina de la avenida segunda y la calle 2, frente al parque Central. Ahí , en el centro de San José, ese gran café, restaurante y bar se mantenía totalmente abierto e integrado con la acera, de manera que el espacio no establecía límites en el umbral entre el transeúnte de afuera y los comensales. Con solo caminar por el frente en la Avenida Segunda, visualmente se ingresaba sin necesidad de entrar. En la esquina con la calle 2 había una amplia ventana donde se vendían chocolates, todo tipo de confitería y desde luego cigarros y puros”.

En la Ciudad habitada, Barzuna incluye datos relevantes sobre afirmaciones que de tanto que se repetían, sin mayores pruebas, pasaban más por leyendas que realidades.

En el libro, se confirma que por la Palace pasó Fidel Castro antes de convertirse en el revolucionario que al final destronaría a Batista y se sostiene que John F. Kennedy se tomó un café antes de dirigirse al Teatro Nacional.

A estas figuras hay que añadir al Che Guevara, al escritor y posterior presidente dominicano Juan Bosch, a Mario Moreno Cantinflas, a Rómulo Betancourt y a Carlos Andrés Pérez.

“El cineasta Óscar Castillo me cuenta que el político Carlos Andrés Pérez, quien además trabajaba como comentarista en el diario La República, fungía de mesero para lograr un mayor ingreso”.

La memoria también se impone cuando se evoca a la soda Palace como espacio en el que lo culinario tenía sus particularidades, así como un espacio de interacción radiofónica.

“Por muchos años, el restaurante fue famoso por ofrecer como plato principal la paella valenciana, que también se podía ordenar para llevar a domicilio. En la hora del almuerzo se trasladaban a alguna de sus mesas los micrófonos de una radioemisora conocida y desde ahí se armaba la tertulia deportiva guiada por el anfitrión español Juanito Martín Quijarro”.

En 1999, la soda Palace desapareció, pero sus evocaciones todavía se mantienen intactas en cientos de costarricenses que vivieron la tertulia, la camaradería, y a un San José en el que la conversación era válida y necesaria.

En la presentación del libro en la Biblioteca Nacional, Guillermo Barzuna (izquierda) estuvo acompañado por Flora Ovares, y los escritores Álvaro Rojas y Carlos Cortés. (Foto: Kattya Alvarado)

Esos decires

La ciudad se llena de lenguaje. A las arquitecturas y a los barrios hay que agregarles las palabras que las definen y que las enmarcan en una época. En ese sentido, el costarricense es muy prolífico en su manera de hablar.

Aquí las cosas tienen un nombre. No un nombre universal como se piensa, sino un nombre. Con ello, surge un espacio y un tiempo.

Y como no podía ser de otra forma, Barzuna apela a la forma sui generis de dar las direcciones del costarricense. Esta singularidad no tiene parangón en ningún lugar del planeta.

Quien no conozca los contextos, podría pensar que es un ejercicio fino e irrepetible de ironía, pero la realidad es que cuando se pregunta una dirección, las respuestas superan al surrealismo y al realismo mágico juntos.

Ahí nomacito, como a diez minutos. Vea: después del higuerón usted dobla como un kilómetro a la derecha hasta el puente, después a mano izquierda, donde está el potrero de don Chalo, que llaman, y de ahí lo va llevando el camino, hasta pegar con cerca”.

Toda la genialidad lingüística a la que puede apelar un pueblo, la encontró el costarricense en su manera de dar las direcciones.

Ese “pegar con cerca” suena al no lugar. La utopía perfecta y en la práctica tiene sus connotaciones, porque quien siga la dirección anterior, si es cuidadoso, y después, quizá, de dar unas cuantas vueltas innecesarias, llegará a su destino.

Esta descripción es un ejercicio de creatividad pura en tiempo real: “El otro día en el centro de San Isidro de Coronado, me dieron esta dirección: de donde Chepe Méndez como cinco kilómetros para adentro, frente a la casa rosada”.

Y agrega el autor: “Primero hay que saber quién es Chepe Méndez, o mejor dicho, quién fue, porque quizás ya se nos adelantó, y después adivinar para dónde es adentro; y por último, rezar para que no hayan pintado de blanco la casa rosada”.

En esa radiografía del habla popular que hace Barzuna, no podía faltar una revisión a la manera de nombrar a sus hijos por parte del costarricense, acto que se ha visto influido con el paso del tiempo con la transculturación y el predominio del inglés en relación con el castellano.

Así, Barzuna, sigue la estela que le caracterizaba desde que era profesor en la Universidad de Costa Rica y no podían faltar los “William Guillermo, Lady Sexy, Coffee Maker, Yaohan, Apollo 11, Yahaira, Usnavy, Myfriend, Yendry Carmina, Darling y Johander”, nombres que parecen sacados de la imaginación del autor y que tienen su verificación en el Registro Civil.

“¿Qué se hicieron nombres como Lucía, David, Emilia, Armando? A partir de la década de 1960 se empezaron a sustituir por otros, en inglés principalmente, o de plano a ser inventados, a menudo con más imaginación que acierto. A veces se trata de nombres provenientes de las telenovelas y los programas de televisión e incluso de los mensajes publicitarios, pero en la actualidad se vale adornar la cédula con cualquier onomatopeya o sonido que suene a algo remotamente parecido a la lengua de Whitman y Shakespeare”.

Los nombres de las personas, a diferencia de la práctica moderna, respondían a un significado previamente establecido, que por lo general se asociaba a una condición y a un rasgo.

“Los nombres propios tienen significados. Muchos hacían referencia en su origen a lugares, hechos históricos, cualidades físicas o de orden moral. Elvira quería decir alegre, rebosante de fuerza, Gonzalo significaba lucha; Álvaro prevenido; Fernando atrevido; Rodrigo poderoso. Guadalupe, palabra de origen árabe, quería decir río del lobo, después fue el nombre de un santuario de la Virgen. Alcira es ‘aldazaira’, que significa, la isla; Irene, significa paz; Sofía sabiduría, y Eugenia, bien nacida”.

La ciudad habitada es una invitación a una relectura de San José. Un andar por los barrios capitalinos y más allá. Es, además, un repaso de los decires del costarricense que con tanta precisión lo retratan. Es una raigambre que, como su nombre lo indica, entronca con el ayer para comprender mejor el presente y así tener una noción cultural del futuro que aguarda si las miradas siguen distantes y enfocadas más en el Norte que en el Sur.


Librería española, derribada en la década del 60. (Foto: Manuel Gómez Miralles)

Una ruta para apropiarse de la capital

La ciudad habitada, espacios y decires de raigambre tradicional en Costa Rica es un libro ideal para descubrir elementos de San José y así tener un acercamiento distinto con la urbe, que en una época aspiró a ser una representación en miniatura de las grandes capitales de Europa, como París.

Editorial: Arlekin.

Publicación: Diciembre 2022.

Autor: Guillermo Barzuna.

A la venta en: Librería Universitaria y en la Librería Internacional.

 


 

Suscríbase al boletín

Ir al contenido