En el 2019 el diario El Mundo, de España, publicó una lista de las diez ciudades “más feas” que cualquier turista debería evitar, y entre ellas incluyó a San José. La autora de la nota era Virginia Nesi, quien probablemente tras una búsqueda ligera en Google llegó a esa conclusión, porque no hay indicios en su texto de que hubiera recorrido las calles josefinas mientras descubre casas, edificios y elementos de las más diversas tendencias arquitectónicas.
Si para cuando Nesi publicó el texto aludido, hubiera estado disponible Levantar la mirada, segundas plantas en San José, el libro la hubiera salvado de incurrir en la frivolidad.
El volumen es fruto de un trabajo cuidadoso de los investigadores Flora Ovares y Guillermo Barzuna, quienes dejan al descubierto detalles maravillosos que se pueden descubrir si el caminante josefino hace el ejercicio de mirar esas segundas plantas evocadas en el título.
En medio de la destrucción que hubo en San José desde 1950, como producto de la llegada de lo ‘moderno’, la cual todavía no se detiene, van quedando retazos, detalles e influencias arquitectónicas que dan una idea de quiénes habitaron la ciudad y cuáles fueron sus aspiraciones.
La página 108 es una de las que más puede frustrarle y dolerle a quien tenga sensibilidad por la conservación del patrimonio nacional. Allí, en blanco y negro, lo que ya es un acierto de los autores, se incluye una fotografía de los restos del muro de lo que en su momento fue la Biblioteca Nacional, la cual fue derribada para construir un parqueo.
La fotografía es impactante, porque tras los muros se divisan los automóviles alineados donde otrora el espíritu de los libros iluminó a miles de costarricenses que acudían a buscar información y sabiduría.
“Sabemos que donde existe un estacionamiento en San José, hubo antes un edificio patrimonial. Uno a uno, edificios emblemáticos eran derribados, hasta llegar a la demolición de la Biblioteca Nacional. Era la instauración de ‘La civilización del parqueo”, Flora Ovares y Guillermo Barzuna.
Quien se atreva a realizar un recorrido como el que propone la obra, cuyos autores vivieron la ciudad cuando era otra, se topará con una serie de hallazgos que le harán comprender que dentro de la actual hay otra ciudad, y que esta duerme pacientemente en espera a que se le descubra y se le valore.
MEMORIA VISUAL
San José se aferra al “todavía”. Y es como una plegaria lanzada al universo para que se cuide lo que aún no se ha derribado y se valoren los retazos de aquello que fue.
La reflexión sobre el derrumbamiento de la Biblioteca Nacional que hacen los autores no llama a engaño: “Sabemos que donde existe un estacionamiento en San José, hubo antes un edificio patrimonial. Uno a uno, edificios emblemáticos eran derribados, hasta llegar a la demolición de la Biblioteca Nacional. Era la instauración de ‘La civilización del parqueo”.
La Biblioteca Nacional era una especie de estilo de vida. Una manera de mirar al mundo con su cultura y con sus intercambios sociales al calor de sus pasillos.
“La biblioteca era también lugar de tertulia de los parroquianos josefinos. Un espacio de pasillos hacia lo alto colmados de libros y de maderas en sus estanterías que nos seducía y que disfrutábamos. Junto con este recinto entrañable, la ciudad estaba llena de librerías como Trejos Hermanos, López Valerín, Lehmann, Universal, Acrópolis, que contribuían con la cartografía cultural del centro de la modesta capital”.
Por ratos se puede percibir, siguiendo a Ovares y Barzuna, desolación por ese desmantelamiento casi criminal de San José.
“Nos percatamos de que sin terremotos y sin guerras, se ha destruido casi toda nuestra herencia, víctima de otro tipo de contienda, la de la indiferencia colectiva y los intereses inmobiliarios. Ni siquiera salvan a la pequeña ciudad su carácter de capital, de centro del poder político ni la actividad económica”.
Los autores no esquivan la realidad histórica que ha vivido la capital, la puntualizan y la aceptan: “Los ciudadanos permanecemos indiferentes o nos llenamos de impotencia ante el exterminio de nuestras raíces, ante la eliminación de esos muros en los que se escribió nuestra vida cotidiana, en una especie de cartografía urbana que estaba llamada a perdurar, a dignificar la historia y dar testimonio de ella”.
El libro, no obstante, va más allá de la tragedia evocada y justamente por eso lo escribieron, para recordarle al transeúnte, al turista, al estudioso, que la ciudad se resiste y que guarda en sus huellas arquitectónicas esa rebeldía, ese pasado que está ahí, como un elemento para reconstruir con afán de arqueólogos aquello que fue, aquel San José que abrazó todas las vanguardias y los estilos, y que pese al aluvión de demoliciones, que no ha cesado incluso hoy día, hay esperanza, y que esa esperanza se empieza a gestar con tan solo alzar la mirada para descubrir a esa otra ciudad.
Por eso, si se recorre la capital, de lo poco que se salvó de aquel naufragio, se puede disfrutar —también— si se miran sus segundas plantas, como propone el texto de Ovares y Barzuna, pero para ello hay que reeducar la mirada. Esa mirada tiene que transformarse y sensibilizarse para apreciar en el detalle las influencias arquitectónicas experimentadas por la urbe.
NOSTALGIAS
Levantar la mirada, segundas plantas en San José no solo plantea el reto de adentrarnos en esa otra ciudad que está ahí pero que por las prisas y la falta de agudeza aún no hemos descubierto, sino que también tiene el mérito de que sus autores la vivieron palmo a palmo en su niñez y juventud. Por ello su evocación necesariamente tiende a la nostalgia, que es el lugar utópico en el que se gesta la mayoría de la literatura que en el mundo ha sido.
El libro, por lo tanto, apela a la presencia de personajes como Lucho “Gatica”, Fulgencio Batista, Tuzo Portuguéz, José Coronel Urtecho, Carlos Martínez Rivas y el propio Ernesto Cardenal, entre otros que un día pasaron por la capital.
Este es un punto clave: la ciudad se hizo para ser habitada. El patrimonio arquitectónico es para ser habitado. La ciudad no apela al museo; busca la vivencia, el ruido de las cosas al caer, la conversación en la pulpería de antaño, los niños jugando en el barrio, el contacto social, las contradicciones de clase. La ciudad tiene que estar viva y en ella se van sucediendo las historias, los amores, los desamores, los despertares y las tragedias, en un continuus que le da ese pulso y esa esencia que la hacen única, incluso con sus fealdades si a alguno le cala todavía el saber de la red como ojo orwelliano y único.
Y en la capital nacional, el cine era un elemento social y artístico de un invaluable valor, el cual no puede quedarse fuera de esta historia que pretende que la mirada del lector en un futuro busque huellas, guiños y propuestas que coexisten con la modernidad de cemento.
“Ya de universitarios asistíamos al cine de arte que proyectaban en el Capri, donde pasaban los filmes de Pier Paolo pasolini, Visconti, De Sicca. Los cines de barrio cercanos a la universidad; Yadira, Reina, Río, Guadalupe, organizaban ciclos de Buñuel, Fellini, Saura y del cine francés, ruso, cubano e incluso búlgaro”.
Y el cine de barrio tiene mención especial: el Colón, el Coliseo, el Aranjuez, el Zaida. De ellos ninguno existe. Solo está en pie el Variedades, hoy envuelto en una situación no resuelta sobre su futuro uso.
“Mención especial merece esta sala ante la cual nos encontramos ahora: el cine-teatro Variedades, la última gran sala de cine, aún en pie en la ciudad de San José y que ha sido un espacio de disfrute desde la década de 1880. Antes de la creación del Teatro Nacional, el Variedades cubrió todos los espectáculos en el país: la comedia, drama, ópera, zarzuela, danza y el espectáculo de solistas y grupos que pasaban por el país. La primera proyección cinematográfica en el país tendría lugar en sus instalaciones”.
REIVINDICAR LA MIRADA
Frente a la ciudad que convive con la inseguridad, la suciedad, la saturación, el ruido y el caos queda levantar la mirada. Ver más allá del primer piso. En esas segundas plantas hay historia, magia, aspiraciones, recuerdos, tendencias arquitectónicas, en definitiva, huellas que va dejando la cotidianidad y que explican el transcurrir del tiempo, con su grandeza y su pequeñez, pero al fin ese es el expediente que permite hacer una lectura de lo que es San José.
La capital, que fue una de las primeras en contar con iluminación pública y que alguna vez soñó con ser París, es la ciudad que se retrata a sí misma en un juego dialéctico que se recoge con precisión en Levantar la mirada, segundas plantas en San José.
Ya sea que se parta de La Sabana, atraviese el Paseo Colón, pase por el corazón mismo de San José, se dirija a Plaza González Víquez, merodee por Barrio Luján, se traslade a Los Yoses, se devuelva al Barrio Amón: por donde camine la ciudad le espera con detalles maravillosos del art déco, de la influencia árabe, del gótico, el neoclásico, el art noveau, el neogótico y el victoriano, entre otros estilos.
La urbe ofrece esa otra mirada a quien tenga la paciencia de caminarla buscando ese encuentro con las huellas del pasado en lo que queda de lo destruido.
De forma tal, que para endilgarle el adjetivo de ciudad fea a San José, como lo hiciera la periodista de El Mundo, se requiere mucho más que un clic en la Wikipedia o darse una búsqueda ligera por Google.
Se requiere andar la ciudad. Y a eso es a lo que invita Levantar la mirada, segundas plantas en San José, un trabajo de orfebre hecho por Ovares y Barzuna, dos amantes del San José que siempre fue muy suyo, y que hoy lo reivindican, lo reescriben, y lo redescubren a partir de una mirada alta, nostálgica, de presente y de futuro, y que se adentra en esa ciudad que no vemos.
Crónica visual de San José
Levantar la mirada, segundas plantas en San José es una auténtica crónica visual de la San José que entre balcones, buhardillas y detalles de su huella arquitectónica comunica parte de su pasado.
Para la época que se avecina, el libro es una excelente oportunidad para compartir cultura y conocer esa otra historia de la capital costarricense, siempre vigente y llena de matices.
Título: Levantar la mirada, segundas plantas en San José.
Publicado por: Editorial de la Boca del Monte.
Autores: Flora Ovares y Guillermo Barzuna.
Fotografías: Jorge Scott Wright.
A la venta: Icomos: 22580552 y Librería Internacional.
Precio: ¢15.000