“Esto fue lo que trajo el barco” es una frase del calypsonian Cyril Sylvan que se refiere a los ritmos musicales que desembarcaron en el Caribe del país y dieron origen al calypso limonense. Este es un canto rebelde que ha registrado la historia de Limón desde las primeras décadas del siglo XX y que ha sido herencia de las múltiples olas migratorias que trajeron mano de obra a la región. Pero, también a las que le debemos parte de la diversidad cultural presente en Costa Rica.
UNIVERSIDAD habló con Manuel Monestel, intérprete e investigador de la música popular costarricense, sobre la historia y el presente del calypso limonense.
Monestel no es de Limón, ni es calypsonian, pero los intérpretes de este género, como Danny Williams de la agrupación Kawe Calypso, dicen que él puede hablar con todo conocimiento sobre cualquier tema relacionado con este género musical.
Además del cariño por el calypso, Manuel tiene más de 30 años de investigar la cultura afrocaribeña, ha publicado sobre el género, ha colaborado con los calypsonians y es miembro de Cantoamérica (puente importante entre el calypso de Limón y el del Valle Central), antecedentes que lo respaldan como voz blanca autorizada en el tema.
¿Cuál considera que es el aporte del calypso a la memoria histórica de Limón y de Costa Rica?
-El calypso es un documento que recuerda la historia. Reproduce elementos culturales importantes, las comidas, las costumbres, la idiosincrasia y la manera de ver el mundo. Ha sido menospreciado hasta por la misma élite limonense que por muchos años lo señaló como la música de los viejos y de los ignorantes; su identificación con íconos musicales iba hacia Estados Unidos, después vino Bob Marley y todos se identificaban con él. A pesar de eso, ha jugado un papel fundamental en el desarrollo y fortalecimiento de la identidad afrolimonense por varias razones: uno, porque es la música del pueblo, que es la mayoría; dos, porque se sigue cantando en inglés criollo, si usted quiere arrasar o acabar con un grupo étnico cultural, elimine su idioma; y el otro elemento es que las letras hacen referencia a personajes o momentos de la historia nacional. Hay calipsos, por ejemplo, que hablan contra el sistema educativo, que fue un flagelo, porque cuando el Gobierno entra a asumir Limón los obligan a estudiar una historia que no es la de ellos en una lengua que no es la de ellos. Ahí hubo violaciones serias a los derechos humanos y culturales. Hay una canción de Cyril Sylvan que dice “suélteme la mano, no me agarre que yo nací en Costa Rica”, en la se refleja toda esa parte de la historia donde no alcanzaron la ciudadanía aunque tenían ya como ochenta años de vivir en Costa Rica.
En el libro Ritmo, canción e identidad, usted afirma que el calypso limonense se diferencia al de otros países de la región del caribe ¿Cuáles son esas características y cómo fue ese proceso de creación del calypso hecho en Limón?
-Cualquier forma musical, en cualquier parte del mundo, es producto de la hibridación. No existen purezas ni en lo étnico ni en lo cultural. El calypso llega de Trinidad y Tobago en algún momento de la historia y, por otro lado, llega el mento de Jamaica, con los trabajadores del ferrocarril. Esos dos elementos son los ingredientes fundamentales del calypso limonense. En Limón se escuchaba música de todo el Caribe y de la cultura negra de Estados Unidos, también se escuchaba rumba, música cubana, guaracha, son, pasillo, cumbia, reggae; todo eso fue permeando y moldeando el calypso limonense. Los folkloristas y personas que quieren desacreditarlo me dicen muchas veces: ¿por qué usted dice que es de Costa Rica si es la mezcla de tanto? Yo les recuerdo que Luna Liberiana es un bolero, el Huellón de la carreta es un tango, Caña Dulce una habanera: ¿se inventaron acá? Los procesos donde se mezclaron todas esas cosas se ubica en territorio costarricense. Lo que importa es el proceso y la pertinencia que cobra una canción en un contexto y en un espacio temporal dado.
Tengo entendido que en 70 no era muy común el calypso, ni entre los mismos limonenses. Me imagino que mucho menos sonaba en la radio…
-La radio privada en este país es un enjambre de oligopolios que transmiten contra la cultura nacional o transmiten elementos de la cultura muy superficiales, estereotipados y caricaturizados, o no trasmiten nada. Son lacayos del gran capitalismo transnacional y siguen recibiendo bonificaciones por debajo de la mesa. Así funciona. La radio a nivel general ha sido cómplice de la invisibilización del calypso y de toda la música original nacional.
Hay casos específicos como Radio Casino en Limón, que ha tenido un programita ahí tímidamente, en el que la gente sí puede escuchar calypso; en Radio Universidad, de vez en cuando, y en Radio Nacional, que ahora desarrolló todo un proyecto de música nacional; pero son cosas relativamente recientes.
También sus fines comerciales son recientes.
-Fíjate que con lo de fines comerciales es bien relativo, porque el calypso limonense no ha entrado realmente a la industria musical, ni nacional ni internacional. Lo más cercano fueron los discos que grabó Papaya Music, que tuvieron distribución en muchas tiendas de discos. Pero el calypso limonense no ha entrado a las radios al igual que la mayoría de la música nacional, sigue siendo marginal. ¿En qué sentido se le puede llamar que tiene un elemento comercial? En que el turismo de Limón lo consume permanentemente y hay un turismo de San José que también lo hace poco a poco. Los calypsonians se van a los cruceros y tocan ahí, o en distintos locales en los pueblos costeros para los turistas.
Recuerdo un conversatorio al que asistí, donde usted dijo que la distribución musical es de las pocas cosas que ha hecho bien el capitalismo…
-Lo que dije fue que el capitalismo nacional era miope y que no supo canalizar las músicas nacionales como forma de lucrar y que se había concentrado en la producción transnacional de música. Y entonces ahí entro con mi experiencia personal como músico; uno llegaba con un disco con mucha ilusión y el Chino Moreno que estaba ahí decía: “sí sí, ponele una canción”. Pero otros decían: “déjalo ahí, no tengo tiempo”. O en programas especiales ponían el disco y fuera del aire se encargaban de descalificarte. En esos tiempos donde uno como músico joven no sabía lo que era la “payola”: había que pagarle a ese señor que ponía el disco y al dueño de la emisora para que el disco sonara.
En el libro En clave AfroCaribe usted dice que el caribe de la región centroamericana ha funcionado como única nación. ¿Cómo ha sido ese diálogo y su vínculo musical?
-Ha habido poco diálogo. Sigue existiendo la nación Caribe desde Belice hasta Panamá. En el sentido de que los Gobiernos se ubican en el centro o en el Pacífico de los países del istmo y sigue la marginalidad geográfica, histórica y cultural.
Ningún país centroamericano quiso asumir las poblaciones negras de alguna manera orgánica y sana. Los garífunas llegaron ahí porque los ingleses los expulsaron de la isla de San Vicente. Igual pasa en Bluefields, en Limón. Son poblaciones que llegaron a trabajar y quedaron de alguna manera marginadas. Panamá es un poco diferente porque, como es tan estrecha, la circulación de la población negra ha sido más fluida, pero el prejuicio y el racismo siguen siendo igual. En el resto de los países la integración, si le podemos llamar de esa manera, ha sido lenta; a la población negra se le pide una cuota muy alta para integrarse al país: olvidarse de su lengua, de su cultura y asumir las culturas centrales.
El registro histórico en Costa Rica tiene un enfoque muy folklorista y, en sus palabras, busca la fosilización de las expresiones culturales.
-Un país como Costa Rica se limita a un repertorio de folklore muy reducido, que suena una vez al año para la independencia y es siempre el mismo. Entonces, luego vienen los músicos modernos que quieren sentirse muy nacionales y hacen una versión del Caballito Nicoyano en jazz y te das cuenta de que esto es un círculo vicioso.
Ni el Gobierno, ni las pinches emisoras de radio van a colocar una canción de Guadalupe Urbina o de Max Goldenberg dentro del folklore guanacasteco, pese a que están hablando de lo que pasa en Guanacaste hoy, o un calypso que está hablando de lo que pasa en limón hoy. El problema es que la visión ortodoxa de folklore habla de la invariabilidad o del no cambio en un elemento musical; eso contradice la dinámica de la historia y la dinámica de la sociedad.
En el calypso yo no he notado esa fosilización…
-Porque el calypso no es parte de la paleta original propuesta por la oligarquía. El calypso entra tardísimo, estoy hablando de los 80. Si hay una folklorización, no en Limón, pero sí en el Valle Central, entonces los grupos de danza folklórica, por ejemplo, empiezan a inventar atuendos y formas de bailar, no investigan. Lo mismo que hicieron con Guanacaste. Ahí es donde se da esa folklorización del calypso. Entonces salen bailando calypso con sombreros de Jamaica o de Cuba que no se usan en Limón.
Ese desconocimiento está relacionado con la marginación evidente que han sufrido los calypsonians. Tenemos a leyendas que ya murieron como Buda o Papa Tun, que parecen estar ausentes de la memoria histórica del país.
-A Buda, antes de morir, yo lo encontré pidiendo dinero en una navidad por el Mercado Borbón con un frío terrible. El tipo temblaba ardiendo en fiebre. Cuando le pregunté: “¿Buda, qué hacés?” “Di sobrevivir”… fue su respuesta.
A Papa Tun lo conocí en Springfield, un restaurante en Limón que no sé si aún existe, cambiando calypso por comida. Los meseros le decían: “toque más, toque más, aún no se ha ganado la cena”. Muy triste para mí.
Entre esa marginación surge la figura de Walter Ferguson. ¿Cómo ha sido su aporte al calypso para el reconocimiento de este género en el país?
-Fundamental e innegable es el valor de la obra de Ferguson. Es el único músico nacional incluido en la colección del Smithsonian Institute, que es una colección de música del mundo, quizá la más grande que hay. Por la cantidad de cosas que se han escrito sobre Ferguson se empezó a desarrollar la cadena de premiaciones, datos o incidentes inéditos, como que las tarjetas de crédito Credomatic pidieran una canción de Ferguson para hacer un comercial en Argentina. Eso va calando los sectores oficiales y él ha tenido sus formas de proyectarse dentro de la oficialidad. Ferguson ha abierto las puertas para ubicar el calypso por lo menos en un sector de la población del Valle Central y del país.
La vez pasada conocí a Danny Álvarez. Un chico de 15 años que está tocando con grandes calypsonians y hasta se ha presentado en el Festival Internacional de Calypso Walter Ferguson ¿Cómo ve el relevo generacional dentro de este género?
-Desde la interpretación, yo creo que bien. Desde la creación y composición hay una gran interrogante. Después de Danny Williams, que es la segunda generación de calypsonians, que ya no está joven, hay jóvenes que asumen el calypso desde una perspectiva diferente, mezclado con hip hop y reggae. Para las generaciones más viejas eso no es calypso; yo creo que están en un punto intermedio de transición porque ni ellos mismos tienen claro qué es lo que están haciendo, aunque tienen muy buena voluntad y mucho talento. Creo que dentro de unos años, cuando esos proyectos jóvenes maduren, va a surgir un nuevo calypso que no tendrá que ser igual al de Ferguson, pero que tendrá que tener un perfil definido. El de ahora no lo tiene, pero eso es parte de todos los procesos musicales que se han dado en la historia.