Cultura Una mirada al streaming 

Adolescence

Adolescence, una de las miniseries sobresalientes de Netflix para iniciar el año 2025, logró captar la atención del público por su tema crudo y particular, y por la brillante actuación de su protagonista. Pese a tener solamente cuatro capítulos, resultan suficientes para dejar un sabor amargo sobre el tema y su profunda oscuridad: las dificultades de la adolescencia, en ambas direcciones, adolescente versus mundo y mundo versus adolescente, ida y vuelta.

Desde su primer capítulo golpea de manera contundente: un equipo de élite de la policía, un allanamiento a una morada en zona residencial. Ariete, fusiles de asalto, patrullas a tope. El objetivo: Jamie Miller, un niño de 13 años; la causa: posible homicidio.

El primer capítulo nos presenta de una manera muy vívida la angustia: angustia del niño, de los padres, incluso de los agentes policiales. Resulta casi increíble imaginar a un jovencito delgado y tímido siendo acusado de homicidio; es traumático verlo transportado en “perrera” y custodiado por agentes armados. Sí, pero peor aún tener que aceptar que posiblemente no ha habido error. Al final de una hora (spoiler alert) queda clara la razón del despliegue policial: existe la prueba de un video. La posibilidad de defensa ante la evidencia es escasa.

El segundo capítulo nos adentra en otro gran tema: la brecha que separa a los adultos de los adolescentes, el lenguaje, el grupo, los intereses, el momento emocional. Se vuelve muy elocuente la escena de Ashley Walters con Amari Bacchus, cuando el hijo, en una inversión de roles, debe guiar al padre para dilucidar los pormenores de la comunicación juvenil y conseguir luz sobre el caso.

Las escenas de acción continua que se usaron para filmar en una sola toma requirieron gran planificación para coordinar al equipo técnico y el actoral en un movimiento acompasado.

El tercer capítulo es una obra maestra sobre la oscuridad de la psique y la sociopatía. La manipulación, la agresividad contenida (que emerge solamente cuando se siente una amenaza clara), la apariencia de inocencia, etc. El trabajo del joven actor Owen Cooper merece destacarse: es potente, impecable y convincente.

El final de la miniserie es un angustioso desenlace sobre cómo recomponer una vida rota, de cómo ensamblar las partes que quedan de una familia luego del paso del ciclón. Las actrices Amelie Pease (quien interpreta a la hermana mayor de Jamie) y Christine Tremarco (la madre) se lucen y sus aportes resultan un correcto soporte del protagónico Steve Graham.

La miniserie llamó la atención del público y de los medios no solo por su tema, sino también por su arriesgada propuesta técnica: cada capítulo se grabó en una sola toma, sin cortes. La complejidad de esta tarea requirió tres semanas para cada uno de los episodios: durante la primera se ensayaba escena por escena, para desarrollar en las actrices y actores la memoria muscular; durante la segunda semana se hacían ensayos del laberíntico movimiento de cámaras y equipo acompasado con los diálogos y acciones de los intérpretes. En la tercera semana, se ensamblaba todo en un acto arriesgado de coreografía, para una toma continua de una hora. La razón que motivó a los creadores para usar este tipo de toma fue poder crear una experiencia inmersiva, donde el paso del tiempo se diera, valga la redundancia, en tiempo real. El resultado es, a nivel técnico, soberbio.

En la miniserie se mencionan algunos de los meandros por los que debe vadear el adolescente actual: bullying, acceso casi irrestricto a pornografía, influencia —ubicua— de las redes sociales que incide sobre la percepción de sí mismos, despertar sexual y la presión de grupo, tanto de los físicos como los virtuales. Así, muchas reseñas señalan que la miniserie versa sobre la cultura “incel” (célibes involuntarios), los hombres formados en una masculinidad tóxica y precaria. Ciertamente, ese es uno de los temas que han marcado a la miniserie. Sin embargo, la mira de los creadores está en algo más profundo y, tal vez, más antiguo: el viejo problema sobre la naturaleza del alma.

El debate filosófico entre maldad innata o bondad original; “homo homini lupus” contra “buen salvaje”; el clásico Hobbes vs. Rousseau. Un enfrentamiento que (spoiler alert, nuevamente) no tiene un ganador, sino simplemente perdedores. Al final solo hay dolor y corazones desgarrados. Sí, la miniserie es fuerte.

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